Perteneciente a una generación de realizadores cuya aportación al cine de los años 70 marcó un antes y un después para la cinematografía mexicana, el ya legendario Felipe Cazals realizó una visita a Tijuana para presentar su cinta Canoa (1976) en la Cineteca Tijuana (Cecut).
—Usted entabló una nueva época para el cine nacional en la década de los 70, ¿qué recuerda de esos años y cuál fue la influencia de su generación?
—Nosotros como cineastas éramos conscientes de que no podíamos hacer películas que se ahuyentaran del contexto en el cual existíamos, por lo que se hizo algo determinante en nuestras historias. A pesar de que todas son distintas y realizadas con mayor o menor suerte, todas tienen en común que hablamos del México de ese momento, y claro, ahí hay una modificación esencial con el cine anterior, así como una aceptación básica con el público porque la mayoría tenía nuestra edad. En ese sentido, no estábamos ante un cine que denuncia, estábamos ante un cine que, aunque es de ficción, daba testimonio del tiempo en el que estábamos viviendo.
—¿Cuál cree usted que debe ser la verdadera génesis del cine como medio artístico?
—Difícil contestarte porque el cine como cualquier expresión artística no tiene compromiso con nadie. Pero el autor de la obra ya es otra materia, ¿cuáles son sus preocupaciones y por qué son sus preocupaciones? Esto último es el gran tema del renuevo del cine mexicano de los 70, porque se siguió haciendo comedia, se siguió haciendo películas de caporales enamorados, siguió existiendo público para ello, pero la generación a la cual pertenecíamos modificó todo esto. Es un lugar común decir que el 68 es un parteaguas, pero sí lo es, lo podemos ver hoy a la distancia, pues a 60 años de los ilustres hombres que formaron parte del movimiento estudiantil, nos damos cuenta lo significativos que fueron y la dimensión que constituyeron para el cambio. Por ello, el 68 es mucho más que Tlatelolco y por supuesto el cine no podía escapar de ese evento.
—¿Cuál es su visión del cine mexicano actual?
—Estamos ante un desencuentro constante, pues el público mexicano, —debido a lo restringido de sus aspiraciones, a la dificultad de su economía, a la multiplicidad de los jóvenes que se dan cuenta de que el futuro no existe como lo habían prometido— busca tanto en el cine como en la televisión lo más fácil y lo menos comprometido, refugiándose en las comedias más vacuas, porque no quiere dejar lo que ha aprendido en los últimos diez años de ser un consumidor. Por ejemplo, hoy en día existen cineastas como Amat Escalante o Carlos Reygadas que tienen un estilo muy personal. No es que no sean conscientes de su compromiso con el espectador, pues no hay película sin espectador. Lo saben, pero están en la persecución de la consolidación de un estilo y de una forma de expresarse y el público consumidor está en la negación y no quiere hacer el menor esfuerzo. No obstante, ese desencuentro va a terminar tarde o temprano, ya que el cine mexicano jamás ha tenido crisis de talento, al contrario, han existido crisis económicas, de estructura, pero nunca de talento.
—Finalmente, ¿si tuviera que elegir entre las obras más representativas de su filmografía, cual nos recomendaría y por qué?
—Mira, ahora a mis 80 años, no me atrevería a recomendar ninguna, porque sé que cualquiera de ellas, aún las alimenticias (risas) las pude hacer mejor. Sé también que no hay película perfecta, pero estoy muy consciente que siempre habrá un modo de ser más exigente, más acucioso, más severo y hacer menos errores en la filmación. Entonces, volver a ver mis películas me cuesta un trabajo terrible (risas). Ya no puedo ser espectador, perdí esa capacidad. Por ello, te puedo decir que de mis películas lo que verdaderamente más destaco, es el apoyo de todos los que trabajaron conmigo.