Una fría mañana de invierno, en uno de los vecindarios más peligrosos de Brooklyn, Nueva York, un policía novato escuchó disparos y respondió de inmediato. Mientras corría por la calle, detectó a un hombre con un largo abrigo de cuero y le ordenó detenerse. Pero el hombre no obedeció; en vez de ello, se dio vuelta, sacó un arma y soltó una docena de tiros, hiriendo al oficial en un muslo. Otra bala atravesó el hombro de un transeúnte.
Una mujer relató a otros dos oficiales de policía que los primeros disparos ocurrieron en un edificio de apartamentos cercano, en el barrio de Bedford-Stuyvesant. Los oficiales registraron el edificio y hallaron a un hombre muerto a tiros en el pasillo del tercer piso, y otro más en un apartamento del cuarto piso, con una escopeta recortada entre las piernas. La mujer dijo a los detectives que, antes del tiroteo, Gerald Spencer (26 años) había entrado en el edificio con un arma, acompañado de otros dos hombres, también armados. Los investigadores ya tenían a su principal sospechoso.
Uno de aquellos investigadores era un detective muy respetado llamado Louis Scarcella, quien se hizo famoso por resolver los casos difíciles de Brooklyn en las décadas de 1980 y 1990, cuando Nueva York era una de las ciudades más peligrosas de Estados Unidos. Dos días después de que la policía encontró los cadáveres, el detective tuvo un logro importante. Scarcella y su compañero mostraron fotos de sospechosos al transeúnte lesionado, un ensamblador de muebles llamado Dick George, quien se encontraba en recuperación. Acostado en la cama del hospital, George identificó a Spencer como el pistolero del abrigo de cuero.
Más tarde, ese día, Scarcella tomó un juego de llaves que otro policía había encontrado en el bolsillo de una chaqueta de cuero abandonada en un terreno baldío, cerca del lugar del tiroteo. El detective usó las llaves para tratar de abrir los cerrojos en la casa de Spencer. Las llaves correspondían. Con esa evidencia, los fiscales llevaron el caso a juicio y obtuvieron una condena. En 1989, un juez dio a Spencer una sentencia de 58 años a cadena perpetua tras las rejas.
Spencer ha pasado las últimas tres décadas en las prisiones estatales de Nueva York, insistiendo en su inocencia. Pero en los últimos cinco años, la reputación de Scarcella se ha visto diezmada. En 2013, un juez de Brooklyn anuló una condena muy destacada por alegatos de que el detective —hoy jubilado— había inventado la confesión del sospechoso y entrenado a los testigos para que lo identificaran. Y en los siguientes años, fueron revocadas las condenas de otros ocho hombres cuyos casos investigó Scarcella.
Spencer espera ser el siguiente. Newsweek ha obtenido una nueva moción que pretende liberarlo. En ella, los abogados Pierre Sussman y James Henning afirman que hay semejanzas sorprendentes entre los casos anulados y la investigación de Scarcella en el asunto de Spencer. Según los juristas, dichos paralelismos incluyen evidencias de que el detective instigó y presionó a los testigos para que identificaran al sospechoso que quería arrestar; de que Scarcella destruyó y perdió pruebas cruciales; y de que utilizó testigos que rindieron testimonio a cambio de beneficios como una sentencia menor. “¡Este tipo hace lo mismo con todos!”, estalla Spencer, en entrevista con Newsweek. “Me implicó en un crimen con el que no tuve nada que ver”.
Los representantes legales de Scarcella afirman que fue un buen detective y que no hizo nada malo. Aseguran que la revocación de los casos en que trabajó son consecuencia de un “efecto dominó”, en que los jueces descartan veredictos de culpabilidad solo porque otros jueces hicieron lo mismo anteriormente.
La apelación de Spencer surge en un momento en que los abogados de la defensa, la fiscalía y otros actores intentan reformar el sistema de justicia criminal de Estados Unidos. Desde 2014, la Unidad de Revisión de Condenas del Fiscal de Distrito de Brooklyn ha anulado las condenas de 24 personas. Al mismo tiempo, la cifra de exoneraciones creció rápidamente en todo el país, con un récord de 166 en 2016; y según el Registro Nacional de Exoneraciones, la cantidad de Unidades de Revisión de Condenas en las fiscalías nacionales aumentó de un puñado a casi 30 en apenas una década. Entre tanto, a principios de este año, la Legislatura de Nueva York aprobó el presupuesto para grabar en video los interrogatorios de los sospechosos de delitos graves, y para reformar los procedimientos de identificación de testigos.
Semejantes reformas habrían marcado una enorme diferencia para Spencer. En 2015, la fiscalía de Brooklyn envió una carta a sus abogados que detallaba la entrevista con George. Según consta en la carta, anexa a la moción presentada por la defensa, el testigo dijo a los fiscales que no estaba seguro de la identificación de Spencer, y que manifestó claramente sus dudas antes del juicio. La misiva añade: “El Sr. George indicó a la [Unidad de Revisión de Condenas] que tenía la impresión de que el detective que le mostró en el hospital el grupo de fotografías trató de ‘ayudar’ al Sr. George para que identificara a Gerald Spencer”.
La moción señala también que, cuando Spencer al fin compareció en el tribunal, ya había transcurrido más de un año y, debido a que Scarcella no especificó que las llaves eran evidencia de un homicidio, la policía las había destruido porque no estaban marcadas, de suerte que un elemento importante en el caso contra Spencer dependió exclusivamente de la palabra de Scarcella (los abogados de Spencer creen que Scarcella pudo haber mentido en cuanto a que las llaves correspondían a los cerrojos de la vivienda de su cliente).
George, quien aportó otro fragmento de evidencia que contribuyó a la condena de Spencer, es ahora un abogado de 50 años con daño permanente en un nervio a resultas del tiroteo. Asegura estar harto de las incesantes llamadas telefónicas que le han hecho los abogados en los últimos años. “Todos dicen de todo sobre Scarpella, pero nadie dice nada sobre quién me disparó”, se queja con Newsweek, pronunciando mal el apellido del detective.
El exensamblador de muebles conserva recuerdos borrosos del tiroteo, lo cual ejemplifica algunas de las complicaciones inherentes a la investigación de casos ocurridos hace décadas. George asegura que no tiene memoria de haber dicho a los fiscales que Scarcella manipuló su identificación de Spencer. Y en vez de la afirmación que hace la carta de 2015, en cuanto a lo que dijo a los fiscales, insiste en que identificó correctamente a Spencer y que la policía puso tras las rejas al hombre correcto, por haberle disparado.
Los integrantes de la oficina del Fiscal de Distrito de Brooklyn aseguran tener al hombre correcto, y que la evidencia que reunió Scarcella fue “la guinda en un pastel de sí enorme”. En un memorando legal, presentado a finales de noviembre de 2017, los fiscales explican que Spencer era un traficante de drogas conocido que se enzarzó en una discusión con los criminales a quienes mató en el apartamento (dicen también que George no hizo sus declaraciones recientes bajo juramento y, por lo tanto, no hay motivo para revocar la condena).
Los fiscales añaden que hay evidencia de que Spencer compró el arma Mac-11 utilizada en los tiroteos; que uno de los supervivientes del apartamento lo identificó; y que uno de sus secuaces también lo señaló. Después del tiroteo, Spencer huyó a Miami, donde la policía lo encontró escondido en una secadora de ropa, cosa que los fiscales califican de una “evidencia extraordinariamente convincente de conciencia de culpabilidad”.
Los fiscales también impugnan la idea de que Scarcella haya mostrado un patrón de mala conducta, y descartan los ejemplos que esgrimen los abogados de Spencer como meros reportajes noticiosos y acusaciones no juramentadas. Sin embargo, la oficina del Fiscal de Distrito de Brooklyn se ha comprometido a revisar más de 70 casos de Scarcella por sospecha de mala conducta. “Defendemos la condena mas no al detective; y por ello, se está haciendo una revisión exhaustiva de todos sus casos”, informó una portavoz de la fiscalía, en una declaración.
Entre tanto, Spencer aguarda con ansias otro día en el juzgado. Una soleada mañana de octubre pasado, en la Instalación Correccional de Sing Sing, una oficial de correccionales le preguntó por qué se había reuniendo con un reportero. Cuando se enteró de que Spencer estaba luchando por su liberación, la oficial reveló que otro hombre, Jabbar Washington, condenado por asesinato en 1995, le dijo lo mismo a principios de año. La mujer se mostró incrédula, pero revocaron su condena y fue liberado eventualmente. El detective responsable de su caso: Scarcella. Washington lo acusó de haberlo golpeado y de estrujarle los testículos para obtener una confesión forzada.
Años antes, Spencer conoció a Washington en prisión. Ambos estaban reuniendo evidencias para sus apelaciones. Pero jamás se dieron cuenta de que sus casos tenían algo en común. “De haber sabido sobre Scarcella, creo que habríamos regresado a casa hace mucho tiempo”, dijo Spencer.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek