La gran clase media estadounidense se ha convertido en una clase ansiosa, y está rebelándose.
Antes de que explique cómo se está dando esa rebelión, se necesita entender las fuentes de la ansiedad.
Empecemos por el hecho de que la clase media está empequeñeciéndose, según un sondeo nuevo de Pew. Las probabilidades de caer en la pobreza son aterradoramente altas, en especial para la mayoría sin títulos universitarios.
Dos tercios de los estadounidenses viven de cheque en cheque. La mayoría podría perder su empleo en cualquier momento.
Muchos son parte de una floreciente fuerza laboral “bajo demanda”: empleados cuando se necesita, a los que se paga lo que puedan recibir cuando puedan recibirlo. Pero si no hacen los pagos de la renta o la hipoteca, o no pueden pagar sus abarrotes o servicios públicos, perderán su asidero.
El estrés está cobrando un precio. Por primera vez en la historia, la esperanza de vida de los blancos de clase media está disminuyendo. Según una investigación de Angus Deaton, el economista recién galardonado con el premio Nobel, y su coinvestigadora Anne Case, los hombres y mujeres blancos de mediana edad en Estados Unidos han muerto más temprano.
Se envenenan a sí mismos con drogas y alcohol, o se suicidan.
Las probabilidades de ser acribillado por un yihadista en EE UU son muchísimo menores que las probabilidades de tales muertes autoinfligidas. Pero la tragedia reciente en San Bernardino solo intensifica una sensación abrumadora de arbitrariedad y fragilidad.
La clase ansiosa se siente vulnerable ante fuerzas sobre las que no tiene algún control. Cosas terribles pasan sin razón aparente. Pero no se puede contar con el gobierno para que los proteja.
Las redes de seguridad están llenas de hoyos. La mayoría de la gente que pierde su empleo ni siquiera califica para el seguro de desempleo.
El gobierno no protegerá sus empleos de ser subcontratados en Asia o de ser tomado por un trabajador que está aquí ilegalmente. El gobierno ni siquiera se puede proteger a sí mismo de la gente mala con armas de fuego y bombas. Por ello es que la clase ansiosa se está armando, comprando armas de fuego a un ritmo récord.
Ellos ven al gobierno no tanto como incompetente sino que no le importa un comino. Está trabajando para los chicos grandes y los gatos gordos, los capitalistas amigotes que financian candidatos y reciben favores especiales a cambio.
Cuando visité los llamados estados “republicanos” este otoño, seguí oyendo quejas furiosas de que el gobierno es administrado por banqueros de Wall Street que son rescatados después de generar el caos en la economía, titanes corporativos que consiguen mano de obra barata y multimillonarios que reciben lagunas fiscales.
El año pasado, dos politólogos altamente respetados, Martin Gilens y Benjamin Page, analizaron cuidadosamente 1,799 decisiones políticas del Congreso tomadas en el transcurso de más de 20 años, y quién influyó esas decisiones. Su conclusión: “Las preferencias del estadounidense promedio parecen tener solo un impacto minúsculo, cercano a cero, estadísticamente no significativo en la política pública”.
Era solo una cuestión de tiempo para que la clase ansiosa se rebelara. Ellos apoyarían a un hombre fuerte que les prometiera protegerlos de todo el caos. Quien evitaría que los empleos sean enviados al extranjero, golpee a Wall Street, le dé un repaso a China, se deshaga de la gente que está aquí ilegalmente e impida que los terroristas entren a EE UU.
Un hombre fuerte que haga a EE UU grande otra vez, lo cual en realidad significa darle seguridad de nuevo al trabajador promedio.
Era una quimera, por supuesto, un truco de ilusionismo. Ninguna persona puede hacer esto. El mundo es demasiado complejo. No se puede construir un muro a lo largo de la frontera con México. No se puede dejar fuera a todos los musulmanes. No se puede evitar que las corporaciones subcontraten en el extranjero. Ni siquiera se debería de intentar.
Además, vivimos en una democracia desordenada, no en una dictadura.
Aun así, ellos piensan que él tal vez sea lo bastante inteligente y lo bastante duro para sacarlo adelante. Él es rico. Él dice las cosas como son. Él hace de cada asunto una prueba de fuerza personal. Él se dice fuerte y llama débiles a sus adversarios.
Entonces, ¿qué importa si es vulgar y burdo? Tal vez sea eso lo que se necesita para proteger a la gente común en este mundo cruelmente precario.
Por años, he oído los descontentos de la clase ansiosa. He escuchado su ira creciente: en salas sindicales y bares, en minas de carbón y salones de belleza, en las calles principales y los caminos vecinales de las zonas estancadas y demacradas de EE UU. He oído sus quejas y cinismo, sus teorías de conspiración y su indignación.
La mayoría son buenas personas, no intolerantes o racistas. Ellos trabajan duro y tienen un sentido fuerte de la justicia. Pero su mundo se ha venido abajo lentamente. Y están asustados y hartos.
Ahora viene alguien que es todavía más un abusón que aquellos que por años han abusado de ellos económica, política e incluso violentamente. Su atracción es entendible, aun cuando sea errónea.
Si no es Donald Trump, entonces será alguien más que se presente como hombre fuerte. Si no es en este ciclo electoral, será en el siguiente. La rebelión de la clase ansiosa ha comenzado.
Este artículo apareció primero en RobertReich.org.
Robert Reich, profesor rector de política pública en la Universidad de California campus Berkeley, fue secretario del trabajo en la administración de Clinton. La revista Timelo nombró uno de los 10 secretarios del gabinete más efectivos del siglo XX. Ha escrito 13 libros, incluidos los éxitos de ventasAftershock yThe Work of Nations. Su último libro,Beyond Outrage, ya está a la venta en rústica. También es editor fundador de la revistaThe American Prospect y presidente de Common Cause. Su nueva película, Inequity for All, ya está disponible en Netflix, iTunes, DVD y bajo demanda.