“Cuando las tragedias
ocurren en escuelas, ya sea en Sandy Hook, Columbine o el Instituto Tecnológico
de Virginia, es difícil imaginar cómo los estudiantes reúnen el valor para
volver a estos sitios tan llenos de traumas y dolor. Pero en Ayotzinapa,
México, ir a clases es un poderoso acto político de desafío”, señala un artículo que publica el diario británico The Guardian, sobre la situación que viven los normalistas de la Normal rural Isidro Burgos.
En el artículo firmado por Josefina Salomón, se menciona que “el nombre de
Ayotzinapa se ha convertido en
sinónimo de desapariciones, y agrega lo que todos sabemos: el 26 de septiembre de 2014, en la ciudad cercana
de iguala, 43 estudiantes de esta escuela fueron arrestados por la policía y no
se ha vuelto a saber de ellos.
Pero esto no ha
evitado que algunos jóvenes se inscriban en la escuela.
“No cualquiera puede
soportar lo que nosotros hemos pasado”, dice Mario, un estudiante de primer
año de Ayotzinapa a la periodista, que narra cómo este se inscribió en la escuela dos meses después de los eventos
del 26 de septiembre, y explica que para los jóvenes como Mario, nacidos en familias rurales
con muy pocos recursos económicos, una escuela como Ayotzinapa no sólo
proporciona educación, sino también tres comidas al día y un lugar para dormir. “También les proporciona la única oportunidad de obtener una educación superior
y de contar con una oportunidad en la vida”, indica el texto.
El significado de Ayotzinapa
Esta escuela forma
parte de un ambicioso proyecto educativo establecido en la década de 1920,
después de la Revolución Mexicana, el cual buscaba proporcionar educación
especializada a los jóvenes de comunidades rurales marginadas. La idea era combinar
temas académicos con el conocimiento práctico de cómo cuidar la tierra y
fomentar el activismo social, se lee en la información del diario británico.
Salomón explica que por años “los sucesivos gobiernos conservadores de México consideraron a estas
escuelas como fábricas de problemas y las atacaron sin piedad, indica el texto, en el que se menciona que con el paso de los
años, los presupuestos de estas escuelas se han reducido cada vez más. De las
26 escuelas inauguradas originalmente en el país, sólo 17 sobreviven a duras
penas”.
Defensores locales de
los derechos humanos entrevistados por la periodista, afirman que la reciente desaparición de 43 estudiantes ha
sido un cruel intento de acallar su activismo y de enviar un mensaje indicando que
no hay cabida para ellos en el México de hoy.
“Nunca hemos recibido
mucho apoyo del gobierno, pero ahora recibimos aún menos. Es como si fuéramos
una piedra en el zapato del gobierno”, dice Mario. “Trabajamos para obtener más
recursos para estudiar adecuadamente, con dignidad. Todo lo que quiero es ser maestro,
enseñar y ayudar a mi familia”.
Como ninguna otra
tragedia de derechos humanos en los años recientes, las desapariciones de
Ayotzinapa han levantado ámpula en México, un país en el que miles de personas
han desaparecido en la última década en el que se descubren tumbas masivas con
tanta frecuencia que pocas veces llegan a los titulares de la prensa.
“Lo peor es ver a los
padres cuando vienen de visita. Los vemos sentarse en las sillas que sus hijos
solían utilizar”, dice Mario. “Los veo hablando con las fotografías,
diciéndoles que nunca van a dejar de buscarlos. No es la primera vez que el
gobierno nos ataca, pero sí ha sido la más dura. Sin embargo, no nos
detendremos hasta encontrar a los 43, hasta que el gobierno nos diga dónde
están”.
El inquebrantable
valor de los estudiantes y sus familias de Ayotzinapa ponen a prueba hasta el
límite la indiferencia del gobierno mexicano. El estado de ánimo ha cambiado en
este país y actualmente, al fin, hay una esperanza de que la dura fachada de
las autoridades podría comenzar a resquebrajarse.
Con información de Josefina Salomón / The Guardian