Ningún director de Hollywood hubiera podido montar mejor la escena lúgubre, o cargarla de más simbolismo. En una lluviosa noche moscovita, un pistolero sigue a Boris Nemtsov, un eminente crítico político, y a su novia a lo largo de un puente solitario. Se disparan seis tiros. Mientras la víctima yace sangrando, las cúpulas de la Catedral de San Basilio y la torre del Kremlin se ven detrás de él. El mensaje es claro: así mueren todos los enemigos del régimen.
Pero ¿quién mandó el mensaje? ¿Y a quién estaba destinado el mensaje: la acusada oposición de Rusia o el presidente Vladimir Putin? La explicación más simple —y la que cree la mayoría de los líderes de la oposición liberal de Rusia— es que el Kremlin mató a Nemtsov para intimidarlos y así callarlos. “Debe considerarse a Putin como responsable del asesinato de Boris”, dice Garry Kasparov, excampeón mundial de ajedrez y líder de la oposición. “¿Quién lo ordenó? No me importa.”
Pero sí importa quién ordenó el crimen. Sería lo bastante espeluznante que los asesinos trabajasen bajo las órdenes de Putin. Pero es todavía más aterrador si no es así. Y está aumentando la evidencia relativa respecto a que Nemtsov fue acribillado por un escuadrón de la muerte conectado con los servicios de seguridad, al cual se dejó andar libre por la capital rusa. Se ha aprehendido a cinco sospechosos, todos ellos de Chechenia (un sexto se hizo estallar con una granada antes que ser llevado con vida, dice la policía). El cerebro de la operación, según el Servicio de Seguridad Federal de Rusia, o FSB, era Zaur Dadayev, un hombre con vínculos cercanos a Ramzan Kadyrov, un rebelde checheno convertido en partidario de Putin.
Un “¡jódete!” a Putin
Dadayev —quien confesó pero luego se retractó de su declaración, afirmando que fue torturado— sirvió como subcomandante de una unidad paramilitar del Ministerio del Interior conocida como Batallón Sever, que desde hace mucho ha sido la Guardia Pretoriana del líder checheno. Después del arresto de Dadayev, Kadyrov —usando Instagram, su medio favorito para compartir imágenes de sí mismo en su zoológico privado y comunicar sus opiniones políticas al mundo exterior— llamó al sospechoso “un verdadero patriota ruso”. Él también sugirió que Dadayev se había ofendido por el apoyo de Nemtsov a los caricaturistas de Charlie Hebdo asesinados por pistoleros islamistas en París. Después de que se filtró evidencia en un periódico moscovita que indicaba que Dadayev había vigilado el apartamento de Nemtsov mucho antes de los ataques de París, Kadyrov empezó a decir que su lugarteniente era inocente y acusó a los medios de comunicación rusos de urdir una “conspiración” para debilitarlos a él y Dadayev.
Sin importar quién ordenó el asesinato de Nemtsov, hay pocas dudas de que Kadyrov lo consideraba un traidor a Rusia y un enemigo personal. En 2011, cuando Nemtsov y cientos de miles salieron a las calles de Moscú, protestando por el regreso al poder de Putin, Kadyrov pidió que el líder de la oposición fuera encarcelado. “Kadyrov es un hombre muy enfermo psicológicamente”, respondió Nemtsov. Este año, Kadyrov ha sido un organizador muy importante del movimiento “anti-Maidan” por toda Rusia, cuyo objetivo es bloquear el tipo de protestas contra el régimen que derrocó un gobierno corrupto y pro ruso en Kiev, Ucrania, el año pasado. Nemtsov era uno de los líderes en las manifestaciones de Moscú en contra de la anexión de Crimea, y fue atacado duramente por los nacionalistas rusos por hacer un llamado a Estados Unidos y la Unión Europea para hacer más rigurosas las sanciones en contra del Kremlin. La televisión rusa bajo control estatal retrató a Nemtsov y su compañero líder de la oposición, Alexei Navalny, como títeres patrocinados por Estados Unidos, y Putin habló de una “quinta columna” de enemigos dentro de Rusia.
Nemtsov no es el primer crítico de Kadyrov que termina muerto: las reporteras de investigación Anna Politkovskaya y Natalia Estemirova fueron acribilladas y asesinadas mientras trabajaban en artículos sobre la corrupción y violencia en Chechenia. Politkovskaya fue asesinada afuera de su apartamento de Moscú en 2006, poco después de llamar a Kadyrov el “Stalin de nuestra época”. Estemirova fue secuestrada y acribillada en Grozni en 2009 después de escribir sobre el supuesto involucramiento de Kadyrov en torturas y ejecuciones extrajudiciales, lo cual él negó.
No obstante, la pregunta más apremiante es si Putin todavía es capaz de controlar a Kadyrov. Incluso si el líder del Kremlin acepta que Nemtsov era un traidor, “ello no necesariamente significa que está bien asesinarlo”, dice el veteranísimo editor en jefe de uno de los periódicos más eminentes de Rusia, quien pidió el anonimato dado lo sensible del asunto. “El Kremlin estaba anonadado, por supuesto. Cuando tienes gente corriendo por las calles de Moscú decidiendo quién vive y quién muere, eso no está bien.” Según el periodista, quien hasta su reciente jubilación asistió con regularidad a reuniones con Putin y sus principales lugartenientes, “esta fue una especie de ‘¡jódete!’ a Putin. [Los asesinos] estarían diciendo: Claro, jefe, tú dictas las reglas. Pero nosotros las aplicamos como nos plazca”.
Volverse malos
En un sistema político como el de Rusia, en el que Putin ha sustituido las instituciones formales con lo que sus partidarios llaman “control personal”, las reglas no escritas de la política en la corte son inmensas. “Las señas y los gestos importan”, dice Brian Whitmore, autor de The Power Vertical, un blog influyente para kremlinólogos. “Tienen que serlo, porque la ley no se aplica a quienes están en la cima… Matar a alguien tan eminente, y ciertamente llevar a cabo la acción a unas cuadras de la Plaza Roja, estaba en contra de las reglas.”
Whitmore y muchos de los principales observadores del Kremlin ven el asesinato de Nemtsov como parte de una guerra en marcha entre los siloviki: los militares, la policía y los hombres de la KGB que controlan los servicios de seguridad de Rusia. Kadyrov está entre los hombres más poderosos de Rusia. Tiene bajo su mando miles de hombres armados y leales, y describió a Putin como “un padre” para él después del asesinato de su propio progenitor en 2004.
Por años, la admiración fue mutua. Putin incluso le concedió una medalla al valor al hombre fuerte checheno por pacificar su provincia rebelde pocos días después del asesinato de Nemtsov; antes de que surgiera la amplitud de los nexos entre los sospechosos chechenos y Kadyrov. Pero Kadyrov también se ha hecho de enemigos peligrosos, desde Aleksandr Bortnikov, jefe del FSB, hasta altos cortesanos del Kremlin, incluido el jefe de personal de Putin, Sergei Ivanov. Sin importar quién ordenó en realidad la muerte de Nemtsov, los detractores de Kadyrov en los servicios de seguridad ahora parecen estar usando el asesinato en su contra mediante filtrar detalles perjudiciales a la prensa.
No sorprende que los lugartenientes de Putin se enfrenten entre sí. Pero sería un cambio pasmoso que estuvieran de hecho matando a sus enemigos en las calles. Por ejemplo, si Kadyrov se ha vuelto malo, hay poco que Putin pueda hacer al respecto. “Kadyrov ha puesto a Putin en una situación sin remedio”, dice Konstantin Borovoi, exparlamentario y político liberal de la oposición. “El presidente ruso no puede castigarlo ni removerlo porque Chechenia es muy difícil de controlar.”
El problema más hondo es que Putin ha creado un sistema en el cual él ha “monopolizado no solo el proceso de toma de decisiones en Rusia, sino también la capacidad misma de tomar decisiones”, dice Masha Gessen, biógrafa y crítica de Putin. Cuando el líder ruso desapareció de la vista pública por diez días a principios de marzo, la clase política del país se puso nerviosa y la blogósfera intercambió historias sobre golpes de Estado, infartos e, incluso, un hijo natural de Putin. El resto del país no pareció percatarse de la ausencia de Putin, a pesar de una serie de confusiones cómicas en la TV controlada por el Estado cuando un video pregrabado de la supuestamente agenda cargada del presidente se transmitió en el orden incorrecto. Pero la breve desaparición de Putin permite entrever cuán dependiente de él se ha vuelto el Estado ruso, y sugiere que el caos posiblemente sea el principal sucesor de Putin.
“Una caja de Pandora de paranoia y violencia”
No siempre fue así. Hace solo tres inviernos, los partidarios del presidente saliente Dmitry Medvedev llenaron Moscú y San Petersburgo, exigiendo elecciones limpias y más libertad política y de expresión. Hoy las mismas calles están llenas de multitudes patrióticas que blanden pancartas que dicen: “Crimea es nuestra; Obama, no nos envidies”, “América, mantén las manos fuera” y “Estoy orgulloso de mi país” (luego aparecieron fotos en los medios sociales rusos de filas de estos patriotas, ocultando sus rostros de las cámaras y aparentemente haciendo cola para que les pagasen su asistencia). “Lo que vemos ahora son los últimos estertores de la vieja oposición liberal”, dice el bloguero Anton Krasovsky, quien trabajó como jefe de personal en la infructuosa campaña presidencial del oligarca Mikhail Prokhorov en contra de Putin en 2012. “La muerte de Boris fue una especie de rompimiento simbólico con el pasado. Con él murió la vieja leyenda de los jóvenes reformistas, de los líderes de las protestas de la [Plaza] Bolotnaya y demás”.
Después de los desfiles militares que marcaron el aniversario de la anexión de Crimea, Putin dijo con solemnidad en el Canal Uno de la TV rusa que había considerado autorizar el uso de armas nucleares tácticas en la península en contra de “la amenaza de la OTAN”. El mismo día, Ksenia Sobchak, una periodista importante y activista de la oposición, anunció que estaba pensando salir de Rusia después de enterarse de que su nombre estaba en una lista chechena de asesinatos de “traidores” liberales.
“De cierta manera, sería menos preocupante si Putin hubiera ordenado el asesinato de Nemtsov”, escribió en un blog Sobchak, quien lo conoce desde su niñez porque su padre fue el primer alcalde del Leningrado postsoviético, y el jefe y patrocinador de Putin. “Sería un sistema horrible, pero un sistema por lo menos, un sistema manejable. Pero este no es el caso. No hay un Putin que dio la orden de asesinar. Pero hay un Putin que construyó un exterminador endemoniado y del que ha perdido el control. Ya no hay alguien que controle el proceso; hay un odio caótico que es alimentado todos los días por los medios masivos de comunicación federales.”
La historia más perturbadora detrás del asesinato de Nemtsov es que el Kremlin ha abierto una caja de Pandora de paranoia y violencia que ya no puede controlar. El asesinato de Nemtsov tal vez llegue a ser visto como un punto de inflexión: no solo como el día en que la oposición liberal perdió un líder, sino también como el día en que escuadrones de la muerte ultranacionalistas tomaron por primera vez las calles de Moscú. Como lo dice Sobchak, las balas que mataron a Nemtsov “solo son las primeras seis. Se vienen tiempos turbulentos”.