CUANDO UNO se acerca a la norteña ciudad griega de Kozani, la cual se ubica en una meseta rodeada de montañas, gruesas nubes blancas flotan encima de los arbustos enredados y las colinas veteadas de sol de la Macedonia occidental. Este es el corazón de la industria carbonera griega: columnas de humo salen de las chimeneas de las centrales eléctricas esparcidas por la región.
Cuando la mayoría de los griegos piensa en Kozani, piensa en el carbón. En la década de 1950, la Corporación de Energía Pública (CEP), ahora la más grande compañía eléctrica de Grecia, se quedó a cargo de las minas aquí y trajo prosperidad a este rincón pobre y, en gran medida, agrícola del norte de Grecia. Los lugareños pronto abandonaron sus maneras tradicionales de ganarse la vida: el cultivo del azafrán, la producción de mármol y la fabricación de pieles. La minería no era fácil, pero los trabajadores estaban bien compensados. Los negocios de la ciudad florecieron.
Esos días hace mucho que terminaron. Kozani, una pequeña ciudad de 75 000 habitantes, ha pasado de proveer el 70 por ciento de la electricidad de Grecia a menos de 40 por ciento. Hace 15 años, la CEP empleaba alrededor de 9000 personas. Ahora esa cifra ha disminuido en un tercio. Al contrario de la caída lenta y constante de otras poblaciones carboneras en Europa, el desplome de Kozani ha sido rápido, acelerado por la crisis de la deuda griega que comenzó en 2010. En Macedonia occidental, la región donde se ubica Kozani, alrededor de uno de cada tres ciudadanos está desempleado, el doble de la tasa de 2001. Entre los jóvenes de 15 a 24 años, esa cifra se dispara a más de 70 por ciento, la más alta de cualquier región de Europa. Toda Grecia ha sufrido por la crisis financiera —en la última década ha experimentado la caída más grande en la felicidad que cualquier otro país en el mundo—, pero en las áreas rurales como Kozani, los griegos dicen que han sido golpeados con dureza especial.
“Construimos nuestras vidas alrededor de las minas de carbón”, dice Ioannis Kostarellas, de 35 años, quien creció en Kozani. “La energía de aquí abastecía a todo el país, pero ahora nos han dejado solos para lidiar con nuestros problemas”. Estos problemas se siguen acumulando: el desempleo, el daño medioambiental que dejaron las minas, un éxodo de gente joven. Los residentes sentían que las cosas ya no podían empeorar en Kozani. Y luego, en febrero, llegaron los refugiados.
Europa se ha visto acosada por tantos problemas recientemente que sus líderes y ciudadanos casi parecen haberse olvidado del país que exigió tanta atención en los últimos años (aparte del papel de Grecia como una estación de paso para los refugiados). En los últimos seis meses, extremistas locales han llevado a cabo ataques en París y Bruselas que cobraron 162 vidas. Durante el mismo periodo, la migración más grande de personas desde el final de la Segunda Guerra Mundial provocó que Hungría, Eslovenia, Austria y otros países suspendieran las fronteras internas abiertas de la zona Schengen y construyeron cercas nuevas, poniendo en duda uno de los valores fundadores de la Unión Europea: la libertad de movimiento.
Bruselas también enfrenta un euroescepticismo creciente en muchos de sus socios, incluido el Reino Unido, el cual podría votar para dejar la Unión en junio. Europa ha tenido mucho de qué preocuparse más allá de la economía del pequeño país al sur cuyas deudas parecían amenazar la existencia de la UE.
Pero aun cuando los europeos se preocupan por los hombres bomba y cientos de miles de refugiados cruzando el continente, una nueva crisis doble se ha ido gestando en Grecia. A principios de marzo, la República de Macedonia selló su frontera con Grecia, dejando a decenas de miles de refugiados atrapados en Grecia, la cual hasta entonces había sido un pasaje para quienes buscaban asilo desde Turquía hacia nuevas vidas en el norte de Europa.
Y he aquí la otra mala noticia de la que pocas personas han hablado: la economía griega está dando pocas señales de mejorar. En junio y julio, el país enfrenta reembolsos de deuda por 10 000 millones de euros (11 300 millones de dólares), dinero que no tendrá a menos de que el primer ministro, Alexis Tsipras, pueda negociar con los acreedores para acceder a más dinero de su tercer paquete de rescate. Los otros cuatro países de la zona euro que fueron rescatados por sus socios europeos hace unos años ahora se recuperan relativamente bien.
Grecia no. Es tentador hacer la misma pregunta binaria que se ha hecho de varios años a la fecha: ¿Grecia puede sobrevivir? Por supuesto que lo hará; los países, por lo general, simplemente no desaparecen. No obstante, los griegos tienen otra pregunta más apremiante: ¿esto acabará algún día?
UNA SENSACIÓN AMPLIA DE DESAFÍO
Grecia no es un actor dominante en la UE, a la cual se unió en 1981, pero su lugar en el proyecto nunca estuvo en duda. En un reconocimiento a las raíces de la civilización europea, la inspiración del símbolo del euro (€) incluso se derivó de la épsilon griega; las dos líneas paralelas tenían la intención de representar la estabilidad del euro.
Pero a finales de 2009, Grecia se convirtió en gran medida en el foco de atención de la UE, por todas las razones erróneas. Ese año se supo que los gobiernos griegos desde hacía mucho habían informado mal sus niveles de deuda y gastos irresponsablemente. La deuda nacional había aumentado a 299 000 millones de euros (338 000 millones de dólares), 130 por ciento de su producto interno bruto, y Grecia no tenía una manera evidente de pagarla. Un reporte de 2011 de la Comisión Europea reveló que Grecia también había omitido el recaudar 60 000 millones de euros (68 000 millones de dólares) en impuestos.
Según las leyes que gobiernan la unión monetaria de Europa, Grecia ya no podía simplemente imprimir su propio dinero y estimular el crecimiento. En mayo de 2010, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional (FMI) —conocidos en conjunto como la troica— ofrecieron a Grecia un rescate por 110 000 millones de euros (124 000 millones de dólares), con condiciones estrictas de austeridad: el gobierno griego tendría que aumentar los impuestos, implementar recortes enormes al gasto y reducir considerablemente su hinchado sector público.
Lo malo rápidamente se volvió peor. En el verano de 2011, Grecia estuvo al borde del incumplimiento, y los acreedores accedieron a dar un segundo rescate con valor de 130 000 millones de euros (147 000 millones de dólares). Desde 2007, la economía griega se ha contraído en 25 por ciento; un cuarto de todas las compañías ha cerrado, y los salarios se han reducido en 38 por ciento desde 2009. El pago promedio de las pensiones mensuales es de 833 euros (941 dólares), por debajo de los 1350 euros (1526 dólares) en 2009, y casi la mitad de todos los pensionados reciben pensiones por debajo de la línea de pobreza de 665 euros (751 dólares).
Entre 2008 y 2011, los índices de depresión reportada aumentaron de 3.3 a 8.2 por ciento. Uno de cada cuatro griegos en edad laboral —1.17 millones de personas— está desempleada, la mayoría de ellos por más de 12 meses.
Y luego, el año pasado, por un periodo estimulante y un poco surrealista de seis meses, el pueblo griego se atrevió a creer que las cosas mejoraban. En enero de 2015, el país eligió a Tsipras, el joven líder del partido Syriza de izquierda radical, bajo promesas de anular la austeridad, obligar a los acreedores de Grecia a renegociar los términos del rescate y tomar medidas enérgicas contra la corrupción y la evasión fiscal. Él encendió la esperanza, una emoción demasiado rara en este país después de tantos años de crisis.
La retórica imbuida de patriotismo de Tsipras creó una sensación amplia de desafío en ambos extremos del espectro político. En un referendo celebrado en julio, 61 por ciento de los griegos votó por el no a un acuerdo de rescate que habría impuesto más medidas de austeridad; las multitudes se reunieron jubilosas en la Plaza Síntagma, ondeando banderas y disparando petardos. “Ustedes tomaron una decisión muy valiente. El mandato que ustedes me dieron no es el mandato de una ruptura con Europa, sino un mandato para fortalecer nuestra posición negociadora para buscar una solución viable”, dijo Tsipras en un discurso televisado.
Al mes siguiente, después de toparse con la realidad política, el hombre que encabezó la campaña del “no” dijo sí a las condiciones estrictas fijadas al tercer rescate de Grecia. El acuerdo por 85 000 millones de euros (96 000 millones de dólares) que Tsipras había aceptado vino con más de lo mismo: límites al gasto, aumentos a los impuestos y la venta de activos estatales.
Los jóvenes estaban especialmente desilusionados con las concesiones de Tsipras a la troica. Las elecciones legislativas súbitas de septiembre —la tercera vez que los griegos fueron llamados a las urnas en 2015— dejaron en claro que los griegos se habían desilusionado con cualquier promesa de cambio; la participación cayó a 56 por ciento, la más baja en Grecia desde la caída de su dictadura en 1974. Un informe del 13 de abril de la Fundación por la Investigación Económica e Industrial, un influyente grupo de investigadores con oficinas en Atenas, predijo que la recesión empeorará este año, con la economía de Grecia reduciéndose 1 por ciento más, a pesar de una expectativa de algo de crecimiento en la segunda mitad del año.
“La gente no sabe si les van a pagar el próximo mes, si habrá un nuevo impuesto, otro recorte a los salarios, un recorte extra a las pensiones”, dice Stefanos Loukopoulos, de 32 años, un griego alemán quien se mudó de vuelta a Atenas dos años después de estudiar en Inglaterra. “Si eras una pareja joven que pensaba en comenzar una familia, ¿tendrías un bebé justo ahora?”.
Desde la crisis, la tasa de natalidad de Grecia ha caído en más de 10 por ciento —de 1.1 a 1.3 nacimientos con vida por mujer, uno de los más bajo de la zona euro—. Los analistas atribuyen la tendencia a un aumento en la pobreza y a las mujeres que temen que perderán sus empleos si se embarazan. La población nativa de Grecia ha empezado a disminuir con rapidez. “La mayoría de la gente no puede cumplir sus sueños”, dice Loukopoulos. “En realidad, olvídese de los sueños. Ellos ni siquiera pueden planear a futuro”.
UNA BODEGA DE ALMAS
Por más de un año, Grecia estuvo al frente en la crisis de refugiados sin sentir en verdad su impacto. Los 1.2 millones de sirios, afganos, iraquíes y demás que llegaron en 2015, huyendo del conflicto, la persecución y la pobreza más allá de las fronteras de Europa, ejercieron presión sobre las islas del sur de Grecia, en especial Lesbos, donde desembarcaba alrededor de la mitad de todos los botes que salían de Turquía. Pero una vez que los refugiados llegaban al continente, se dirigían al norte, con la esperanza de llegar a Alemania u otros países del norte de Europa.
Fuera de las fronteras entre Grecia y Macedonia, para la mayoría de los griegos fue difícil captar la magnitud de la crisis. Un sondeo en enero realizado por la compañía encuestadora griega Public Issue mostró que sólo uno de cada cinco griegos estaba consciente de que más de un millón de migrantes había pasado por el país. Tal vez sea por esto que, como lo mostró el sondeo de Public Issue, dos tercios de ellos tenían sentimientos positivos para con los refugiados y no querían que Grecia cerrara sus fronteras. Grecia era sólo un país de tránsito, recibía sólo 0.9 por ciento de la proporción total de la UE de solicitudes de asilo en 2015.
A finales de febrero, eso empezó a cambiar. El 22 de febrero, funcionarios macedonios en la frontera norteña griega en Idomeni evitaron que afganos (el segundo grupo más grande de refugiados) cruzaran y empezaron a imponer controles más estrictos a los sirios e iraquíes. El 9 de marzo, los refugiados descubrieron que la frontera ahora estaba cerrada para todos ellos. La cantidad de personas varadas en los campos de Idomeni aumentaron de ser unos pocos cientos hasta 14 000 en pocas semanas. Más de 53 000 personas ahora están atrapadas en el país, creando lo que Tsipras ha llamado “una bodega de almas”.
Los efectos del cierre de la frontera se sintieron de inmediato, cuando un cuello de botella de autobuses comenzó a acumularse a lo largo de la autopista de 550 kilómetros que va de Atenas a la República de Macedonia. En las primeras horas de la tarde del 22 de febrero, Lefteris Ioannidis, alcalde de Kozani, estaba en casa con su familia cuando recibió una llamada telefónica de la policía. Le dijeron que cinco autobuses, que llevaban 380 refugiados en su mayoría sirios —niños la mitad de ellos—, habían sido desviados hacia una gasolinera a 32 kilómetros de Kozani.
Ioannidis, de 39 años, quien es alto, de cabello canoso y gafas, estaba sereno. Decidió rápidamente albergar a los refugiados por la noche en un estadio deportivo sin usar en los límites de la ciudad, y su oficina emitió una declaración en medios sociales pidiendo la ayuda de los ciudadanos. A las pocas horas de su llegada, la gente había llegado para colocar colchonetas en el gimnasio y limpiar los baños; llevaron comida, agua, alimentos para bebés, ropas y zapatos para los refugiados. Al principio el alcalde esperaba que se quedaran sólo una o dos noches. Casi dos meses después, más de 2000 refugiados han sido albergados en Kozani antes de mudarse, ya sea a Idomeni o a centros administrados por el gobierno en la región.
Mientras una cantidad creciente de refugiados se vio varada en Grecia, la UE, encabezada por la canciller alemana Angela Merkel, trataba de contener el flujo de refugiados hacia Europa por completo. El 18 de marzo, la UE firmó un controvertido acuerdo nuevo en Bruselas con Turquía. Según los términos del acuerdo, los migrantes que lleguen a Grecia después del 20 de marzo serán enviados de regreso a Turquía; a cambio, por cada uno enviado de vuelta, los estados miembros de la UE aceptarían finalmente un refugiado sirio de Turquía. Pero hay más de 2.7 millones de refugiados sirios en Turquía, la mayoría de los cuales quisieran llegar a Europa, y el programa de reasentamiento está limitado a apenas 72 000.
En las últimas semanas, Turquía ha tomado medidas enérgicas contra los botes clandestinos que dejan sus costas, lo que ha llevado a una caída considerable en el número de migrantes y refugiados que llegan a Grecia. En promedio, sólo 94 personas arribaron a Grecia cada día del 4 al 10 de abril, por debajo de un promedio de 1213 a mediados de marzo. Los críticos del acuerdo argumentan que los regresos generales violan el principio de non-refoulementde la ley internacional, el cual prohíbe que los Estados regresen a gente a los lugares donde estarían expuestos a la amenaza de persecución y violencia. Pero el acuerdo entre la UE y Turquía estipula que cada recién llegado tiene el derecho de buscar asilo y de permanecer en un centro de detención mientras espera a que se procese su solicitud; si lo rechazan, sólo entonces el migrante puede ser deportado. La cantidad de gente que solicita asilo en Grecia ha aumentado en consecuencia, mucho más allá de la capacidad del Servicio de Asilo de Grecia, dice su directora, Maria Stavropoulou.
La mayor parte del financiamiento de Stavropoulou proviene de la UE. “La gente piensa que si se da dinero, deberíamos ser capaces de manejar la situación, pero no funciona así —dice—. En una estructura con personal de 260 trabajadores, tal vez puedas duplicarlo, pero no lo puedes aumentar diez o 20 veces. En un momento en que el sector público se reducía, necesitábamos crecer. Si no hubiera habido austeridad, habría sido mucho más fácil construir el servicio”.
EL AMOR POR LOS EXTRAÑOS
De cara a ello, las dos crisis de Grecia parecen no estar conectadas: una tardó décadas en gestarse, el producto de la imprudencia fiscal, la otra fue un accidente de la geografía. Al principio parecía que Grecia sería capaz de usar su papel crucial en la crisis de refugiados para ganar concesiones a los objetivos presupuestarios de la troica, pero la situación de los migrantes se deterioró con tanta rapidez que las dos crisis parecen tener más posibilidades de exacerbarse una a la otra. Si Alemania, la potencia económica de Europa, ha sido llevada a su límite por el influjo de refugiados, hay pocas posibilidades de que Grecia pueda albergar decenas de miles de refugiados en condiciones humanas, aumentando así el riesgo de enfrentamientos entre comunidades de migrantes y las autoridades. Y si los griegos ven que sus autoridades locales gastan sus recursos tan necesitados en los recién llegados, podría haber un aumento en la xenofobia.
HAY RESENTIMIENTO por la presión de lidiar con tantísima gente en un momento de crisis económica, y ello ha alimentado el apoyo por el partido de extrema derecha Amanecer Dorado. FOTO: GERASIMOS KOILAKOS/LUZ/REDUX
A los ojos de los griegos, las dos crisis se entremezclan cada vez más, reforzando una narrativa popular de que, por segunda vez en ocho meses, la UE le está dando la espalda a Grecia y desatiende sus principios. Los analistas dicen que esa percepción podría hacer que Grecia sea menos cooperativa con la UE en lo tocante a implementar el acuerdo entre la UE y Turquía. “Si Grecia se siente traicionada una vez más por sus compañeros de la UE, será menos probable que trabaje con la UE y los refugiados y migrantes. Nadie gana”, dice Demetrios Papademetriou, presidente emérito del Instituto de Política Migratoria, con oficinas en Washington, D. C.
Sin embargo, por ahora, la mayoría de los griegos continúa demostrando una solidaridad notable con los refugiados. La primera vez que visité el estadio de Kozani, el 9 de marzo, 440 sirios e iraquíes estaban albergados allí. Afuera, playeras y pantalones colgaban de los rieles para secarse al sol; un cartel de plástico negro colgaba entre los árboles y ondeaba ante la brisa (“Abran las fronteras, paren la guerra”, decía en inglés y árabe). Cada día, alrededor de 30 o 40 voluntarios de Kozani y poblados aledaños iban al estadio a ayudar: proveían cinco comidas al día y ofrecían primeros auxilios y revisiones dentales. Dentro, dibujos de palomas cubrían las paredes; la mitad de los refugiados en Kozani son niños, así que un grupo de voluntarios viene todos los días a hacer actividades con ellos, incluyendo pintar y montar obras de teatro.
Escenas como esta se dan por toda Grecia. Una encuesta nacional realizada por Public Issue en enero halló que 58 por ciento de los encuestados había mostrado solidaridad activamente con los refugiados; más de un tercio había proveído comida, 31 por ciento había dado ropa, y 10 por ciento dio ayuda financiera. Esas cantidades sugerirían que más de cinco millones de griegos han ayudado activamente a los refugiados.
La tradición de recibir a los extraños tiene raíces antiguas: los griegos creen en el principio de filoxenia, que significa literalmente “el amor por los extraños”. En la Odisea de Homero, Odiseoregresa a casa disfrazado de mendigo para poner a prueba la hospitalidad de su porquero. En la mitología antigua, Zeus era, entre otras cosas, el dios de los viajeros. Vestía harapos y se disfrazaba de pobre para ver cómo su gente trataba a los extraños. “No somos excepcionalmente buenos, pero ciertamente somos mejores de cómo se nos ha retratado en los medios mundiales en años recientes”, dice Ioannidis, el alcalde de Kozani. “Esta ha sido una ocasión para que nuestros ciudadanos muestren su lado amable, nuestra bondad”.
La historia de Grecia hace a su pueblo intensamente empático con los sentimientos de no estar en control de tu futuro, algo que casi todos los refugiados sienten. Cuatro siglos de dominio otomano terminaron en la década de 1820, seguidos por las guerras balcánicas de 1912-1913, luego la Primera Guerra Mundial y un intercambio masivo de población con Turquía que involucró a 400 000 musulmanes en Grecia y 1.3 millones de griegos anatolios viviendo en las costas del mar Negro quienes fueron expulsados de sus tierras ancestrales (muchos griegos citan sus orígenes de refugiados como una razón de su solidaridad con los sirios). Luego se dio una ocupación nazi brutal en la década de 1940 que cobró las vidas de alrededor de 10 por ciento de la población y arruinó la economía e infraestructura del país. Después de que los alemanes se fueron, hubo una guerra civil hasta 1949. En 1967, una junta militar de derecha se hizo con el poder, disolviendo los partidos políticos. Grecia salió de la dictadura militar apenas en 1974.
Los griegos también saben lo que se siente estar en la parte espinosa de los estereotipos culturales, otra realidad cotidiana que muchos de los refugiados principalmente musulmanes enfrentarán en Europa. Durante la crisis financiera, muchos europeos norteños veían a los griegos y otras personas viviendo alrededor del Mediterráneo como demasiado distraídos por el sol y el vino como para hacer el trabajo duro necesario para mantener una sociedad eficiente (las cifras no están de acuerdo con tales explicaciones: según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el griego promedio siempre ha trabajado, en los últimos 15 años, más de 2000 horas anualmente. En comparación, el alemán promedio fichó 1371 horas en 2014; el británico promedio, 1677, y el estadounidense promedio, 1789.)
Por meses, el gobierno izquierdista de Syriza ha motivado a los griegos a sentir solidaridad con los oprimidos. Muchos griegos ancianos dicen que ver a la gente ocupando las plazas de Atenas, hambrienta y huyendo de la violencia, les recuerda la ocupación nazi, un recuerdo que los inspira a sentir simpatía por los refugiados.
Pero ¿esos sentimientos durarán? Grecia es un país notablemente homogéneo, con más de 95 por ciento de la población identificándose como griego ortodoxo. El país tiene poca experiencia en integrar a recién llegados. Aun cuando los expertos señalan que la cultura griega es mucho más cercana a Oriente Medio que a la mayoría de los países europeos, las medidas básicas necesarias para la integración —lecciones de idioma, empleos, escolaridad— son más difíciles de implementar en la Grecia asolada por la austeridad de hoy. “La cuestión es que sucede cuando la gente se percata de que esto va a ser permanente, que vamos a tener que albergar decenas o cientos o miles de personas”, dice Angelos Chryssogelos, un investigador del Observatorio Helénico de la Escuela de Economía de Londres.
La mayoría de estas personas no quiere quedarse. “Sólo nos sentamos aquí a esperar todo el día. Es como una gran cárcel”, dice Lamia Khalil, una siria kurda de 35 años y originaria de Alepo, en un inglés casi perfecto, producto de trabajar por diez años en el Aeropuerto Internacional de Alepo. Vive en el estadio de Kozani. “Todos estamos perdiendo tiempo aquí. Sólo quiero vivir mi vida de nuevo”.
ALREDEDOR de 1.2 millones de sirios, afganos, iraquíes y demás llegaron a Grecia el año pasado. Por lo menos 375 han muerto en lo que va del año al cruzar desde Turquía en botes clandestinos. FOTO: YANNIS BEHRAKIS/REUTERS
Si el sueño europeo de prosperidad parece fuera del alcance para la mayoría de los griegos, los sirios saben que es poco probable que se haga realidad para ellos. Conforme se acumula la frustración, cientos de migrantes y refugiados en Idomeni han intentado medios cada vez más peligrosos de cruzar la frontera. Tres afganos, entre ellos una embarazada, se ahogaron en un río cerca de Idomeni; en abril, la policía macedonia ha usado en repetidas ocasiones granadas de aturdimiento, balas de hule y gas lacrimógeno para repeler a los refugiados que tratan de escalar la valla fronteriza.
Doquiera que vi refugiados en dos visitas recientes —en Idomeni, Kozani y Atenas— había una conciencia casi universal de que Grecia no era la tierra prometida. “Grecia tiene una carga enorme de por sí”, dice un joven palestino en el Puerto del Pireo, cerca de Atenas, donde 5000 refugiados están acampados.
¿PIEDAD DE LA CANCILLER?
En un giro que nadie habría predicho el verano pasado, Merkel podría ser la mejor esperanza de Grecia ahora. Grecia y Alemania se han visto con un interés común accidental. Ambos gobiernos han asumido ampliamente posturas a favor de los refugiados. “¿Usted cree seriamente que todos los estados del euro que el año pasado lucharon por todos los medios para conservar a Grecia en la zona euro —y fuimos los más estrictos— un año después pueden permitir que Grecia, en cierta forma, se hunda en el caos?”, preguntó Merkel en una entrevista con la emisora pública ARD a finales de febrero. Ella advirtió que Atenas podría verse paralizada por la cantidad enorme de arribos.
Los griegos esperan que la simpatía de Alemania se extienda más allá del alivio de la deuda. Las fechas límite de reembolso para el país se acercan con rapidez: en junio y julio Atenas debe reembolsar 10 000 millones de euros (11 300 millones de dólares), dinero que no tiene. El 1 de abril, el sitio web de soplones WikiLeaks publicó transcripciones de una conversación telefónica del FMI grabada ilegalmente en marzo que mostraba a los funcionarios aparentemente prediciendo otra emergencia en una discusión sobre lo que se requeriría para que los acreedores europeos de Grecia acepten el alivio de la deuda.
El FMI se ha negado a comentar sobre la transcripción filtrada, pero la conversación insinuó un punto muerto político que podría poner en riesgo el rescate de Grecia por 86 000 millones de euros (97 000 millones de dólares) acordado el año pasado. Hasta ahora, el FMI y la UE no han podido acordar una postura conjunta. El FMI quiere que la UE ofrezca a Grecia un alivio considerable de la deuda; la UE, Alemania en particular, está renuente, preocupada de que pudiera motivar a otros países de la zona euro a presionar por concesiones similares.
La filtración suscitó la ira en la oficina de Tsipras, la cual culpa al FMI de retrasar una revisión del progreso que ha tenido Grecia en el cumplimiento de los términos severos de austeridad, una revisión que Atenas necesita para recibir ayuda financiera. Tsipras acusó al FMI de tratar de “desestabilizar políticamente a Europa”. La directora administrativa del FMI, Christine Lagarde, reaccionó furiosamente, diciendo: “Grecia no puede pegarse como lapa continuamente y esperar que las cosas sean puestas en orden”. El 14 de abril, añadió que si Europa no le da a Grecia algún tipo de alivio de deuda, el FMI tendría que reconsiderar su participación en el fondo de rescate. Berlín dice que si el FMI deja de contribuir, Alemania también lo hará. Dado el impasse actual, una repetición de la emergencia del año pasado —con Grecia arriesgándose al incumplimiento en sus deudas— se ve cada vez más posible.
A pesar de todos los nuevos sentimientos de fraternidad que Berlín pudiera tener para con Atenas, Grecia enfrenta una realidad dolorosa: es difícil reconstruir la economía cuando la gente más idónea para la tarea se ha ido. De los graduados universitarios griegos que trabajaron en el extranjero en los últimos tres años, sólo 15.9 por ciento regresó a Grecia, según una revisión internacional del Consejo de Europa en 2015.
Grecia no tiene opción aparte de arreglárselas con lo que tiene. Y los colapsos financieros a veces pueden ser un catalizador de nuevos comienzos. Muchos dicen que la crisis económica ha estimulado la solidaridad entre los griegos, mientras que la crisis de los refugiados ha ayudado a darles una perspectiva de cuán mal están las cosas en casa. “Tal vez haya una guerra económica, pero no es una guerra real”, dice George Ilias, de 33 años, director de tecnología de la compañía incipiente ZuluTrade con oficinas en Atenas.
La gente como Ilias —profesionistas jóvenes y educados que han elegido construir su futuro en Grecia y no en el extranjero— tal vez representa las mejores oportunidades del país de recuperarse económicamente. Muchos griegos dicen que la crisis de la deuda ha motivado a las empresas a hacerse más innovadoras y eficientes en aras de sobrevivir. Y entre 2014 y 2015, Grecia tuvo ganancias significativas en su calificación GEDI, un índice del Instituto Global de Empresa y Desarrollo con oficinas en Estados Unidos y que evalúa el ecosistema empresarial de un país.
Los griegos que sí se quedan, o regresan a casa desde otros países, a menudo son extremadamente exitosos, creando islas de innovación que desafían la agitación económica más amplia del país. Según un informe del Instituto Económico del Área de la Bahía, la tecnología no sólo impulsa la economía mundial, también crea 1.7 veces más empleos en bienes y servicios locales que la manufactura.
Las compañías de capital de riesgo también tratan de asegurar que los griegos tengan acceso a los recursos que necesitan para lanzar sus ideas. En enero de 2009, Georgios Kasselakis y George Tziralis cofundaron un pequeño fondo de inversión en Atenas, el segundo de su tipo en Europa después de que Seedcamp, con oficinas en Londres, abrió dos años antes. Más de 200 personas ahora son empleadas por compañías incipientes que Openfund ha apoyado. Kasselakis, de 30 años, dice que el mundo en el que vive es una pequeña burbuja tecnológica, apenas afectada por la crisis de los últimos cinco años. “A pesar de la situación general, estamos superando a la mayoría de las compañías en Silicon Valley”, dice, durante un almuerzo en Philos, un café en un elegante edificio neoclásico en Kolonaki, un vecindario pudiente de Atenas cuyas calles están atascadas de boutiques de lujo. “Las cosas han marchado espléndidamente, tanto así que a veces me siento incómodo al compartir eso con otros griegos”.
Empresarios, líderes comerciales e inversionistas como Kasselakis representan los brotes de verdor que Grecia necesita desesperadamente. Y con la ayuda de Bruselas y Alemania, también es posible que el país pueda arreglar su economía rota, y en el proceso lidiar mejor con la crisis de los refugiados. Pero por ahora, el éxito en Grecia podría ser algo que es mejor mencionarlo en privado.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek