En mi columna previa le compartí algunos datos sobre la fuerte decadencia que presenta el poder adquisitivo del salario mínimo en los últimos treinta años. Los números reflejan que en la actualidad no sirve para adquirir ni lo más indispensable para que una persona, ya no se diga una familia, pueda sobrevivir. Es lamentable que se encuentre reducido a un simple valor de referencia para aplicar multas de vialidad, porque en alguna época sí constituyó un elemento útil para valorar las necesidades económicas de las familias, así como las condiciones del mercado laboral. Antes fue referencia de la economía, hoy es sólo su consecuencia.
El salario mínimo es un indicador sobre el acceso que la población tiene a un nivel de vida digno, además de reflejar el resultado que las políticas económicas de las tres últimas décadas han tenido en el bolsillo de las familias. No lo escribo sólo por México, sino por el orbe, pues las consecuencias han sido generalizadas. Empero, como tristemente suele suceder con los temas delicados, en México poseemos terribles botones de muestra.
Somos un país sumamente desigual, de los de media tabla para abajo en la métrica del coeficiente Gini. En tal sentido, las investigaciones demuestran que hay un vínculo, una correlación positiva entre desigualdad y pobreza. Así lo reitera un estudio de OXFAM México elaborado por el Dr. Gerardo Esquivel, en donde a la par de otros indicadores, se refleja que: somos uno de los dos países más desiguales de la OCDE, y que los ingresos de un millón de mexicanos son equivalentes a lo que ganan otros 50 millones. De ese tamaño es el abismo. En nuestro país una persona puede ganar lo mismo o más que otras cincuenta juntas, es la proporción.
En el mismo estudio, se exhibe otro contraste totalmente brutal: mientras que la fortuna de sólo cuatro empresarios, Carlos Slim, Germán Larrea, Alberto Bailleres y Ricardo Salinas Pliego, representa el 9 por ciento del PIB, hay cerca de 55 millones de mexicanos que viven en condiciones de pobreza. Vista la discordancia, creo que vale la pena recordar el significado de pobreza: cuando el ingreso de una persona resulta insuficiente para adquirir lo necesario para satisfacer sus necesidades alimentarias y no alimentarias. Es el tamaño del crimen económico, y por lo tanto social, en que vivimos.
El punto no es criticar sin fundamento la riqueza de alguna o muchas personas, pues para nada creo que sea indebido poseer un patrimonio elevado, sino las terribles disparidad y oquedad que los números exteriorizan. Esa correlación entre desigualdad y pobreza condena el futuro de muchos seres humanos que ya nacen sentenciados a vivir con precariedad. Y quizá lo más grave no sea este pésimo estatus actual, sino que tal y como expresan los números, se ha venido empeorando con los años. Hoy existe mayor desigualdad que a principio de la década de 1980, lo que sin duda debe de dejarnos una profunda reflexión.
Esta alta concentración del poder económico no sólo desemboca en la desigualdad y pobreza descritas, sino que, por razón natural, también genera la agrupación del poder político en muy pocas personas. Decir que todos los excesos son negativos suena a lugar común, pero igual no puede ni debe soslayarse que los resultados económicos son paupérrimos y están a la vista, que la realidad ya se impuso. Las políticas públicas tienen tres décadas sin funcionar de manera sostenida, lo que hoy se evidencia en la deteriorada calidad de vida de la mayoría de la población.
Si algo reflejan este tipo de estudios e investigaciones, es que antes se vivía mejor que ahora. Ello significa que algo se ha estado haciendo bastante mal en la economía. Y bueno, si las cosas no han resultado bien en lo económico, pues significa que la política no está cumpliendo con su función primordial: alcanzar acuerdos posibles y viables, eficientes para la mejor conducción del país.
Leía del periodista chihuahuense Luis Froylán Castañeda que en México tenemos una democracia incipiente, chapucera y simuladora. Considero que tiene razón, pues la democracia es parte fundamental para el sano desenvolvimiento de la política, el cual hoy no se nota en los resultados que las decisiones gubernamentales han producido de cinco sexenios a la fecha. Ojalá nos compusiéramos, pero como le decía, y mire que sin ánimos de ser pesimista, la realidad se impone, y no se observa como por dónde.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.