Ahora que el mundo tiene en
la mira al presidente sirio Bashar al-Assad, un dictador asesino que lanza
armas químicas contra civiles, es difícil evitar las referencias a Adolf
Hitler.
Ningún gobierno de la
historia lanzó más armas químicas contra no combatientes que el Tercer Reich. Este,
desde luego, fue precisamente el hecho que Sean Spicer, secretaria de prensa de
Donald Trump, olvidó mencionar en su conferencia de prensa realizada el 11 de
abril, donde argumentó que ni siquiera Hitler se había rebajado tanto como
para usar armas químicas.
La explicación más sencilla
sería que Spicer no es especialmente competente, se puso nervioso y cayó en un
error de categoría: al pensar únicamente en el uso de armas químicas “en el
campo de batalla”, hizo una declaración que era técnicamente verdadera en un
sentido muy estricto (la Alemania nazi no utilizó armas químicas en operaciones
de combate regulares).
Aun así, sigue habiendo algo
raro acerca de este error en particular, porque sigue habiendo algo raro al
hacer referencias a Hitler, especialmente en el contexto del uso de gases en la
guerra, sin tener muy presente al Holocausto.
Timothy Snyder, importante historiador de
Europa en el siglo XX y del Holocausto, llama a esto una trivialización que se
encuentra en el mismo espectro que la negación, encontrándose esta última en el
extremo, mientras que la primera aparentemente está diseñada para oscurecer y
minimizar lo que hizo el régimen nazi, específicamente contra el pueblo judío.
El error de Spicer tampoco es un hecho
aislado. En sus primeros días en el cargo, la Casa Blanca de Trump lanzó una
tristemente célebre proclamación donde reconocía el Día de Conmemoración del
Holocausto, en la cual no se mencionó que la categoría más grande de víctimas
la conformaron los judíos europeos.
Deborah Lipstadt, una de las autoridades
más conocidas del mundo en relación con la negación del Holocausto, dijo que la
defensa de esta decisión por parte del gobierno (diciendo que deseaba ser
“incluyente” con las víctimas no judías) era una forma de “negación suave del Holocausto”.
La campaña presidencial de Trump fue acusada de hacer referencia a las tropas
antisemitas en varias ocasiones.
Por cuestiones de argumentación,
supongamos que existe un patrón más amplio en esta tendencia trumpista de
aludir indirectamente al antisemitismo. Supongamos que la mentalidad de la Casa
Blanca de Trump es tal que, en cierto sentido, impulsa a Spicer hacia patrones
de pensamiento que pasan por alto el antisemitismo, que fue un elemento central
para el Holocausto.
La pregunta es, ¿por qué? ¿Qué es lo que Trump
puede obtener al fomentar el sentimiento antisemita en Estados Unidos?
Estados Unidos no está muy lejos de ese
sentimiento antisemita ni carece de historias de antisemitismo (y esto también
se aplica a la derecha estadounidense). Pero también sería muy fácil
sobreestimar la hostilidad hacia los judíos estadounidenses: en una encuesta
realizada en febrero de 2017, se encontró que, de todos los grupos religiosos
estadounidenses, los estadounidenses sentían una “mayor calidez” hacia los
judíos.
Existen al menos dos posibilidades que se
derivan de la ideología étnico-nacionalista y populista de derecha radical de
Trump. También existe una tercera que en realidad se distingue del
antisemitismo, pero se relaciona más con su populismo.
Hipótesis número uno: El gobierno de Trump
utiliza señales ambiguas para lograr el apoyo de votantes específicamente
racistas
No es ningún secreto que Donald Trump ha
logrado el apoyo del movimiento “alt-right”, que es la abreviatura de un
término que designa a una variedad de pensamiento de derecha profundamente
nacionalista blanco o étnico-nacionalista, antielitista, antiliberal y
frecuentemente misógino que se presenta como alternativa al conservadurismo neoliberal
y partidario de un gobierno pequeño, tipificada por el Vocero de la Cámara Paul
Ryan o por el conservadurismo religioso/social asociado al vicepresidente Mike
Pence.
Esta porción de la derecha suele adoptar
el antisemitismo, aun cuando el Partido Republicano no se incline a ello.
En su excelente libro The Politics of
Fear (La política del miedo),Ruth
Wodak aborda las estrategias de comunicación de los partidos populistas de
extrema derecha. Estos últimos son coaliciones, por una parte, de neofascistas
y personas abiertamente racistas, y de un electorado mucho más amplio de
votantes populistas quienes, aunque están más inclinados a adoptar el
autoritarismo y a oponerse a la inmigración, aun así adoptan ciertos principios
mínimos de democracia liberal.
A este último electorado no le interesa
revivir el fascismo y tiene muy arraigados ciertos tabúes posteriores a la
Segunda Guerra Mundial contra el antisemitismo y el racismo biológico a
ultranza.
Wodak muestra cómo los líderes populistas
de extrema derecha utilizan una “ambivalencia calculada” en forma de
declaraciones que indican simpatía hacia los elementos neofascistas, racistas o
antisemitas de sus coaliciones, pero sin hacerlo abiertamente, de manera que la
mayoría (relativamente) más moderada de su electorado puede fingir que sus
líderes, y por extensión, que ellos mismos, no son racistas.
Wodak menciona el uso del slogan “Más
valor para la sangre vienesa” utilizado por el Partido de la Libertad de
Austria. Al enfrentar acusaciones de racismo, el partido afirmó que solamente
citaba una opereta del siglo XIX (escrita nada menos que por un compositor
judío), por lo que no podía ser racista. Los moderados podían creer en la
negación, mientras que los extremistas podrían pasarla por alto.
Jennifer Saul hace una observación similar
acerca de Trump, señalando que les quita fuerza a sus afirmaciones más
abiertamente racistas utilizando excepciones verbales, concediendo a sus
partidarios una “hoja de parra” que les permite esconder y negar lo que, por
otro lado, es un racismo evidente.
En el caso de Spicer, la “ambivalencia
calculada” funcionaría así: el movimiento alt-right puede fingir que el
gobierno de Trump tiene una visión más “matizada” de Hitler y de su régimen,
por lo que se siente menos perturbado por el Holocausto.
Los republicanos convencionales pueden
desestimar el error de Spicer como solo eso: un error. Y, de hecho, ambas
interpretaciones podrían contener un mínimo de verdad: Spicer cometió un error
al hablar, pero quizás esto se debió a que su jefe no se siente demasiado
preocupado por el Holocausto.
Mostrar una falta de preocupación sobre el
Holocausto también podría ser una forma de indicar que la Casa Blanca de Trump
continuará promulgando políticas antiinmigración.
La proclamación del Día de Conmemoración
del Holocausto fue emitida el mismo día que la primera prohibición de viajar a
personas provenientes de siete países de mayoría musulmana. El error de Spicer
se produjo justo antes de que el Procurador General Jeff Sessions prometiera
redoblar las deportaciones y declaró, “Es aquí, en este pedazo de tierra, donde
asumimos por primera vez nuestra postura contra esta inmundicia”.
Resulta revelador que la declaración de Spicer
se haya producido después de una erupción de ira del movimiento alt-right
contra el gobierno de Trump por intervenir en Siria. El movimiento alt-right estadounidense
tiende a ser aislacionista y a practicar un nacionalismo más bien defensivo, de
manera muy semejante a sus antepasados aislacionistas en vísperas de la entrada
de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Cadáveres esparcidos en una de las tres fosas a cielo abierto en el
campo de concentración de Bergen Belsen entre el 15 y el 16 de abril de 1945.
Hipótesis número dos: “Troleo” de los
medios de comunicación
En palabras de Wodak, la “ambivalencia
calculada” tiene una ventaja adicional, pues genera un “escándalo” que atrae la
atención del público, con todo y la predecible indignación de los medios de
comunicación. A su vez, los populistas de extrema derecha utilizan esto para
condenar a los medios de comunicación elitistas y para afirmar que son víctimas
de todo el asunto. La secuencia de escándalo-indignación-victimización crea una
“máquina de movimiento perpetuo populista de extrema derecha”.
Si hay una constante que una a Trump con su
pensamiento y sus votantes, es el populismo, en la percepción de Cas Mudde de
una “ideología poco centrada que considera que la sociedad está separada
definitivamente en dos grupos homogéneos y antagonistas, ‘las personas puras’ y
‘la elite corrupta’”.
Evidentemente, los medios de comunicación
son una parte de esa élite y ellos, al igual que los intelectuales y, más en
general, “el orden establecido”, rechazan el antisemitismo y el fascismo. Por
ello, minimizar el Holocausto es una manera de iniciar una pelea contra la
élite en la que toda la coalición populista de extrema derecha puede tomar
parte, independientemente de si se trata de votantes republicanos
convencionales, trabajadores desertores del Partido Demócrata, o personas
abiertamente racistas. “Miren, aquí están otra vez los medios de comunicación
acusando falsamente de racismo a Trump [y por extensión, a sus votantes]”.
Esta especie de antielitismo podría ser el
rasgo más común de las políticas populistas de extrema derecha en el ámbito
internacional, incluso por encima de la xenofobia, el nativismo o cualquier
programa socioeconómico específico.
Es importante mencionar que el movimiento alt-right
comparte este antielitismo. Incluso Milo Yiannopoulos, una de las figuras
públicas más visibles de dicho movimiento, lo reconoce en su guía para el
movimiento alt-right, señalando que una sección del mismo (“El equipo Meme”) es
interesante principalmente como “un medio para poner nerviosos a sus abuelos”.
Así, de manera intencional o no, es
posible que Spicer se haya incorporado a una estrategia para provocar una
tensión perpetua con los
medios de comunicación, la cual, a su vez, uniría a
los partidarios bajo un mensaje populista más amplio.
Hipótesis número tres: Trump es tan hostil
al gobierno que promueve deliberadamente a personas incompetentes para gobernar
A diferencia de las dos primeras, esta
hipótesis acepta que Spicer simplemente se equivocó. Sin embargo, está
arraigada en el populismo y el antielitismo del gobierno de Trump.
Varias de las personas nombradas por Trump
para ocupar altos cargos han provocado controversias porque los críticos
consideran que carecen de una experiencia adecuada y/o expresan una hostilidad
ideológica hacia las funciones de sus nuevos cargos.
Betsy DeVos, la Secretaria de Educación de
Trump, está a favor de dirigir fondos públicos a escuelas privadas y mostró una
considerable ignorancia sobre la política de educación durante sus audiencias
de confirmación.
El administrador de la Agencia de
Protección Ambiental manifestó sus dudas sobre la función del dióxido de
carbono en el calentamiento global.
En general, el personal de política
exterior de Trump carece de cualquier experiencia diplomática.
Dado que nací en Texas, por favor
discúlpenme si no dedico mucho tiempo al Secretario de Energía Rick Perry.
Si, en términos generales, el antielitismo
une a los votantes populistas de extrema derecha, entonces, en términos
generales, la hostilidad hacia el gobierno une a los populistas de extrema
derecha y a otras facciones del Partido Republicano.
Para los populistas, el gobierno forma
parte de la elite; Steve Bannon, a quien frecuentemente se le relaciona con el
movimiento alt-right, considera al “estado administrativo” como un enemigo
ideológico. Para los republicanos convencionales, el gobierno es una carga
opresiva para los empresarios, los contribuyentes, el libre mercado y las
personas piadosas.
El hecho de contratar a personas que odian
al gobierno es una forma de domar a la bestia; contratar incompetentes es otra,
como lo demuestra el hecho de que el gobierno siempre es el problema.
Este tipo de nombramientos de personal
totalmente contrarios al sentido común por parte de los republicanos es muy
anterior a Trump. Reagan nombró figuras partidarias de las empresas y
contrarias a la conservación para ocupar puestos con responsabilidades
ambientales, como el Secretario del Interior James Watt y la Administradora de
la Agencia de Protección Ambiental Anne Gorsuch.
Paul Krugman describió esta práctica en un
artículo publicado en 2005 sobre el gobierno de Bush, en el que detallaba su
torpe respuesta ante el Huracán Katrina. Es posible que Spicer simplemente sea
incompetente y que incluso haya sido elegido debido a ello. Dado el desdén
populista hacia los medios de comunicación convencionales, quizás esta decisión
sea, por sí misma, una señal de desdén.
Entonces, ¿Donald Trump es un negador del Holocausto?
Probablemente no.
Sin embargo, es alguien que necesita el
apoyo de personas que sí lo son, y de personas que se sientan felices al
imitarlas si ello implica distinguirse de los “liberales retardados mentales” y
de los “cosmopolitas”; al igual que Karl Lueger, alcalde de Viena a finales del
siglo XIX, se siente feliz al condenar públicamente a los judíos mientras que
mantiene íntimos lazos con el pueblo judío, como su asesor y yerno Jared
Kushner. (Lueger dijo una vez, “Yo soy quien decide quién es judío”).
Otros populistas de derecha se relacionan
con los judíos y con el Holocausto de una manera igualmente hipócrita. Él es
también una persona con un gran interés en sabotear a su propio gobierno.
El verdadero insulto no es la negación del
Holocausto, sino la instrumentalización de sus víctimas mientras el gobierno de
Trump trata de administrar sus distintas coaliciones e intereses.
—
Ben Margulies es miembro del cuerpo docente posdoctoral de la
Universidad de Warwick.
—
Este artículo apareció originalmente en el sitio web de la London School of Economics
El presente artículo presenta el punto de
vista del autor y no la postura de USApp– American Politics and Policy, ni
de la London School of Economics.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek