“Los dictadores pueden aceptar en privado recomendaciones
que en público rechazarían de forma frontal”: anónimo.
Para muchos, el papa Francisco defraudó las altas
expectativas que se tenían sobre su primera visita a Cuba. De los tres
pontífices que han visitado la isla en las últimas dos décadas (Juan Pablo II
en 1998 y Benedicto XVI en 2012), Jorge Bergoglio es visto como el más tibio
por evitar cualquier referencia al régimen político, los derechos humanos, las
libertades y la disidencia.
“Que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas
posibilidades, y que el mundo se abra a Cuba (…) para que el pueblo cubano
mantenga relaciones internacionales que favorezcan siempre el bien común”, dijo
el arzobispo polaco el 22 de enero de 1998 cuando fue recibido en el Aeropuerto
Internacional José Martí de La Habana por un Fidel Castro vestido de civil, con
corbata y un impecable traje azul oscuro.
Joseph Ratzinger llegó a la isla el 26 de marzo de 2012.
Habían pasado más de cinco años desde que Fidel había delegado el poder a su
hermano Raúl, quien había emprendido ya las primeras reformas para reducir el
tamaño del Estado e impulsar la apertura económica.
“Cuba y el mundo necesitan cambios, pero sólo se darán si
están en condiciones (…) Rezaré porque sigan adelante y Cuba sea la casa de
todos y para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la libertad”,
manifestó el hoy Papa emérito.
El actual obispo de Roma señaló que, para cambiar, lo más
importante es la disposición. “Jesús nos invita a ir lentamente superando
nuestras preconcepciones, nuestras resistencias al cambio de los demás e
incluso de nosotros mismos”, señaló durante su homilía en la ciudad de Holguín
frente a unos 150,000 fieles.
En Santiago, cuna de la Revolución, ante la Virgen de la
Caridad del Cobre, reiteró su posición a favor de la apertura. “Haz de la
nación cubana una nación de hermanas y hermanos, para que este pueblo abra de
par en par su mente”.
Palabras celebradas por muchos y criticadas por otros.
“Francisco debería abogar porque se respete la libertad de prensa, expresión y
asociación, que ponga fin a cualquier vestigio de presidio político y se
restauren los derechos de ciudadanía de los exiliados”, manifestó la bloguera
Yoani Sánchez.
Y para hacer eco a esta exigencia, un periodista preguntó
al portavoz de El Vaticano, Federico Lombardi: “¿Sabe el Papa que más de cincuenta
activistas han sido detenidos durante estos días para evitar que se le
acercaran?”. A lo que respondió escueto: “No tengo nada más que decir sobre
esto”.
Y es que activistas como Berta Soler, lideresa del
movimiento Damas de Blanco, denunció que la Seguridad del Estado la arrestó,
junto con otras veinticinco personas, para que el santo padre no los escuchara.
Pero el silencio está calculado. De los diez viajes
internacionales que ha realizado el papa Francisco, este es sin duda el de
mayor contenido político. Es sabido que en el acercamiento entre Cuba y Estados
Unidos el santo padre ha jugado un primerísimo papel, así que es obvio y
entendible que no será él quien descarrile estos esfuerzos.
Una declaración estridente de condena al régimen castrista
en un momento clave como el actual podría hacer que naufragaran los esfuerzos
para descongelar la Guerra Fría y abortarían este que es, sin duda, uno de los
logros más significativos de la diplomacia vaticana.
“No todo en la visita del Papa son discursos públicos;
también hay asuntos que se tratan en privado”, aclaró Lombardi cuando fue
nuevamente cuestionado sobre su postura ante la disidencia, dando a entender
que estaría mediando a favor de la oposición, pero lejos de los reflectores de
los medios y la polémica, como lo hacen los verdaderos líderes mundiales.
“PANCHITO” EN LOS “UNITED”
Si las expectativas eran altas para Cuba, la histórica
visita de seis días a Estados Unidos era igual de esperada porque “Panchito”,
como le llaman los latinos, no podía eludir temas como la desigualdad, el
aborto, el cambio climático, la libertad religiosa, el matrimonio entre parejas
del mismo sexo, la migración y la pederastia.
Antes de su llegada a Washington, el Vicario de Cristo
anticipó a los reporteros que lo acompañaron que no hablaría del embargo a Cuba
en su participación ante el Congreso el jueves 24. “Eso es parte de las
negociaciones entre Estados Unidos y Cuba. Espero que se llegue a un acuerdo
que satisfaga a las dos partes”.
Así desactivó una de las “bombas” que los sectores más
conservadores del país habían anticipado. Pero el gesto no fue suficiente para
políticos como el congresista republicano por Arizona Paul Gosar, quien decidió
no presenciar el histórico discurso en el Capitolio. “Cuando el Papa escoge
actuar y hablar con un político izquierdista, entonces debe ser tratado como
uno”, escribió el “católico practicante”.
Luego de su visita a la Casa Blanca, el miércoles 23, el papa
Francisco pidió a los obispos norteamericanos, durante un encuentro en la
Catedral de San Mateo Apóstol, “acoger sin miedo” a los inmigrantes y
ofrecerles “el calor del amor de Cristo”.
Él mismo fue ejemplo de este mensaje cuando abrazó y besó
a Sophie Cruz, una niña oaxaqueña de cinco años de edad que vestía un traje
típico de color blanco con bordados, quien le pidió interceder por la
legalización de millones de indocumentados.
La niña habla dos idiomas (español e inglés) y un dialecto
(mixteco), rompió el cerco de seguridad y pudo entregarle una carta y una
playera grabada con las leyendas “Papa: rescata a mi papá”, “La legalización es
una bendición” y “Todos los niños del mundo tienen derecho a ser felices”.
En esa reunión con la Conferencia del Episcopado de
Estados Unidos, el jefe de la Iglesia católica instó a los obispos a trabajar
para que “no se repitan nunca más los crímenes” de los “momentos oscuros” en la
Iglesia en ese país, sin citar explícitamente casos de abusos sexuales a
menores cometidos por sacerdotes y jerarcas.
“No he venido a juzgarlos o a impartirles lecciones”,
dijo. Y repitió la fórmula empleada en Cuba: sin estridencias, Francisco
demostró que no sólo es testigo, sino protagonista del acontecer mundial al
poner en marcha la maquinaria diplomática de El Vaticano para acercar a quienes
apenas hace un año parecían irreconciliables, para abrir nuevos caminos de
entendimiento y sembrar la semilla de la solidaridad.
Confirmó con hechos que es un Papa que está haciendo
historia.