Pero no es así: los que transportan sus pertenencias también son damnificados, personas que están abandonando su condición de vecinos del lugar, que han salido de edificios cercanos al de siete pisos que se derrumbó en el 107 de Ámsterdam, como el del número 102, del 99, del 95, del 17 de Parras, del 141 de Sonora y de bastantes más en un área que muy pronto verá transformado su horizonte, perdiendo numerosas alturas. A las 10 de la mañana del jueves 21, el Ejército les permitió ingresar en los que fueron sus hogares, dándoles 15 minutos para empacar lo que más necesitaban, lo que recordaron que era importante o, en realidad, lo que pudieron, y llevárselo a donde sea que hallen refugio y bodega.
La brevedad del tiempo concedido no es un capricho: en estos días se ha aprendido que uno puede entrar en un edificio que parece estable, subir “rápido” a buscar alguna cosa y no ser capaz de salir, porque el desplome apenas se anuncia y toma muy pocos segundos. Y lo que parece quieto, además, no lo está: una prueba realizada por ingenieros, colocando un rayo láser en el suelo y disparándolo hacia arriba, frente al 99, permite comparar la luz vertical con la construcción y constatar que se mueve de un lado a otro.
En 48 horas sus vidas cambiaron, pero los nuevos sin techo saben que sus quejas son casi vanas frente al desastre: el impacto del sismo del 19 de septiembre llegó con tanta fuerza que, así como ellos empezaban a salir de sus edificios y antes de que alcanzaran el pavimento, el del 107 se vino abajo y hacia el frente, arrasando el cruce con la calle de Laredo y parte del camellón. Solo pudieron salvar a un joven herido y sacar cinco cadáveres.
Mientras los afortunados desahuciados salvaban sus cosas, los rescatistas que trabajaban en ese mismo momento en el 107 pedían guardar silencio: los perros habían detectado a dos personas todavía vivas, aparentemente mujeres, y se trataba de hacer contacto con ellas, de escuchar algún sonido. Estaban debajo de dos pisos de escombros y se había optado por llegar a ellas perforando por los lados. En la noche anterior había llovido por horas.
DE LAS RESIDENCIAS A LOS BARES
Primero fueron los terrenos de la hacienda de la Condesa de Miravalle y, después, un hipódromo (de ahí el trazo oval de la avenida Ámsterdam y del Parque México) y una plaza de toros (el Parque España). En 1927 fueron fraccionados en lotes para residencias construidas bajo los dictados del movimiento artístico y arquitectónico predominante en la época, el art decó.El concepto de las flamantes colonias Hipódromo, Condesa e Hipódromo de la Condesa (conocidas genéricamente como la Condesa) reservó amplios espacios para áreas verdes y puntos de reunión pública, y aceras anchas para permitirles dar paseos agradables a los residentes.
El auge inmobiliario de los años 70, del que son producto edificios como el 141 de Sonora y el 17 de Parras (cuyo arquitecto mostró tal incapacidad de planeación y desprecio por el entorno que construyó una rampa de salida para autos de un metro de altura sobre la banqueta, que fuerza a los peatones a bajar a la calle para rodearlo), reemplazó la belleza de la década de 1920 por los costos bajos y el aprovechamiento máximo del terreno, levantando torres de departamentos donde antes había casas.
Una de ellas es la del número 99 de Ámsterdam. Resistió el temblor de 1985, pero con daños que la mantuvieron vacía hasta 1990, cuando reforzaron los pilotes y nuevos vecinos la ocuparon. Tiene siete pisos, más una azotea con vista a las copas de los altos árboles de la Condesa, y a los tres rascacielos más altos del país, reunidos en los límites del Bosque de Chapultepec.
Ese terremoto paró en seco el proceso de gentrificación de la Condesa y cambió profundamente el carácter de este barrio, porque miles de vecinos se marcharon a colonias en terreno sólido, no lodoso e inestable como este que fue el fondo de un lago. Del origen patricio que dio paso al breve boominmobiliario, pasó a un estancamiento que devino en un nuevo desarrollo de gran poder creativo: la fuerte caída de los precios atrajo a artistas e intelectuales que relanzaron la Condesa con un carácter bohemio. A partir de la apertura de la Fonda Garufa, en la avenida Michoacán, a principios de los años 90, aparecieron restaurantes y bares de autor, estudios de arte y librerías. Su éxito fue tal que arrojó el barrio por la cuesta de la decadencia, ya en el nuevo siglo: los precios subieron, los lugarcitos acogedores fueron reemplazados por emprendimientos sin carácter y de vocación exclusivamente comercial, y retornó la voracidad inmobiliaria: nuevas torres de departamentos fueron levantadas por doquier, dañando la estética del barrio.
Había una diferencia muy importante, sin embargo, entre los edificios de los años 70 y los nuevos, que fueron construidos bajo exigencias muy estrictas, introducidas en 1986 y 1987: la Ley de Desarrollo Urbano del Distrito Federal, el Reglamento de Construcción y, particularmente, las Normas Técnicas Complementarias para Diseño por Sismos. El objetivo —proclamado en todos los tonos de voz— era impedir la repetición de la catástrofe de 1985. La ciudad estaba resignada a ser sacudida por terremotos, pero no a dejarse derribar por ellos, y los siguientes serían bien resistidos.
En el cruce de la Avenida México y Chilpancingo, colonia
Condesa, un edificio de departamentos quedó por completo inhabitable. A punto
del colapso, el área fue acordonada. Aún no se sabe si será demolido. FOTO:
ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
“EL PROBLEMA ES LA CORRUPCIÓN”
El gobierno y buena parte de la ciudadanía quisieron pensar que se había logrado el objetivo. Pese a que el terremoto del 7 de septiembre pasado registró 8.2 grados Richter —mayor que el de 8.1 que provocó la devastación en 1985—, no hubo derrumbes en la Ciudad de México; pero se desestimó que, en realidad, el impacto había sido mucho menor porque, en lugar de haber tenido epicentro en las cercanas costas de Michoacán, lo tuvo en las de Chiapas, mucho más lejos.
El de 12 días después, en cambio, tuvo origen a solo 130 kilómetros de la capital, y aunque fue bastante menor en la escala, sus 7.1 grados sí derribaron al menos 47 edificios en la entidad, más de la mitad de los cuales estaban en las delegaciones céntricas: 14 en Benito Juárez y 13 en Cuauhtémoc.
Aunque hasta el momento no se ha hecho público un conteo oficial, parece —a juzgar por los reportes de nuevos damnificados— que también habrá un número alto de construcciones desahuciadas.
Los edificios de Ámsterdam 107 y 95 son posteriores a los años 80; el segundo, con su modernista cobertura en tono amarillo, tiene tan solo cuatro años. Ahora a sus residentes los han obligado a dejarlo, en tanto que los del 107 lamentan la pérdida de sus familiares y su patrimonio.
El caso más sonado de esta tragedia, el del Colegio Rébsamen, en la zona de Coapa, donde murieron decenas de niños y algunos maestros, es parecido: aunque la estructura principal tiene alrededor de 40 años, y se mantuvo en pie, los vecinos indican que la parte que se derrumbó, el anexo —con el departamento en el techo que se construyó la directora—, fue añadida hace tres años.
Igualmente, se vino al piso el supermercado Soriana ubicado en Tlalpan y Taxqueña, en la colonia Campestre Churubusco: tanto escuelas como superficies de comercio como esa requieren una licencia especial bajo regulaciones aún más severas, que incluyen obtener un visto bueno de seguridad y operación.
“Estamos muy avanzados en las reglas”, resumió Héctor Méndez, líder desde 1985 del famoso grupo de rescatistas llamado Topos Azteca. “El problema es la corrupción”.
Falta por realizar un censo de daños en el que se pueda identificar cuántos inmuebles recientes cayeron o serán demolidos, y cuántos más antiguos siguieron en pie hasta su destrucción, a pesar de que durante décadas se realizaron inspecciones y se exigieron obras de mejora (como las que se le hicieron al edificio de Ámsterdam 99) que, finalmente, no les permitieron resistir los sismos.
En el caso de la Condesa, los derrumbes y derribos liberarán espacios que atraerán nuevas inversiones inmobiliarias, dependiendo de cuánto tarde el terror en disiparse, los residentes en dormir tranquilos y, los compradores, en volver a animarse a arriesgar.
DOLOR E INCERTIDUMBRE
Pese al desastre, la colonia Condesa parece tener más vida en estos días que en sus mejores tiempos: abundan los vehículos oficiales que transportan soldados y policías, pero la gran mayoría de los presentes son civiles. Llevan palas, transportan objetos en motocicleta, recorren en brigada las avenidas, reparten agua, preparan meriendas, siguen trabajando en la esperanza —cada hora menor— de rescatar con vida a alguien.
La circulación de vehículos ha sido interrumpida en numerosas vías y hay zonas peligrosas a las que no es posible acercarse, pero en las demás rutas hay tanta gente activa que supera la afluencia de las mejores noches de parranda.
Los parques México y España —escenarios de antaño en los que competían caballos y lidiaban toros— son ahora bases de operaciones tan eficaces que envían víveres y herramientas a 200 kilómetros de distancia, hasta localidades del estado de Morelos, también muy golpeadas por el terremoto y a las que la ayuda había tardado en llegar.
En la televisión, los gobernantes de la ciudad y de la república felicitan a los mexicanos por su maravillosa respuesta, y conductores de trayectoria como Joaquín López Dóriga recuerdan, en cada oportunidad, que en 1985 México tenía un presidente que se escondía ante la magnitud del desastre, pero ahora, según él, hay uno muy distinto que lo enfrenta desplegando su gran liderazgo.
Es una movilización enorme en la que los ahora exvecinos se pierden o son confundidos con donadores. Y no se pueden quejar porque los que murieron y los que todavía esperan el rescate, atrapados entre los escombros, son los mismos con quienes se cruzaban en la calle, compartían la cola en el súper y, acaso, se sentaban a tomar café en las terrazas que ocupan las anchas aceras aristocráticas de una Condesa que, de nuevo, se ve telúricamente arrojada a otra época de dolor e incertidumbre.
LEE ADEMÁS:
Bailar al son de un sismo atípico