Los humanos nos encontramos en lo que podría ser la migración masiva más grande y transformadora en la historia de nuestra especie. A mediados de 2009, la cantidad de personas que vivían en zonas urbanas superaba la de habitantes rurales; para 2050, dos tercios de la humanidad serán citadinos. Eso transformará todo, y creará problemas nuevos y perentorios en términos de salud pública, seguridad alimentaria, estabilidad económica y seguridad ambiental.
A fines de este mes, negociadores climáticos de 190 países se reunirán en la XXI Conferencia de las Partes o COP21, aunque tal vez la Organización de las Naciones Unidas debió llamarla Conferencia de Ciudades-Estado, porque quienes convergerán en París, este año, serán alcaldes de ciudades de cada continente habitado. Y el consenso al que lleguen esos líderes urbanos podría tener un impacto mucho mayor que cualquier otra cosa resultante de COP21.
“Cuando se trata del clima, la acción está en las ciudades”, dice Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York, quien fue designado enviado especial de la ONU para ciudades y el cambio climático en 2014. Hoy se encuentra en el centro de los esfuerzos para llevar las ciudades al corazón de las negociaciones sobre clima global. Bloomberg describe la creciente población de residentes urbanos como la “Generación Metropolitana”, y la ONU calcula que las ciudades donde viven son responsables de tres cuartas partes de todas las emisiones de gases de invernadero. Esto les convierte en un factor crítico en el esfuerzo de restringir las emisiones y prevenir el efecto potencialmente catastrófico de un incremento de temperatura mayor a 2 grados centígrados en las próximas décadas.
Muchas ciudades de todo el mundo ya experimentan el impacto del trastorno climático. Cada centímetro de incremento en el nivel del mar amenaza más hogares, autopistas y negocios, y las tormentas extremas pueden destruir infraestructura y viviendas, como ocurrió con el huracán Sandy.Esta temporada pasada, incendios forestales amenazaron ciudades a orillas de pastizales y bosques en el oeste y suroeste de Estados Unidos; por cada grado centígrado que aumenta la temperatura, el riesgo de incendios se incrementa entre 100 y 300 por ciento. Un reciente estudio económico supervisado por dos exsecretarios del Tesoro estadounidense —el republicano Hank Paulson y el demócrata Robert Rubin, trabajando con Bloomberg— determinó que, si las emisiones continúan su trayectoria actual, los presupuestos de las ciudades se inflarán cientos de millones de dólares a causa de las alteraciones climáticas.
Las autoridades municipales suelen ser opacadas por los poderosos jefes de Estado, y en el pasado han quedado a su suerte para improvisar soluciones frente a los desafíos formidables de los trastornos climáticos. Sin embargo, los alcaldes tienen mucho más espacio de acción que los gobiernos nacionales, que suelen estar restringidos por compañías de combustibles fósiles que intentan influir en sus políticas climáticas. Los gobiernos locales también tienen mucho más control que los nacionales en una multitud de factores cotidianos que contribuyen de manera significativa a las emisiones de gases de invernadero, desde transporte entre lugares de trabajo y residencia hasta procesamiento de desperdicios y eficacia en el uso de la electricidad en oficinas y viviendas.
Con todo, hasta el momento las estrategias climáticas urbanas han tenido poca coherencia global. “Miles de ciudades están emprendiendo planes de acción climáticos”, escribió el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, en 2014, “pero se han hecho pocas evaluaciones sistemáticas de su implementación, el grado en que han alcanzado sus objetivos de emisión o la reducción de emisiones”.
Uno de los mayores desafíos que enfrentan las ciudades al diseñar un plan es el nuevo giro de la continuada tensión entre ricos y pobres, el cual ha resonado en todas las cumbres climáticas. En este caso, se trata de resolver las grandes discrepancias entre quien crea los gases de invernadero con la producción industrial y quien consume los bienes producidos. Para las ciudades de países desarrollados como Estados Unidos y los de Europa, la reducción de emisiones se resume en las minucias de la vida urbana, desde alentar el transporte masivo hasta mejorar los sistemas de eliminación de desechos. Cuando Bloomberg era alcalde de Nueva York, su administración incrementó la eficacia energética de oficinas y hogares, plantó un millón de árboles para absorber carbono de la atmósfera y mejoró el transporte público, dejando a la ciudad en vías de reducir en 20 por ciento las emisiones para 2030.
Sin embargo, aunque ciudades relativamente ricas como Nueva York y San Francisco están adoptando medidas importantes para volverse más verdes, todavía no toman en cuenta el hecho de que podrían están enviando su contaminación industrial a centros urbanos más pobres. Por ejemplo, cuando las acereras estadounidenses o las fábricas de textiles británicas abandonaron sus países en las décadas de 1980 y 1990, esas industrias se llevaron consigo sus gases de invernadero. Y ahora, las nuevas ciudades industriales del mundo —por ejemplo, Guangzhou en China (acero) o Tirupur en India (textiles)— producen dichos gases en nombre de las regiones postindustriales del planeta.
En Estados Unidos y Europa, 21 y 23 por ciento de los gases de invernadero, respectivamente, se generan en la producción industrial. Pero en China la cifra es más del doble, y el Banco Mundial calcula que, al menos, una cuarta parte de las emisiones chinas están ligadas a exportaciones estadounidenses y europeas.
“Es un tema muy candente, sin duda”, dice Elizabeth Stanton quien, como analista del Instituto del Ambiente de Estocolmo, produjo inventarios de gases de invernadero para varias ciudades estadounidenses. “Existe una gran correlación entre esas ciudades con conciencia verde y mayor ingreso”.
Medidas por emisiones per cápita y otros factores de sustentabilidad, algunas de las ciudades más verdes de Estados Unidos (Nueva York, San Francisco, Seattle y Minneapolis, por ejemplo) también clasifican entre las del ingreso per cápita más alto. Lo mismo puede decirse de ciudades europeas como Hamburgo, Londres y París. Pero como señala Stanton, “en áreas pudientes lo que encontramos es mayor gasto y mayor ingreso generado para comprar cosas que no se producen allí”. Muchas de esas cosas —autos, electrodomésticos, acero para rascacielos— llevan una pesada carga de gases de invernadero y plantean una interrogante difícil: ¿Quién es responsable de esas emisiones? Stanton y otros han empezado a hacer los cálculos, los cuales desafían nuestra definición de “verde”. En el negocio de la contabilidad de gases de invernadero, esto se conoce como contabilidad basada en el consumo. Y la mayoría de las ciudades estadounidenses y europeas lo han abordado con extrema reserva. “No están, digamos, deseosas de averiguar cuán poco verdes son en realidad”, informa Stanton.
En los pocos casos en que las ciudades han hecho la contabilidad, los resultados han sido reveladores. En Nueva York, el inventario de gases de invernadero de 2013 identificó una diferencia marcada entre las emisiones basadas en la producción y las basadas en el consumo. La primera hace una cuenta de las emisiones de fuentes in situ, como transporte, fabricación y electricidad; la segunda cuenta la cantidad de gases de invernadero incluidas en lo que consumen los residentes. Casi todos los cuadrantes del código postal 90 de la isla de Manhattan (donde hay poca industria) arrojaron que las emisiones basadas en la producción eran de una a cinco toneladas por familia. En cambio, la cuenta basada en el consumo mostró un resultado muy distinto: casi todos los códigos postales arrojaron emisiones de entre cuatro y diez toneladas de dióxido de carbono por familia. En San Francisco, al incluir las emisiones basadas en el consumo, las emisiones per cápita de los residentes fueron más del doble.
Aunque muchas ciudades tienen logros importantes en la reducción de su huella de carbono, el siguiente paso en el “verdor” exigirá construir un puente para cruzar la brecha económica entre productores y consumidores. Mas eso no ocurrirá a menos de que quienes se encuentran en el otro extremo de la larga cadena de suministro empiecen a reconocer el impacto ambiental de su consumo. “No he visto una campaña que diga ‘Consume menos televisores’ o ‘No alquiles un auto cada dos años’”, comenta Brian Holland, director de programas climáticos en Local Governments for Sustainability.
El 4 de diciembre, Bloomberg y la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, serán coanfitriones de la primera Cumbre Climática para Líderes Locales dentro del encuentro climático principal. Se espera que al menos trescientos alcaldes participen en la sesión de un día en el ayuntamiento parisino, el Hôtel de Ville, con la finalidad de dar a todas las ciudades una “política exterior unificada”, informa Bloomberg. El costo de entrada: firmar un convenio que los comprometerá a realizar un inventario de las emisiones de sus ciudades según estándares internacionales uniformes, y comprometerse también con un plan comprobable para reducirlos. Por primera vez, tendremos una imagen clara de dónde provienen las emisiones urbanas y así sabremos cómo combatirlas de manera específica. Asimismo, el convenio proporcionará una idea de quién podría ser el responsable en cada extremo de la cadena de oferta-demanda. El portavoz del acuerdo afirma que el proceso de contabilidad de las emisiones basadas en el consumo iniciará el próximo año.
“Ya no podemos postergar las medidas para combatir las consecuencias del cambio climático, que ya empezamos a experimentar”, dice Eduardo Paes, alcalde de Río de Janeiro y presidente del Convenio de Alcaldes de este año, encuentro que ofrece un foro para que las ciudades intercambien información sobre la mejor manera de reducir sus contribuciones al cambio climático y adaptarse a sus ya disruptivas consecuencias. Igual que otras ciudades del sur global, Río ha experimentado una gran variedad de incidentes recientes de clima extremo, incluidos aludes de barro provocados por violentas lluvias y una sequía persistente que está causando problemas con los suministros de agua de todo Brasil.
Los firmantes del convenio de alcaldes confían en que, al formalizar el intercambio de tecnologías, las ciudades miembro podrán aprender de lo que Bloomberg denomina “un laboratorio continuo”, donde se llevarán a cabo experimentos que limitarán el uso de combustibles fósiles y, a la vez, sustentarán infraestructuras urbanas complejas y modernas. Los Ángeles ha obtenido ideas de los carriles para autobuses rápidos de Bogotá, Colombia; San Francisco ofrece consejos sobre edificios verdes a ciudades chinas; Nueva York brinda consultoría a ciudades costeras sobre el reforzamiento de litorales más resilientes. Y las agencias de planificación urbana necesitan empezar a responder a los tumultuosos cambios físicos que ya han comenzado. En palabras de Mark Trexler, director ejecutivo de Climatographers, compañía de consultoría en riesgo climático, “la planificación normal en incrementos de cinco o diez años podría ser completamente irrelevante cuando, por ejemplo, grandes áreas de tu costa queden bajo el agua”.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek