La controversia por el correo electrónicode Hillary Clinton demuestra clara y concluyentemente una cosa: ella está vieja.
Depender tanto del correo electrónico la hace ver como el tipo de persona vieja a quien todavía le encanta el programa Wheel of Fortune y esos manteles de vinilo para exteriores con el fondo desteñido. La única manera en que podría parecer más vieja sería si revisa su correo electrónico en una grande PC desktop mientras oye discos de polka y espera que el café la espabile.
Para las generaciones más jóvenes, el correo electrónico es la cucaracha de la tecnología: todos lo desprecian, pero no pueden matarlo. Aun así, hay una buena razón por la que el correo electrónico perdura. En realidad, no hemos decidido el futuro de la comunicación para una época impulsada por los dispositivos móviles. Así, estamos en un periodo de probar con displicencia casi cualquier cosa: aplicaciones como Snapchat, Yik Yak, Slack y Yammer, que juntas suenan como los nombres de los personajes cómicos de una película de Disney.
Los directores ejecutivos y pensadores administrativos creen que el trabajo moderno debe hacerse en colaboración, pero la mayor parte del tiempo la gente que colabora nunca estará en el mismo espacio físico o trabajará para la misma compañía o, incluso, se conocerá entre sí. Hemos estado demoliendo una forma de trabajar con un siglo de antigüedad, centrada en la oficina, pero todavía no hemos consolidado una manera nueva, centrada en el teléfono inteligente.
En ese vacío, el correo electrónico sigue siendo la constante. No podemos matarlo porque es la única herramienta de comunicación desde el teléfono que es universal. Mientras que los muros corporativos y las fronteras nacionales se derrumban en el ciberespacio, el correo electrónico —por más engorroso y tardado que sea— es la única manera en que podemos compartir ideas y material digital con casi cualquier persona en cualquier parte.
Pero, por supuesto, no siempre será así. Entonces, la pregunta es: ¿qué sigue? Y en esa pregunta hay una tensión interesante, una tensión que Hillary probablemente apreciará. Parece que no sabemos si el futuro de la comunicación debería ser tan etéreo como el habla, tan permanente como la escritura o, de alguna forma, ambos.
El habla desaparece. Usted dice algo, es recibido, y se perdió, registrado solo en la memoria de la gente. En situaciones laborales, esto tiene sus ventajas. Poco después del ataque cibernético del año pasado a Sony, el cual reveló al público correos electrónicos perjudiciales de los ejecutivos, el famoso empresario de onda Mark Cuban le habló a un público de Nueva York sobre su nuevo proyecto, Cyber Dust. La aplicación, diseñada para empresas, le permite a la gente comunicarse con individuos o grupos al teclear en un teléfono o teclado pero, tan pronto como se lee un texto, este desaparece de todo dispositivo y de los servidores de Cyber Dust. Incluso en procedimientos legales, dice él, “está libre de ser descubierto”. Ningún hackero investigador podría hallarlo jamás.
Esta tendencia etérea cobró fuerza primero con Snapchat. Yik Yak lo lleva a otro nivel, permitiéndole a la gente escupir cualquier mensaje a grupos de personas, el equivalente de vociferar en una esquina mientras se usa un pasamontañas. Cuban y otros de los que hacen este tipo de aplicaciones plantean un punto interesante: la colaboración puede ser desordenada, y tal vez no debería ser capturada en absoluto. Tal vez si la conversación desaparece, la gente se preocuparía menos de presentar esa idea que podría sonar estúpida, o criticar a un colega que meta la pata. Hablar nos sirvió bien por miles de años, así que tal vez hay algo en ello.
Slack argumenta lo opuesto. Es el más reciente asesino potencial del correo electrónico: en esencia, un revoltijo de chat en línea, compartición de archivos al estilo Dropbox y aplicaciones de mensajes en grupo para teléfonos celulares. Slack está tan de moda que la compañía recaudó 120 millones de dólares en financiamiento, valuándose en más de mil millones. Tiene un año de antigüedad.
La aplicación guarda toda conversación en colaboración y todo archivo cargado, archivándolo y poniéndolo a disposición de cualquiera en un grupo definido, que podría ser un grupo pequeño o toda una corporación. En un sentido, imita la permanencia del papel de la época en que las compañías archivaban memorandos escritos a mano y cartas mecanografiadas para la posteridad. Luego, Slack añade una capa del estilo Google, exponiendo los documentos para su localización, clasificados y usados como base. Para bien o para mal, Slack y las aplicaciones como ella preservan toda declaración con el tipo de determinación que Dios tuvo al grabar con fuego los Diez Mandamientos en roca.
La aparición de aplicaciones como Cyber Dust y Slack, junto con noticias como el ataque cibernético a Sony, señalan una gran falla del correo electrónico: este se halla en algún punto intermedio entre el habla y la escritura, y es demasiado poco de ambas. Podemos borrar correos electrónicos, pero no desaparecen; se quedan en la computadora de alguien o en el servidor, haciéndolos peligrosamente no del todo privados. Podemos usar el correo electrónico para trabajar y construir ideas, pero los colegas que no están en la cadena no pueden verlo. La frustración por el correo electrónico conlleva una advertencia: en la tecnología futura de las comunicaciones, dejen muy en claro si estamos hablando o escribiendo.
La inteligencia artificial y los sistemas de localización podrían ayudar en ello. No hay duda de que estas tecnologías serán parte de lo que venga después de Slack, y ayudarán a las aplicaciones a entender lo que se discute, quién está en la sala virtual y dónde están todos los participantes en el mundo real. La aplicación podría saber en una situación en particular si necesitamos estar hablando o escribiendo, si la conversación debe ser privada y perecedera, o pública y compartible.
Incluso entonces, ninguna tecnología nueva matará el correo electrónico a menos de que se vuelva universal. La cucaracha podría sobrevivir a todo intento de exterminarla hasta que el sol se muera.
Mientras tanto, la gente que piensa a futuro está probando las nuevas tecnologías y ayuda a darle forma a una nueva manera de comunicarnos y colaborar. He allí una lección para Hillary. Con un simple barrido, podría evitar las preguntas sobre mensajes borrados, además de verse más en onda.
Todo lo que tiene que hacer es apegarse a lanzarle indirectas a través de Snapchat a Vladimir Putin… quien le respondería seguramente enviándole selfies con el pecho descubierto.