En todo lugar y toda era —desde la China antigua hasta la Alemania Oriental— los muros han creado fracturas, divisiones, injusticia. Entonces, cuando un político anuncia la construcción de un muro, la primera pregunta que deberíamos hacer es: ¿Cuál es su propósito? Y luego: ¿Mejorará o empeorará las cosas?
El 28 de febrero, en su primer discurso ante el Congreso de EE UU, el Presidente Donald Trump afirmó su compromiso con desarmar los cárteles criminales que han esparcido drogas por todo Estados Unidos. Él reiteró su compromiso con el “gran muro” a lo largo de la frontera con México como un pilar fundamental de su estrategia, garantizando que el muro será “un arma muy eficaz contra las drogas y el crimen”.
No es la primera vez que Trump ha promocionado su muro como una medida antinarco. Y no será la última. Sin embargo, cualquiera familiarizado con el poder de los cárteles mexicanos sabe que esto es una mentira. La barrera, la cual ya cubre un tercio de la frontera con México, no ha detenido las drogas ni a los cárteles, y cerrar las brechas no cambiará eso. Existen medidas más eficaces y menos costosas para combatir a los narcos, desde mejores normas contra el lavado de dinero hasta legalizar las drogas y así derribar la fuerza vital de los traficantes. Pero un muro es simbólico, y da un mensaje: estamos trabajando para ustedes, y lo hacemos concretamente. Pueden verlo, ladrillo por ladrillo.
El muro que ahora se yergue entre Estados Unidos y México fue un proyecto bipartidista, creado al paso del tiempo por republicanos y demócratas para tranquilizar a un electorado asustado. Estaba destinado a evitar el flujo de latinoamericanos quienes quieren cruzar ilegalmente la frontera, y detener a las organizaciones narcotraficantes a lo largo de la frontera —tanto los productores sudamericanos como los distribuidores mexicanos— que venden sus productos ilegales y lavan dinero.
Un muro hará poco para detener a los cárteles de drogas, los cuales han hallado maneras creativas de introducir drogas a EE.UU. OFICINA DEL APOYO GENERAL DE MÉXICO / AP
A pesar del muro, los cárteles mexicanos desde hace mucho se las han arreglado para meter drogas en EE UU con gran variedad de medios: catapultas, alas delta, túneles subterráneos, incluso submarinos. Y las drogas de México a menudo todavía entran a Estados Unidos a través de los cruces fronterizos oficiales: con más de medio millón de personas entrando de México a EE UU todos los días, es imposible revisar todo auto, motocicleta, camión y autobús turístico.
Los narcos a menudo sujetan la coca a la parte inferior de vehículos que tienen permiso para cruzar la frontera en un carril especial; los mejores mensajeros son aquellos quienes ni siquiera saben que están contrabandeando. Incluso son capaces de ocultar el olor de la cocaína —y engañar a los perros antinarcóticos— al añadir café o pimienta roja al exterior de los paquetes. En cuanto el vehículo pasa al otro lado de la frontera, ellos hallan la manera de recuperar las drogas. Mientras EE UU siga siendo el consumidor de cocaína más grande del mundo, y mientras México continúe proveyéndola, ningún muro será capaz de detener el comercio.
Hasta ahora, el muro ni siquiera ha detenido el flujo de inmigrantes indocumentados quienes tratan de cruzar la frontera, arriesgando sus vidas en el desierto y enriqueciendo a los traficantes de humanos quienes son controlados por los cárteles. Estos migrantes cruzan en busca de trabajos honestos, de una mejor vida para sus familias. Incluso algunos huyen de la violencia provocada por la guerra contra las drogas. Al contrario de la insinuación racista de Trump, no son miembros de cárteles. Pero el muro ha permitido que los cárteles exploten a algunos de ellos: si un migrante no tiene los $1,500 a $2,000 dólares requeridos para pagarle a un coyote, él puede eliminar su deuda mediante colocar cocaína en su bolso antes de cruzar la frontera.
El muro tampoco ha detenido el lavado de dinero de los cárteles. Un estudio de 2012 hecho por dos economistas colombianos, Alejandro Gaviria y Daniel Mejía, reveló que 97.4 por ciento de los ingresos del narcotráfico en Colombia es lavado por redes bancarias estadounidenses y europeas a través de diversas operaciones financieras.
El caso de Wachovia es un ejemplo patente. Entre 2004 y 2007, varios millones de dólares pasaron de las arcas del cártel de Sinaloa a las cuentas bancarias de Wachovia a través de casas de cambio. Estas oficinas mexicanas recibían el efectivo, abrían cuentas administradas por una sucursal de Wachovia en Miami y transferían electrónicamente el dinero a cuentas en EE UU. Wachovia no respetó el protocolo contra el lavado de dinero en la transferencia de más de $378,000 millones de dólares. De esa suma enorme, por lo menos $110 millones de dólares provenían del narcotráfico y terminaron en redes bancarias internacionales. En 2010, Wachovia negoció un acuerdo por $160 millones de dólares ($110 millones de dólares en incautaciones además de una multa de $50 millones de dólares) con las autoridades federales. Pero esa cifra es irrisoria en comparación con las ganancias del banco.
Todos —los narcos, los bancos, las casas de cambio— se beneficiaron a pesar del muro porque los contrabandistas ya no cruzan fronteras con portafolios llenos de dinero. Ahora el dinero se mueve directamente desde México con un clic. Pero recientemente la Clearing House, una organización que representa a los bancos estadounidenses más grandes, anunció que planea proponerle al gobierno un nuevo sistema de normas contra el lavado de dinero. Este sistema reduciría los requisitos actuales (los cuales incluyen completar un reporte de toda transacción que pudiera ser criminal), aligerando así la carga burocrática y financiera que los bancos soportan en aras de respetar los actuales protocolos en contra del lavado de dinero.
“Lo que estamos presenciando hoy es la renovación del espíritu estadounidense”, dijo Trump en su discurso ante el congreso. Pero un muro no es parte de ese espíritu; es parte de una tradición más oscura y más cínica, una que no está en línea con esos derechos inalienables citados en la Declaración de Independencia: vida, libertad y la búsqueda de la felicidad. Derechos que los Padres Fundadores reconocieron para todos los hombres, no solo los estadounidenses.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek