En 1908, el autor británico Israel Zangwill escribió una obra teatral, cuyo título popularizó un término que llegó a convertirse en una metáfora de Estados Unidos mismo: The Melting Pot (El crisol).
En su debut ante el público estadounidense, la obra de Zangwill contaba la historia de David Quixano, un inmigrante ficticio ruso-judío decidido a viajar a Estados Unidos después de que su familia muere en un violento tumulto antisemita en Rusia.
Para Quixano (y muchos inmigrantes reales de esa época), EE UU, en toda su gloria culturalmente “mezclada”, se erguía como un modelo de luz, visible desde los rincones más oscuros y más oprimidos del mundo, brindando esperanzas, posibilidades e incluso también la aceptación.
Mucho tiempo antes de que Zangwill incorporara la etiqueta de “crisol” en el vocabulario mundial, Estados Unidos ya había adquirido la reputación de ser un refugio para los migrantes.
Los primeros colonos inmigrantes de Nueva Inglaterra, los Puritanos y los Peregrinos, dejaron su natal Inglaterra a principios del siglo XVII para poder practicar más libremente sus respectivas religiones, sin la intervención de la Iglesia de Inglaterra.
A principios del siglo XVIII, durante la Revolución Francesa, miles de europeos de las zonas rurales huyeron a Estados Unidos para escapar de los campos destruidos y de un gobierno destrozado.
Como resultado de la gran hambruna que golpeó a Irlanda en la primera mitad del siglo XIX, millones de inmigrantes católicos irlandeses cruzaron el Atlántico, estableciéndose en distintos sitios de la Costa Este.
La siguiente ola llegó de Asia, cuando inmigrantes chinos y japoneses llegaron por montones a California, trabajando en todo el Oeste mientras la fiebre del oro y la construcción del ferrocarril generaban sueños de grandes riquezas.
La llegada de estos inmigrantes, y con ellos, la de sus variados antecedentes culturales, fue esencial para moldear la identidad pública de Estados Unidos. Y ello alimentó la historia de Estados Unidos, consagrando a ese país como un refugio para todas aquellas personas que sufren persecución por sus creencias políticas o personales; un refugio que acepta una gran variedad de fes e ideologías.
Esta versión ampliamente publicitada de Estados Unidos como una región completamente inclusiva no estaba en contacto con la realidad, dado el deseo extendido de despojar a los inmigrantes de sus costumbres individuales y de obligarlos a encajar en una versión de la identidad blanca que permea en toda la sociedad, ocultándose justo debajo de la superficie. Existe una rica tradición estadounidense de rechazar a los inmigrantes y a los refugiados, y aquellos que logran superar estos obstáculos, a menudo enfrentan llamados para asimilarse y negar sus raíces culturales.
Antes del final de siglo XIX, el gobierno federal hizo muy poco para controlar el flujo migratorio. Los lineamientos de nacionalización fueron establecidos a fines del siglo XVIII, y a partir de 1819, se exigió a los inmigrantes que informaran sobre su llegada al gobierno estadounidense. La débil ejecución de esta previsión permitió la entrada de un gran número de inmigrantes indocumentados.
Los gobiernos estatales intentaron aprobar sus propias leyes de inmigración, y el caos que surgió en todos los estados fronterizos finalmente hizo que el gobierno federal tomara el control del asunto a fines del siglo XIX. Con el crecimiento del sentimiento anti-inmigración en todo el público nativo, las leyes de inmigración fueron presentadas como un medio de calmar a un público disgustado.
Los partidarios del nativismo tienen una larga historia en EE UU, pero comenzaron a surgir como una importante fuerza política nacional en la década de 1850, convirtiéndose en grandes opositores a la inmigración al hacer hincapié en la importancia de los “valores estadounidenses” puros.
Aunque los inmigrantes irlandeses se adaptaron fácilmente a muchas facetas de la vida estadounidense, por ejemplo, los nativistas denunciaban a su religión católica como antiestadounidense, ponían letreros en los escaparates que decían, “No se admiten irlandeses”, lo cual les impedía obtener empleo, y trataban de contener el flujo migratorio de Irlanda.
Muchos inmigrantes, especialmente aquellos con raíces italianas e irlandesas, eran vistos como francamente inferiores y presentados con figuras simiescas en los medios de comunicación de la época. Para que estos inmigrantes lograran ser aceptados, frecuentemente tenían que condenar al ostracismo a la siguiente ola de inmigrantes; uno se volvía blanco cuando se oponía a aquellos que no lo eran.
Esta dinámica contribuyó a la satanización de los inmigrantes asiáticos en las décadas de 1870 y 1880. La Ley Page de 1875 se centraba específicamente en los peones, presidiarios y prostitutas de origen asiático, negándoles la entrada a Estados Unidos, aunque su misión principal era hacer que el proceso migratorio fuese más difícil para todas las personas provenientes de Asia. La Ley de Exclusión China se promulgó en 1882 y prohibía la entrada de inmigrantes chinos a Estados Unidos.
Aunque estas leyes estaban dirigidas específicamente a los inmigrantes asiáticos, les sucedieron otras leyes de inmigración más amplias, promulgadas con la intención de reforzar la seguridad fronteriza y dificultar la entrada legal de inmigrantes.
A pesar de estas nuevas leyes y de los brotes de fervor anti-inmigrante, los extranjeros siguieron llegando en grandes cantidades a Estados Unidos. La tercera ola principal de inmigración a Estados Unidos ocurrió a inicios del siglo XX y trajo con ella a inmigrantes de regiones que anteriormente no estaban representadas (Europa Oriental y Rusia, entre otras). El ciclo de inmigrar y luego volverse contra aquellos que vienen detrás, comenzó de nuevo, y surgió un nuevo movimiento de asimilación.
El gobierno y el público alentaron a los nuevos ciudadanos estadounidenses a absorber una nueva cultura casi al llegar, un proceso denominado “americanización.”. En un pasaje frecuentemente citado, el presidente Teddy Roosevelt instó a la asimilación diciendo, “Sólo tenemos espacio para un único idioma aquí [en Estados Unidos], y se trata del idioma inglés.”
Se establecieron programas de ciudadanía en todo el país, y en las principales ciudades y pueblos había lecciones gratuitas de inglés. Ford Motor Co., entre otras empresas importantes, hacía que sus trabajadores inmigrantes se quedarán después de la hora de salida para tomar clases obligatorias de inglés e inculcarles los valores estadounidenses. La Young Men’s Christian Association ofrecía clases que enseñaban a los inmigrantes el “estilo americano”, educándolos sobre los pasatiempos, las prácticas de higiene, la vida familiar y otros elementos de la cultura estadounidense.
La obra de Zangwill debutó justo cuando el movimiento de americanización alzaba el vuelo, recibiendo reseñas mixtas por parte del público y los críticos. En su artículo titulado “How the Melting Pot Stirred America,” (Cómo el crisol sacudió a Estados Unidos), el autor Joe Kraus señala que los partidarios de la obra la consideraban como “una poderosa verbalización de la promesa estadounidense”.
Sin embargo, las personas a las que no les gustaba la obra, la consideraban como una representación de la creciente jerarquía cultural en Estados Unidos. “The Melting Pot (El crisol), que celebraba la capacidad de Estados Unidos para dar cabida a la diferencia”, escribe Kraus, “apareció en escena en un momento en el que el mundo del teatro estadounidense dejó de aceptar la heterogeneidad en sus producciones y de manera más sutil, dejó de dar cabida a la diferencia en su público.”
Por ello, The Melting Pot, a pesar de toda su insistencia en que Estados Unidos era un feliz matrimonio entre diversas culturas, en realidad simbolizaba el final de la aprobación cultural en ese país.
Aun así, muchos inmigrantes siguieron considerando a Estados Unidos con algo parecido al espíritu del Quixano de Zangwill: “Estados Unidos es el crisol de Dios, el gran crisol donde todas las razas de Europa se mezclan y reforman… ¡Alemanes y franceses, irlandeses e ingleses, judíos y rusos, todos ellos en el crisol con todos ustedes! Dios está creando al estadounidense.”
A pesar de sus defectos, el gran crisol fue el rostro de Estados Unidos durante décadas después de la obra de Zangwill. Aun cuando los inmigrantes asiáticos fueron confinados a los barrios chinos (el primero de ellos fue creado en respuesta a las crecientes tensiones raciales), los japoneses-estadounidenses fueron recluidos y Jim Crow reinaba, Estados Unidos era considerado orgullosamente como una cornucopia de ideas y orígenes étnicos. Sin embargo, a mediados del siglo XX, el concepto de crisol empezó a ser sometido a análisis más críticos, justo cuando una cuarta ola de inmigración crecía en Estados Unidos.
A diferencia de los grandes episodios migratorios que se produjeron antes que este, la cuarta ola estaba formada predominantemente por inmigrantes de habla española, originarios de Centro y Sudamérica. Al igual que muchos de sus predecesores, fueron recibidos con desconfianza y aversión por el público estadounidense.
Aunque muchos trataron de adaptarse a vida cotidiana estadounidense, eran vistos como amenazas culturales y económicas. A pesar de ello, varios aspectos de la cultura hispanoamericana lograron filtrarse en el estilo de vida estadounidense.
Con tantos grupos étnicos que forman parte de Estados Unidos en el siglo XX, los llamados a la asimilación han comenzado a enfrentar una oposición en forma de multiculturalismo, una escuela de pensamiento que hace hincapié en la importancia de reconocer los orígenes étnicos individuales. Se opone directamente al concepto del crisol y se ha ganado sus propias frases metafóricas, como “tazón de ensalada” y “mosaico cultural.” Con la introducción de esta ideología, la teoría del gran crisol de Zangwill fue agresivamente cuestionada.
Incluso ahora, el multiculturalismo no es más que uno de los términos que se utilizan en el debate actual sobre cómo describir mejor a la población diversa y en crecimiento de Estados Unidos. Aunque en la obra de Zangwill Estados Unidos aparece como el gran igualador, el crisol no era nada más que un mito, aunque muy amado por muchos estadounidenses.
El gran número de orígenes étnicos que existen en Estados Unidos hace difícil asignar un solo nombre para el país que describa adecuadamente una mezcla tan rica.
Para mayor información, lea “Melting Pots and Salad Bowls” (Crisoles y tazones de ensalada) de Bruce Thornton (Hoover Institution, 26 de octubre de 2012) y “Immigrants Have Enriched American Culture and Enhanced Our Influence in the World” (Los inmigrantes han enriquecido la cultura estadounidense y han mejorado nuestra influencia en el mundo), por Daniel Griswold (Insight, 8 de febrero de 2002).