Mohammed Abu Ara es el rostro de una amenaza nueva y grave, pero incorporado en su cama de una ventilada sala para pacientes segregados de un hospital de Jordania, no hay ni asomo de peligro en él. Con su brazo izquierdo amputado por arriba del codo y una pierna inmovilizada con una férula de metal, se parece a miles de personas cuyas vidas han sido destrozadas por la violencia de la guerra civil siria.
Sin embargo, para muchos analistas sanitarios de la región, Abu Ara y otros pacientes del Hospital Especial para Cirugía Reconstructiva de Médicos sin Fronteras en Amán son parte de una tendencia inusitada y aterradora: el creciente número de sirios inmunes a casi todos los antibióticos. La única manera de tratarlos es amputar sus extremidades afectadas e inyectarlos con fármacos de último recurso. Y el pronóstico de quienes presentan lesiones menos periféricas es aún más sombrío. “Si la infección está en el pecho o en el cerebro, la muerte es inevitable. Allí no puedes amputar”, dice Rashid Fakhri, coordinador quirúrgico de la organización en Amán, conocida internacionalmente como Médecins Sans Frontières (MSF).
Tras cinco años y medio de muerte y destrucción, quienes trabajan en hospitales y clínicas improvisadas en la frontera siria creyeron haber visto todas las lesiones imaginables, desde heridas de pecho taponadas con pipas de agua, hasta hermanos gemelos cuyos cráneos fueron fracturados por una misma granada propulsada por cohetes que no detonó. Pero al escalar el conflicto y empeorar la situación de civiles y soldados por igual, médicos y trabajadores de ayuda comenzaron a temer que la resistencia a los antibióticos pronto podría volverse más mortífera que el Estado Islámico o la terrible fuerza aérea de Bashar al-Assad. Y con bacterias resistentes diseminándose con rapidez, Siria podría convertirse en un lugar donde los antibióticos, uno de los principales salvavidas del siglo XX, dejaran de funcionar por completo.
Hay pocas estadísticas confiables sobre el número de víctimas mortales sirias debidas a la resistencia antibiótica, aunque el problema parece manejable por ahora. El mes pasado, un niño de 14 años procedente de un suburbio damasceno bombardeado con barriles, y cuyo cuerpo rechazó todos los antibióticos disponibles, sucumbió a infecciones múltiples poco después de llegar a una clínica en Jordania. Y según los médicos de un hospital de campaña en el valle libanés de Bekaa, la tasa de mortalidad por antibióticos ineficaces se ha incrementado durante el último año. “En 2015, perdimos dos personas”, informa Mariam Mohamed, enfermera voluntaria de una clínica de urgencias para refugiados en las afueras de Chtoura, a medio camino entre Beirut y la frontera con Siria. “En lo que va de este año, ya hemos perdido cuatro que no respondieron al tratamiento”.
Los exhaustos profesionales médicos creen que el problema está empeorando rápidamente, sobre todo en las zonas sitiadas de Siria a las que no pueden acceder. En el hospital MSF de Amán, la mitad de los pacientes ahora llega con algún tipo de infección crónica; y de ellas, 60 por ciento son resistentes a múltiples medicamentos. Los funcionarios de Naciones Unidas están tan alarmados que, hace poco, convocaron a una cumbre de emergencia de la Asamblea General para hablar de súper bacterias, la cual se llevará a cabo a fines de septiembre. “Si empezamos a ver más casos así, será desastroso”, asegura Fakhri.
La resistencia a los antibióticos en Siria ocurre en un momento en que problemas similares están causando estragos en otras partes del mundo. Cada año, cerca de 700,000 personas mueren debido a la resistencia a los antimicrobianos, según un estudio del gobierno del Reino Unido, el cual sugiere que la cifra podría aumentar a 10 millones para 2050. Las causas varían, pero muchos citan el uso generalizado de medicamentos en la agricultura, ya que los ganaderos introducen antibióticos en el alimento, con objeto de engordar a los animales. Los ambientalistas afirman que, en Estados Unidos, la ganadería de gran escala ha incrementado la velocidad con que las bacterias desarrollan resistencia a los antibióticos, aunque los representantes de las principales empresas agrícolas insisten en que el ganado necesita esas sustancias para mantenerse saludable. Como sea, el mundo ha llegado al extremo en que todos los antibióticos existentes –desde la penicilina hasta los medicamentos de último recurso, como los polipéptidos- se encuentran amenazados, informa Antibiotic Research U.K., organización británica que hace campaña para generar conciencia sobre el abuso de los antibióticos.
Parte del problema de Siria se deriva de su actitud relajada frente a los medicamentos. Como sucede en gran parte de Medio Oriente, los antibióticos han estado disponibles, sin receta, durante mucho tiempo y muchas veces se consideraron panaceas sin efectos secundarios. Los médicos los recetaron durante años para cualquier cosa, desde jaquecas hasta resfriados comunes. Los agricultores de las zonas rurales aisladas se auto-medicaban; los boticarios, aun conociendo los riesgos, de cualquier manera los recetaban por temor a perder a sus clientes. Y con docenas de compañías farmacéuticas produciendo sustancias por todo el país, los antibióticos estaban disponibles a precios muy accesibles para casi todos.
El inicio de la guerra y la posterior fractura del sistema de salud sirio parecen haber desatado esta crisis y creado un entorno idóneo para la diseminación de gérmenes. Con sus bombas de barril y de racimo dirigidas, sistemáticamente, a los trabajadores de salud, el régimen ha destruido gran parte del conocimiento médico del país, y los bombardeos repetidos de hospitales han hecho retroceder décadas el saneamiento de las salas de urgencia en algunas zonas. Por ejemplo, en Madaya, resort montañoso sitiado, un veterinario y un dentista en formación se han quedado solos para tratar las heridas de una población de varios miles de personas. “Cuando empezamos a recibir sirios, en 2012, pensamos: tienen lesiones graves, mas no presentan resistencia a múltiples fármacos”, explica Nagham Hussein, director de operaciones médicas en el hospital MSF de Amán. “Pero luego, cuando la crisis se prolongó cada vez más, las bacterias buenas e inocentes se transformaron en bacterias terribles. Y ahora, todo es más difícil”.
Los analistas aún no saben si la resistencia se ha diseminado a las calles o está limitada a las clínicas del frente de batalla. No hay suficientes micro-laboratorios en las áreas relevantes, los cuales son necesarios para examinar cultivos de médula en busca de signos de infección profunda; y al parecer, los sirios están siendo exterminados demasiado rápido para dar tiempo a que los analistas realicen estudios. Según los médicos, es posible que las explosiones –desde autos bomba hasta ataques aéreos- estén diseminando bacterias resistentes en las partes corporales y la carne que vuela por el aire después del estallido. O también podría ser que algunos médicos, mal capacitados y forzados a lidiar con tantas bajas, hayan creado accidentalmente las condiciones adecuadas para el desarrollo de enfermedades infecciosas. En cualquier caso, es un escenario infernal que los sirios heridos –y los doctores que los tratan- se esfuerzan en comprender.
“De veras no tenemos suerte”, dice Abdel Salem, de 20 años, originario de la región sureña de Daraa, quien perdió una pierna en un ataque aéreo ocurrido en marzo de 2015, y está en riesgo de perder la otra debido a una infección que le provocó la metralla incrustada en el tobillo. “Ni siquiera estamos seguros en la seguridad de Jordania”.
Tratado inicialmente en un hospital de campaña del Ejército Libre de Siria, Salem recibió los medicamentos de que disponía el grupo rebelde en la ciudad bloqueada, de manos de un combatiente que hacía las veces de paramédico. Cuando el ejército sirio conquistó la zona, las tropas del gobierno se negaron a tratarlo y dejaron que sus heridas se infectaran, hasta que su familia lo sacó del país de contrabando. Antes de llegar a la frontera, cinco médicos diferentes le operaron las piernas, las cuales supuraban copiosamente cuando llegó a Amán.
Más sirios podrían terminar como él, dependiendo del curso de la guerra, que da pocas señales de disminuir. Mientras los médicos sigan realizando operaciones complicadas en sótanos y cuevas mal iluminados, y con equipos reciclados, las infecciones seguirán siendo la regla. Y en tanto el número de médicos calificados no corresponda con el alto volumen de lesiones, los analistas aseguran que será difícil impedir la diseminación de bacterias resistentes en Siria.
Sin embargo, hay motivos para un optimismo mesurado. Jordania, que ha recibido más de un millón de refugiados sirios, ha estado implementando estrechos controles sobre el uso de colistina, un antibiótico extra fuerte que puede utilizarse como último recurso. En todo el país, solo hay cuatro patólogos autorizados para distribuir el medicamento y de hecho, rara vez lo recetan. Así mismo, los pacientes parecen cada vez más dispuestos a relatar qué les ocurrió, a diferencia de los primeros días de la guerra, cuando muchos se cuidaban de revelar cómo resultaron heridos por temor a las fuerzas de Assad. Y si la situación sigue deteriorándose y la colistina pierde su eficacia (en ciertos países hay algunos casos registrados de resistencia), aún queda la esperanza del posible descubrimiento de una nueva clase de antibióticos, derivados del moco nasal humano.
No obstante, mientras la guerra siria siga matando y mutilando a un ritmo sin precedentes en la historia reciente, médicos y científicos señalan que solo hay una forma segura de preservar uno de los mayores descubrimientos de nuestro mundo. “El problema no es la mentalidad de los doctores; es el conflicto”, insiste Fakhri. “Tenemos que tratar el conflicto para frenar la resistencia a los antibióticos”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek