Recientemente publicado, ‘La noche más triste’ es un libro que relata la desaparición de 43 estudiantes de la comunidad de Ayotzinapa la trágica noche del 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala, en el estado de Guerrero, un evento en el que también murieron seis personas, entre las que se cuenta un joven de quince años.
Esteban Illades, periodista, investigador y autor de la obra —publicada bajo el sello editorial de la casa editorial Grijalbo—, dice que su objetivo principal “es recordar algo que para muchas personas fue un parteaguas en este sexenio”, pues de manera previa a la tragedia el gobierno había exaltado las reformas estructurales, los cambios y la cegadora idea de mover a México.
No obstante, “resulta que la noche más triste es parte de una realidad que no ha cambiado en los últimos años, una catástrofe como antes fue la masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas; la muerte de un grupo de mineros en la localidad de Pasta de Conchos; el incendio del casino Royal en la ciudad de Monterrey; y la muerte de 49 niños en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora… entonces es algo que representa la realidad y cómo las cosas, a pesar de que se diga lo contrario, no han cambiado”.
En entrevista con Newsweek en Español, Illades añade que, durante los meses posteriores, pareció que la desaparición de los estudiantes tendría un significado social e histórico muy importante, pues “vimos marchas que en México no se veían hace mucho tiempo en cuanto a números: el 20 de noviembre de 2014 marcharon 100 000 personas en el Distrito Federal, en Monterrey, en Guadalajara, en Europa, en Sudamérica, gente que decía: ‘Fue el Estado, fue el Estado…'”.
Sin embargo, con el paso del tiempo los movimientos fueron apagándose, “en gran parte porque muchas cosas en México se sobreponen las unas a las otras; hay un evento como el de San Fernando, y luego uno como el de Ayotzinapa; se tiene la Casa Blanca de Enrique Peña Nieto y después la fuga de Joaquín Guzmán, el Chapo, entonces siempre hay un evento posterior que hace que se nos olvide el anterior. A mí lo que me gustaría con este libro es que siguiéramos recordando la desaparición de los 43 estudiantes porque es algo que debe ser parte de la memoria colectiva de México”.
En este mismo tenor, Illades considera que hay mucha responsabilidad por delante, tanto del Estado como de la sociedad civil, para que las noches tristes no vuelvan a repetirse.
“La sociedad ha hecho su parte. Ha exigido. Y el gobierno, sin embargo, no ha respondido como se ha pedido, muchas veces hemos sido ignorados. Por ejemplo, Enrique Peña Nieto, a once meses de lo sucedido en Ayotzinapa, no ha ido ni a Iguala ni a la escuela normal, no los ha visitado ni una sola vez, entonces parece como que las exigencias de la gente no son correspondidas.”
—Evidentemente, las escuelas normales rurales son una incomodidad para el Estado mexicano…
—Son una incomodidad porque el Estado se niega a aceptar que las normales siguen vigentes. El Estado, desde hace ya varias décadas, ha convertido el plan de estudios rural en industrial, tecnológico, con la idea de que la población mexicana que no está en ciudades también se acerque a la industria, pero la realidad es que el país no ha avanzado como el gobierno quisiera o esperaría que avanzara, y todavía es necesario tener maestros en el campo, gente que le enseñe a personas de las comunidades, este tipo de comunidades necesitan maestros, pero el gobierno se niega a aceptarlo.
“Por otra parte, a partir de que el gobierno ha dejado a los estados la rectoría de estas escuelas, han surgido problemas porque, en particular en el estado de Guerrero, han usado el presupuesto para negociar con las escuelas, para torcerles el brazo, amenazarlas, incluso intentar cerrarlas. Y también es cierto que las escuelas rurales se han acercado mucho a otros modelos, a otras organizaciones, incluso a la guerrilla, y se politiza a los alumnos desde el primer semestre, se les enseña ideología, se les acerca al socialismo, al comunismo, y eso para el gobierno es un problema.”
—Además, está el hecho innegable de que Guerrero es cuna de pobreza, criminalidad, rebelión y guerrilla…
—Guerrero tiene una larga historia, sin duda, de rebelión, de problemas entre gobierno y población. En el libro narro episodios de finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, cuando el gobernador [Raúl] Caballero Aburto se enfrenta a una manifestación de aproximadamente diez mil personas en el centro de Chilpancingo, y el ejército empieza a disparar contra los manifestantes. Entonces, desde hace cincuenta y tantos años ya teníamos represión.
“Por otra parte, es un estado muy olvidado; por ejemplo, el ferrocarril, cuando lo construyeron, durante el Porfiriato, a principios del siglo XX, casi no tocó a Guerrero, tocó el norte y llegó hasta Iguala, pero toda la parte del sur se dejó igual… Son comunidades indígenas, aisladas, con sierra, montaña, lugares de difícil acceso. Estados como Guerrero, Oaxaca y Chiapas siempre han estado hasta el fondo de todo.”
—¿Cómo se define, entonces, el antes y después de Ayotzinapa?
—En el antes, sin duda, había otro discurso en la conversación pública: todo era las reformas, México avanzaba, el mexican moment,y ya no se mencionaba la violencia, incluso los medios de comunicación que llevaban la cuenta de los muertos en la guerra contra el narcotráfico lo dejaron de cubrir, las autoridades dejaron de informar, y parecía que estábamos hablando de un país distinto. Pero al ocurrir la noche más triste regresamos a esta realidad: lo único que habíamos hecho era barrerla debajo del tapete. Pasa lo de Ayotzinapa, lo de Iguala… meses antes ocurrió lo de Tlatlaya, luego vimos Apatzingán, y en estos días se ha comentado mucho la fuga del Chapo Guzmán. Entonces parece que seguimos donde estábamos hace diez años… las cosas no han cambiado.