Los habitantes de Taloqan están atrapados. “Oímos el ruido del Talibán, podemos escuchar disparos en la noche”, dice el estudiante de ingeniería Abobaker Seyar, en una comunicación telefónica llena de estática desde la ciudad de 73 000 habitantes, en el norte de Afganistán. “Mi familia está preocupada. Corremos peligro, pero no podemos ir a Kabul porque los caminos están bloqueados”.
Taloqan está a una hora de viaje en auto de Kunduz, ciudad que los insurgentes talibanes —luego de muchos intentos— tomaron el 28 de septiembre. El 3 de octubre, durante el caos posterior, fuerzas aéreas estadounidenses bombardearon, erróneamente, el hospital de Médicos sin Fronteras y cobraron, al menos, veintidós víctimas mortales. El Talibán conserva partes de la ciudad y ha avanzado en otros distritos, aproximándose cada vez más a Taloqan. “Están muy cerca de [nosotros], están atacando y la gente está muy preocupada”, dice Seyar. “No tenemos seguridad. No tenemos ejército. Han destruido la electricidad, y las escuelas y mezquitas están cerradas”.
La cantidad de territorio que controla el Talibán tiende a crecer y reducirse conforme lanzan nuevas ofensivas, pero como señala Thomas Ruttig, codirector y cofundador de la organización de investigaciones Red de Analistas de Afganistán, “desde 2001 ha incrementado sus actividades y el alcance de su territorio, casi año con año”. Según la ONU, la presencia actual del Talibán es mayor que nunca desde 2001. De las 34 provincias afganas, se cree que veintisiete tienen un nivel de riesgo de ataque alto o extremo. Sin embargo, lo que distingue la ofensiva actual es que el grupo muestra más ambición y ha modificado su estrategia. “Esta vez el Talibán tiene puesta la mira en espacios urbanos, mientras que antes atacaba zonas rurales y eminentemente aisladas”, dice Michael Kugelman, importante asociado de programas para el Sur de Asia en el Centro Woodrow Wilson, foro de políticas de Washington, D. C., enfocado en problemas globales.
La caída de Kunduz —hogar de 157 000 personas— parecía una señal no sólo de la nueva misión del Talibán, sino de sus capacidades. El 4 de octubre, el grupo lanzó un ataque contra Maimana, capital de la cercana provincia de Faryab, con 84 000 habitantes. Fuerzas gubernamentales repelieron a los combatientes talibanes, pero el 8 de octubre el grupo afirmó haber tomado los distritos de Garziwan y Pashtun Kot, en Faryab. Esta atención en el norte también apunta a una redirección geográfica del Talibán, cuyos bastiones tradicionales se encuentran en el sur y el oriente. Según Long War Journal, sitio web que informa sobre las guerras desatadas después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, de las once áreas del extremo norte que, presuntamente, están en manos del Talibán, nueve fueron tomadas o recapturadas recientemente. Esas conquistas plantean dos interrogantes: ¿A qué se debe el cambio de estrategia? ¿Y cómo avanza el Talibán en lo que se considera una fortaleza tradicional del gobierno?
En el noreste de Afganistán yace la provincia de Badakshan que se extiende, como un dedo, por la frontera con Tayikistán hasta tocar el oeste de China. Según Long War Journal,el Talibán controla allí tres distritos. Al oeste de Badakshan se encuentra Takhar, cuya capital es Taloqan; y al oeste de Takhar está la provincia de Baghlan, directamente al sur de Kunduz. La organización Red de Analistas de Afganistán cita un distrito de Baghlan con una población aproximada de setenta mil habitantes, la cual describe como “infestada de talibanes”.
La presencia del Talibán en esas cuatro provincias tiene sentido económico, pues los caminos de la región componen una de tres importantes rutas para el tráfico de la enorme producción afgana de opio y heroína. Además, la ruta cruza Asia Central hacia Rusia y el resto de Europa. Y según el Equipo de Apoyo Analítico y Monitoreo de las Sanciones de ONU, el narcotráfico es una importante fuente de ingreso para el Talibán.
La presencia en el norte también confiere al Talibán gran influencia en un área de creciente importancia geopolítica. “El norte de Afganistán es la puerta de entrada para Asia Central, región de gran producción energética donde se desarrolla un nuevo ‘gran partido’ entre China, Rusia, Estados Unidos y otros países”, dice Kugelman. “Al construir una fortaleza en el norte de Afganistán, el Talibán puede impactar importantes tendencias geopolíticas en un área de gran relevancia internacional”. Y una base en el norte también le permite mantener alianzas estrechas en Asia Central. En agosto, la Unión Yihadista Islámica (IJU), grupo derivado del Movimiento Islámico de Uzbekistán, anunció que sus combatientes de Kunduz habían jurado lealtad al Talibán, según Long War Journal. Y más tarde, IJU informó que habían combatido en el ataque de Kunduz.
Su avance al norte también da al Talibán un impulso propagandístico. La región es considerada, tradicionalmente, hogar de etnias tayikas, uzbecas y chiitas hazaras, todas unificadas en su oposición al predominio pashtu del Talibán. Al demostrar que puede tomar los distritos del norte, así como una ciudad importante, el Talibán parece poner de manifiesto toda la fuerza de su creciente poder. “La psicología del Talibán al tomar Kunduz es tremenda”, dice Vanda Felbab-Brown, importante miembro del Centro de Seguridad e Inteligencia para el Siglo XIX en el Programa de Política Exterior de la Institución Brookings, grupo de estrategias de Washington, D. C. En entrevista con Newsweek desde Kabul, agregó: “El impacto [de Kunduz] es mucho mayor que el avance del Talibán en [la provincia Helmand de] Musa Qala durante este año o el pasado”.
¿Quién es responsable de la embestida en el norte? Mientras aguarda nerviosamente en Puli Khumri, capital de Baghlan, el activista de la sociedad civil, Atef Arefyan, cree tener la respuesta. “No hay suficientes fuerzas de seguridad en Baghlan”, dice Arefyan, quien trabajó para la Comisión Electoral Independiente de Afganistán durante las elecciones parlamentarias afganas de 2005 y en la Comisión de Quejas Electorales durante las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2009 y 2010, respectivamente. “Pedimos a Kabul que enviara más fuerzas, pero no llegaron”. Arefyan está listo para escapar en caso de que el Talibán se acerque más. Dice que si los combatientes lo encuentran e identifican como exempleado de las comisiones parlamentarias, lo matarán en seguida. Asegura que se encuentran sólo a cinco kilómetros de la ciudad.
El ataque contra Kunduz ocurrió la víspera del primer aniversario del gobierno del presidente afgano Ashraf Ghani y, al parecer, eligieron la fecha para resaltar la debilidad de la administración actual. Algunos críticos han señalado que Ghani todavía no designa un ministro de Defensa. El 4 de julio, el Parlamento rechazó al tercer candidato de Ghani para el cargo, lo que podría indicar que tiene poco control del Parlamento.
La discordia parlamentaria no es la única preocupación de Afganistán. Según el grupo de vigilancia berlinés Transparencia Internacional, la corrupción es un problema grave en el país. En 2014, la organización situó el sector público del país en el antepenúltimo sitio de su Índice Global de Percepciones de Corrupción. El 4 de diciembre, un día después de publicarse el informe, Ghani dijo a un grupo de delegados durante una conferencia en Londres: “Ustedes, nuestros socios, no necesitan recordarnos que tenemos un problema de corrupción”.
Las fuerzas de seguridad de Afganistán han sido objeto especial de críticas. “Hay serios problemas de corrupción y motivación para combatir entre las fuerzas de seguridad afganas, sobre todo en la policía”, dice Stephen Biddle, importante miembro adjunto para políticas de defensa en el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York. Luego de darse a conocer informes acerca de que las fuerzas del gobierno, aparentemente, abandonaron Kunduz el 1 de octubre, Ghani afirmó que “quienes hayan descuidado sus deberes serán castigados”.
Por lo pronto, Kabul tiene aliados valiosos en su guerra contra el Talibán. Estados Unidos y la OTAN mantienen su presencia armada en el país, aunque la organización internacional sólo entrena, asesora y asiste. Si bien las fuerzas estadounidenses implementan bombardeos contra el Talibán, la cantidad de efectivos en el país se ha desplomado a sólo 9800 soldados, respecto del máximo de 100 000 en 2011. Asimismo, Estados Unidos ha reducido la cantidad de ataques aéreos en Afganistán.
Dichos ataques pueden marcar la diferencia entre la victoria y la derrota. Los bombardeos estadounidenses sobre las fuerzas talibanes en Kunduz y Badakshan evitaron que mayores extensiones del norte cayeran en manos del Talibán y permitieron que las fuerzas afganas retomaran gran parte de Kunduz, dice Felbab-Brown. “Una reducción significativa de ayuda, en términos de soldados, inteligencia y apoyo aéreo estadounidense, incrementaría importantemente las probabilidades de que los éxitos del Talibán… se repitan”, añade.
Las fuerzas de Estados Unidos abandonarán el país a fines de 2016. La retirada reducirá, inevitablemente, la capacidad defensiva del gobierno y daría al Talibán la expectativa de enfrentar menos oposición una vez que los estadounidenses se hayan marchado. Las retiradas programadas, dice Biddle, pueden tener el efecto secundario de postergar las negociaciones de un acuerdo. Al saber que Estados Unidos pronto saldrá del país, el Talibán seguramente aguardará para ver las consecuencias de una retirada total, antes de sentarse a la mesa de negociaciones con intenciones serias.
Esto deja al gobierno de Ghani en una situación difícil al iniciar su segundo año. Envalentonado por su éxito inicial, el Talibán no da muestras de ceder en el norte de Afganistán. Según Long War Journal, el grupo sigue impugnando once distritos en Badakshan, Baghlan, Kunduz y Takhar, así como otros veintiséis en todo el país.
Cada vez es más evidente que la situación se reducirá a una lucha entre las fuerzas afganas y el Talibán. Aunque Estados Unidos está dispuesto a brindar algo de apoyo, el gobierno afgano ya no puede depender de la ayuda internacional que recibiera en años anteriores. Pero para combatir a los insurgentes, la administración necesita mejorar sus fuerzas de seguridad, que Kugelman califica de “no aptas para la tarea”. Cuando los cerca de quinientos militantes talibanes tomaron por asalto Kunduz, miles de soldados afganos se dieron a la fuga. Y ahora que el Talibán vuelve la mirada a otras regiones del norte, el gobierno tiene que asegurarse de que los protectores de Afganistán mantengan sus posiciones.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek