Tom Christopulos manejan un Nissan Armada negro a través
de las angulosas calles de Ogden, Utah, una metrópolis histórica a unas 35
millas al norte de ciudad de Salt Lake y clavada en la base de las altísimas
montañas, diseccionando los vecindarios casa por casa y contando los números en
voz alta. Como parte de su paseo en auto, él sondea el terreno con voracidad,
incluso de manera compulsiva, catalogando prácticamente cada detalle, un rito
que ha realizado por casi una década. “Conozco cada cuadra de esta ciudad, cada
casa”, dice él. “¿Ve esas mansiones allí en la Avenida Jefferson? Las compartimentaron
hace mucho, las convirtieron en viviendas de alquiler; pensiones de mala
muerte, en realidad. Nosotros las compramos, las renovamos y las convertimos de
nuevo en casas de una sola familia”.
Nacido y criado en Ogden, Christopulos ha trabajado los
últimos ocho años como director de desarrollo comunitario y económico de la
ciudad, exprimiéndole prosperidad —lenta y cuidadosamente— a playas de
maniobras abandonadas, mataderos y edificios en ruinas en un esfuerzo por
reconstruir la clase media de Ogden. “Ha sido una verdadera labor de pico y
hacha”, dice él.
Hoy, Ogden, con una población de aproximadamente 86,000
personas, presume una distinción que la ha puesto en el radar nacional: en un
momento cuando Estados Unidos —junto con mucho del resto del mundo— está
luchando con los efectos perniciosos de la desigualdad siempre creciente en la
distribución de la riqueza, Ogden se ha convertido en un inverosímil modelo de
igualitarismo. La ciudad, junto con sus comunidades vecinas, tiene la brecha
más estrecha en la distribución de la riqueza entre las mayores áreas
estadísticas metropolitanas de EE UU, según el Sondeo Comunitario
Estadounidense que la Oficina de Censos de EE UU realiza cada cinco años.
Pero hace apenas una década el futuro aquí parecía sombrío.
Las principales calles de Ogden estaban desiertas, sus distritos de tiendas
estaban en ruinas, y vagabundos deambulaban por el centro, traficando drogas.
Un foro de discusión en línea de 2009 denunció el yermo urbano de Ogden y su
reputación de ser “un área de clase baja infestada de pandillas”, añadiendo
desesperadamente: “Tristemente, la mentalidad de Ogden está tan arraigada” que
se ha opuesto a cualesquiera acciones para revitalizar a la ciudad, y la
“búsqueda de cambio ha ofendido” a muchos.
Al pasear este verano pasado con Christopulos y su equipo
económico, no pude evitar el sorprenderme por la belleza de este pedazo de
tierra en el margen occidental de las grandiosas Rocallosas. Pero justo delante
de nosotros había ruinosas vías de tren, un duro recordatorio del glorioso
pasado comercial de la ciudad. Hoy día, casas colgantes de acero y vidrio se
levantan sobre la infraestructura herrumbrosa y derruida, enfatizando el
próspero panorama presente. La historia de cómo llegó Ogden a esto es una lección
valiosa para un país que lucha para cerrar el abismo entre los ricos y los
desposeídos.
“EL PROBLEMA QUE DEFINE NUESTRA ÉPOCA”
En los últimos años, Alan Greenspan, el renombrado
libertario y ex jefe de la Reserva Federal, el franco multimillonario Warren
Buffett, y algunos candidatos presidenciales han llegado a la misma conclusión:
los estadounidenses comunes ya no reciben un trato justo. Después de la crisis
financiera de 2008, Greenspan describió el surgimiento de dos EE UU diferentes
—“fundamentalmente, dos tipos separados de economía”—, uno en el cual los ricos
habían tenido una “recuperación significativa” y otro donde el grueso de la
fuerza laboral de EE UU seguía en un estancamiento económico.
Este año, el candidato presidencial republicano Jeb Bush
llamó a la división creciente como “el problema que define nuestra época”,
subiendo de nivel la retórica. “Más estadounidenses están estancados en sus
niveles de ingresos como nunca antes”, dijo él. Aun cuando las causas de la
tendencia son tema de debates interminables, las estadísticas no mienten. Desde
1979, los ingresos reales han aumentado 17 por ciento, según el Instituto de
Política Económica, un grupo de investigadores sin fines de lucro y apartidista
en Washington. Tal crecimiento lento hace difícil que los estadounidenses
paguen sus cuentas, ya no digamos que acumulen riquezas.
Pero los estadounidenses encienden sus televisores y ven a
Jack Lew, secretario del tesoro de EE UU, alabando el impresionante crecimiento
económico de la nación, lo que él llamó recientemente como uno de los pocos
“puntos positivos” del mundo. Esa desconexión puede ser discordante, dice
Joseph Stiglitz, profesor de economía en la Universidad de Columbia y ganador
del Premio Nobel de economía, porque “para muchos, el estilo de vida de clase
media ya no es accesible”.
Las consecuencias para la sociedad van más allá de los
dólares y centavos. Aun cuando todavía es relativamente nueva la investigación
de la interacción entre la economía y los patrones sociales, dice Stiglitz, él
señala que ésta muestra “más y más personas exhibiendo patrones de disfunción
social” —retrasar el matrimonio, comprar un hogar y tener hijos; o criar una
familia como padre soltero—, comportamiento, dice él, que “solían ser un
atributo de familias que estaban en o debajo de la línea de pobreza” pero que
ahora abarcan a cualquiera que no sea rico.
Stiglitz dice que el aumento en la desigualdad no es tanto
el resultado de fuerzas naturales del capitalismo sino lo que él llama un
“sucedáneo” de capitalismo en el que unos pocos “predadores” en la cima se
esfuerzan más por “obtener una rebanada más grande del pastel económico del
país que en aumentar el tamaño del pastel” para todos.
En caso de que los ultra ricos piensen que esto no les
incumbe a ellos, una investigación reciente de Barry Cynamon y Steven Fazzari,
publicada en conjunto con el Instituto para un Nuevo Pensamiento Económico,
muestra que el aumento en la desigualdad de ingresos podría ser la razón
primaria de la letárgica recuperación económica de la nación. Ellos señalan una
caída de 17 por ciento en la demanda de vivienda, en comparación con las cifras
previas a la recesión.
A una escala global, la desigualdad amenaza con “hacer
retroceder décadas la lucha contra la pobreza” al mover más riquezas a menos
manos, dice la agencia internacional contra la pobreza Oxfam. A menos que
cambien las tendencias actuales, Oxfam proyecta que el 1 por ciento más rico de
la población mundial poseerá más de 50 por ciento de la riqueza total del mundo
para 2016. Este año, incluso el Papa Francisco se lamentó abiertamente por lo
que llamó “la economía de exclusión”.
LA CURVA DEL GRAN GATSBY
En un estudio revolucionario publicado por la Oficina
Nacional de Investigación Económica, Emmanuel Saez, profesor de economía de la
Universidad de California, campus Berkeley, y el director de su Centro para el
Crecimiento Equitativo, y Gabriel Zucman, profesor adjunto de la Escuela de
Economía de Londres, precisaron cuando la desigualdad en la riqueza en EE UU
inició su escalamiento: 1978.
Al examinar cuidadosamente registros tributarios que se
remontaban a un siglo —la única información consistentemente disponible en una
base a largo plazo en EE UU—, Saez y Zucman descubrieron que la brecha
creciente en la distribución de la riqueza en EE UU no debía atribuirse tanto
al 1 por ciento en la cima sino al 0.1 por ciento en la cima, alrededor de
160,000 familias con activos netos superiores a $20 millones de dólares. (La
brecha en la distribución de la riqueza y la desigualdad de ingresos están
vinculados inextricablemente, pero no son lo mismo; este estudio definió la
riqueza como el valor de mercado actual de todos los activos que posee una
familia después de deducir las deudas.)
Aun cuando la tasa real de crecimiento promedio en la riqueza
por familia estadounidense entre 1986 y 2012 fue de 1.9 por ciento, esa cifra
fue sesgada por los 160,000 más ricos de la nación, quienes vieron su riqueza
real crecer en 5.3 por ciento por año de 1986 a 2012. En contraste, para el 90
por ciento en el fondo de EE UU, no había crecimiento de riqueza en absoluto.
Esto es una inversión aguda de la tendencia de prosperidad
que vio al 90 por ciento de los asalariados estadounidenses en el fondo pasar
de tener el 20 por ciento de la riqueza de la nación en la década de 1920 a 35
por ciento a mediados de la década de 1980, según Saez y Zucman. Para 2012, el
90 por ciento en el fondo había vuelto a tener apenas 23 por ciento.
Mientras tanto, las 160,000 familias más ricas de EE UU
más que triplicaron su proporción de la riqueza de la nación, de 7 por ciento
en 1978 a 22 por ciento en 2012, representando un nivel que no se había visto
en EE UU desde los años de máxima desigualdad de 1916 y 1929. “Es una tendencia
muy preocupante”, dice Marjorie Wood, alta asociada en política económica del
Proyecto de Economía Global en el Instituto de Estudios de Políticas, un grupo
de investigadores en Washington que se enfoca en problemas de justicia social
en Washington. Ella vincula la brecha en la distribución de la riqueza con la
venida de una segunda Edad Dorada, pero que difiere de la primera en cuanto a
que mucha de la riqueza acumulada de hoy día no es ostentosa. “En el pasado”,
hace notar ella, “había muchas más protestas públicas porque la riqueza por
entonces era mucho más visible”.
La misma noción de una desigualdad creciente es ofensiva
para muchos estadounidenses, porque contradice el sueño americano y la noción
ampliamente abrazada de que vivimos en una tierra de igualdad de oportunidades.
Pero es un problema que investigadores en Washington han conocido por años. En
2011 —el año en que Greenspan aceptó el surgimiento de dos EE UU— Miles Corak,
profesor de economía en la Escuela de Postgrado en Asuntos Públicos e
Internacionales de la Universidad de Ottawa, puso al descubierto la relación
inquietante entre la desigualdad y la movilidad social en su ensayo
“Desigualdad de generación a generación”, luego bautizada por la casa Blanca
como “la curva del gran Gatsby”.
La investigación de Corak mostró que la familia en que
nace un niño estadounidense afecta tremendamente los ingresos futuros del niño.
Su clasificación internacional de los países con peor movilidad
intergeneracional incluyó a Chile, el Reino Unido, Italia y EE UU (en ese
orden). Los países que ofrecen la mejor movilidad intergeneracional fueron
Dinamarca, Noruega, Finlandia y Canadá. Los países que entraban más o menos en
medio eran España, Japón, Alemania y Nueva Zelanda. “Hay una desconexión entre
cómo los estadounidenses se ven a sí mismos y la manera en que la economía y la
sociedad en verdad funcionan”, escribió él. “Muchos estadounidenses pueden
tener la creencia de que trabajar duro es lo que te pone a la cabeza, pero el
hecho real es que el terreno de juego es muchísimo más pegajoso de lo que parece
ser”.
Este año, Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal,
intervino. “Sabemos que las familias son el centro tanto de las oportunidades
como de las barreras para la movilidad económica”, dijo ella, pidiendo estudios
más meticulosos sobre el problema.
“GROTESCO E INMORAL”
Desgraciadamente, no hay soluciones fáciles. Las acciones
de arriba hacia abajo para abordar la tendencia no han llegado muy lejos.
Expertos como el estadounidense Stiglitz, el economista francés Thomas Piketty
y el erudito británico Anthony Atkinson han propuesto pasar recursos de los
ricos a los menos ricos a través de varios mecanismos, desde jugar con los
impuestos estatales para crear un “patrimonio para todos”, hasta una “sociedad
universal en toda su extensión” financiada públicamente, escribió Piketty. En
EE UU, por lo menos, ese cambio no se dará pronto. De hecho, el plan tributario
de Bush propone disminuir la cantidad de impuestos que pagarían los
estadounidenses con más altos ingresos.
Con otro ciclo electoral acelerándose en EE UU, los
estadounidenses oyen las mismas perogrulladas que en temporadas pasadas de los
candidatos presidenciales de ambos partidos. La favorita del Partido Demócrata,
Hillary Clinton, trata de convertir el solucionar la desigualdad en la piedra
de toque de su campaña, observando que “las cartas siguen apiladas a favor de
quienes están en la cima”. Bush aceptó recientemente: “Si naces pobre hoy día,
lo más probable es que te mantengas pobre”.
Bernie Sanders, senador por Vermont y un independiente de
toda la vida que ahora se postula a la candidatura demócrata, ha denunciado la
brecha en la distribución de la riqueza en la nación desde que Richard Nixon
estaba en la presidencia, cuando él escribió que 2 por ciento de los
estadounidenses tenían más de un tercio de la riqueza de la nación. Sanders
declaró: “Un puñado de personas poseen casi todo… y casi todos poseen nada”.
Eso fue en 1973. Más recientemente, él ha defendido un salario mínimo federal
de $15 dólares por hora para 2020 (al momento está en apenas $7.25 dólares),
pero otros candidatos han sido lentos en secundar su propuesta.
Las luchas internas y la falta de consenso han sido
frustrantes, incluso para los candidatos. En septiembre, el contendiente
republicano Donald Trump vituperó a Clinton por tener una lista de donantes que
complacía más a los superricos que a los estadounidenses comunes. Sanders se
desahogó en Twitter: “El nivel disparado de desigualdad en los ingresos y la
riqueza no sólo es grotesco e inmoral, es económicamente insostenible”.
Si la desigualdad en los ingresos continúa disparada y el
90 por ciento en el fondo no puede empezar a acumular riqueza de nuevo
(recuerde que sus ganancias han sido cercanas a cero de 1986 a 2012), la
disparidad resultante destruirá décadas de progreso, advierten Saez y Zucman.
“Eso quiere decir que, dentro de 10 a 20 años a partir de ahora, podría
perderse todo lo ganado en democratización de la riqueza durante el Nuevo Trato
y las décadas de la postguerra”, afirman ellos. “Mientras que los ricos serán extremadamente
ricos, las familias comunes poseerán casi nada, con deudas casi tan altas como
sus activos”.
Todo ello plantea la pregunta terriblemente difícil: ¿qué
tal si el problema de la desigualdad es demasiado grande para que lo arregle
cualquier líder, o equipo? Quizá, en vez de vaciar y debatir sus matices
interminables, podría ser útil examinar una comunidad, de preferencia una de
tamaño sustancioso, que ya ha identificado y resuelto exitosamente muchos de
estos problemas.
MESERAS QUE COMPRAN CASAS
Para los fines de este artículo, Newsweek revisó la información más reciente sobre riqueza del
Sondeo Comunitario Estadounidense que la Oficina de Censos de EE UU realiza
cada cinco años para importantes áreas metropolitanas con comunidades vecinas
de por lo menos 300,000 habitantes. La brecha más amplia en la distribución de
la riqueza en EE UU, según esa información, se puede hallar en tres ciudades de
Connecticut: Bridgeport, Stamford y Norwalk, conocidos como la región del fondo
de cobertura estadounidense por la cantidad de millonarios y multimillonarios
asentados en sus entornos, muchos de los cuales trabajan en la cercana
Greenwich. El segundo lugar de la brecha más amplia en la distribución de la
riqueza fue Naples, Florida, que incluye la exclusiva isla Immokalee-Marco. El
tercero cubría el área combinada de la ciudad de Nueva York más Newark y ciudad
de Jersey, Nueva Jersey.
¿Cómo se compara Ogden con la región del fondo de
cobertura de Connecticut? El 20 por ciento más rico de las familias de Ogden
posee alrededor de 40 por ciento del ingreso de la ciudad. En contraste, en el
área metropolitana que cubre Bridgeport, Stamford y Norwalk, el 20 por ciento
más rico posee cerca del 60 por ciento del ingreso.
Ogden no sólo tiene la brecha más estrecha en la
distribución de la riqueza: este oasis de clase media también ofrece a muchos
residentes salarios más altos y un costo de vida menor al promedio nacional,
con algunas de las cifras más bajas en desempleo y de mejor crecimiento laboral
en el país. Es el tipo de lugar que la mayoría de los estadounidenses ha
asumido que desapareció en una nube de cinismo en algún momento entre Studio 54
y la economía de Reagan.
Mark Muro, un alto miembro de la Institución Brookings y
el director de su Programa de Política Metropolitana, coescribió un informe en
junio en el que anotaba a Ogden como una de “las 15 áreas metropolitanas más
apropiadas para industrias avanzadas”, una ciudad que ha trabajado duro para
atraer empleos en sectores de alto crecimiento. En particular, el enfoque de
Ogden en empleos técnicos e instrucción vocacional para sus graduados no
universitarios la ha convertido en un centro estadounidense para empleos en
ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (conocidos en inglés con las
siglas STEM), dice Muro.
Aun cuando la cantidad de graduados universitarios en
Ogden es menos de la mitad de su población adulta, la ciudad ha instalado
numerosos programas STEM en sus escuelas y su único colegio de estudios
superiores, la Universidad Estatal Weber, que empatan estudiantes y adultos con
oportunidades de empleo en alta tecnología, y la instrucción técnica empieza
tan temprano como el jardín de niños, dice Terrence Bride, director de
desarrollo comercial de Ogden. Esto lleva a empleos mejor pagados para los
graduados sin la necesidad de un grado universitario de cuatro años, lo cual
significa menos deudas para los graduados y finalmente una oportunidad de
acumular riqueza.
“Vine aquí desde California con mi marido, quien es
ingeniero aeroespacial”, dice Carrie Vondrus, dueña de una tienda de ropa retro
en el centro de Ogden. “El bajo costo de la vida me permitió quedarme en casa y
criar a mis hijos, lo cual no hubiéramos podido hacer donde vivíamos. Ahora mi
hijo de 25 años acaba de comprar una casa de cinco habitaciones en la ciudad.
Él es un gerente en Dick’s Sporting Goods, y es su primera casa. Él y su novia
la están pagando por sí mismos”.
Historias como ésta abundan en Ogden, donde la media de
edad es de 30 años e incluso las meseras de un restaurante compran casas; para
muchos, el primer paso hacia la acumulación de riqueza. Mientras que el ingreso
medio de la ciudad todavía está por debajo del promedio nacional, en $35,844
dólares, su crecimiento es encabezado por el sector de empleos de alta tecnología,
el cual según Brookings paga un salario anual promedio de $60,580 dólares al
año.
Tal vez lo más significativo sea que Ogden no empezó así.
Durante la década de 1990, la ciudad se vio plagada de problemas en apariencia
intratables no muy distintos a los que enfrenta la nación hoy día:
infraestructura en ruinas, falta de empleos estables con buenos salarios y
beneficios, escasez de vivienda y escuelas asequibles y de calidad, y una
población cada vez más frustrada que, no obstante, estaba asustada a morir del
cambio.
“Nos tomó 50 años comprender que no hacer nada era mucho
más riesgoso que hacer algo”, dice Christopulos, el director de desarrollo
económico de la ciudad, a Newsweek.
“Por mucho tiempo, nadie podía ponerse de acuerdo en qué hacer. Descubrimos que
el precio de no hacer nada era la pérdida de millones y millones de dólares en
ingresos fiscales y deterioro. No fue sino hasta que tocamos fondo que
finalmente logramos el consenso de que necesitábamos cambiar”.
Hasta la década de 1960, Ogden era una próspera ciudad
ferroviaria, el empalme de los otrora enfrentados ferrocarriles de Central
Pacific y Union Pacific, los cuales llegaron a una distensión en 1869 cuando se
plantó el clavo dorado que unió las dos líneas en la cima de Promontory, apenas
al noroeste de Ogden, para crear el primer ferrocarril transcontinental de la
nación. Tan grande era la riqueza del Ogden al cambio de siglo, que presumía
“más millonarios per cápita que cualquier otra ciudad en el país”, según el
alcalde Mike Caldwell.
Pero con la aparición de la interestatal y la caída de los
ferrocarriles, Ogden perdió su estatus del centro comercial principal al norte
de Utah, y sus ciudadanos adinerados huyeron. Entre las décadas de 1960 y 1990,
Ogden perdió miles de personas y millones de dólares en negocios. Para finales
de la década de 1990, la ciudad estaba en graves aprietos, su centro otrora
resplandeciente era un desastre y su distrito de tiendas en la calle 25ª estaba
vacío.
El cambio radical comenzó en 2002, con la elección de
Matthew Godfrey, de 29 años, por entonces uno de los alcaldes más jóvenes en EE
UU, quien pasó la siguiente década derrumbando y reconstruyendo el centro de la
ciudad —a menudo con protestas— y cortejando a empresas para que se mudaran a
Ogden, la cual trató de presentar como una meca para el talento de alta
tecnología. “Yo era joven, y teníamos una agenda en verdad ambiciosa, y no
pienso que mucha gente pensara que podríamos conseguirlo”, dice él.
“Al principio, nadie nos tomó la palabra. Nuestra
industria tecnológica era prácticamente inexistente. Éramos sólo esta vieja
ciudad ferroviaria, sucia y en decadencia”, dice Godfrey, ahora de 45 años.
“Las empresas venían, daban un vistazo y luego se reubicaban en ciudad de Salt
Lake u otra parte. Así que nos rendimos con las compañías de alta tecnología y
empezamos a reclutar compañías de actividades al aire libre con todas nuestras
fuerzas. Y cuando ellas empezaron a llegar en 2008, de repente las compañías de
alta tecnología se interesaron. De repente, éramos esta ciudad de moda y
atractiva de recreaciones al aire libre”.
Mientras tanto, Christopulos, quien trabajó con Godfrey y
su sucesor, Caldwell, había empezado a comprar tierras contaminadas, edificios
industriales y vecindarios arrasados, juntando fondos apresuradamente doquiera
que la ciudad pudiera hacerlo. “Mi equipo y yo creamos nuestro propio tipo de
Fuerzas de Trabajo Arduo para recolectar lo que necesitáramos para un proyecto,
desde subvenciones federales y estatales hasta financiamiento y contratistas y
descontaminación medioambiental”, dice él.
Para 2007, sus acciones para atraer arrendatarios
comerciales de los edificios históricos de Ogden recientemente renovados empezó
a dar frutos, generando millones de dólares en ingresos para la ciudad en la
forma de incrementos fiscales, arrendamientos de propiedades e impuestos por
ventas, los cuales se reinvirtieron en más proyectos y mejoras. A la fecha, la
ciudad ha generado más de $4,000 millones de dólares en ingresos fiscales
nuevos.
Algo crítico para este plan maestro era un centro
vibrante. Después de descomponerse por décadas, la histórica calle 25ª de
Ogden, donde Al Capone solía contrabandear licor, fue enumerada recientemente
como una de las vías públicas más hermosas en EE UU por su anfiteatro, sus festivales
y arte callejero. (La directora de planeación de la ciudad, Christy McBride,
dice que el centro, ahora ocupado en 95 por ciento, celebra alrededor de 650
eventos al año, atrayendo decenas de miles.)
Aparte de Albuquerque, Nuevo México, Ogden fue la única
área metropolitana importante en el oeste de EE UU que tuvo un crecimiento de
empleos en 2009, mientras la recesión todavía se propagaba por todo el resto
del país. Fue una de las primeras ciudades de la nación en regresar a su
resultado máximo previo a la recesión ese mismo año. Y antes de la recesión, el
sector de empleos de alta tecnología en Ogden había crecido 12.6 por ciento de
2002 a 2007.
Hoy, Ogden alberga un grupo diverso de empresas en
expansión, con las industrias avanzadas representando alrededor de 26,500
empleos, según Brookings. Sus empleadores incluyen a Northrop Grumman,
Rossignol, Universal Cycles, Mercury Wheels, U.S. Foods, Amer Sports,
Cornerstone Research, Home Depot, Hart Skis, ConAgra Foods y Hershey’s.
Un letrero en frente de la cumbre más alta de Ogden
proclama en letras grandes y arqueadas: “Sí reditúa vivir en Ogden”.
UNA SOLUCIÓN MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA
Aun cuando toda ciudad es diferente, y hay límites en cómo
incluso las mejores estrategias de desarrollo podrían aplicarse en otras
partes, lo que sucedió en Ogden puede suceder en otras partes. El profesor Raj
Chetty de la Universidad de Stanford, uno de los economistas más importantes
del mundo y actualmente profesor invitado en la Universidad de Harvard, dice
que aun cuando las soluciones políticas a nivel estatal o federal pueden
ofrecer un mejor ambiente general para el crecimiento económico (al mejor el
acceso a estudios superiores, por ejemplo), la ciudad natal de una persona
puede tener el mayor impacto en la posibilidades de movilidad ascendente.
Al analizar información importante de ciudades a lo largo
y ancho de Estados Unidos con un equipo de investigadores como parte del
Proyecto de Igualdad de Oportunidades, Chetty halló que la ciudad donde nace un
niño afecta enormemente sus posibilidades de movilidad ascendente en la vida.
Según la información del proyecto, publicada previamente este año, un niño de
una familia de bajo ingreso en Ogden ganaría $2,440 dólares, o 9 por ciento,
más anualmente para la edad de 26 años que el promedio nacional. La misma
información también muestra que el condado Weber, donde se ubica Ogden, ofrece
mayor movilidad de ingreso que 76 por ciento de los condados en EE UU. “El
nivel local tiene un interés significativo, porque es un área donde pienso que
podría haber más soluciones políticas tratables”, dice Chetty. “La política
federal o estatal tiene pocas probabilidades de ser toda la solución, porque
parece que los problemas son diferentes en lugares diferentes y requieren de un
enfoque más a la medida”.
Al trabajar como comunidad para aumentar la prosperidad en
general, Ogden ha avanzado más allá de la discusión de los economistas sobre
cómo redistribuir la riqueza existente para enfocarse en atraer nueva riqueza
mediante cultivar empresas que ofrecen más altos ingresos laborales para sus
residentes y aumentar el “pastel” descrito por Stiglitz.
Un ingreso laboral más alto, más un menor costo de vida,
lleva a una mayor tasa de ahorro y de acumulación de riqueza. Tal vez este
período no sea el final del sueño americano, dice Christopulos, sino que sólo
marca su redefinición. “Desde un punto de vista filosófico, dentro de poco
podríamos hallar una manera de crear más riqueza general y aumentar el nivel de
todo ingreso”, dice él. “Eso está más relacionado con la oportunidad económica
que con una brecha entre ricos y pobres”.
Al sondear el centro de Ogden, Christopulos frunce el ceño
ante otra fila de casas que le gustaría limpiar, renovar y devolver al
vecindario. “Tratamos de usar la economía para tratar de comprender cómo
efectuar un cambio social, pero es difícil”, dice él. “Al contrario del Tío
Sam, no puedo aumentar las existencias de dinero. No tenemos ese tipo de
elementos de control. Cada situación es diferente y tiene muchísimas partes. No
hay una solución única y generalizada”.
Sea cual sea la solución para el país, Christopulos dice
estar muy seguro de que no tendrá nada que ver con la política, y en especial
no con el partidismo que enmascara la división real: la desigualdad financiera.
“He sido republicano y he sido demócrata”, dice
Christopulos. “Ahora soy comunitario”.
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek.