La Casa Blanca sigue considerando la posibilidad de lanzar un ataque limitado contra Corea del Norte, pero a varias personas con información privilegiada les preocupa que esto pueda escalar hasta convertirse en una guerra en toda forma.
Durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2018, 22 atletas norcoreanos se unieron al equipo de Seúl y desfilaron juntos bajo una bandera azul y blanca de “unificación”. El presidente surcoreano Moon Jae-in saludó con la mano a Kim Yo-jong, la hermana del líder norcoreano Kim Jong-un. Y, sentado incómodamente cerca, estaba el vicepresidente estadounidense Mike Pence, quien evitó deliberadamente a los invitados de Pionyang.
Esto no es de sorprender. El breve y cortés espectáculo esconde un debate cada vez más intenso en Washington: ¿qué debe hacer Estados Unidos con respecto a las armas nucleares de Corea del Norte? La política declarada del gobierno de Trump permanece sin cambios: Pionyang debe deshacerse de las armas que ya tiene y que, de acuerdo con algunos analistas, pronto podrán alcanzar a Estados Unidos.
Aún no está claro cómo lograr ese resultado, e incluso si este es posible. Una opción es lo que se denomina la estrategia de “nariz sangrante”. Tiene que ver con un ataque “limitado” contra algún sitio de misiles o de armas nucleares en Corea del Norte, y su objetivo es enviar un mensaje claro a Kim: que el gobierno estadounidense no cederá.
El objetivo del ataque no será eliminar todo el sitio nuclear de Corea del Norte, sino persuadir a Pionyang de reconsiderar su estrategia. Esta opción se basa en la racionalidad de Kim y supone que, una vez atacado, no responderá de manera grave debido a que, si lo hace, ello podría conducir a una guerra a gran escala con Estados Unidos y garantizaría la destrucción de su régimen.
El Consejo Nacional de Seguridad (NSC, por sus siglas en inglés) de Trump planteó esta opción como una posibilidad el año pasado, y no ha sido desechada. El argumento a favor de esta estrategia es que el hecho de vivir con una Corea del Norte con poderío nuclear es simplemente insostenible. Esto genera preocupaciones de proliferación pesadillescas, desde el hecho de que Japón y Corea del Sur decidan desarrollar armas nucleares hasta la venta de armas de destrucción masiva norcoreanas a regímenes enemigos.
Ningún miembro del gobierno descarta los riesgos planteados por el poderío nuclear de Corea del Norte, y critican mordazmente la política del gobierno de Obama de “descuido estratégico”, la cual contribuyó a “este caos”, señaló un funcionario de la Casa Blanca que pidió mantenerse en el anonimato debido a que no está autorizado para hacer declaraciones oficiales. Sin embargo, pocos funcionarios del gobierno de Trump piensan que un ataque limitado y no provocado tenga algún sentido. El secretario de Defensa, James Mattis, y el general Joe Dunford, presidente del Estado Mayor Conjunto, al igual que el secretario de Estado, Rex Tillerson, se oponen a ello. En una reunión de ministros extranjeros aliados sobre Corea del Norte, realizada a mediados de enero, Mattis señaló enfáticamente que, “ahora mismo, este esfuerzo se encuentra firmemente en el ámbito diplomático. Es ahí donde estamos trabajando”.
Los otros ministros extranjeros necesitaban oír eso, señala un diplomático japonés presente en la reunión, “debido a que parece existir una corriente subyacente bastante sólida y sería en este gobierno, según la cual la guerra es una posibilidad real, y esto ha asustado a algunas personas”.
El nerviosismo entre los aliados creció recientemente cuando el gobierno estadounidense retiró la nominación de Victor Cha como embajador de Estados Unidos en Seúl. El antiguo miembro del Consejo Nacional de Seguridad durante el régimen de George W. Bush había trabajado en el tema de Corea del Norte durante años. Cha está a favor de una política más severa contra Pionyang que la que se había aplicado en los años de Barack Obama, pero no apoya el ataque de “nariz sangrante”.
Algunas personas consideran el retiro de su nominación como resultado de diferencias políticas. Sin embargo, el asunto resultó ser más complicado. Aparentemente, uno de los miembros de la familia de Cha posee intereses de negocios en Corea del Sur, los cuales tenían al menos la apariencia de un conflicto de interés. “Esa fue la ‘señal de alarma’ que lo descarriló”, señala una fuente del gobierno. No fue posible contactar con Cha para obtener sus comentarios.
Sin embargo, para la consternación de muchas personas con información de primera mano, la Casa Blanca sigue considerando la posibilidad de lanzar el ataque de “nariz sangrante”. A los críticos los alarma sobremanera la suposición de que “sabemos cómo responderá Kim Jong-un ante un ataque limitado”, señala Sue Mi Terry, antigua analista de la CIA sobre Corea del Norte que trabaja actualmente en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de analistas de Washington,
D. C. “Es algo que no sabemos necesariamente, así que ¿por qué tendríamos que ponerlo a prueba?”.
Dentro del gobierno, los partidarios de una estrategia más dura de “contener y disuadir”, como la denomina Terry, están reuniendo una serie de opciones para la Casa Blanca. Entre ellas se incluye un paquete más amplio de sanciones, una inhabilitación más agresiva de barcos cargueros que transporten mercancías que Corea del Norte venda en el extranjero a cambio de dinero en efectivo, y un sistema de defensa de misiles agresivamente mejorado en Estados Unidos, Japón y Corea del Sur.
Sin embargo, esta estrategia podría ser poco oportuna. A Washington le preocupa que, tras los Juegos Olímpicos de la “unificación”, Seúl se muestre reacio a asumir una postura más dura contra Pionyang. En un almuerzo ofrecido por Moon a principios de febrero para la delegación norcoreana, la hermana de Kim Jong-un invitó al líder surcoreano a Pionyang después de los Juegos Olímpicos. Al gobierno de Trump le preocupaba que Moon, que proviene del más pacifista de los dos principales partidos políticos de Corea del Sur, estuviera de acuerdo de inmediato, dada la sensación de buenas relaciones que prevalecía después de la ceremonia de apertura.
Washington se sintió aliviado cuando Moon manejó hábilmente la invitación, diciendo que le alegraría ir cuando “las condiciones sean adecuadas”. Sin embargo, ese no será el fin del asunto, dado que es muy probable que Moon se vea sometido a presiones políticas internas para acudir pronto a una cumbre en Corea del Norte.
Para tranquilizar a sus nerviosos aliados, Estados Unidos podría respaldar ese plan y, quizá, sostener conversaciones por sí mismo. Esto significa que la apuesta olímpica de Kim bien podría tener éxito.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek