El eterno viajero, la más reciente obra literaria de Cristina Pacheco, es un libro que reúne 47 cuentos escritos y publicados en el diario La Jornada entre principios de 2014 y mediados de 2016. El primer relato de esta compilación, titulado, justamente, El eterno viajero, está dedicado al escritor mexicano José Emilio Pacheco, esposo de la autora y quien perdió la vida hace un par de años.
“El relato lo escribí el día que se murió mi esposo”, dice Cristina Pacheco en conversación con Newsweek en Español a propósito de la publicación del libro, que fue editado en días pasados por Océano. “Yo sé que él no va a volver. Y para poder soportar eso prefiero imaginarme que está viajando y que es un viaje muy largo. Él era un hombre muy viajero, entonces esta vez el viaje será más largo. Estoy hablando de un personaje cuya ausencia es definitiva, y para poder tolerarla me imagino que solamente está de viaje y que un día va a regresar”.
Periodista, escritora y conductora de televisión, Cristina Pacheco publica en La Jornada la sección dominical “Mar de historias” desde hace 31 años. Nacida en San Felipe, Guanajuato, hace 75 años, ejerce el periodismo desde 1960, y desde 1978 es la titular del programa Aquí nos tocó vivir, que transmite el Canal 11 de televisión y que en 2010 fue reconocido por la Unesco como Memoria del Mundo de México.
Además, su serie Conversando con… se proyecta desde hace 20 años por el mismo canal. Parte de su obra literaria se condensa en obras como La luz de México, Al pie de la letra, Los dueños de la noche, Los trabajos perdidos y Sopita de fideo. Por estos y otros trabajos ha obtenido más de medio centenar de reconocimientos y premios, entre los cuales destacan el Nacional de Periodismo, el Manuel Buendía, el Rosario Castellanos y el Fernando Benítez.
(Antonio Cruz)
—Cristina, ¿cuál fue el motivante de los relatos que conforman esta compilación, El eterno viajero?
—Mi gusto por escribir historias que tengan que ver con la vida de las personas o lo que más se parezca a la vida de las personas. Si hay un tema que me interesa, lo voy desarrollando, a lo mejor me lo sugiere una fotografía o algo que escucho en la calle, o algo que recuerdo, algo que veo. Entonces, ese caso, ese fragmento de vida, me interesa y lo desarrollo en el espacio del que dispongo en La Jornada.
—Es una labor titánica escribir un relato inédito por semana, ¿no le parece?
—Sí, es una labor fuerte, pero para mí vale la pena, no me interesaría hacer ninguna otra cosa, no me sentiría tan bien como haciendo estos cuentos. Soy feliz, ahí estoy sola, invento un mundo, invento personajes, algunos son completamente ficticios, todos son ficticios por supuesto, pero algunos tienen un poquito más de alguien real, de alguien a quien aprecio o vi alguna vez en mi vida.
—Podemos decir eso de los personajes, que son irreales, pero las situaciones son muy reales.
—Pero todo es inventado, todo es una ficción. Si yo en cada cuento quiero concentrar una historia, una serie de hechos que puede ser muy grande, lo concentro y lo individualizo. Estas cosas les pueden pasar a millones de gentes, pero si yo les digo eso, usted va a decir: bueno, ¿y quiénes son millones de gentes? Ni siquiera voy a tener tiempo para mirarlas, ya no diga usted para hablar con ellas. Pero si ese millón de gentes lo concentro en una, o en tres personajes, o en una pareja, o en un niño y un anciano, ellos nos van a entregar resumido todo ese acontecimiento tan general.
(Antonio Cruz)
—¿Con qué criterio eligió las historias que conforman este libro?
—Los releí y eliminé los que coincidían mucho con otros relatos o me parecía que eran confusos. Releí mi trabajo, es muy difícil releerse, uno sufre porque ve sus errores y se critica y ya no puede cambiarlos, ya están ahí. No fue fácil, me tardé un poquito, traté de darle juego a los cuentos, que fuera sorprendente el tema de uno a otro, que cambiara el asunto. Eso me tomó tiempo, hice algo de reescritura, muy poquito, corregí algunos y otros que ya había elegido y me parecía que no estaban cumplidos, no estaban terminados, no estaban cabales, los eliminé, aunque también es difícil eliminar porque uno se encariña a veces también con un personaje.
—Ese es un ejercicio severamente autocrítico que no todos los escritores practican.
—Se tiene que ejercer la crítica todo el tiempo, sea el día que sea. Hay días que hago un cuento para el domingo, y de pronto al releerlo o al pasarlo en limpio no me gusta y digo: esto no está bien, hay que volver a empezar. Es cierto que la escritura es una cuestión de paciencia y de oído.
—¿Por qué razón parece que los protagonistas de sus relatos son la esperanza y la nostalgia y no los personajes como tales?
—Sí son los personajes como tales, solo que les pasan cosas. Yo no tengo la culpa de que haya un momento desesperanzado para todos, no puedo imbuirle demasiada esperanza a un anciano que se ve rechazado por sus hijos, por su familia entera, y no les importa el abandono. No puedo imbuirle esperanza a un viejo que dice: “Yo quiero morir. Yo no elegí el día en que nací, pero voy a elegir el día en que muero porque todos han decidido por mí, nunca he sido libre de nada, entonces déjenme morirme el día que yo quiera”.
(Antonio Cruz)
—Estaríamos hablando, entonces, de desentrañar el pensamiento, el sentimiento, de los personajes…
—No, yo simplemente escribo historias. Yo los conozco a ellos, pero no sé cómo los va a ver usted u otra persona si es que lo leen alguna vez. Yo no quiero desentrañar nada, yo quiero hacer personajes que parezcan reales, que suenen a que son reales, que hablen como hablamos en la realidad, y que les pasen cosas: que envejezcan, que pierdan la tarjeta de crédito, que tengan rabia porque no pueden tener una casa, que se enamoren tardíamente. Creo que les sucede a ellos lo que les sucede a todos. No está en pedestal ninguno, todos están a ras de suelo.
—A su juicio, ¿cuál es el reto del cuento frente al portento de la novela?
—Me gusta mucho el relato breve como tal. Me gustaría mucho escribir una novela, de hecho, lo estoy haciendo, lo he hecho, y lo que quiero decir es que no me gusta la idea de que el cuento es como la antesala para llegar a la novela, como si fuera un género menor que hay que practicar mucho para tener derecho a acceder a la novela. Yo creo que un cuento es un género tan exigente como una novela. Claro, la novela tiene más espacio, se le puede dar mayor profundidad a los personajes, pero he leído cuentos que me han impresionado a lo mejor más que muchas novelas. Escribir un cuento es como un telegrama, hay que hacer alarde de precisión. N