La mayoría de los mexicanos comparte ese sentimiento de enojo o desencanto por los resultados que han arrojado las elecciones en México: políticos corruptos, gobiernos decepcionantes. ¿Por qué vale la pena debatir sobre la política que impactará tu vida cotidiana?
Brenda lo piensa un poco, mira hacia Palacio Nacional y da su opinión sobre los políticos que aparecen en los spots, ahora que están activas las precampañas: “Es muy desagradable, se ven muy hipócritas”.
Ella tiene 22 años y estudia en un Tecnológico en el Estado de México. Este año tendrá la oportunidad de votar por primera vez en una elección presidencial. Pero mñeh, no le ve sentido a hacerlo.
“Siento que hay fraude, que muchas veces no se respetan los resultados”, comenta antes de seguir su camino en el Zócalo capitalino.
La mayoría de los mexicanos comparte ese sentimiento de enojo o desencanto por los resultados que han arrojado las elecciones en México: políticos corruptos, gobiernos decepcionantes.
Un estudio de Latinobarómetro el año pasado indicó que solo 9 por ciento de los mexicanos confía en los políticos. Además de la corrupción, ese rechazo se nutre por la percepción de oportunismo, búsqueda de beneficio personal, antes que el bien común.
Seis de cada diez mexicanos, por ejemplo, critican que los políticos pidan licencia antes de concluir su gestión en algún cargo para buscar otro puesto, los llamados “chapulines” (Parametría, 2015).
De cara a los comicios de 2018, ya hay varios casos de “chapulines”, como el de Jaime Rodríguez Calderón, el Bronco, quien se ausentó del gobierno de Nuevo León para buscar una candidatura presidencial; en la Cámara de Diputados, de enero a febrero, 31 legisladores pidieron licencia con la idea de saltar hacia otros cargos públicos.
En la fauna política, también están los camaleones, personajes que de un momento a otro cambian de colores. La senadora Gabriela Cuevas criticó durante años a Andrés Manuel López Obrador, y ahora será su aliada para ser legisladora con Morena.
Muchos ciudadanos, como Brenda, prefieren darle la espalda a la política, no hablar de ella en casa, e incluso no votar. Decepcionados, optan por dejarla en manos de los políticos. Otros la perciben como un tema oscuro, y prefieren no involucrarse.
En México, 65 por ciento de las personas tiene poco interés en la política, de acuerdo con la Encuesta Nacional Sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (Encup), en su edición más reciente (Segob, 2012).
Ocho de cada diez mencionó que percibe la política como un tema muy complicado o complicado, y 40 por ciento consideró que con el paso del tiempo tendría menos posibilidades de influir en las decisiones que tome el gobierno.
José Woldenberg, consejero presidente del IFE en 2000, año en que México tuvo por primera vez alternancia, entiende el hartazgo ciudadano, pero también advierte la consecuencia elemental de no votar, de ausentarse del debate político que desemboca en leyes y acciones de gobierno, y esa es simple: que alguien más decida por ti.
Esas decisiones que tome alguien más, señala Woldenberg, tarde o temprano van a influir en tu vida diaria, para bien o para mal. “La política nos incumbe a todos, en diferente grado”, comenta.
Woldenberg escribió un libro llamado Cartas a una joven desencantada con la democracia, justo pensando en casos como el de Brenda, la estudiante mencionada al comienzo de este texto.
En esas cartas, el académico habla de los sinsabores de la democracia y las elecciones, aunque también defiende su utilidad, como el método que ideó el ser humano para no tener que matarse entre sí al momento de elegir un líder. Para evitar el “costoso expediente de la sangre”, del que habló el filósofo Karl Popper.
En su texto hacia la joven desencantada, Woldenberg critica la simpleza de pensar que todos los políticos son una clase separada del resto de los mortales, una “plaga” de rapaces, y que por otro lado la sociedad mexicana es por completo virtuosa, y asume el papel de víctima.
Woldenberg destaca la utilidad de que la gente analice lo que están proponiendo los candidatos que quieren un cargo público, con todos sus matices. Y de que se hable al respecto en los hogares, en el transporte público, las escuelas, incluso aunque los candidatos causen irritación o hartazgo.
“Eso enriquece la vida, permite salir de los asuntos privados, íntimos, para explorar el mundo que es ancho y ajeno, para obtener una idea de cuáles son los problemas de este país”, opina el exfuncionario electoral.
¿CIUDADANOS MEDIOCRES?
El actor mexicano Joaquín Cosío ha tenido pleitos con sus familiares, y no porque hayan criticado sus películas, sino por defender sus puntos de vista sobre política. Y no está arrepentido de hacerlo.
Piensa que es necesario erradicar la indiferencia. Entrarle a los temas. Ver qué hacen o dicen los políticos gobernantes, criticarlos. Poner la discusión en la mesa familiar, aunque sea incómodo.
“Hay una cierta indiferencia por las cuestiones políticas en la base diaria de una familia o de la interacción ciudadana básica. Los partidos han sido lo suficientemente hábiles para hacerse y apropiarse del discurso político. Es elemental retomar la discusión”, dice Cosío.
“Me parece que en buena medida somos responsables de que se haya relegado la actividad política a los partidos”, agrega.
Luis Carlos Ugalde, quien presidió el IFE en el proceso electoral de 2006, uno de los más cerrados y controvertidos en México, coincide en que hay indiferencia, apatía ciudadana.
“El mayor déficit de la democracia en México no es su clase política, que tiene muchos problemas de corrupción, incompetencia, sino la existencia de una sociedad apática, conformista, proclive a la corrupción, y esto es un problema histórico que venimos arrastrando desde hace siglos”, expresa el director de la consultora Integralia.
“Hay un enorme confort, una enorme mediocridad del rol como sociedad”.
En el reporte Ciudadanía en México, Ciudadanía Activa, presentado por el INE y el Colegio de México (2014), una de las conclusiones fue que “los mexicanos son ciudadanos pasivos y reactivos, participan de manera coyuntural, generalmente por razones altruistas y prefieren las acciones individuales antes que las colectivas”.
En ese estudio se le preguntó a la gente qué tan probable era que hiciera en los próximos meses una solicitud de información pública al gobierno mediante los mecanismos de transparencia. Solo 4 por ciento dijo que era muy probable, frente a 70 por ciento que dijo que era poco probable.
Que la gente se involucre en los asuntos o el debate público, dice Ugalde, no es responsabilidad de los políticos. Ni de las autoridades electorales. Es de los propios ciudadanos.
“En México hay una idea de que todo es culpa del Estado, del gobierno, de los partidos, y eso me parece que es pura demagogia”, considera Ugalde.
“Los responsables de formar ciudadanos son los ciudadanos. No puedes ser tan paternalista y pensar que el Estado debe formar ciudadanos. Eso es una barbaridad. Justo ese enfoque paternalista es el que nos tiene así”, agrega.
Desde la perspectiva de Ugalde, desde hace años se han ido abriendo puertas para la participación ciudadana, y la gente en la mayoría de los casos no se interesa en aprovechar esos espacios.
“Si hubiese más participación de la gente, ¿podrían cambiar las cosas? Por supuesto. Pero esto va a tardar generaciones en que cambie”, señala.
HABLAR DE POLÍTICA EN CASA SIN SACARSE LOS OJOS
Cada que Chumel Torres tuitea algo sobre política, le llueven reclamos e insultos.
El conductor del programa El pulso de la república está hasta cierto punto acostumbrado, pero lamenta que en México se ahuyente la conversación sobre temas políticos porque, cuando hay intentos de lograrlo, por lo general gana la calentura o el enojo en lugar de los argumentos.
“El mexicano es bien rajón para conversar”, dice Chumel.
Cuando hay una cena o comida familiar, hay más riesgos de herir susceptibilidades, si a alguien se le ocurre poner sobre la mesa un tema público, polémico, como la marihuana o el aborto.
Al respecto, Chumel opina que es necesario tener “cierta mesura”, y sobre todo algo: saber escuchar.
“Si tu papá tiene una opinión conservadora sobre un tema de LGBT, pues tampoco le vas a decir que es un retrógrada de mierda. Güey, espérate, tienes que escuchar las voces con cierta mesura y cierta paciencia”, menciona.
“No esperes que tus papás o tus tíos y tu abuelita sean lo más liberal del mundo. Si se puede platicar con mesura, paciencia y cariño, que se haga”.
En la encuesta Encup 2012, 74 por ciento de los ciudadanos dijo que sí se discrimina a la gente en México por sus preferencias políticas.
Hablar de política, dice Jorge Enrique Linares, director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, es un asunto emocional.
“Son temas muy controvertidos y muy candentes que llegan a discusiones muy fuertes, y a divisiones de personas, familias, amigos”, señala Linares.
“Seguramente va a pasar en México los próximos meses, porque se van a jugar emociones fundamentales que tienen que ver con la esperanza y con el miedo”, agrega.
¿Cómo evitar que las emociones se desborden? Un primer paso, dice Linares, es evitar los rumores, o los datos falsos, como arma para pretender ganar una discusión política.
“Lo que debemos hacer los ciudadanos es buscar información fidedigna, recabar información estadística, no solo de encuestas, sino de cómo está el país”, apunta Linares.
“Nos hace falta discutir con argumentos, fomentar que tanto en la familia y los amigos discutamos con argumentos. Es imposible evitar las pasiones, pero si tenemos argumentos, si tenemos datos y razonamos los hechos, podremos tener una discusión política mucho más productiva, tanto en la familia como en el ámbito público”.
DEL CANDIDATO ÚNICO AL ABANICO DE OPCIONES
José Woldenberg recuerda que la primera vez que votó, en 1976, se encontró con que solo había un candidato en la boleta: José López Portillo.
Para las nuevas generaciones, dice, quizá sea natural tener un abanico de opciones para votar, pero hasta hace poco tiempo, había un partido único en México, y el candidato ganador tenía el 100 por ciento de los sufragios.
“Quiero pensar que quienes tenemos memoria viva de esos años, pues sabemos valorar esos cambios”, apunta el exconsejero electoral. “Somos la generación que vimos un tránsito de partido hegemónico a un sistema de partidos más o menos equilibrado, que vimos fenómenos de alternancia”.
En las elecciones de 2018 estarán en juego 3,400 cargos de elección popular, entre ellos el de presidente de la república, Cámara de Diputados y de Senadores. Serán los comicios más grandes del país. En el ámbito federal, tendrán un costo cercano a los 28,022.5 millones de pesos, de acuerdo con un cálculo de Integralia.
La cifra representa un aumento de 22 por ciento, respecto a las elecciones federales de 2012.
En las cuatro últimas elecciones presidenciales, votó en promedio 64 por ciento de los ciudadanos, y 36 por ciento se abstuvo de votar. En el caso de las elecciones intermedias, el promedio de participación fue más bajo, de apenas 51.9 por ciento, de acuerdo con un estudio del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (Cesop).
En la elección intermedia de 1991, el abstencionismo fue de 34.03 por ciento, y en las de 2015, de 52.28 por ciento.
Cuestionados sobre por qué no habían acudido a votar en 2012, para un análisis del Centro de Estudios, 22 por ciento de los ciudadanos dijo que no lo había hecho por “flojera” de acudir a las urnas, y 20 por ciento, porque consideró que no vale la pena votar, “no sirve de nada”.
En las elecciones de este año, 3.8 millones de jóvenes tendrán la oportunidad de votar por primera vez para elegir presidente, aunque está abierta la incógnita de cuántos de ellos sí acudirán a las urnas.
“Si los jóvenes no se interesan en la política, tendremos a los mismos políticos de siempre, tomando las mismas decisiones de siempre”, dice la senadora independiente Martha Tagle.
La legisladora cree que los jóvenes, y los ciudadanos en general, no acuden a votar porque no tienen una noción clara de cómo les afecta que cierto político gane una elección y llegue al poder, con sus decisiones de gobierno.
“Todo lo que afecta a tu vida cotidiana, personal, pasa por decisiones políticas. Eso no lo tiene claro toda la gente. Si hay o no agua en tu casa, si hay o no luz, si hay tal alimento o no, todo pasa porque algunos políticos tomaron decisiones para que eso suceda”, menciona Tagle.
En la elección de 2012, los jóvenes irrumpieron con el movimiento llamado #YoSoy132, exigiendo una democratización de los medios. Hasta ahora no ha aparecido una movilización similar, de cara a los comicios del 1 de julio, sin embargo, los llamados millennials sorprendieron con su protagonismo y solidaridad para ayudar a los damnificados por el sismo del 19 de septiembre. Mostraron que es un sector capaz de superar la apatía.
NO SOLO ES VOTAR
Más allá de votar o hablar de política en casa, la participación relevante de los ciudadanos debe darse en su propia comunidad, y no solo cuando es época electoral. Así lo considera Luis Carlos Ugalde.
“Hay que hablar de la vida comunitaria, la política parece que son los políticos, y eso es falso. Tenemos que hablar de asuntos públicos, la escuela, la seguridad, el líder de la colonia, la competencia deportiva del sábado, esas son las cosas que importan”, menciona el director de Integralia.
“Por qué las comunidades, por qué los padres de familia no están haciendo algo para que haya mejor agua, para que haya mejor alumbrado. Esa es la pregunta relevante… la participación significa que los padres de familia vayan a la escuela de sus hijos para cerciorarse de que el baño esté funcionando”.
Woldenberg coincide en que votar solo resuelve el inconveniente de elegir a los gobernantes o legisladores para que tengan legitimidad, pero no es una varita mágica.
Sea cual sea el resultado de las elecciones de 2018, los ciudadanos seguirán teniendo el reto de superarse a sí mismos, y participar. “Somos un país plagado de problemas. No estaría mal pensar en cuáles son las soluciones más efectivas”, finaliza el académico.
En breve…
NOS HACE FALTA MUCHA INFORMACIÓN
JORGE ENRIQUE LINARES, FILÓSOFO
Hay que decir que el tema de la política, como asunto público, a todo mundo debería importar. Siempre está en la mente de todos y en las discusiones de todos. Poca gente es la que realmente puede sustraerse del interés de los temas electorales. Pero también hay que decir que la política siempre está relacionada con emociones. Ya se ha estudiado mucho en los últimos años, estudios neurocientíficos. De esta forma se relacionan sus opiniones o las percepciones de lo político y la política con sus emociones y por eso son temas muy controversiales y muy candentes que llegan a discusiones muy fuertes y a divisiones de personas, familias, amigos. Eso se puede ver en muchos fenómenos y seguramente va a pasar en México los próximos meses, porque se van a jugar emociones fundamentales que tienen que ver con la esperanza y con el miedo —esto lo decía un clásico de la filosofía: Baruch Espinoza, del siglo XVII.
El problema es que con una saturación y sobreinformación en los medios —y aquí está el tema de responsabilidad de los medios— esto no va a contribuir, en mi opinión, a un debate razonado, sosegado, con argumentos, ni entre los políticos ni entre los ciudadanos. Es inevitable que estas discusiones van a ser muy intensas, muy fuertes, de mucha polarización. Lo que debemos hacer los ciudadanos es entonces buscar información fidedigna, recabar información estadística, no solo de encuestas sino de cómo está el país y sobre la perspectiva de cómo mejorar la situación que, en términos generales, tanto económicos, como políticos, como en temas de seguridad pública no se ven muy satisfactorias para los próximos meses.
Nos hace falta desde luego mucho más información, discutir con argumentos, fomentar que tanto en la familia y los amigos discutamos con argumentos. Es imposible evitar las pasiones, pero si tenemos argumentos, si tenemos datos y razonamos los hechos, podremos tener una discusión política mucho más productiva tanto en la familia como en el ámbito público.
Tenemos que reconocer que el nivel de nuestros partidos políticos, de nuestros gobernantes, indica el nivel de la cultura política del país. Nos ofendemos y nos escandalizamos de la gente que está en las funciones de gobierno, pero pues esa es la cultura política de todo el país. Quizá no lleguen los mejores allí, pero a lo mejor el propio sistema social no lo permite. Creo que tenemos que avanzar todavía mucho en conformar instituciones más democráticas, instituciones ciudadanas, organizaciones civiles que, como digo, no sean solamente reactivas o que solamente definan egoístamente sus particularidades locales y que verdaderamente participen en el ámbito público para exigir rendición de cuentas o para presionar a los gobiernos en un buen sentido, no por persecución política o por afiliación a una y otra bandera, sino realmente con una tarea ciudadana. Eso nos ha faltado muchísimo.
HAY QUE HACER DE LAS LEYES UN ALIADO
ISRAEL COVARRUBIAS, SOCIÓLOGO
Hay varios hechos que han empujado al ciudadano a los márgenes de la vida política. El primero, la profunda ignorancia de los partidos políticos con relación a las expectativas y percepciones ciudadanas en torno a lo que sí y a lo que no pueden hacer los partidos para responder con suficiencia a esas expectativas. Parece que los partidos se han erigido en auténticos tótems con verdades únicas (son ellos los que deciden, los que fantasean sobre los problemas sociales, sobre qué necesita la sociedad y qué puede hacer la política para contribuir en ello); el segundo, la centralidad política que produce el régimen de la comunicación al sobreexponer a los líderes de los partidos y en general a los políticos, como si todo problema societal tuviera respuesta en la política; al final, hemos idealizado en exceso el lugar que ocupa el ciudadano en la vida pública de nuestro país: pareciera que se desea un ciudadano atento al 100 por ciento a cada una de las acciones de la política, cosa que sucede, repito, en la fantasía de los partidos y de la política. El tercer factor tiene que ver con los resultados mediocres que justo ofrecen los partidos (todos) a la ciudadanía: más inflación y alza de precios, más inseguridad, más desorden social y menos responsables del desastre en el cual está caminando el país.
Es crucial que imaginemos y esperemos en el mediano plazo una ciudadanía que haga suyo el sueño de una vida política republicana, donde la política de la palabra sea el arma principal para dirimir nuestros conflictos —y no las armas, la descalificación o la mentira como hoy en día resolvemos aquello que nos aqueja—. Y que haga de esa política de la palabra el mecanismo para construir formas de socialización política que no pase por los partidos, sino por una conjugación horizontal donde cada recurso ciudadano sea una posibilidad de abrir el mundo compartido al principio común de responsabilidad: en general, somos buenos para dar consejos y decir cómo resolver los problemas o señalar en qué falló el otro, pero somos incapaces de aceptar nuestra responsabilidad por las malas decisiones que tomamos, nos encantan los juegos del poder y no la obligación de dar respuesta a nuestros actos, sobre todo en aquellas ocasiones donde esas decisiones afectan nuestro entorno cercano, como el familiar, pero también el social, donde la ciudadanía interactúa.
Mientras sigamos mirando solo a las estructuras de representación, seguiremos extraviados con relación a qué se necesita para destrabar la puerilidad en la cual está enganchada la política mexicana en los últimos años. Hay que hacer que las leyes sean un aliado de la sociedad y no del poder político. Y entender que nuestro país es un conjunto de regiones que tienen necesidades y expectativas diversas unas de otras.
POLÍTICA NO ES SOLO EL VOTO
ADRIANA SEGOVIA, PSICOANALISTA
Si se entiende la política como espacio de gestión del poder, este no pertenece ni debe pertenecer solo a los partidos o a la clase gobernante. Un ciudadano común tendría que reconocer que sus acciones o inacciones también hacen política; ya sea en el ámbito social, de lo cotidiano y familiar o de la política macro. Política no es solo el voto, sino la visión de mundo y lo que se hace con ella.
Si en una familia se practica el valor de la justicia, será un valor a defender en las acciones públicas. En otras palabras, los ciudadanos plenos, que lo son porque han desarrollado una conciencia cívica por su información, reflexión y responsabilidad sobre sus actos y porque logran identificar el continuo que va de sus decisiones de lo privado a lo público, están en mejor posibilidades de ejercer su ciudadanía y derechos, que incluye el ámbito político de las instituciones. Que comprenden el voto y las acciones ciudadanas comunitarias. Quien cree que no se involucra en política en realidad está apoyando corrientes a las que les favorece la indolencia, la falta de conciencia y de acción.
En esta comunidad (de terapia familiar) creemos que el ámbito clínico es un espacio para crear conciencia sobre valores y prácticas que ayuden a las personas a tener mejores relaciones, pero esto va de la mano de la conciencia sobre la existencia y ejercicio de derechos y responsabilidades que a su vez repercute necesariamente en la formación de ciudadanos. Estoy hablando del ámbito clínico en el que me desenvuelvo, pero creo que aplica a muchos ámbitos, cada cual en su particularidad. Y así como pienso en el ámbito clínico, el desarrollo de la ciudadanía deriva del fortalecimiento de una cultura de derechos y estos se encuentran en todos los ámbitos: en los sistemas laborales, educativos, de salud y de justicia.