EN UNA TARDE RECIENTE en Lashkar Gah, la capital de la provincia de Helmand, en Afganistán, el Hospital Quirúrgico de Emergencia para víctimas de guerra estaba inusualmente tranquilo. Después de una semana atareada, con temperaturas primaverales que alcanzaron los 115 grados, el personal se veía ojeroso y exhausto. Tres de los jóvenes enfermeros extranjeros del hospital —Chiara Lodi y Pamela Puccio, italianas, y Ciaran Dunleavy, un británico con gafas— revisaban a los pacientes, luego se retiraban a hacer su papeleo con café fuerte y cigarrillos. Se hablaba de irse temprano.
Pero eso no duró mucho. Cuatro pacientes nuevos, soldados afganos de la cercana Marjah, fueron introducidos en la sala de emergencias. Su camioneta había pasado sobre una mina terrestre. Uno, con piernas sangrantes y torniquetes en los muslos, ya estaba muerto. Otro, al parecer ileso pero en estado de shock, se agazapó en el piso de la sala de emergencias, con la cabeza entre las manos. Los otros dos, con piernas y brazos marcados por la metralla, se sentaron y miraron en silencio el cadáver de su colega mientras las enfermeras limpiaban sus heridas.
A la cuenta de tres, ayudantes de enfermería levantaron al soldado muerto de una camilla, lo envolvieron en plástico opaco y lo transfirieron a la morgue, dejando atrás un colchón empapado de sangre.
Uno de los administradores del hospital, Massimo Malandra, un italiano modesto de cuarenta y tantos años, se detuvo brevemente para examinar el desastre. “Helmand”, dijo él enigmáticamente, antes de seguir su camino.
Emergencia, una organización no gubernamental internacional, fue fundada en Afganistán en 1999 por el cirujano de guerra doctor Gino Strada, una figura divisiva en su Italia natal por sus posturas vehementemente antibélicas. Tiene un mandato sencillo: proveer asistencia médica gratuita y de primera calidad a víctimas de guerra, sin importar quiénes son.
Siendo el centro del lucrativo comercio de opio de Afganistán, Helmand desde hace mucho tiempo ha sido la provincia más violenta del país. Es donde casi 1000 soldados internacionales han muerto desde 2001. Hoy, 18 meses después de la retirada de la mayoría de las tropas internacionales, se ha deteriorado tanto que los talibanes controlan o disputan todos menos tres de los 14 distritos en la provincia.
RONDAS DIARIAS: A un muchacho le vuelven a vendar las heridas. Foto: Andrew Quilty/Newsweek.
En ninguna parte la violencia continua es más evidente que en el hospital administrado por Emergencia en Lashkar Gah. En un ala, Guldana, una bebé, yace seria y callada, con vendas cubriendo las heridas de bala en su cabeza y piernitas. Shahguda, una mujer de 30 años, embarazada de cuatro meses, se recuperaba de una cirugía después de que un mortero fallido le arrancó el brazo. Arifullah, un policía, acompañado por colegas con ojos desorbitados quienes dijeron que no habían comido en tres días, repetidamente gritaba “mi pierna” mientras lo metían en silla de ruedas a la sala de emergencias. Un dispositivo explosivo improvisado le había volado el pie izquierdo.
Mientras almorzaba con miembros del personal durante mi visita, ellos se veían alicaídos. Un pequeño de 10 años, quien llegó semanas antes en condición crítica, acababa de morir. “No había visto un niño muerto hasta la semana pasada”, dijo Dunleavy, quien llegó recientemente a Helmand, después de pasar la mayor parte de su carrera de enfermero en Sídney. “Ahora he visto unos cuantos”.
Se piensa que hasta 50 000 civiles, fuerzas del gobierno y talibanes fueron muertos o heridos en Afganistán el año pasado. Es una cifra impactante, pero todavía una “subestimación enorme… y todos lo saben”, según Luca Radaelli, coordinador del programa Emergencia en Afganistán.
Este año se espera que sea peor, y Emergencia en Lashkar Gah se expande de 90 a 103 camas para satisfacer la demanda.
En lugares como Lashkar Gah, que no tiene instalaciones médicas gubernamentales de alta calidad, Emergencia es una de muy pocas opciones. El sistema de salud pública de Afganistán está en un estado terrible, a pesar de que la inyección de ayuda para desarrollar al país excede los 100 000 millones de dólares. Emergencia administra tres hospitales gratuitos, así como 46 puestos de primeros auxilios y clínicas, y emplea más de 1500 personas en Afganistán por 10 millones de dólares anualmente, financiados por subvenciones y becas (aunque no de partes involucradas en el conflicto). Sus operaciones en Helmand cuestan aproximadamente dos millones de dólares al año, aproximadamente el costo de mantener a un soldado de Estados Unidos en Afganistán por un año.
Emergencia ha continuado con su labor a pesar de un montón de ataques a instalaciones de salud en zonas de guerra, incluidos Yemen y Siria. Este octubre pasado, un ataque aéreo de Estados Unidos al hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz, en el norte de Afganistán, mató a 42 personas, incluido personal médico y niños.
Aun cuando Estados Unidos se ha disculpado, funcionarios afganos en gran medida se han negado a repudiar el ataque. Una investigación reciente de The New York Times Magazine sugiere que los militares afganos pudieron haber dirigido las fuerzas de Estados Unidos a atacar el hospital con la creencia de que era un escondite talibán. Los ataques a instalaciones de atención médica en el país, incluida una incursión de las fuerzas especiales afganas a una clínica del Comité Sueco por Afganistán en febrero, también han quedado sin explicarse.
El personal de Emergencia en Lashkar Gah insiste en que el ataque aéreo en Kunduz no los ha asustado, pero su director exhortó a construir un búnker de acero reforzado en el hospital. A finales de mayo, mientras Estados Unidos continuó las incursiones de bombardeo en Helmand, el presidente del consejo provincial advirtió que Lashkar Gah podría caer en manos de los talibanes.
Directivos de Emergencia dicen que no tienen un plan de evacuación, y siendo una ONG neutral, continuarán ofreciendo atención médica a todos. Es una postura que a menudo tienen que explicarles a las personas ajenas. “Me vuelve loco que mucha gente nos pregunte por qué atendemos a los talibanes”, dice Radaelli. “En Italia atendía criminales, mafia, drogadictos, narcotraficantes; nadie me preguntó por qué hacía eso. Mi trabajo es atender seres humanos”.
En 2013, un terrorista suicida fallido, cuyo chaleco sólo detonó parcialmente, fue llevado al hospital. Los cirujanos y enfermeros afganos, cuyas familias viven en la ciudad atacada por el terrorista suicida, estaban furiosos. Pero lo atendieron. “Ese es mi papel como médico”, dice el Dr. Shahwali Alizay, uno de los principales cirujanos de Emergencia.
Un cirujano afgano examina rayos X durante las rondas matutinas en el hospital de Lashkar Gah. Foto: Andrew Quilty/Newsweek.
Los horrores del hospital representan sólo un lado de esta capital provincial. A finales de la primavera, Lashkar Gah puede parecer idílica. El río epónimo Helmand abre un camino amplio y fluido a través de la pequeña ciudad. En el calor de la tarde, mientras las madres compran en el bazar cercano en burkas verde menta o lila, los muchachos se quitan las camisas de colores vivos, llamadas shalwar kameez, para nadar en el río.
A pesar de que el hospital está a sólo una milla de distancia del río, sólo un miembro del personal internacional lo ha visto. Las normas estrictas de seguridad significan que el personal divide su tiempo entre el hospital y su modesta casa de huéspedes compartida (hace unos años, a Vesna Nestorovic, coordinadora médica de Helmand, por entonces colocada en Panjshir, se le permitió visitar una clínica regional, una experiencia tan rara que ella todavía habla de ello).
Dos veces al día, los ocho empleados se apiñan en dos autos blancos con rojo de cuatro ruedas. En Afganistán, las pandillas criminales con regularidad secuestran extranjeros, las ONG occidentales son blanco de terroristas, y los extranjeros en general atraen miradas duras y atención curiosa. Pero nadie en Lashkar Gah parece mirar dos veces los autos de Emergencia.
Emergencia no siempre se ha sentido tan bien recibida aquí. En 2010, tres italianos y seis afganos del personal fueron arrestados, acusados por el entonces gobernador de Helmand de conspirar para asesinarlo, después de que se plantaron chalecos suicidas y armas en el hospital. En el escándalo mediático, el gobernador también acusó a Emergencia de amputaciones innecesarias a soldados afganos, implicando que apoyaban a los talibanes.
Strada denunció los arrestos como un complot para obligar a la organización a salir de Helmand. Hoy, Emergencia dirá poco sobre el incidente de 2010. “Alguien no estaba contento con nuestra presencia [en Helmand]”, como lo dice Radaelli. “Lo importante es que se demostró nuestra inocencia… y hoy tenemos una relación muy buena con el gobierno afgano”.
Cuando visité por primera vez el hospital de Emergencia en Lashkar Gah, me sorprendieron las instalaciones impolutas, una rareza en Afganistán, los patios llenos de girasoles y cómo parte del personal afgano hablaba en inglés con acento italiano. Pero principalmente, me sorprendió el compromiso del personal internacional, quienes apoyan e instruyen a un cuadro afgano igual de comprometido.
Leonardo Radicchi, un exsaxofonista profesional de jazz, es el gerente de logística del hospital. Lleva un radio a la cadera, el cual todo el personal internacional carga consigo todo el tiempo, que cruje constantemente, anunciando pacientes nuevos. Los despierta por las noches.
Recientemente, Radicchi enfermó de malaria y decidió tomarse un día libre del trabajo para recuperarse. Pero un terrorista suicida atacó un edificio de la policía, y cuando él oyó el anuncio por radio de que 13 pacientes habían llegado al hospital, se levantó y fue a trabajar.
La mayoría del personal dice que vino a Afganistán —u otros lugares donde han trabajado para Emergencia, como Libia, Kurdistán y Somalia— por la sensación persistente de que había algo más en la vida que una carrera en un hospital occidental. Un día, después de más de una década de trabajar en un hospital de Nueva York, el Dr. Joseph Rumley, un anestesiólogo irlandés, dice que miró a su alrededor y pensó: “Mierda, ¿en serio voy a hacer esto los siguientes 20 años?”.
Aun cuando tal vez hayan encontrado un propósito en Afganistán, nadie en Emergencia idealiza la guerra. “Tenemos esta manera romántica de describir la guerra, porque estamos acostumbrados a la televisión, las películas, los videojuegos”, dice Radaelli. La gente a quien le disparan en una película de guerra “muere tranquilamente de una sola bala, como un héroe. Eso es una mierda”.
Chiara Lodi, una italiana con cabello color lavanda, tatuajes y un piercing en la lengua, tenía una valoración igual de terminante. “Esta guerra es estúpida”, dice. “Los afganos están creciendo y aprendiendo que, para resolver un conflicto, tienen que pelear. Por esa razón estoy aquí”.
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Publicado en cooperación con Newsweek /Published in cooperation with Newsweek