Alguien cae de la cubierta de un bote, sin atisbos de pánico, mira
fijamente hacia la superficie, apacible, pareciera que sube con calma una
escalera imaginaria. Esa persona se está ahogando y es posible que le queden
unos 30 segundo para ser rescatada con vida. Una alberca en la que un par de
niños gritan, se avientan agua, de pronto se queda en silencio. Hay una enorme probabilidad
de que los pequeños estén a punto de perecer por ahogamiento.
Quien chapotea, que saca la cabeza y balbucea pidiendo ayuda, gritando
entre buches de agua la palabra ‘auxilio’ no corresponde, ni remotamente, a la
realidad. Esa persona no se está ahogando, padece angustia acuática, o es parte
de una producción cinematográfica, que logra convencer a la audiencia a tal
grado que cuando en verdad un individuo está en problemas, nadie se da cuenta.
Hasta 10% de los ahogamientos tienen a un adulto cerca que los podría salvar, y
que no sabe qué sucede.
Las cifras son contundentes a la hora de mostrar qué tan poco
espectacular y notorio es el ahogamiento: de acuerdo a la Organización Mundial
de la Salud (OMS) son la tercera causa de muerte por traumatismo no intencional
y suponen 7% de todas la muertes relacionadas con traumatismos. Calcula que
cada año mueren casi 400 mil personas por ahogamiento.
Una persona que se está ahogando lucha apenas entre 20 y 60 segundos en
la superficie antes de que ocurra la inmersión. No controla los movimientos de
los brazos ni de las piernas; permanecen en posición vertical, sin que se
evidencie falta de apoyo. No puede hablar, porque antes del habla está la
respiración.
Ojo: los que piden ayuda desesperados no se están ahogando, pero no
quiere decir que no se encuentren en serios problemas; se llama angustia
acuática y si bien pueden ayudar en su rescate, mover voluntariamente sus
extremidades, sin ayuda cercana pueden caer en el agotamiento y en terribles
ocasiones, llegar también a sucumbir.