¿Vladimir Putin está montando una ofensiva
de encanto, una ofensiva militar o ambas? El mes pasado, el presidente ruso
recibió al secretario de estado de EE UU, John Kerry, con una cordialidad
evidente en un palacio recién construido en Sochi para su primera reunión desde
el comienzo de la crisis ucraniana. Ellos hablaron del futuro de Ucrania oriental
no como una parte de Rusia, ni como una república escindida apoyada por el
Kremlin, sino bajo el gobierno de Kiev. Usando su sonrisa más amistosa, Putin
anunció en su anual conferencia de prensa primaveral que su país “no tiene
enemigos”. Y como si lo tuvieran medido, los líderes, apoyados por Rusia, de
las regiones escindidas de Ucrania anunciaron que la idea de la Novorossiya —un
término de la época zarista que describe una franja del sur de Ucrania que
Putin usó para insinuar que encajaba de nuevo bajo el control de Moscú— está
oficialmente muerta.
“El Kremlin ha admitido efectivamente la
derrota, sin importar cómo trate de plantearlo”, escribió Andrei Kolesnikov del
Centro Carnegie de Moscú. “Moscú parece haberse percatado de que Ucrania está
perdida”.
Pero al mismo tiempo, los primeros días de
junio vieron la primera crisis de un frágil cese al fuego en Ucrania, cuando
fuerzas separatistas batallaron con tanques y lanzacohetes por el control de
Marinka y Krasnogórivka. Ello podría señalar el comienzo de una importante
ofensiva rebelde para tomar el puerto estratégico de Mariúpol. Y lo que es más
preocupante, observadores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en
Europa así como embajadas occidentales han reportado que, desde principios de
mayo, Rusia ha estado enviando a los rebeldes el tipo de equipamiento que
necesitan para un asalto importante contra las líneas ucranianas, desde
vehículos UR-77 Meteorit de remoción de minas hasta unidades de ingeniería
entrenadas para desplegar puentes flotantes de pontones. El 17 de mayo,
soldados ucranianos interceptaron un equipo ruso de reconocimiento que había
cruzado a escondidas el río Séverski Donéts, al norte de Luhansk, y capturaron
a dos rusos después de un tiroteo. Ambos admitieron ser miembros de la 3a
Brigada Spetsnaz, en una misión para identificar debilidades en las defensas
ucranianas.
Pocos días después, los ucranianos
derribaron un drone Forpost de manufactura rusa, el más sofisticado del arsenal
ruso, el cual había monitoreado las posiciones ucranianas cerca de Mariúpol.
“Si ellos se abren camino en Marinka, nuestras fuerzas podrían verse rodeadas”,
dijo Valentin Manko, subcomandante de un batallón de voluntarios ucranianos
conocido como Dnepr-1, a la televisión ucraniana el 2 de junio, advirtiendo que
la ofensiva podría convertirse en “una nueva Debáltsevo”, una referencia a un
importante nudo ferroviario que cayó a mediados de febrero ante los rebeldes
apoyados por los rusos.
Las fuerzas especiales Spetznaz rusas llaman
al arte de ocultar tus verdaderas intenciones para confundir al enemigo como
maskirovka. Pero ¿la diplomacia de Putin es sólo maskirovka, o en verdad está
buscando una manera de terminar su aventura ucraniana que le permita salvar la
dignidad? En un sentido, la guerra está en su fase final, le guste o no al
Kremlin. Los rebeldes todavía podrían expandir su territorio un poco, pero el
sueño de muchos nostálgicos por el imperio ruso de que grandes franjas de la
Ucrania rusoparlante correrían en multitud a unirse con Moscú se ha
desvanecido. Muchas ciudades importantes en el centro de Ucrania, como Járkov,
Odessa y Dniepropetrovsk, albergan la mayoría de la población rusoparlante, y
aun así ellas apoyan fuertemente a Kiev y están cubiertas de símbolos de
nacionalismo ucraniano, desde banderas en las ventanas de los apartamentos
hasta bolardos de tránsito, cercas y ropas con los colores nacionales amarillo
y azul.
La rusoparlante Dniepropetrovsk ha proveído
dos de los batallones de voluntarios más feroces en la línea del frente,
Dnipro-1 y Dnipro-2, financiados por dos oligarcas que son miembros eminentes
de la comunidad judía local. “La población de Ucrania es sólo 17 por ciento
étnicamente rusa”, dice Steven Pifer, un alto miembro de la Institución
Brookings y ex embajador de EE UU ante Ucrania. “Putin siempre deformó este
hecho, afirmando que 17 millones de ucranianos eran de etnicidad rusa, lo cual
equivaldría a 37 por ciento de la población”. Si acaso, dice Pifer, “la
agresión de Rusia parece estar borrando la línea divisoria… Una consecuencia
accidental del conflicto es [un nuevo] sentido de unidad ucraniana”.
Putin también calculó mal el costo de la
guerra. Anexarse Crimea le dio a Putin una tremenda gloria a corto plazo, pero
las sanciones resultantes de EE UU y la Unión Europea, junto con la caída en
los precios del petróleo, hizo caer en picado la economía rusa. El rublo perdió
la mitad de su valor y, a pesar de una recuperación débil en el petróleo y un
empuje a la industria por la devaluación, la economía de Rusia está lista para
contraerse 2.7 por ciento este año, según un reporte del Banco Mundial. Pero
Putin desdeñó el impacto económico en abril, afirmando que “nada estalló, todo
trabaja”. Pero el sector bancario ruso podría colapsarse si las sanciones se prolongan
o endurecen, por ejemplo al excluir a Rusia del sistema de pago internacional
SWIFT. Si ello sucede, la frágil sensación de normalidad que todavía prevalece
en los mercados, restaurantes y plazas comerciales de Moscú rápidamente podría
evaporarse conforme se congele el flujo de dinero del país.
La visita de Kerry señaló que Occidente está
listo para empezar una delicada danza diplomática para llegar a un acuerdo
político duradero en Ucrania. Todos —incluso, según parece, el Kremlin— están
de acuerdo en que las áreas rebeldes de Donetsk y Luhansk permanecerán dentro
de Ucrania. La pregunta crucial es: ¿con qué grado de autonomía? Si el destino
reciente de Yugoslavia sirve de referencia, es una pregunta vital si Ucrania
desea seguir siendo un estado viable.
El Kremlin está presionando para que Ucrania
se convierta en una federación como Bosnia, la cual fue dividida por los
Acuerdos de Dayton de 1995 en un área bosnio-croata prooccidental y la
Republika Srpska, apoyada por la vecina Serbia. Ambas son estados autónomos de
facto dentro de un estado con sus presidentes, parlamentos y cortes. El
“gobierno central [de Bosnia], con su presidencia tripartita y su parlamento
étnicamente fracturado, [es] en gran medida impotente”, dice Brian Whitmore,
autor del influyente blog The Power Vertical. “Bosnia sigue siendo un estado
disfuncional. Y casi una década después de la muerte de [Slobodan] Milosevic,
Serbia continúa usando la Republika Srpska para paralizar y manipular al país y
obstaculizar sus acciones para unirse a la Europa principal”. Kiev preferiría
mucho más el ver un acuerdo similar al de Srpska Krajina, una porción de
etnicidad serbia en Croacia a la que se le dio algo de autonomía inicial
después de la guerra pero que rápidamente fue reabsorbida por una Croacia
unida, la cual se unió a la Unión Europea en 2012.
Algunos ucranianos ya sospechan que EE UU
tiene ganas de alcanzar un acuerdo con Rusia para repartirse su país a espaldas
de Kiev. “Para su información, Ucrania no necesita un nuevo acuerdo Dayton que
cimentó a Bosnia como un estado por siempre fallido”, tuiteó la periodista
ucraniana Myroslava Petsa en respuesta a las conversaciones entre Kerry y
Putin. “Fue conveniente para Occidente, no para los bosnios”. Tanto Washington
como Moscú dijeron que el destino de la anexada península de Crimea no se
mencionó en las conversaciones de Sochi (tampoco se habló de Crimea en
cualquiera de los acuerdos de cese al fuego firmados en Minsk por la UE, EE UU
y Rusia). Kerry tenía preocupaciones mayores, como asegurarse la cooperación de
Rusia en un acuerdo nuclear con Irán y en Siria.
Pero la condición de Crimea sigue siendo
inextricable. Kiev la quiere de vuelta. El kremlin quiere que sea reconocida
internacionalmente como parte de Rusia. “En la diplomacia, estás en el negocio
de lo posible, y [Rusia] regresando Crimea a Ucrania es claro que no está
remotamente en el terreno de lo posible”, dice un alto diplomático europeo que
ha trabajado en Ucrania desde que comenzó el conflicto. “Algunos colegas
estadounidenses podrían estar pensando en términos de un gran regateo:
intercambiar el reconocimiento de Crimea por una retirada total [rusa]… Pero
para los europeos, eso es mucho pedir”.
José Manuel Barroso, quien fue el presidente
de la Comisión Europea en el momento de la anexión de Crimea, el mes pasado
describió la acción de Putin como “la violación más flagrante de la ley
internacional desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”. Él añadió: “La UE se
basa en oponerse al nacionalismo extremo”. Incluso después de una enorme acción
de cabildeo en Alemania, aliada tradicional de Rusia y su mayor socia
comercial, Putin ha fracasado en conseguir simpatías por su expropiación de
terrenos. Para la mayoría de los europeos, quienes sufrieron a manos de la
Alemania nazi, la Rusia soviética o ambas, legitimar la agresión es una línea
que no cruzarán.
Pero en algunos sentidos, Putin ha tenido
éxito. En una película encargada por el Kremlin para conmemorar el primer
aniversario de la toma de Crimea, Putin explicó que debía evitarse que la base
naval compartida ucranio-rusa de Sebastopol cayese en manos de la OTAN. Y en un
nivel más profundo, mientras que la rebelión pro-rusa, apoyada por Moscú, en el
este quizá haya fortalecido el sentimiento nacionalista de Ucrania, ha desestabilizado
profundamente la economía y política de Ucrania. Más de un tercio de un
préstamo por $40,000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional se
destinará a pagar algunas de las deudas de Kiev; sin esto, el país hubiera
caído en incumplimiento. La corrupción sigue sin disminuir, incluido el
Ministerio de Defensa, el cual anunció en abril que había enviado 39 tanques
Oplot nuevecitos a Tailandia, para honrar un contrato por $200 millones de
dólares que se firmó en 2011, en vez de enviarlos a Mariúpol. Los funcionarios
del ministerio responsables de esa decisión supuestamente dieron prioridad al
embarque porque se habían quedado con una tajada del dinero tailandés. Al mismo
tiempo, unidades ucranianas en las líneas del frente están mal equipadas, mal
alimentadas y mal disciplinadas, una razón por la cual muchos jóvenes
prefirieron unirse a los más fanáticos pero mejor organizados batallones de
voluntarios como el Dnipro-1.
Si la ofensiva más reciente lleva a los
rebeldes a través del puerto estratégico de Mariúpol, sin duda afirmarán que el
puerto les ayudará hacer más independiente su territorio. Para ser sinceros,
Mariúpol no marcará una gran diferencia en la destrozada economía basada en el
carbón y el acero de Donbass. Pero el daño real de más derrotas militares se
sentirá en Kiev.
“Finalmente, esta guerra se perderá por la
ineptitud, corrupción y arrogancia de la clase política ucraniana, la cual
hasta ahora se niega a movilizar a la nación, permite la corrupción y el
nepotismo, y desdeñó una y otra vez los consejos de Occidente sobre cómo
entablar la guerra y cómo combatir la corrupción”, dice Thomas Theiner,
bloguero y cineasta avecindado en Kiev. “Ni la Euromaidan [la revuelta que
derrocó al presidente pro-ruso Viktor Yanukovich] ni una guerra con 10,000
muertos pudieron lograr que la elite ucraniana abandonase sus modos criminales
y corruptos. Y si una nación no puede ponerse las pilas cuando está bajo un
enorme ataque militar, ¿merece siquiera existir?”
Muchos de los activistas que participaron en
las protestas de Maidan prometieron volver las calles si el nuevo gobierno del magnate chocolatero
convertido en presidente Petro Poroshenko resulta ser tan corrupto e
incompetente como el que derrocaron los manifestantes en febrero de 2014.
El mejor escenario es que los territorios
separatistas accedan a celebrar las elecciones locales de Ucrania, programadas
para el 25 de octubre, con todas las fuerzas políticas ucranianas y locales
participando bajo un monitoreo electoral internacional. El posible ganador
sería el Bloque Oposicionista encabezado por el otrora jefe de personal del
depuesto Presidente Yanukovich, Sergei Levochkin, que alguna vez fue elogiado
por The Economist como un hombre de “mentalidad reformista”. Esa podría ser una
solución que salvaría la dignidad y sería aceptable para de Kiev, Moscú y
Washington. Pero Putin tiene un largo historial de determinar los hechos en el
terreno primero y luego negociar. Eso es probablemente de lo que se trata la
actual ofensiva rebelde: una demostración de fuerza que desacreditará a
Poroshenko y mejorará la posición negociadora de los rebeldes para desmembrar
el poder central de Kiev. Rusia en realidad no puede ganar esta guerra, pero
Ucrania todavía podría perderla.