EL 10 DE JUNIO DE 2014, el día en que la bandera negra del grupo militarista Estado Islámico (EI) ondeaba sobre la ciudad de Mosul, en el norte de Irak, la vida de uno de sus combatientes era buena. La captura de una ciudad de casi dos millones de habitantes mostraba que el líder del EI, Abu Bakr al-Baghdadi, iba a cumplir su afirmación de establecer un “califato” en un vasto territorio de Oriente Medio. Combatientes extranjeros acudieron en masa para unirse a un grupo del que alguna vez el presidente Barack Obama se burló famosamente llamándolo “equipo JV”. ¿Y por qué no? Tras tomar Mosul, a los combatientes del Estado Islámico se les pagaban 500 dólares al mes y se les entregaba un teléfono celular y un automóvil. En medio del profundo caos en Oriente Medio, Daesh, como se conoce al grupo en idioma árabe, había surgido como el caballo al que había que apostarle.
Hoy, el segundo asalto de la batalla de Mosul acecha en el horizonte. Estados Unidos, el ejército iraquí y los combatientes peshmerga kurdos preparan una ofensiva para recuperar la ciudad, que probablemente comenzará a finales de octubre. E innegablemente, el Estado Islámico está debilitado y su califato ha reducido enormemente su tamaño. El gobierno iraquí, apoyado por la Fuerza Aérea y las fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos, ha recuperado metódicamente varias ciudades del centro suní del país que habían caído en manos del EI: Tikrit, Fallujah, Ramadi y pronto, de acuerdo con la mayoría de los analistas, Mosul. El Estado Islámico controla cerca de 50 por ciento menos del territorio iraquí que hace dos años. El flujo de combatientes extranjeros que viajan a la región se ha reducido en gran medida, y el EI ahora recluta habitantes de la localidad por 50 dólares al mes, pero aun así se ha atrasado tres meses en el pago de esa cantidad, señalan excombatientes.
El Estado Islámico no solo está en retirada en Irak. En Libia, donde había establecido un importante punto de apoyo en la ciudad costera central de Sirte, demostrando que podía tomar y mantener territorios lejos de Raqqa, su supuesta capital en Siria, milicias combatientes, apoyadas por al menos 170 ataques aéreos estadounidenses, prácticamente han retomado la ciudad. Las fuerzas del EI ahora huyen hacia el sur. Pronto, el “califato” se extenderá un poco más allá de su bastión en Siria, e incluso ahí, las Fuerzas Democráticas Sirias, apoyadas por fuerzas de Operaciones Especiales y ataques aéreos estadounidenses, han comenzado a rodear Raqqa, cortando las líneas de suministro y preparando el campo de batalla para una ofensiva que probablemente se producirá en algún momento del año entrante. Sin duda, todo esto es una humillación para Baghdadi.
Sin embargo, el hecho de mostrar que el Estado Islámico no puede crear y mantener su “califato” indefinidamente no significa que esté derrotado. La idea de que puede mantener sus territorios ocupados sin poseer un importante armamento antiaéreo para disuadir los ataques aéreos estadounidenses siempre resultó “descabellada”, señala un funcionario occidental de inteligencia. Expulsar al EI de sus bastiones fue un primer paso necesario, pero fue la parte fácil de lo que sería una larga lucha. Funcionarios militares y de contrainteligencia, así como diplomáticos de Estados Unidos, Europa y Oriente Medio reconocen que la lucha ahora se ha vuelto más difícil para Occidente, y algunos afirman que también se ha vuelto más peligrosa.
El Estado Islámico requiere adaptarse a una situación militar que se deteriora rápidamente, y ya existen pruebas de que lo está haciendo. Consideremos como ejemplo lo que ha ocurrido en Mosul, y particularmente, bajo esta ciudad, en los más de dos años desde que cayó en manos del EI. Antiguos combatientes de ese grupo, que recientemente dejaron el campo de batalla, declararon a Newsweek que sus antiguos compañeros de armas han construido pacientemente su versión de los famosos túneles de Cu Chi en Vietnam: túneles en las afueras de Saigón que, durante la guerra en ese país, dieron a los combatientes norvietnamitas libertad de movimiento, la capacidad de proteger sus armas y municiones de los intensos bombardeos estadounidenses y, de manera muy importante, proporcionaron una ruta de escape que les garantizaba poder trasladarse al siguiente campo de batalla. Los excombatientes entrevistados por Newsweek describen una red igualmente intrincada de túneles con habitaciones, sanitarios, instalaciones médicas y alimentos suficientes para sostener una lucha prolongada.
Resulta estremecedor que, de acuerdo con los combatientes, alrededor de 11 000 hombres preparados para defender Mosul posean armas químicas (“cloro y gas mostaza”), de acuerdo con Waleed Abdullah, un iraquí de 23 años que dejó el campo de batalla el mes pasado. Abdullah piensa que unos 3000 soldados del Estado Islámico pelearán hasta la muerte. El resto de ellos, dice, escapará (a través de los túneles) y, como hicieron los norvietnamitas hace casi medio siglo, continuarán en la lucha. Y contrario a numerosos informes sobre el deterioro en el estado de ánimo entre las filas del grupo, Waleed afirma que entre los combatientes más comprometidos “el estado de ánimo sigue siendo muy alto. Permanecerán bajo tierra por mucho tiempo, ya que los túneles son profundos y les proporcionan recursos para sobrevivir”.
¿Pero dónde pelearán? Oficiales de inteligencia actuales y anteriores en Oriente Medio, Europa y Estados Unidos afirman que su principal temor es que, probablemente, el ritmo de los ataques contra objetivos menores en sus regiones se incrementen conforme los recursos y la mano de obra necesaria para mantener el “califato” se reduzcan. De hecho, el Estado Islámico ha estado planeando exactamente esto durante años. Mubin Shaikh, antiguo yihadista que ha trabajado con el gobierno canadiense en asuntos de contrainteligencia, señala que “cuando el califato estaba estableciéndose, hablaban sobre la inevitabilidad de que las fuerzas occidentales los atacaran debido a que estaban invadiendo territorios en Irak y que ya habían provocado la respuesta de Estados Unidos”.
El flujo de migrantes de Siria, Libia e Irak hacia Europa, y la certeza entre algunos funcionarios de seguridad de que el EI ha logrado infiltrar a sus miembros dentro de ese flujo, ya ha hecho que las unidades antiterroristas occidentales estén presionadas casi hasta el punto de quiebra. Y esto está a punto de empeorar. Richard Barrett, antiguo director de contraextremismo del MI6 en el Reino Unido y que actualmente trabaja para el Soufan Group, una empresa de consultoría, dice simple y llanamente que “habrá una amenaza mayor conforme el Estado Islámico siga perdiendo territorio, debido a que la cantidad [de combatientes que vuelven a Europa] aumentará y los servicios de seguridad se encontrarán aún más presionados, haciendo que sea más probable que un ataque logre filtrarse a través de la red. Esto producirá una mayor ira entre el público, mayor presión en los servicios de seguridad, y todo esto se convertirá en una espiral”.
LISTO PARA ARRANCAR: Combatientes kurdos en una carretera en el sureste de Mosul, que ha estado bajo el control del Estado Islámico desde junio de 2014. Se espera que las fuerzas iraquíes pongan en marcha una ofensiva en esa ciudad este mes de octubre. Foto: AZAD LASHKARI/REUTERS
ESTADO ISLÁMICO 2.0
La incapacidad para mantener un territorio ha generado “Estado Islámico 2.0”, como señala un funcionario de inteligencia de Oriente Medio. “Significa que el Estado Islámico se adapta y comienza a parecerse cada vez más a Al-Qaeda”, cuyos líderes principales le advirtieron a Baghdadi que no podía sostener un califato que abarcara varios países y que intentarlo era una tontería. “Es posible que no puedan mantener el califato físico, pero pueden construir y mantener redes”, añade el funcionario de inteligencia.
¿Qué tan eficaz será Estado Islámico 2.0? No todos comparten el sombrío punto de vista que describe Barrett, exmiembro del MI6. Algunas personas plantean que la pérdida de territorio reducirá la capacidad del Estado Islámico de provocar ataques de alto perfil y con un gran número de víctimas, justo como ocurrió cuando Al-Qaeda perdió su santuario en Afganistán después del 11/9. Esto, en palabras de funcionarios del gobierno de Obama, no es poca cosa. Los líderes del EI deberán hacer frente a dos cuestiones clave.
La primera es el aspecto financiero. El metódico acorralamiento del califato, que ha sido la estrategia de Obama durante los últimos dos años, innegablemente ha hecho que el grupo tenga mayores dificultades para obtener dinero. Estados Unidos ha degradado el acceso del Estado Islámico al dinero derivado del petróleo en Irak y Siria, obligándolo a recurrir con mayor frecuencia a la extorsión. Esto, a su vez, ha hecho que las poblaciones que viven bajo el gobierno del EI se vuelvan en su contra. En Al-Qayyarah, Irak, una ciudad que las fuerzas de Bagdad arrebataron al grupo a finales de agosto, el humo proveniente de un pozo petrolero bombardeado y que aún arde, el cual era utilizado para generar ingresos al Estado Islámico, ahora oscurece el cielo a pleno día. Pero Abu Ahmad, que vive apenas a unos 90 metros del pozo, señala que “prefiero [el humo] del pozo que vivir bajo el régimen de Daesh. Todo era malo y oscuro con su gobierno”.
El segundo problema para Baghdadi y sus principales lugartenientes tiene que ver con la imagen: ¿qué tanto daña la pérdida de territorio a la marca del Estado Islámico en opinión de quienes desean convertirse en yihadistas en todo el mundo? Cuando el EI era el caballo ganador, era fácil reclutar combatientes. Durante su levantamiento, su eslogan, repetido incesantemente por Abu Mohammad al-Adnani, el principal propagandista del grupo asesinado durante un ataque aéreo realizado en agosto, era “Permanecer y expandirse”. Ahora que ni permanecen ni se expanden, los optimistas piensan que la pérdida de territorio “habrá de perjudicarlos, perturbarlos y disminuir el flujo de combatientes extranjeros que se sienten atraídos hacia el grupo”, señala Nada Bakos, antigua funcionaria de la CIA que trabaja actualmente para el Instituto de Investigación de Política Extranjera. De acuerdo con este punto de vista, es probable que ya hayamos visto al Estado Islámico en su mejor momento, que su capacidad de organizar ataques importantes se encuentra dañada y que el prestigio de participar en luchas a favor del grupo se encuentre seriamente erosionado.
Muchos funcionarios antiterroristas de Estados Unidos y Europa dudan que esto sea tan simple. Los funcionarios admiten estar profundamente preocupados no tanto porque aumente el número de miembros que vuelvan a Occidente, sino por el tipo de combatientes que probablemente habrán de regresar. De acuerdo con Rob Wainwright, director de Europol, el organismo de aplicación de la ley de la Unión Europea, al menos 5000 europeos que cuentan con pasaporte viajaron a Siria e Irak para pelear, y solo un tercio de ellos ha regresado. La suposición en Europa es que muchos de ellos tratarán de volver a ese continente.
Gilles de Kerchove, coordinador de antiterrorismo de la Unión Europea, declaró a Newsweek que lo preocupan particularmente las habilidades que aquellos que vuelvan habrán adquirido al combatir en Oriente Medio. “Un riesgo es que estos hombres hayan aprendido mucho en cuanto al desarrollo de armas a partir de elementos químicos y del uso de autos bomba. Espero que este conocimiento no se utilice aquí, debemos estar alerta”.
Estas preocupaciones están justificadas, señalan los combatientes que han salido del Estado Islámico recientemente. El flujo de regreso a Occidente ya ha comenzado. “Es cierto que están perdiendo áreas en Irak y Siria”, afirma Waleed, “pero tienen otras opciones”. Waleed afirma que, en los últimos dos años, el Estado Islámico ha enviado a más de 300 “durmientes” de la región a diferentes naciones occidentales. “Primero fueron a Turquía, donde obtuvieron un pasaporte falso”, y después se escabulleron individualmente a través de distintas rutas hacia Occidente. Uno de esos combatientes es originario de la misma ciudad de Irak que Waleed (Hawijah, al sur de Mosul) y se hizo la cirugía plástica en Turquía “para no ser reconocido”.
Varios funcionarios de antiterrorismo de Estados Unidos afirman que el éxito militar contra el EI ha hecho que este tipo de tránsito resulte más difícil, y por ello, la capacidad del grupo para llevar a cabo incluso ataques a menor escala en otros países será todavía más limitada. Las fuerzas turcas entraron en Siria a finales de agosto, con el pretexto de combatir al Estado Islámico, pero también, como lo han reconocido funcionarios en Ankara, para evitar que las Unidades de Protección Popular (la milicia conocida como YPG), formadas por kurdos de origen sirio, establezcan un enclave en la frontera siria con Turquía. Pero si ello da como resultado que Turquía cierre sus fronteras, como lo ha hecho aparentemente hasta ahora, y deje de hacerse de la vista gorda con respecto a los combatientes y el armamento del Estado Islámico que entran y salen de Siria, eso será una victoria para la coalición anti-EI.
EXPULSADOS: Cuando las fuerzas iraquíes atacaron ciudades en poder del Estado Islámico como Fallujah y Ramadi, los civiles huyeron y se espera que ocurra un éxodo similar en Mosul. Foto: MAYA ALLERUZZO/AP
REDUCIR A ESCOMBROS LAS CIUDADES SUNÍES
“Ya veremos”, señala una fuente de inteligencia de alto nivel en Oriente Medio sobre si la nueva vigilancia de Ankara habrá de durar. El recelo del funcionario se apoya en otros hechos en el terreno que podrían actuar en beneficio del Estado Islámico, a pesar de la pérdida de “popularidad” relacionada con sus derrotas en el campo de batalla. Como dijo Michael Pregent, antiguo integrante de la Agencia de Defensa de Inteligencia, la estrategia para derrotar al grupo equivale a “reducir a escombros” ciudades predominantemente suníes de Irak y Siria.
“Ochenta por ciento de Ramadi fue destruida. La mitad de Fallujah fue destruida. Ahora, Naciones Unidas y otras organizaciones no gubernamentales se preocupan por el enorme número de refugiados que creará la ofensiva de Mosul”, señala Pregent (aproximadamente 1.2 millones de iraquíes permanecen en Mosul). “¿Realmente estamos derrotando al Estado Islámico? Hay 20 millones de árabes suníes en la parte norte de Oriente Medio (350 000 jóvenes en edad de combatir únicamente en Mosul), todos ellos preguntando [a Estados Unidos]: ‘¿Qué están haciendo?’”.
Recordemos que el EI se levantó en Irak principalmente como reacción al estridente liderazgo sectario del ex primer ministro Nouri al-Maliki, un chiita que, una vez que Estados Unidos inició su retirada en 2009, comenzó a retirar a los suníes del ejército y de los puestos de alto rango en el gobierno iraquí. Muchos suníes piensan que Estados Unidos se ha unido a Irán y a las milicias chiitas de Irak para derrotar al Estado Islámico. Los antiguos funcionarios militares y de inteligencia de origen baathista que conforman la dirigencia del grupo bajo el régimen de Baghdadi saben que, a pesar de la pérdida de territorio, estos jóvenes insatisfechos están ansiosos por ser reclutados.
Lo mismo se aplica en Siria, donde aproximadamente 400 000 suníes (y contando) han muerto en la guerra civil de ese país, por lo que no hay ningún final a la vista ahora que el cese al fuego negociado por Estados Unidos y Rusia se ha desmoronado rápidamente. El caos sectario no ha hecho más que aumentar. Se han desplegado milicias chiitas iraquíes en Siria para combatir los grupos rebeldes suníes, entre ellos, el EI, pero también Jabhat Fateh al-Sham (conocido anteriormente como el Frente Nusra) y Ahrar al-Sham, los cuales han estado activos en la defensa de la ciudad sitiada de Alepo contra las fuerzas sirias respaldadas por Irán y Rusia. Mediante esas acciones, los grupos suníes “han asegurado [su] lugar en los corazones y las mentes del pueblo sirio”, de acuerdo con un reciente informe de inteligencia al que Newsweek tuvo acceso.
CIUDAD POR CIUDAD: El combatiente de una milicia iraquí de pie frente a la bandera negra del Estado Islámico en la ciudad de Al-Alam, de la que los militantes fueron expulsados en 2015. Foto: THAIER AL-SUDANI/REUTERS
¿NOS RECUERDAN?
¿Por qué son importantes estos grupos? Ambos son filiales de Al-Qaeda. En la mente del público de Estados Unidos (y, por un tiempo, también dentro del gobierno estadounidense), Al-Qaeda casi había caído en el olvido. Osama bin Laden había muerto; se decía que su segundo al mando, Ayman al-Zawahiri, era un envejecido y poco carismático contador, y en 2014 resultó claro que el Estado Islámico no era “el grupo JV”.
Sin embargo, aunque es innegable que, bajo la administración de Zawahiri, el Estado Islámico “tomó parte del mercado yihadista de Al-Qaeda”, como dice Thomas Joscelyn, miembro de alto rango de la Fundación para la Defensa de las Democracias, Al-Qaeda también desarrolló su más grande fuerza paramilitar: tan solo en Siria, Jabhat Fateh al-Sham cuenta con 10 000 combatientes leales a la organización. Y ha expandido su huella a un ritmo lento pero seguro en la región del Levante (Gran Siria), en el subcontinente indio y en las regiones occidental y norte de África.
Varias diferencias doctrinales y estratégicas (así como enormes egos, de acuerdo con funcionarios de inteligencia) evitan que Al-Qaeda y el Estado Islámico unan fuerzas, y no parece que esto vaya a cambiar pronto. Asimismo, Al-Qaeda no ha buscado en años recientes poner en marcha ningún ataque para provocar un gran número de víctimas en Occidente, dedicándose en cambio a combatir levantamientos insurgentes en países de mayoría musulmana, lo cual es otra de las razones por las que los recursos y la atención de Occidente se han dirigido a la lucha contra el EI. Sin embargo, los análisis señalan, como dice Joscelyn, que “actualmente Al-Qaeda también tiene más recursos a su disposición que nunca, así como un mayor alcance geográfico”. Y hasta el año pasado, también dirigía su más grande campo de entrenamiento nada menos que en Afganistán. Las fuerzas estadounidenses y afganas destruyeron la base, pero en muchos aspectos todo parece volver a los viejos tiempos en Afganistán, con el talibán en ascenso en el campo de batalla y Al-Qaeda todavía unido con gobernantes pasados y quizá futuros.
Actualmente, el objetivo de Al-Qaeda ha sido Siria, donde, al igual que el Estado Islámico, busca derrocar al presidente Bashar al-Assad. Sin embargo, la intervención de Rusia (y el aumento en el apoyo de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán y de combatientes de Hezbolá) ha cambiado la dirección de la guerra.
Oficiales antiterroristas de Occidente han comenzado a preguntarse si la ley de consecuencias no deseadas entrará en juego. Si, como todo indica, el eje Assad-Moscú-Teherán habrá de prevalecer, ¿Al-Qaeda dirigirá su atención a otras partes o continuará luchando hasta la muerte en Siria? Sus cálculos, afirma Joscelyn, “pueden cambiar de la noche a la mañana. Aún no han utilizado a Siria como plataforma de lanzamiento, pero esto no significa que no lo harán”. Un funcionario de inteligencia de alto rango de Estados Unidos reconoce lo anterior y afirma que el ritmo de ataques aéreos dirigidos a combatientes de grupos afiliados a Al-Qaeda se ha incrementado en los últimos meses.
La característica que define la guerra de Occidente contra los militantes islamistas radicales ha sido su constante mutación; en ocasiones, podría parecerse al juego de whack-a-mole, donde uno golpea la cabeza de un topo de juguete que sale por un agujero, y al hacerlo, salen otras cabezas que también hay que golpear; en este caso, cuando se eliminan algunos enemigos, surgen otros en su lugar. La fortuna de la oposición a veces crece y, como en el caso del EI actualmente, a veces disminuye mientras deciden nuevas formas de atacar. El Estado Islámico, actualmente degradado, como lo prometió Obama, necesariamente entrará en un proceso de transición, pero quizá no menos letal. Al-Qaeda se expande pacientemente y aún tiene ambiciones de realizar ataques a gran escala en Occidente, en el tiempo y el lugar de su elección. La guerra sigue.
A principios de 2013, en su último día como director de la CIA, Michael Morell le dijo a Obama, quien entró en funciones deseando acabar con todas las guerras: “La generación de mis hijos y la de mis nietos seguirán luchando esta guerra”.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek