Considerado el dirigente chino más poderoso después de Mao, Xi Jinping podría continuar a la cabeza del Partido Comunista más allá de los diez años previstos, según estiman los expertos.
Los dirigentes del régimen comunista chino se reunirán a puerta cerrada este mes, como acostumbran, en la localidad de Beidaihe.
La agenda se centrará en la composición del próximo comité permanente de la oficina política del Partido Comunista Chino (PCC), un órgano todopoderoso de siete miembros, de los que cinco serán sustituidos en 2017 durante el 19º congreso del partido.
La composición del comité, órgano decisorio, dará indicios sobre el probable sucesor de Xi después de 2022, cuando habrá cumplido diez años como secretario general del partido y presidente de la República, y por lo tanto se supone que debería dejar el cargo.
Pero Xi no ha designado todavía un heredero, y muchos expertos estiman probable que intente quedarse en el puesto más allá de los dos mandatos de cinco años.
“Muchos analistas lo dan por hecho”, afirma Christopher Johnson, analista del Centro de estudios estratégicos internacionales en Washington.
Hay “entre 60 y 70 por ciento” de posibilidades de que Xi no quiera abandonar el cargo, abunda Willy Lam, politólogo de la Chinese University of Hong Kong.
La Constitución china fija límites para el mandato del presidente, pero no se pronuncia sobre el del secretario general del partido.
Una permanencia en el cargo quebrantaría una regla no escrita introducida por Deng Xiaoping (al frente del país entre 1978 y 1989) para favorecer la transición sin sobresaltos y prevenir la emergencia de un déspota.
‘Sin heredero a la vista’
Si autorizaran a Wang Qishan, miembro del comité permanente y aliado de Xi, a permanecer en el puesto, cuando se supone que se jubilaría, entonces se sentaría un precedente.
Wang es el encargado de coordinar la campaña anticorrupción promovida por el presidente.
Xi Jinping ha reforzado sus poderes nombrándose a sí mismo a la cabeza de importantes comisiones con prerrogativas económicas y militares, afirma Victor Shih, de la universidad de California.
Esto “le complica la tarea a un sucesor potencial”, explicó. “Por el momento -añade- no hay un heredero a la vista”, agregó.
Desde su llegada al poder, Xi se ha saltado varias normas no escritas supuestamente intangibles, añade Johnson.
Su campaña anticorrupción ha desembocado en el encarcelamiento de Zhou Yongkang, exjefe de la seguridad pública, pese al acuerdo tácito de que los altos dirigentes no se verían afectados.
Los defensores de Xi alegarán que un mandato prolongado le permitiría proseguir con las reformas estructurales, con su política militarista en el mar de China y con sus ambiciosos objetivos económicos. Y es que el presidente quiere duplicar el PIB por habitante entre 2010 y 2020, a tiempo para la conmemoración de los 100 años del partido.
Putin como modelo
Xi también se afana en reducir las voces discordantes, imponiendo su control sobre la policía y el ejército, explica Willy Lam.
El PCC ha anunciado recientemente más control sobre la Liga de las Juventudes comunistas, vivero de directivos y bastión de las corrientes reformistas. De ella salieron el expresidente Hu Jintao y el actual primer ministro Li Keqiang.
Para Xi, el caso de Vladimir Putin, con más de 15 años en el poder alternando los cargos de presidente y de primer ministro, podría servir de modelo.
“Al igual que su excelente amigo Putin, Xi querrá seguramente acumular más de dos mandatos”, afirma Lam con una sonrisa.
Pero no será fácil, advierte Bo Zhiyue, de la Victoria University de Nueva Zelanda, porque “en China es imposible alternar las funciones sin perder el poder”. Un secretario general sin presidencia quedaría “debilitado”.
Por otro lado, Xi tiene en mente el desmembramiento de la Unión Soviética, lo que podría llevarlo a actuar con prudencia, matiza Shih.
No puede ignorar -añade- que la emergencia de una “gerontocracia” en la que los dirigentes de la URSS se aferraban al poder es “parcialmente responsable de la esclerosis del régimen” soviético y de su agonía.