Will Robeson entra dando saltitos en el laboratorio de
neurociencias de la Universidad de Louisville, Kentucky, saludando por su
nombre a cada miembro del personal. Se dirige al sillón reclinable de cuero
negro junto a un equipo del tamaño de una maleta, con controles y fuente
eléctrica. Sobre su cabeza, una pieza de plástico con silueta de 8 alberga una
bobina que genera un poderoso campo magnético. Will, autista de 12 años, está a
punto de recibir estimulación magnética transcraneal (EMT) y el campo magnético
generado alterará temporalmente la actividad eléctrica de su cerebro. Se ha
sometido al procedimiento más de 40 veces en los últimos cuatro años, y la
finalidad del tratamiento es reorganizar la comunicación entre sus células
cerebrales para que el chico pueda tener mejor contacto con el mundo.
Con el tiempo, Will y Estate Sokhadze, el científico
experimentado en el uso del dispositivo, han establecido una rutina muy
confortable. Primero, Sokhadze coloca electrodos en las manos del niño para
medir su respiración y pulso; luego, ajusta una gorra de baño azul oscuro en su
cabeza para percibir claramente el perfil de su cráneo. A continuación, levanta
la bobina como su fuera una varita y la sitúa justo por encima del lado
izquierdo de la cabeza de Will, a unos dos centímetros de donde asoma el
pelirrojo flequillo por debajo de la gorra. El chico cierra los ojos y cuando
la máquina empieza a emitir fuertes chasquidos, cuenta en voz alta cada sonido:
“1, 2, 3, 4…” hasta llegar a 20 y entonces, los chasquidos se interrumpen.
Después de repetir el procedimiento varias veces hasta ese número, Sokhadze
pasa la bobina al lado derecho de la cabeza de Will.
Aunque parece un tratamiento abrumador, Will dice sentirse
“muy contento”. Y parece que los tratamientos han aliviado gradualmente parte
de sus síntomas autistas. Cuando llegó por primera vez al laboratorio, a la
edad de 8 años, su vocabulario era muy limitado. Agitaba los brazos
frecuentemente y se negaba a subir al ascensor. “Para fines prácticos, vivía en
una niebla”, informa su abuelo, Tom Robeson quien, con su esposa Nancy, recoge
al niño en casa de sus padres y lo lleva a las sesiones, a más de una hora de
viaje en auto.
Al principio, Will debía presentarse una vez por semana
durante 18 semanas como parte de un ensayo EMT que estudiaba un tratamiento
para autismo en el laboratorio de Manuel Casanova, neurólogo de la Universidad
de Louisville (y actualmente en la Universidad de Carolina del Sur en
Greenville), con quien colabora Sokhadze. En los años siguientes, Will ha
regresado periódicamente al laboratorio de Louisville para sesiones de
“refuerzo”. Según las evaluaciones clínicas, los tratamientos han aliviado un
poco la hiperactividad y las conductas repetitivas del niño; y si bien todavía
no puede sostener conversaciones significativas, sus abuelos afirman que
muestra mucho más interés en otras personas y controla mejor su conducta en la
escuela.
Los signos de mejoría en unas algunas personas como Will
han creado la expectativa de que EMT podría convertirse en terapia de rutina
para el autismo, trastorno para el que no existen tratamientos biológicos
confiables. Familias desesperadas comprensiblemente anhelan que se generalice
el uso de EMT, aunque no hay suficientes evidencias de su eficacia. “Hay
tremendo interés en el potencial de un tratamiento no invasivo, no
farmacológico y con pocos efectos colaterales potenciales”, informa Michael
Platt, neurobiólogo de la Universidad de Pennsylvania, Filadelfia, quien
estudia los efectos de EMT en simios. “Pero el hecho es que no entendemos, bien
a bien, cómo funciona”. De los estudios que han evaluado el uso de EMT como
terapia, solo uno reúne los máximos estándares para investigaciones de esta
índole y en términos generales, los resultados han sido mixtos: unas personas
con autismo se benefician y otras no.
Con todo, algunas clínicas privadas han empezado a usar
EMT para tratar a individuos autistas, en tanto que otros pacientes están
experimentando por su cuenta con la estimulación cerebral. “Es preocupante”,
comenta Lindsay Oberman, investigadora de autismo en el Hospital Bradley de
Providence, Rhode Island. “Su problema podría agravarse si no saben lo que
están haciendo”.
POSIBILIDAD ELÉCTRICA
En la antigüedad, los romanos trataban cefaleas y otros
dolores sumergiéndose en piscinas repletas con rayas eléctricas. A fines del
siglo XVIII, Alessandro Volta, inventor de la pila eléctrica, canalizaba la
electricidad que generaba su creación hacia sus músculos, ojos y oídos. Llegado
el siglo XX, los científicos establecieron que las neuronas se comunicaban con
señales eléctricas y a resultas de ese conocimiento, en 1938 se desarrolló la
terapia electroconvulsiva para tratar la depresión profunda. No obstante, los
llamados “electrochoques” se utilizan hoy cada vez con menos frecuencia, debido
a su aterradora reputación.
Para la terapia electroconvulsiva, hay que colocar
electrodos directamente en el cuero cabelludo con objeto de provocar una
convulsión. EMT es distinta, pues está dirigida a una región cerebral y permite
afectar de manera más precisa la función cerebral. A diferencia de los
electrochoques, EMT no causa dolor y no parece ocasionar amnesia ni problemas
cognitivos. Los efectos colaterales están limitados a cefaleas y algo de
malestar y dolor muscular, aunque algunas personas han convulsionado durante la
terapia.
En la mayoría de los cerebros, las neuronas mantienen un
equilibrio constante entre la excitación y la inhibición como respuesta al
flujo ininterrumpido de estímulos. En el autismo y otros trastornos
neurológicos, este equilibrio se pierde y la teoría es que EMT puede corregir
el desequilibrio.
Cuando un imán poderoso genera un campo magnético cerca de
un punto de la cabeza, dicho campo atraviesa el cuero cabelludo y el cráneo
cambiando la actividad eléctrica de las neuronas que se encuentran en el área.
El resultado es una reorganización temporal en la comunicación de las células
cerebrales.
EMT puede estimular la actividad neuronal o cambiar los
patrones de señales de las células activas. Dada su capacidad para actuar de
manera no invasiva, desde un principio prometió ser un tratamiento muy valioso
para gran variedad de trastornos neuropsiquiátricos que presuntamente
involucran disfunciones de los circuitos cerebrales, incluidos depresión,
esquizofrenia, epilepsia y trastorno obsesivo-compulsivo.
A mediados de la década de 1990, investigadores empezaron
a tratar la depresión con EMT administrando la terapia en sesiones regulares
que duraban semanas o meses. En 2007, la Administración de Alimentos y
Medicamentos (FDA) aprobó su uso para el tratamiento de depresión en individuos
resistentes a medicamentos y terapia verbal, y desde entonces se ha utilizado
para el tratamiento de dolor crónico y rehabilitación del infarto cerebral.
CAMBIOS IMPRESIONANTES
En casos óptimos, EMT puede producir cambios
impresionantes, aunque no necesariamente duraderos. En 2008, John Elder
Robison, famoso orador y autor que padece de autismo, se inscribió en un
estudio EMT organizado por Oberman y el neurólogo Álvaro Pascual-Leone en el
Centro Médico Beth Israel Deaconess de Boston. Robison comenta que, antes del
estudio, era por completo indiferente a la emociones de otras personas. “Era
como si el mundo fuera blanco y negro, pero la gente hablaba de rojos y azules
y verdes, y terminaba por enfurecerme porque creía que me estaban engañando”,
dice. “De pronto, entras en el laboratorio, el científico te hace algo y sales
viendo todos los colores del mundo. Y entonces comprendí: es real”. Los efectos
persistieron solo un par de días, mas Robison asegura que la experiencia fue
“transformadora”.
No obstante, Oberman y otros científicos temen que las
personas con autismo puedan sacar conclusiones exageradas de la experiencia de
Robison, pues ningún otro paciente que Oberman haya tratado ha tenido un cambio
tan notable como él, dice la investigadora. Por ejemplo, Nick (17 años; su
nombre ha sido cambiado por razones de privacidad) fue diagnosticado con
autismo cuando cursaba el séptimo grado. A los 14 años, el muchacho se sumó al
estudio en el laboratorio de Oberman y luego de una sesión de EMT, su madre,
Kim Hollingsworth Taylor, observó diferencias significativas en la actitud del
muchacho. “Volvía y su cabeza y torso al hablar conmigo, caminaba menos en
puntillas, y mantenía una distancia adecuada cuando caminábamos juntos”,
informa. Con todo, las evaluaciones del equipo revelaron apenas un discreto
cambio conductual.
Y aunque los efectos perduraron solo unos cuantos días,
fueron lo bastante alentadores para que el padre de Nick lo llevara nuevamente
al laboratorio de Oberman para nuevos tratamientos EMT no autorizados, los
cuales culminaron en un periodo de 10 semanas, en 2013, durante las cuales
recibió EMT dos veces por semana. “Fue como si la estimulación hubiera reducido
la estática en su cabeza”, dice Taylor. “Le dije que había cambiado mucho y él
contestó, ‘Ahora soy más yo’”. La madre asegura que casi todos los rasgos
autistas de Nick desaparecieron durante cuatro meses.
Entusiasmada con el resultado, Taylor preguntó a Oberman
porqué EMT no se utilizaba más ampliamente. Cuando la científica explicó que
las investigaciones aún estaban en sus etapas iniciales, Taylor, quien tiene
una carrera en tecnología médica, creó una pequeña organización no lucrativa
para reunir investigadores, recaudar fondos para investigaciones EMT y difundir
información sobre el uso clínico de la terapia. Taylor sueña con el día en que
EMT sea un tratamiento comprobado, disponible a cualquiera que lo solicite en
una clínica.
Pero el año pasado, todos los beneficios que Nick obtuvo
con EMT, se disiparon y han regresado sus conductas repetitivas, el trastorno
obsesivo-compulsivo y el aislamiento social. “Vuelve a estar ensimismado”, dice
Taylor. Es más, se niega a tener contacto alguno con el tratamiento. “Me
encuentro en la dolorosa situación de promover una agenda mientras mi hijo
empeora cada vez más, ya que no quiere volver a recibir el tratamiento, jamás”,
lamenta.
EN BUSCA DE LA FALSIFICACIÓN PERFECTA
Aun los defensores más férreos de EMT en la comunidad
científica reconocen que la investigación tiene serias limitaciones. Por
ejemplo, los estudios de Casanova, donde han participado casi 200 autistas,
hallaron mejorías en la conducta y algunas formas de procesamiento cognitivo,
pero ninguno fue completamente aleatorio ni utilizó controles para el efecto
placebo.
Para justificar el efecto placebo, los investigadores
tendrían que crear un EMT falso, pero eso es muy complicado. La corriente
eléctrica provoca que los músculos de cara y manos se contraigan, cosa muy
difícil de simular. Además, la sensación puede ser desagradable, dependiendo de
la región cerebral estimulada: “Se siente como si te dieran un golpe en la
cabeza con una liga de goma”, dice Oberman. En otras palabras, la experiencia
es inconfundible para cualquiera que haya experimentado EMT.
El único ensayo EMT con controles rigurosos se llevó a
cabo en la Universidad Deakin de Australia, donde el neurocientífico cognitivo
Peter Enticott y sus colegas lograron adaptar un casco con un dispositivo EMT
falso que chasquea y vibra sin emitir un campo magnético. No es una solución
perfecta, pero los 28 voluntarios del ensayo no supieron si recibían EMT… y
tampoco los investigadores, hasta que concluyó el estudio.
El equipo de Enticott trabajó con la corteza prefrontal
dorsomedial, que interviene en la capacidad para reconocer las emociones y
creencias de los demás, un problema que afecta a los autistas. Transcurrido un
mes del ensayo, los 15 participantes que recibieron EMT real mostraron una
mejoría discreta, pero estadísticamente significativa en sus relaciones
sociales, así como una ligera disminución en la angustia social respecto de los
13 voluntarios que recibieron la terapia falsa. Es un resultado prometedor; sin
embargo, Enticott enfatiza que “no podemos afirmar, en modo alguno, que EMT
será un tratamiento eficaz para el autismo”.
EMT genera 1 tesla de energía, lo mismo que un equipo de
resonancia magnética, de suerte que el tratamiento solo debe administrarse en
un laboratorio por profesionales capacitados. Como sigue siendo una terapia
experimental, cualquiera que la utilice deberá hacerlo únicamente como parte de
un estudio de investigación. Mas eso no ha impedido la proliferación de
laboratorios EMT con fines de lucro. “La gente paga decenas de miles de dólares
por un tratamiento que no ha sido validado”, acusa Enticott. “Es una
obscenidad”.
Movidos por la promesa de EMT, muchos autistas han
empezado a experimentar por su cuenta con la estimulación cerebral, lo que
evidencia la falta de terapias disponibles para este trastorno. Los tratamientos
“caseros” utilizan un método completamente distinto –la estimulación
transcraneal con corriente directa o tDCS- en un esfuerzo para cambiar la
función cerebral. A tal fin, colocan electrodos en la frente para pasar una
corriente ligera (casi siempre de 1 a 2 miliamperios) directamente al cerebro.
Aunque esa cantidad sin duda es muy baja para producir el mismo efecto que EMT
en la actividad neuronal, Oberman quiere asegurarse, para lo cual ha lanzado un
estudio con este método.
La eficacia de EMT en el autismo podía reflejar lo que la
investigadora ha aprendido con la depresión: el tratamiento solo funciona en
ciertas personas y casi siempre requiere de sesiones de mantenimiento. Sin
embargo, si se usa EMT para estudiar el cerebro de personas con autismo, los
investigadores podrían predecir quién podría beneficiarse más con la técnica.
Hasta ahora, Casanova ha encontrado que es más eficaz en
autistas con un cociente intelectual superior a 70. Por desgracia, eso
significa que no puede ayudar a su nieto, diagnosticado con autismo grave.
Con todo, el trabajo de Casanova parece haber sido útil
para Will, quien terminó el sexto grado esta primavera en una escuela
convencional con un tutor de tiempo completo. Su abuelo dice que, el año
pasado, fue “una tormenta perfecta” de avances, en la que Will mostró más
atención a otras personas y pudo hacer cosas que antes temía. La última vez que
el niño salió del laboratorio de Casanova, estaba casi tan emocionado como
cuando llegó. Esperaba con ansias un paseo que antes habría sido inimaginable:
bajar en el ascensor.
Este artículo apareció originalmente en Spectrum (SpectrumNews.org) el 23 de
septiembre de 2015.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek.