De
acuerdo con un reporte de la OCDE, la estructura de la población China ha
cambiado considerablemente durante las últimas tres décadas: la proporción de
niños de entre 0 y 14 años cayó de 33.6 por ciento a 16.6 por ciento; y la población de la tercera
edad subió de 7.6 por ciento a 13.3 por ciento. Si esta tendencia continúa, ya no habrá fuerza
laboral nueva, lo que provocará un aumento en la demanda de trabajadores. Por
el contrario, habrá más ancianos, algo que representa gastos significativos
para el gobierno.
Las consecuencias de una política poblacional
intervencionista no solo han sido económicas, también han tenido efectos
negativos para la sociedad. Según estimaciones, las limitaciones en embarazos
previnieron casi 400 millones de nacimientos, pero tuvieron un efecto adverso
en la proporción de género. Al momento de elegir tener hijos, los chinos
tuvieron predilección por los hombres –sobre todo en áreas rurales-, pues las
oportunidades para prosperar financieramente y mantener a la familia eran
mayores.
Entonces, vinieron los abortos
clandestinos y los abandonos masivos de niñas, así que el gobierno prohibió
todo tipo de pruebas para saber el sexo del bebé antes del parto. Sin embargo,
este tipo de prácticas perduraron. Para los años ochenta, en ciertas áreas de
China, más de 120 niños nacían por cada 100 niñas. Hoy en día, esos hombres
están en edad de casarse. Sin embargo, las mujeres ya no están ahí. Datos del
Buró Nacional de Estadística revelan que hoy en día hay 50 millones de chinos que
no podrán encontrar una esposa.
The
Economist habla también, en su edición más reciente, de los niños
abandonados en la áreas rurales por sus padres, quienes emigran a las ciudades
en busca de oportunidades laborales. Sólo en la última generación, se estima
que 270 millones de chinos han dejado el campo por la metrópolis, la migración
voluntaria más grande de la historia. Según UNICEF, 61 millones de niños fueron
dejados atrás en 2010. El gobierno chino asumió que el sistema familiar se
encargaría de proveer para que las nuevas generaciones se integraran a la
fuerza productiva. Empero, la difícil realidad económica obligó a los padres a
tomar este tipo de decisiones.
Aún cuando la prohibición ya no
exista, los padres chinos pensarán dos veces antes de tener un segundo
embarazo. Las presiones sociales y la naturaleza altamente competitiva de un
país tan grande harán que la población se resista a darle al gobierno el
impacto que espera en la tasa de fertilidad. La vida cada vez es más cara en
lugares como Beijing, Shanghai y Guangzhou, y las oportunidades de trabajo han
ido disminuyendo lentamente. Un segundo hijo tendría implicaciones económicas
importantes para la ya de por si agobiada clase media.
Esta no es una cuestión trivial para
la economía mundial. Los mercados comerciales dependen de los consumidores del
gigante asiático y su poder de adquisición; de la fuerza laboral que genera su
población; e incluso de lo que gastan sus turistas principalmente durante las
fiestas de febrero (498 billones de dólares en 2014 según el FT). 20 de las 100
ciudades más grandes del mundo están en China, y el futuro de sus habitantes
determinará la estructura de la segunda economía más grande del mundo a corto,
mediano y largo plazo.