El pasillo de vitaminas infantiles del supermercado o la tienda de productos de salud es el tipo de rincón que sólo un demente como Willy Wonka habría podido imaginar, repleto de promesas tecnicolores en forma de vitaminas, probióticos, aceites de pescado y productos herbales, y recipientes transparentes que encierran caprichosos ositos de gomita y criaturas marinas rociadas de azúcar. ¿Recuerdas las vitaminas de “Los Picapiedra”? Pues ya hay once variedades, y aunque los niños de esta generación ni siquiera saben quiénes eran Pedro y Vilma, la cáscara crujiente y el relleno gomoso y frutal de los Dino Huevos poseen un gran encanto que los vuelve irresistibles a cierto grupo etario, aunque también hay complementos dietéticos para adolescentes (con chicos y chicas atractivos y atléticos en sus etiquetas) y hasta para el sector preadolescente.
Los complementos alimentarios —amplio término que engloba vitaminas, minerales, derivados herbales y botánicos, probióticos y aminoácidos— son un gran negocio. En los últimos cinco años, esta industria, de 26 000 millones de dólares, ha crecido 27 por ciento, y según Euromonitor, investigadora de mercado, los productos pediátricos representan 573 millones de ese total. La categoría más popular es la de vitamínicos, e investigadores del Hospital Infantil U. C. Davis calculan que un tercio de la población pediátrica estadounidense toma algún tipo de vitamina todos los días.
Casi todas las marcas preconizan infinidad de beneficios para la salud. Vitamin Code Kids contiene muchos ingredientes orgánicos como coles de Bruselas, col rizada, pepino, ajo y bayas azules, y dado que también incluye probióticos, sus fabricantes la comercializan como un “multivitamínico masticable que aporta una comida completa”. Con semejante menú, ¿para qué preparar la cena? La vitamina D goza de tremenda popularidad pues, según un reciente informe, su deficiencia puede ocasionar convulsiones por hipocalcemia, trastornos del crecimiento y raquitismo, y hasta influir en el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, diabetes y cáncer.
El problema es que, muchas veces, lo que dice el envoltorio no es lo que contiene la pastilla o el oso de gomita. En 2013, Kaiser Permanente analizó cincuenta y cinco botellas de complementos de vitamina D de venta libre, y si bien se trataba de productos para consumo adulto, los hallazgos desvelaron una desagradable verdad sobre las etiquetas: la cantidad de vitamina D que contenían las tabletas oscilaba entre 9 y 146 por ciento de lo que indicaba la botella. Asimismo, variaba mucho entre cada pastilla del mismo frasco.
Eso puede tener graves consecuencias, como en el caso publicado en Pediatrics, donde siete menores de cuatro años sufrieron una sobredosis de vitamina D debido a un error de fabricación. Los pacientes ingerían pastillas de aceite de pescado que contenían cuatro mil veces la concentración de vitamina D indicada en la etiqueta y comenzaron a presentar síntomas como náusea, vómito, pérdida de apetito y fiebre. Aunque esos pequeños se recuperaron, han ocurrido otros errores de producción mortales. En octubre pasado, un prematuro de ocho días falleció en el hospital Yale-New Haven de Connecticut luego de que los médicos indicaron un tratamiento probiótico con ABC Dophilus Powder. Un mes después del incidente, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) requisó el producto fabricado por la corporación Solgar de Nueva Jersey y lo sometió a una investigación de los Centros para Control y Prevención de Enfermedades (CDC), la cual demostró que el lote del que salieron los probióticos en cuestión (y otros lotes más) estaba contaminado con un hongo potencialmente mortal que se desarrolla en las verduras podridas. En abril, la familia del niño presentó una demanda por homicidio imprudencial contra la compañía y el hospital. El caso aún está en proceso y tanto Solgar como Yale-New Haven declinaron comentar.
Defensores de la salud exigen que los complementos dietéticos sean regulados como si fueran medicamentos recetados. Los fabricantes y distribuidores no están obligados a obtener la autorización de la FDA antes de comercializar sus complementos, aunque deben registrarlos con la autoridad para garantizar su seguridad, evitar afirmaciones engañosas y apegarse a las “buenas prácticas de fabricación” (BPF). El fabricante debe responder por la calidad de la materia prima, algo que preocupa al Dr. Frank Greer, neonatólogo y profesor emérito de pediatría en la Escuela de Medicina y Salud Pública de la Universidad de Wisconsin. “Casi toda la vitamina C del mundo proviene de China”, informa, “y ese país no siempre ha tenido buena reputación en cuestiones de control de calidad”. En años recientes, compañías chinas hicieron noticia al producir fármacos adulterados, caramelos de jengibre mezclados con plomo que se comercializaron en tiendas de California y golosinas contaminadas para mascotas que mataron más de mil perros en Estados Unidos.
Daniel Fabricant, director ejecutivo de Natural Products Association (NPA) y exdirector de complementos alimentarios de la FDA, descarta esos temores. “Sólo porque proviene del extranjero no significa que la vitamina C es de mala calidad. Hay reglas que los fabricantes deben cumplir, y una de ellas obliga a comprobar su identidad, potencia y fuerza. Cuando estuve en la FDA, clausuré muchas compañías y retiré de los anaqueles millones de dólares en productos.”
Pero como han demostrado diversos estudios como el estudio de Kaiser Permanente, los estándares no siempre se cumplen. “Las asociaciones comerciales afirman que los complementos dietéticos son una industria regulada, pero como es autorregulada, en esencia está desregulada”, explica Sarah Erush, administradora clínica del departamento de farmacia del Hospital Infantil de Filadelfia. “Es como dejar que un zorro vigile el gallinero.” Por ello, tomó la inusitada decisión de prohibir que los progenitores lleven complementos mientras sus hijos permanecen internados en el hospital. En cambio, la administradora y su equipo han aprobado una escueta lista de treinta marcas —que incluyen vitaminas, minerales, aminoácidos y complementos herbales— que no les preocupa administrar.
Lo primero que Erush busca en un producto es el sello de aprobación de Farmacopea de Estados Unidos (USP), organización independiente no lucrativa que establece estándares públicos sobre calidad en alimentos, medicamentos y complementos alimentarios. Por una cuota, la USP hace una auditoría independiente de la pureza, potencia, estabilidad y desintegración de los complementos, asegurando que los productos contengan los ingredientes enumerados en la etiqueta y cumplan los lineamientos de la FDA. No obstante, la organización se abstiene de afirmar si el complemento es eficaz o no. Aun cuando su sello se considera el estándar de oro, la USP no es el único auditor independiente que está llenando el vacío del sistema de regulación estadounidense. La NSF International es otra organización no lucrativa con un sello de aprobación similar, y el sitio web ConsumerLab.com realiza pruebas con complementos adquiridos en tiendas, y por una cuota brinda acceso a sus resultados. La NPA también cuenta con un programa voluntario de auditoría de terceros dirigido por Underwriters Laboratories, el cual confirma si un fabricante se rige por la BPF.
Aun cuando muchos complementos para adultos llevan el sello de la USP, este sólo aparece en una vitamina infantil, Children’s Chewable Tablets de Kirkland. Hablé al respecto con John Atwater, uno de los principales directivos de los programas de verificación de ese organismo, y me dijo que las farmacéuticas establecidas como Bayer (vitaminas Los Picapiedra) y Pfizer (Centrum Niños) consideran tener el reconocimiento de marca necesario y protocolos internos suficientemente fuertes para omitir las auditorías externas. Así que contacté con Bayer y Pfizer, que confirmaron la información de Atwater. “Aunque la certificación de la USP es útil para fabricantes nuevos y menos conocidos que desean tranquilizar al consumidor en términos de calidad, la marca Picapiedra y el nombre Bayer ofrecen la misma seguridad a nuestros consumidores”, afirmó Tricia McKernan, vicepresidenta de comunicaciones globales en el departamento de atención al consumidor de Bayer. Ambos fabricantes aseguran que sus productos son sometidos a pruebas durante la producción antes de salir al mercado e, incluso, en el punto de venta.
Según el CDC, 93 por ciento de los niños no comen suficientes verduras, pero hoy nuestra canasta básica está altamente enriquecida: la leche y los cereales están adicionados con vitaminas y minerales; algunas frituras, panes y huevos contienen ácidos grasos omega; y cada marca de yogur promueve su propio clan probiótico de nombre exótico. Por otra parte, muchos expertos en salud aseguran que no necesitamos vitaminas. “Si tu hijo lleva una dieta básica balanceada, no hay necesidad”, dice el doctor Dr. Kadakkal Radhakrishnan, hepatólogo y gastroenterólogo pediatra de la Clínica Cleveland (agrega que los niños con necesidades dietéticas especiales —por ejemplo vegetarianos— podrían beneficiarse con las vitaminas).
También es posible que el contenido de los complementos —incluso los ingredientes que deben estar allí— no sean buenos para los niños. Mis hijos suplican por los Gummy Vites de Trader Joe, pero luego de estudiar la etiqueta, no encontré el sello de la USP y detecté, por ejemplo, solo ochenta unidades internacionales de vitamina D (20 por ciento de la dosis diaria recomendada) entre otros ingredientes como jarabe de glucosa, sacarosa y gelatina. Muchas marcas populares contienen esos y otras sustancias de relleno como jarabe de maíz, sorbitol, aceite de coco hidrogenado, soya, goma laca, sabores y colores artificiales: ingredientes que la FDA considera seguros, pero que no todos creen inofensivos.
“Es indispensable que revises la etiqueta para detectar aditivos y edulcorantes”, previene Radhakrishnan. “En exceso, el sorbitol actúa como laxante y hay evidencias conflictivas en cuanto a que los colores artificiales puedan estar asociados con el trastorno por déficit de atención con hiperactividad [TDAH].” Muchos estudios han vinculado los colorantes artificiales con un recrudecimiento de los síntomas de este padecimiento en los niños. La Unión Europea exige que todos los alimentos con tintes artificiales lleven una etiqueta anunciando que “pueden tener efectos adversos en la actividad y atención de los niños”. Más aun, Reino Unido ha prohibido el uso de colorantes artificiales. En 2011, el comité de asesoría en alimentos de la FDA debatió una medida parecida, pero concluyó que la información disponible en la actualidad no apoyaba una relación causal entre los aditivos de color certificados y el TDAH.
¿Y qué decir de la vitamina D, la consentida médica del día? No olvidemos que en las décadas de 1980 y 1990 muchos doctores pensaban que la vitamina E pondría freno a la enfermedad cardiaca y otros padecimientos. Sin embargo, investigaciones ulteriores —incluido un informe de 2005 publicado en JAMA— revelaron que el uso de complementos de vitamina E a largo plazo podía “incrementar el riesgo de insuficiencia cardiaca”.
Para la mayoría de los niños, una gomita mágica es un bocado más delicioso que una cucharada de sopa, y la agresiva mercadotecnia de las coloridas vitaminas infantiles las vuelve difíciles de resistir. El informe anual más reciente de la Asociación Estadounidense de Centros de Control de Intoxicación y Envenenamiento documenta más de treinta y dos mil llamadas de orientación provocadas por la exposición a vitaminas pediátricas en niños de doce años o menos. En más de mil quinientos casos, los niños fueron atendidos en una institución de salud por presentar síntomas de menores a moderados.
¿Qué deben hacer los progenitores? Hablar con el pediatra y adoptar el mantra de la moderación. Si te tranquiliza la conciencia, dale un Dino Huevo. Pero conserva la botella en la repisa superior y no creas todo lo que dice la etiqueta.