LOS ÁNGELES, CA.— “A Bernie Sanders no lo respetan”. Con esta frase aplastante, el diario estadounidense The Wall Street Journal tituló su editorial del 27 de marzo, un día después de que el senador por Vermont que busca la candidatura demócrata a la presidencia de Estados Unidos ganara las elecciones primarias en tres estados del oeste del país.
La noche previa Sanders arrasó: 70 por ciento de los votos en Hawái, 73 por ciento en Washington y 82 por ciento en Alaska le dieron un margen sobre su contrincante, Hillary Clinton, que ningún otro candidato de cualquiera de los dos partidos había obtenido antes. Si bien estos estados no son los de mayor peso político, la contundencia de su triunfo, argumentó el Journal en su editorial, le da derecho a continuar en la contienda hasta el final.
La falta de respeto, agrega el diario, radica en la poca importancia que se da a las victorias de Sanders tanto en los medios de comunicación como entre las élites del Partido Demócrata, “que preferirían un candidato que disimule mejor su socialismo”.
A principios de 2015, cuando Bernie Sanders anunció su interés en buscar la presidencia, nadie tomaba muy en serio a este senador independiente de aire académico y marcado acento brooklynite, abiertamente socialista y crítico de Wall Street, que se ubicaba 70 puntos por debajo de Clinton en las encuestas y cuyo nombre reconocían sólo 3 por ciento de los votantes. Un año después, Sanders ha roto el récord del número de donaciones individuales recibidas por una campaña política en la historia de Estados Unidos, y las principales encuestas indican que el próximo 8 de noviembre, día de la elección presidencial, sería el candidato con más posibilidades de derrotar a su contrincante republicano, quienquiera que resulte electo por ese partido.
A pesar de ello la presencia de Bernie, como lo llaman con confianza sus seguidores, en los grandes medios y en el discurso oficial, sigue siendo la de un outsider, la de alguien que tomó por sorpresa al sistema. “Es un candidato que no les conviene porque los cuestiona, cuestiona la forma en que han hecho política durante muchos años para beneficiarse de ella”, explica Yolanda Varela-González, profesora del sur de California y voluntaria de la campaña de Sanders. “Pero eso es lo que le ha dado fuerza a su candidatura; esta campaña está hecha por la gente y para la gente”.
La noche del triunfo de Sanders en los tres estados del oeste, la agencia Associated Press hizo mención de su victoria en menos de una línea, y agregó el dato que persigue a los “sanderistas”: aunque Bernie gane votos, Hillary Clinton aún lleva el liderazgo en el número de delegados que irán a la convención de su partido en julio de este año, lo cual podría asegurarle la nominación. “La información es cierta, pero aun así, el senador por Vermont y sus seguidores tienen razones para preguntarse qué es lo que él tiene que hacer para obtener un poco de respeto político”, señala The Wall Street Journal.
REVOLUCIÓN
La noche del 1 de febrero de 2016, Bernie Sanders dio la primera sorpresa: con una apretadísima diferencia de 0.3 por ciento a favor de Hillary Clinton —quien obtuvo 49.9 por ciento de los votos, contra 49.6 por ciento a favor de Sanders— el senador tomaba por asalto los caucus de Iowa, la primera contienda estatal del país. En un discurso de victoria ante el inesperado empate técnico, Sanders lanzó una invitación encendida a sus seguidores: “Si quieren un gobierno que represente a toda la gente, y no sólo a unos cuantos, súmense a nuestra revolución política”.
La idea de una “revolución” ha resultado atractiva para un electorado cansado de la forma tradicional de hacer política en Estados Unidos. Golpeados por la crisis iniciada en 2008 que dejó nueve millones de estadounidenses sin empleo, y que provocó que cinco millones de familias perdieran su casa, quienes se han sumado a las filas de seguidores de Sanders adoptan el discurso que cuestiona los privilegios del uno por ciento representado en las grandes corporaciones de Wall Street, y que reivindica al restante 99 por ciento.
“La diferencia es que Bernie Sanders no es un político. Es un hombre íntegro que busca sacudir la política trayendo un poco de la honestidad que ahí no tienen”. Miley, una chica de 19 años, cabello rizado, camiseta, jeans y tenis explica por qué apoya a Sanders mientras espera que, de un momento a otro, el senador haga su aparición durante un evento en una preparatoria de Phoenix, Arizona. Es 19 de marzo y las elecciones primarias en ese estado se celebran en dos días.
Acompañada por otras dos chicas y una pareja en sus cuarenta, Miley detalla las diferencias que hay entre Bernie y “los políticos”, pasando por alto el hecho de que alguien que ha sido parte del Congreso estadounidense por 15 años —seis en la Cámara Baja y nueve en el Senado— probablemente es un político también. “Bernie no se preocupa por los grandes intereses; se preocupa por la gente”, agrega la joven con convencido entusiasmo.
De los altavoces del gimnasio de la escuela, donde unas 1500 personas esperan a Sanders, salen las notas de Power to the People, la emblemática canción de John Lennon. El sitio se va llenando de gente y sorprende la diversidad de la audiencia: jóvenes anglosajones y latinos, aunque también algunos negros y asiáticos. Hombres y mujeres más o menos en la misma proporción. Personas maduras, de la generación Woodstock, entonando las canciones que probablemente cantaban hace cuatro décadas —“you say you want a revolution, well, you know, we all want to change the world”—. Grupos con banderas arcoíris y grupos identificados como “Veteranos contra Trump”. Una chica sonriente con una enorme bandera de México.
Sanders aparece en el escenario y dedica buena parte de su discurso al cúmulo de jóvenes que, celular en mano, tuitean el evento o se toman una selfie con Bernie detrás.
“Esta campaña está escuchando a la gente joven. La razón por la que tenemos tanta energía es que, estado tras estado, ganamos el voto de la gente de 45 años o menos”, exclama Sanders emocionado, el torso echado hacia delante y los hombros ligeramente encogidos, los brazos al aire. Las mangas del saco y la camisa se le suben, dejando al descubierto las muñecas y haciendo más notoria su gesticulación con las manos. “Yo obtengo mi inspiración y mi energía de ustedes. Tenemos el voto del futuro”.
Bernie explica que, de llegar a la presidencia, buscará que quienes se encuentran endeudados por haber ido a la universidad puedan refinanciar dicha deuda. “Si nos han dicho que lo importante es tener buena educación, ¿por qué cuando sales de la universidad debes 30 000 o 50 000 dólares?”, pregunta. “La educación superior gratuita no es una idea radical. Invertir en la gente joven es la mejor inversión”. Un chico afroamericano grita particularmente entusiasmado con la idea.
En 2008, cuando Barack Obama inició su campaña por la candidatura demócrata —contienda en la cual su contrincante también fue Hillary Clinton—, los llamados “ejércitos de Obama”, brigadas formadas por jóvenes que invitaban al voto puerta por puerta, fueron una de las claves para que el senador por Chicago obtuviera la victoria. Es posible que el fenómeno Sanders sea una reedición de aquel momento, aunque la idea de que quien aglutine el voto joven sea un anglosajón de 74 años, y no el afroamericano en sus cuarenta de hace ocho años, hace que el fenómeno resulte aún más interesante.
Una encuesta realizada por la cadena de televisión ABC y el diario The Washington Post a principios de 2016 indica que entre los votantes demócratas de 29 años o menos, 66 por ciento de la intención de voto favorece a Sanders contra sólo 26 por ciento para Hillary Clinton.
“Es que esto es más que una campaña; esto es una revolución”, explica la profesora Varela-González, quien viajó a Arizona desde California para hacer trabajo voluntario por Sanders el fin de semana previo a la elección. “Gane quien gane, estamos sembrando algo en los jóvenes, algo que va a dar resultados en los próximos años. Este movimiento no es de hoy; es el movimiento del mañana”.
“Es un candidato que cuestiona la forma en que se ha hecho política”: Yolanda Varela.
VOTE FOR “EL VIEJITO”
De las decenas de eventos organizados por voluntarios que apoyan a Bernie Sanders en las primarias de Arizona, destaca uno: “Berning the Tacos!”, una jornada de domingo por la mañana en la que se convoca a los simpatizantes del senador a hacer llamadas telefónicas para invitar a la gente a sumarse al movimiento.
La cita es a la una de la tarde en una casa de un barrio de clase media baja en Mesa, un suburbio al este de Phoenix. Las puertas abiertas de par en par dan la bienvenida al que llega, quien antes de empezar a hacer llamadas es sentado a la mesa para comer unos tacos. Las encargadas de la cocina, seis mujeres que calientan ollas y sirven platos, son parte de un grupo de activistas indocumentadas que se hacen llamar Original Dreamers, en referencia al movimiento Dreamer al que pertenecen sus hijos, jóvenes indocumentados que fueron traídos a Estados Unidos siendo menores de edad.
Lupita Arreola es una de las lideresas. Su hija es Erika Andiola, una conocida dirigente del movimiento Dreamer quien en 2012 adquirió fama nacional por haber iniciado una campaña de llamadas para detener la deportación de Lupita, arrestada en su propia casa por agentes de inmigración. La estrategia de movilización de grupos activistas a través de redes sociales implementada por Arreola funcionó; Lupita hoy sigue en el país y tiene en marcha un proceso legal buscando quedarse permanentemente. Erika, por su parte, desde hace seis meses trabaja formalmente en el equipo de comunicación de la campaña de Sanders.
“Yo tengo 18 años viviendo en Estados Unidos y le puedo decir que nunca me había interesado en la política, hasta que intentaron deportarme”, relata Lupita recordando su arresto. “Entonces me di cuenta de lo importante que es el apoyo y la organización de la comunidad, y eso me dio valor. Yo no puedo votar, pero sí puedo hablar con la gente para pedirle que voten por quien nos va a ayudar a arreglar la situación de los 11 millones de indocumentados, a evitar que separen a las familias, a ayudar a los Dreamers para que sigan estudiando. Y yo sí creo que ese es Sanders”.
En el patio posterior de la casa ya se encuentra un grupo de gente. Son hombres y mujeres que no se conocen entre sí, pero que están ahí de manera voluntaria para hacer llamadas y pedir a quienes están en el padrón del Partido Demócrata que salgan el martes a votar.
Uno de estos voluntarios es Erick García, de 29 años. Es originario de Veracruz, llegó a Estados Unidos indocumentado cuando tenía 11 años, y aún no ha podido resolver su situación migratoria, de modo que no puede votar. Lo que sí puede hacer es convencer a otros de que voten por quien considera el mejor candidato.
“Hace ocho años yo apoyaba a Obama porque aprendes a votar por el candidato que crees que le va a hacer menos daño a tu comunidad; pero no había encontrado a alguien que verdaderamente me inspirara. Creo que con Bernie tendremos menos represión como inmigrantes. Sabemos que con todos los políticos te estás echando un volado, pero este señor ha sido consistente en su mensaje”, explica.
Erick marca los números que aparecen en el listado de votantes, y con cálculo de buen observador decide si a quien le conteste le hablará en inglés o en español. Muchos de quienes responden en el segundo idioma reconocen al candidato del que les habla. “¡Ah, claro: el viejito!”.
Entre los objetos promocionales de la campaña, el equipo de Sanders en Arizona lleva botones con la foto del candidato y la leyenda “El Viejito. Bernie 2016”.
“Creo que con Bernie tendremos menos represión como inmigrantes”: Erick García.
STARMAN
“La razón por la que estamos haciendo algo inusual en la política estadounidense es porque estamos diciendo la verdad. Entendemos la realidad frente a nosotros y no la ocultamos”.
Bernie habla con pasión frente a un atril sobre el cual coloca las manos por momentos; en otros, manotea al aire, los dedos extendidos, apretando los labios en un gesto de indignación cuando denuncia situaciones que le parecen injustificables: el sistema de financiamiento de las campañas está corrompido; existen 150 millones de personas viviendo en la parte más baja del espectro económico del país; la familia Walton, una de las más ricas de Estados Unidos y propietaria de los supermercados WalMart, paga salarios tan bajos que sus trabajadores tienen que acogerse a los programas de subsidios.
Sanders enumera lo que le parece mal, y su audiencia se identifica con él. Suelta datos certeros, irrefutables, que logran que su mensaje llegue sin necesidad de perderse en declaraciones estridentes ni ataques personales contra sus contendientes. “Esta campaña ha sido una de las menos controvertidas que he cubierto”, dijo recientemente el veterano editor de The Washington Post, Chris Cillizza, sobre el discurso de Sanders. “Y se encuentra en marcado contraste con el festín de lodo que hemos visto en el lado republicano”.
Mientras Sanders denuncia que el encarcelamiento en Estados Unidos constituye un gran negocio; que los departamentos de policía deben pasar por una limpieza profunda; que el abuso de sustancias debe ser tratado como un problema de salud; que el salario mínimo debe incrementarse; que el acceso a la salud debe ser gratuito; que las mujeres tienen derecho a decidir sobre su cuerpo, la gente que lo escucha se va entusiasmando, asiente con la cabeza, aplaude, se emociona. Nada revitaliza más la política que un poco de esperanza.
Esta esperanza es la que ha convertido a Sanders en una suerte de estrella cuyo brillo no emana de él, sino de la fuerza que ha construido en torno suyo. Hacia finales de marzo, el senador había reunido 5 millones de dólares en donaciones individuales, que promedian 27 dólares por donación; más donaciones individuales que ningún candidato en la historia del país.
“Esto por sí mismo es revolucionario —dice Sanders con energía— porque demuestra que podemos llevar una campaña…”. La gente entre la audiencia completa la frase: “…of the people, by the people, for the people”, en una paráfrasis del célebre discurso de Abraham Lincoln en el Cementerio de Gettysburg en 1863, en el que llamó a crear un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Bernie, el hijo de un inmigrante, recibe una ovación cuando habla de evitar la separación familiar; una más cuando habla de proteger a los veteranos ancianos o discapacitados; una tercera, tal vez la más grande, cuando en alusión a las parejas del mismo sexo afirma que “a la gente en Estados Unidos se le debería permitir amarse unos a otros sin importar otra cosa”. Una chica de rasgos orientales sentada sobre los hombros de su novio se quita la playera, no lleva sostén. Sobre la espalda lleva escrito “stop fascism”, alto al fascismo. La gente le aplaude. Bernie, un poco abochornado, sonríe.
El evento termina y los asistentes se retiran emocionados, coreando canciones. Dos días más tarde Hillary Clinton ganará el estado de Arizona y los delegados obtenidos en esa jornada abonarán a la probabilidad de que resulte nominada en la Convención Demócrata de julio, en donde tiene asegurados 469 superdelegados contra 31 de Sanders. Tal vez los números no favorecerán al candidato revolucionario, pero la esperanza está sembrada.
Desde las bocinas del gimnasio escolar, resuena la voz de David Bowie:
“There’s a starman waiting in the sky / He’d like to come and meet us / But he thinks he’d blow our minds…”.
Un botón portado en un acto de campaña en Phoenix.