Con crucifijo alzado, rocío de agua bendita,
oraciones llenas de fervor y la mirada fija en el poseído, Manuel Acuña muestra
su receta para apartar al diablo en su escuela para consultores en exorcismo en
Argentina, la primera de América Latina.
“Dios me ha puesto en este camino, yo no elegí
ser exorcista. Ser exorcista es un llamado, el llamado de dios a trabajar en la
infantería entre los suyos”, dice Acuña, que se presenta como obispo
carismático luterano y dice haber hecho el mayor exorcismo del mundo.
Acuña, de 54 años, ofrece sus misas de sanación
contra hechizos y maleficios en una pequeña y modesta parroquia en Santos
Lugares, casual ubicación gracias a una donación, en un barrio de clase media
baja en la periferia de Buenos Aires.
Allí, en la parroquia El Buen Pastor, asegura que
hizo “el mayor exorcismo del mundo” en 2015, el de Laura, que había
estado diez de sus 23 años internada en un hospital psiquiátrico y hoy
“está perfectamente bien de salud”.
Con un penetrante olor a incienso, el obispo está
frente al altar donde reposan estatuillas del arcángel San Gabriel, el
“exorcista invisible”, y del arcángel San Rafael, patrono de la
salud.
“Aprender todas las herramientas es una forma
de poder combatir” al diablo, dice Luciana Jeaume, una empleada de 38 años
interesada desde pequeña por la brujería y hechicería, ahora aprendiz de
exorcismo.
El programa incluye clases de filosofía, psicología
y antropología, pero también de chamanismo, interpretación de fenómenos
paranormales y demonología, que “estudia el carácter y la función del
diablo y de todos los demonios”, explica Acuña.
Encarar al
diablo
El padre Manuel, como lo llaman todos, dice que el 4
de abril de 2001, en plena misa, una quinceañera empezó a reptar y a hablar en
otras lenguas. Pese a que la chica pesaba solo 40 kilos, Acuña necesitó de
otras ocho personas para sostenerla. Aquel día hizo su primer exorcismo y desde
entonces realizó otros mil 200.
“No tuve miedo. Ese día intercambié cartas de
presentación con el diablo”, describe este hombre que pertenece a la
Asociación de Iglesias Evangélicas Luteranas Independientes, con sede en Nueva
York.
En una pared de la parroquia, una imagen del rostro
ensangrentado de Cristo parece abrir y cerrar los ojos según desde donde lo
mire el visitante.
Mientras habla, el “obispo exorcista”,
como se presenta, levanta la cruz de madera que utiliza en las misas de
sanación, la misma que usó para exorcizar a Laura y que Dios le
“indicó en un sueño”, afirma.
Una vez por mes convoca a un ritual contra hechizos
y maleficios y la presencia de cientos de fieles obliga a cortar la calle.
Entre ellos se producen “manifestaciones diabólicas”, con gritos y
desmayos. Una mujer escupe sangre, “es porque hubo un pacto con sangre
animal”, explica el obispo.
En un pasillo decenas de fotos muestran al anfitrión
junto a personajes de la farándula vernácula y en sus apariciones mediáticas.
También se lo ve con el padre Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, aunque los
luteranos no responden al Vaticano.
“El misterio de lo invisible puede ejercer
fascinación en unos, pero también muchas críticas. No somos ingenuos, se me ha
llamado de todas formas posibles”, dice.
El pastor Esteban Tronovsky, de la Iglesia
Evangélica Luterana Argentina, que no apoya el exorcismo, considera que esta
práctica no se aprende.
“Hay cuestiones que van más allá del simple
conocimiento, que están supeditadas al mandato de Dios”, dice al marcar
distancia con esta escuela como otras tres congregaciones luteranas consultadas
por la AFP.
Aprendices
La nueva carrera busca que la práctica exorcística
sea aprendida por personas comunes. Entre el alumnado hay amas de casa,
abogados, un escritor, un arquitecto. “El consultor exorcístico va a estar
en condiciones de determinar dónde hay una manifestación diabólica, una
posesión, una opresión, una obsesión o un maleficio”, herramientas para
poder “hacer prevención espiritual”, explica Acuña.
El padre advierte contra “la brujería, la
adivinación y la superstición, porque son caminos abiertos a lo negativo y a la
presencia diabólica”.
En la parroquia hecha aula, Eduardo Klinec, un
alumno, explica con una vela en la mano a sus compañeros de clase de qué manera
prenderla para una sanación. Es su examen final de velomancia (adivinación con
velas) frente al histriónico parasicólogo Alejandro Morgan, el docente, un ex futbolista
cuyos conocimientos de ocultismo le vienen de su abuela.
“El miedo y el escepticismo se van con el
conocimiento”, sostiene Klinec, un empleado informático de 53 años que
busca compensar “lo mental, la lógica y lo material” de su vida laboral.
Los estudiantes abordan también la radiestesia
(percibir radiaciones electromagnéticas) y los eneagramas, un sistema de
clasificación de personalidad.
“Me siento bendecida de poder hacer, a esta
edad, esta carrera que me está dando respuestas a muchas experiencias de vida
que nadie me sabía dar”, afirma Gloria Sánchez, de 60 años y jubilada, que
estudió psicología social y terapias alternativas.