CUANDO APENAS cuenta con 13 años, el joven Antonio Negrín,
hijo de una influyente funcionaria de cultura y de un político priista, se
apunta un revólver a la cabeza, y aprieta el gatillo, en pleno salón de clases.
La aparente normalidad de la familia Negrín se cimbra tras el inexplicable
suicidio del adolescente, estudiante en un colegio de los Legionarios de
Cristo. Desesperada, la madre contrata al abyecto detective Max Retana para que
intente investigar por qué su hijo se quitó la vida.
Sin embargo, aunque la investigación y las entrevistas con
los familiares del menor, maestros y compañeros de clase hacen que el detective
conozca la intimidad de la familia y descubra secretos enterrados en el fondo
de la casa llenos de polvo con intrigas, mentiras y amores ilícitos, la clave
del misterio podría estar en una niña, hermana del adolescente, que entra en
éxtasis para transformarse en la mismísima Frida Kahlo.
En la novela La niña Frida, publicada recientemente por
la editorial Alfaguara, el autor, David Martín del Campo, también se sirve de
un ladrón de obras pictóricas y un cuadro de Miguel Covarrubias que nadie ha
visto y es leyenda en el mundo del arte para viajar a los años trágicos que
sobrellevó la prodigiosa pintora mexicana.
“Hace tiempo yo vivía a dos cuadras de la Casa Azul de los
Kahlo, y una madrugada de parranda se me apareció una niña que caminaba delante
de mí”, relata Martín del Campo en entrevista con este medio. “Claro, al día
siguiente, con aspirinas y alkaseltzers, recapacité sobre el asunto. Pero se me
ocurrió que había una necesidad, hablar sobre la infancia y adolescencia de
Frida porque se ha escrito solo de la Frida madura, ya casada con Diego, y del
aspecto de su formación y su relación con su padre, el fotógrafo Guillermo
Kahlo”.
Empero, aclara el escritor, este anecdotario sobre Frida es
solo de contexto, pues en realidad lo que la novela pretende es resolver el
caso de un niño de 13 años que se quita la vida: “La investigación avanza hasta
llegar al personaje más interesante, la madre del niño, Alejandra Llure, de
quien se relatan los amores que ha tenido y su desarrollo como museógrafa e
investigadora del arte en México. Ella tiene un libro publicado, una biografía
de Frida Kahlo, que su hija recita capítulo por capítulo. Pero la niña
enloquece, de pronto entra en trance y se apropia y se vuelve Frida Kahlo”.
David Martín del Campo, autor de La niña
Frida, nació en la Ciudad de México hace 65 años y ha publicado más de
veinte novelas, varias de las cuales han merecido premios como el Mazatlán de
Literatura, el Nacional de Literatura Monterrey-IMPAC y el Internacional de
Novela Diana. Periodista de profesión, gran parte de su vida la ha dedicado a
la publicación de libros de cuento, biografías, crónica y literatura infantil.
Su novela Dama de noche fue llevada al cine. Hoy es miembro del Sistema
Nacional de Creadores de Arte.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
—Además de contar la niñez y adolescencia de Frida, ¿qué más
pretende, David?
—También busco hacer una especie de crítica a esta
fridomanía que hay, tan chabacana y tan vulgar, que pone la imagen de Frida en
camisetas y en calzones, lo que ella nunca hubiera querido. Ella fue una mujer
muy rebelde, militaba en el Partido Comunista, y creo que fue la primera
feminista que enarboló la bandera como tal. Su vida, y la novela así lo
retrata, es una sublimación en términos psicoanalíticos, y lo que la redime es
el arte, la pintura. Y cosa curiosa: antiguamente se decía que Diego Rivera
tenía una esposa que pintaba unos cuadros muy bonitos y peculiares; y pasa el
tiempo y ahora se dice: creo que Frida Kahlo tenía un marido que pintaba
murales.
—Pese a todo, esta es una novela policiaca, no sobre el
arte…
—Homenajeo el género porque desde muy joven soy lector de
novela policiaca. Conocí a Manuel Vázquez Montalbán, él me dio algunas
lecciones sobre cómo escribir este género, su lección es que la economía del
lenguaje es la base de todas las actividades artísticas. Entonces homenajeo el
género con esos términos y me ha surgido la picazón de a lo mejor continuar con
una zaga de dos o tres novelas con Max Retana, un antihéroe, un hombre no
admirable y que tiene un pasado bastante oscuro y corrupto, pero que busca
redimirse en el servicio de resolver los casos que tanto les duelen y causan
angustias a las personas.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
—¿El misterio del cuadro de Miguel Covarrubias puede
resolverse con la novela policiaca?
—Existe la historia de un cuadro secreto, prohibido, que yo
creo que pintó Miguel Covarrubias, de Frida Kahlo a los 16 años desnuda,
despatarrada. En la novela, el personaje en algún momento descubre un cuadro de
Juan Soriano, muy tremendo, y casualmente le quita las grapas y atrás está el
de Frida. Esa pintura es el santo grial de la plástica, es un cuadro del que
todo el mundo ha hablado, pero que nadie ha visto. Se sabía que lo tenía
Salvador Novo y que se lo habría heredado a Carlos Pellicer, y cuando lo
descubren se vuelve una revolución. Eso ocurre en medio del famoso robo a la
casa de Pellicer, en 1976; un bandido entró en su casa y robó dos cuadros de
José María Velasco, y a las tres semanas Pellicer murió de tristeza. Eso me dio
el contexto para escribir una novela que pisa mucho la historia y el desarrollo
de la pintura en México, algo de lo que no se habla mucho. Y, al mismo tiempo,
se trata de resolver el caso de un suicida que finalmente se esclarece.
—¿Es decir que la novela policiaca puede romper el
tradicional esquema de crimen-investigación?
—La novela policiaca permite adentrarnos en la conciencia de
las personas y, digamos, en el ánimo y moralidad de las familias porque uno va
preguntando, preguntando, preguntando. La función del detective es preguntar
qué ocurrió y por qué para llegar a las razones fundamentales. Leonardo Padura,
el escritor cubano, con su personaje Mario Conde se mete, indaga, resuelve, en
la Cuba semicontemporánea, y Graham Greene, en El americano
impasible, se mete y resuelve sobre la guerra en Vietnam. Igualmente, mi
personaje se mete en el mundo de los suicidios infantiles, que no son tan
infrecuentes y, cosa curiosa, al lector le facilita conocer otras
circunstancias interesantes, como la vida medio fantasma de Frida que ha
permeado en la sociedad mexicana en los últimos treinta años.
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