Desde temprano, Jorge Antonio Reyes se alista para iniciar a las 8:30 horas una jornada laboral más en el taller que la empresa de lencería Carnival instaló al interior del Cereso de Pachuca.
Él forma parte de un micro sistema económico sostenido por el trabajo de los internos sentenciados que pueden obtener un permiso para trabajar o establecer pequeños negocios como parte de su readaptación.
Por la mano de obra cautiva pasan prendas y artículos que se venden en tiendas de autoservicio o departamentales, aunque el origen de la confección no se especifique en las etiquetas.
En el taller de Carnival son 37 reclusos, entre mujeres y hombres, que empaquetan ganchos y copas para brasieres por un salario de entre 350 y 400 pesos a la semana.
Con sus gruesos brazos, Jorge Antonio hace movimientos rápidos para colocar calcomanías rosadas con la marca Carnival en los ganchos que servirán para colgar las delicadas piezas de lencería.
Ostenta el tatuaje de una mujer voluptuosa, con los pechos al aire y larga cabellera, que no tiene reposo debido a que Jorge Antonio sigue pegando etiquetas mientras habla. Evita distracciones, ya que la meta del día es armar siete paquetes de 500 ganchos cada uno.
“Con el ingreso que tenemos apoyamos a nuestras familias, en mi caso a mi esposa y a mis hijos”, dice el interno que está en espera de una sentencia. Al cuestionarlo sobre si obtienen una prestación adicional, sólo acierta decir que son las que les proporciona el Cereso, como el servicio de comedor.
Iván Escandón, otro interno que labora para Carnival, señala que la empresa lleva el dinero de la paga directamente y recoge los paquetes de productos cada lunes y viernes.
En el penal que alberga a 141 internos existen amplias naves que se emplean para instalar las máquinas de coser. Hasta hace dos años operaba la empresa Vicky Form, pero ahora se encuentra Succes, la cual maquila ropa a marcas que se venden en Walmart, Soriana, Suburbia y Julio.
En este taller se contrató a 35 internos que cumplen un horario de trabajo de ocho horas diarias por día y medio de descanso, narra Adrián Zepeda, representante de la empresa.
Describe que las prendas de mezclilla llegan cortadas y los internos las confeccionan.
El pago va de acuerdo con la productividad, ya que actualmente los reclusos ganan 400 pesos semanales, con 600 piezas al día armadas por trabajador.
Ropa de playa, artículos deportivos y balones de futbol también llevan el sello de esta mano de obra.
La Comisión de Derechos Humanos del Estado de Hidalgo (CDHEH), en un diagnóstico penitenciario, señala como preocupante que los salarios que perciben los internos no superen los 60 pesos al día, lo cual está por debajo del mínimo vigente en Hidalgo, además de que no cuentan con prestaciones sociales que beneficien a los familiares.
Sin embargo, los internos ensamblan las piezas con la convicción de que entre más trabajo realicen, alcanzarán una mayor reducción de su condena.
Juan Antonio Pérez Ayala, interno de 23 años, habla como los jóvenes emprendedores que se casan con una idea productiva y ambicionan el éxito. Es el capacitador de un grupo de 14 internos que maquilan ropa y accesorios para la marca Fullsand, de Grupo Martí.
Con entusiasmo explica el proyecto en el que participa, iniciado por la Fundación Pro Mujeres Cautivas, desde diciembre de 2014, para dar empleo a cambio de un salario de entre 350 y 400 pesos semanales, a cambio de producir 5 mil piezas en el mismo lapso.
“Nos ayuda porque se suma buen comportamiento, disciplina y nos merecemos más una ayuda por estar trabajando”, consideró Juan Antonio, quien lleva 3 años y medio purgados, de los 30 que contempla su condena.
Los internos manejan con gran habilidad el material que se utiliza y apenas si pestañean mientras unen piezas.
Como sucede en el mundo exterior, sólo los reclusos que tienen dinero y apoyo familiar, pueden abrir un micronegocio al interior del penal, admitió el director del Cereso, Noé Vite.
El funcionario comentó que ninguno de los 35 establecimientos aporta cantidad alguna a la administración del penal.
Los hay desde una fonda conocida como La Güera, con cocina, refrigeradores, sillas y mesas, hasta otros que son semifijos, como los de papas fritas y artesanías hecha con papel y madera.
Entre las 15:00 y 16:00 horas, las máquinas dejan de funcionar, los talleres se vacían y los ambulantes levantan sus puestos. Ha terminado la jornada en el Cereso.
Jorge Antonio Reyes deja la línea de producción, pero las rejas y las torres de vigilancia le recuerdan que tiene que volver a ocupar su galera porque está purgando una condena.