Parece una labor extraña para unos científicos instalados en el paraíso, quizás alguna clase de broma cruel: mantener una vigilancia constante y cautelosa sobre una erupción volcánica que ya ha durado 35 años. Sin embargo, con una cantidad sorprendentemente baja de alboroto o histrionismo, eso es precisamente lo que ocurre en la Isla Grande, donde el Kilauea sigue arrojando lava.
“Esto es bastante normal para las últimas dos décadas”, declaró a Newsweek Carolyn Parcheta, geóloga del Observatorio Volcánico Hawaiano del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés). “No esperamos que la erupción en general se detenga pronto”.
Ahora mismo, la erupción que ya lleva varias décadas arrojando lava a través de una fumarola conocida como Pu‘u ‘O‘o, es el evento moderno más prolongado, añade, pero existen pruebas geológicas de un flujo que duró alrededor de 60 años. Parcheta se muestra tranquila con respecto a toda esa roca líquida debido a que el Kilauea tiene “flujos de lava muy suaves”.
El volcán está en erupción en dos lugares: la cumbre principal y Pu‘u ‘O‘o, y los flujos actuales comenzaron en 2008 y 2016, respectivamente. El flujo de Pu‘u ‘O‘o cruza tierras de los parques nacionales y desemboca directamente en el océano. “Realmente no molesta a nadie”, dice Christina Neal, la científica a cargo del observatorio.
Sin embargo, incluso estos suaves flujos pueden volverse peligrosos si se dirigen hacia lugares habitados, como ocurrió en 2014. Y las pruebas geológicas han demostrado que el Kilauea no siempre ha sido tan gentil, y que tiene el potencial de pasar a un modo de erupción explosiva. Durante su último periodo en esa modalidad, alrededor de los años 1500 y 1800, escupió fuentes de lava de hasta 600 metros de alto y cubrió sus alrededores con un espesor de 10 metros de fragmentos de roca volcánica.
Una de las grandes preguntas que desea responder el equipo del USGS es cuánta roca fundida se está produciendo. Este es un misterio, debido a que la mayor parte de la lava fluye en tubos y termina en alguna parte del océano. Es como una manguera, dice Parcheta, pero ahora mismo no existe ninguna forma adecuada de medir estas emisiones ni de saber dónde terminan.
Para resolver este enigma, los científicos han recurrido al uso de cámaras térmicas, señala Matthew Patrick, otro geólogo del equipo del Kilauea. Esas cámaras pueden ver a través de las nubes de ceniza que salen de un volcán y medir qué tan calientes o frías están ciertas partes de lava. Esto permite que los científicos midan qué tan densa es la lava, y pueden utilizar estos datos para medir los cambios en el volumen y los índices de erupción en el sitio.
El cálculo más conservador del equipo indica que el Kilauea produce alrededor de 3,800 litros de lava por segundo en la fumarola de Pu‘u ‘O‘o (su vecino, el Mauna Loa, cuya erupción más reciente data de 1984, puede producir cientos de veces más que eso). Sin embargo, sin contar con cifras más precisas sobre el flujo de lava o con una forma de observar lo que ocurre bajo el agua, el equipo no puede averiguar en qué medida está crecido la isla debido a toda la lava que se enfría.
En este momento, no hay ninguna razón para preocuparse sobre los flujos de lava, pero pequeños cambios en la actividad volcánica podrían significar grandes cambios en el riesgo, y esa es la razón por la que existe una estación de monitoreo. Dado que el cono del volcán es bastante frágil, pueden formarse nuevas fumarolas, lo cual es una de las principales cosas que buscan los investigadores. Esta vigilancia rindió frutos el 27 de junio de 2014, cuando surgió una nueva erupción de lava en el Pu‘u ‘O‘o y comenzó a avanzar lentamente hacia la ciudad de Pahoa. Los científicos pudieron pronosticar su ruta y trabajar con las autoridades locales, aun cuando el flujo amenazó a la comunidad durante más de un año.
El monitoreo es todo un reto, en gran parte debido a que los investigadores no saben con seguridad cuáles son las señales de un cambio peligroso. El equipo estudia la conformación de los flujos de lava en caso de que observen un cambio en la composición del magma, lo que indicaría un posible presagio de actividad bajo tierra.
Algunas señales más evidentes podrían comprender el drenado del principal lago de lava o un aumento en el número e intensidad de los terremotos. Eso, señala Neal, “sería una luz roja bastante grande que indicaría que podríamos estar pasando alguna clase de conducta explosiva”.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek