Se dice que la obsesión por la productividad coloca al
individuo en la lucha constante entre la necesidad de pelear o escapar, lo que conduce
a un estado de permanente agotamiento. La
investigadora Anna Katharina Schaffner fue víctima hace algunos años de este mal.
Anna Schaffner cuenta
que comenzó con una especie de inercia física y mental y un sentido de pesadez en todo lo que hacía. Las
tareas más simples absorbían su energía, y cada vez le resultaba más difícil
concentrase en el trabajo. Al cansancio se
sumó la apatía: “Estaba desencantada, desilusionada y desesperanza”, acepta.
Schaffer, quien es crítica literaria e historiadora en
la Universidad de Kent, Reino Unido, decidió investigar a fondo lo que le
pasaba; analizó la literatura histórica tratando de encontrar similitudes,
explicaciones, razones para entender su malestar. Descubrió que la gente padeció fatiga crónica mucho antes
del auge del entorno laboral moderno. Uno de los primeros análisis al
respecto es del médico romano Galeno.
Con el nacimiento de la medicina moderna, los especialistas
comenzaron a diagnosticar una condición llamada neurastenia (trastorno
neurótico caracterizado por una sensación de fuerte cansancio), con los
síntomas del agotamiento de Anna.
Personajes intelectuales ingresaron a las filas de
este mal. Los médicos culparon a
los cambios sociales de la revolución industrial. Aunque también resultaba
atractivo tener los nervios delicados, porque eran percibidos como un signo de
refinamiento e inteligencia.
Oscar
Wilde, Charles Darwin, Thomas Mann y Virginia Woolf padecieron la mentada
neurastenia. Al papa Benedicto XVI y a Mariah Carey les diagnosticaron agotamiento emocional, se entiende que por motivos muy disímbolos, pero
un padecimiento similar.
Muchas personas a lo largo de la historia se han
sentido tan cansadas como muchos ahora, lo cual sugiere que tal vez la fatiga y el cansancio sean parte
de la condición humana, reflexiona la investigadora.
Lo que cambia a través de la historia son las causas y
efectos relacionados con el agotamiento emocional, dice Schaffner. En la Edad
Media, era el demonio del mediodía; en el siglo XIX, lo fue la educación de las
mujeres; y en la década de los 70, el auge del capitalismo y la despiadada
explotación de los empleados.
Los medios de comunicación aseguran –en diferentes
tonos y formatos– que se trata de una
enfermedad puramente moderna. Hay quien argumenta que el agotamiento emocional es tan sólo una
etiqueta no estigmatizada de la depresión. Una nota publicada en un
diario alemán defiende que el agotamiento es una versión lujosa de la depresión
para altos profesionales: “Sólo los fracasados se deprimen”, dice.
Schaffner acepta que todavía no comprendemos qué es lo que provoca esa sensación de energía y
cómo se disipa tan rápido sin ningún esfuerzo físico de por medio. No
sabemos si los síntomas se originan en el cuerpo o en la mente; si son el
resultado de la sociedad o si son creados por nuestro comportamiento.
Tal vez sea un poco de todo: la creciente comprensión
de la conexión entre el cuerpo y la mente ha mostrado cómo los sentimientos y
creencias tienen una profunda influencia en la fisiología, añade.
Lo que sí tiene claro es que
conocer del tema le
ayudó a manejar los altibajos de sus niveles de energía. “Investigar y escribir
sobre el agotamiento fue, paradójicamente, muy revitalizante”, dice Schaffner.
“Hay algo reconfortante en aprender que uno no está
solo, que otras personas se sienten igual, aunque en diferentes circunstancias”,
concluye.