Hace unos 15 años, conocí a un viejo
fascinante en Huntsville, Alabama. Tenía el cabello blanco e igual el bigote,
usaba lentes del diámetro de discos de hockey y hablaba con un marcado acento
búlgaro. En la década de 1960, él ayudó a diseñar los cohetes Saturno V que
llevaron a los astronautas estadounidenses a la luna, y no mucho después, él
inventó el Apple Watch.
Bueno, en cierto modo. Este hombre, Peter
Petroff, quien murió en 2003, orientó el desarrollo del primer reloj digital.
Llamado Pulsar, apareció en 1972 y costaba $2,100 dólares: más de $12,000 en
dólares actuales, en caso de que usted piense que el precio del reloj de Apple
($349 dólares o más) es exorbitante. Usted puede ver un Pulsar en exhibición en
el Smithsonian. En la historia de los relojes inteligentes, el Pulsar es el
Neanderthal del Homo sapiens de Apple; la Ma Rainey de la Beyoncé de Apple. Son
cosas completamente distintas, pero no, y la primera llevó a la segunda, con un
mil mutaciones evolutivas en el ínterin.
El punto es que ninguna persona o compañía
inventó el reloj inteligente; lo hizo el clima tecnológico global de nuestros
tiempos. La mayoría de las invenciones, en el momento en que se dan, parece
inevitable, un resultado natural de todas las tecnologías, ideas y prácticas
sociales dando vueltas por allí todo el tiempo. Steven Johnson describe esto
hermosamente en Where Good Ideas Come From: surgen de millones de conexiones y
concepciones, construyendo sobre unas y otras en reuniones y reportes
noticiosos y ensayos académicos, hirviendo a fuego lento en las mentes
inteligentes hasta que son reconocidas por la persona adecuada que mira en el
lugar adecuado. Si Thomas Edison hubiera desdeñado la invención para
convertirse en un mimo callejero, no significaría que nosotros hoy seguiríamos
leyendo con lámparas de gas. Alguien más nos hubiera iluminado.
No pretendo desdeñar la invención, pero
cuando se trata del impacto, la invención está reputada en extremo. El valor
más grande de la tecnología —el valor que Apple ha abierto una y otra vez— está
en su ejecución. Apple no inventó la computadora personal, pero creó la
Macintosh, basada en ideas que Steve Jobs en gran medida le robó a Xerox. Apple
no inventó el reproductor de música digital, el teléfono inteligente o la
tablet, pero su iPod, su iPhone y su iPad les patearon el trasero a todos los “inventores”
e “innovadores” previos en esos espacios. Apple ensambló la tecnología adecuada
en el momento adecuado, diseñó un producto y un ecosistema mejor que el resto,
alineó a los mejores proveedores y canales de distribución, y creó una demanda
en un mercado bien calibrado y un ímpetu sin parangón.
La capacidad para conseguir esa ejecución
difícil, y hacerlo bien, es la razón de que Apple valga más que cualquier otra
compañía. Es la razón por la cual el Apple Watch redefinirá y dominará su
espacio. Jobs recibe demasiado crédito por sus ideas y demasiado poco por la
forma en que dirigió su sinfonía compleja.
Google es otro ejemplo de ejecución sobre la
invención. Para 1996, muchas nuevas tecnologías se adaptaban al espíritu de la
época: las computadoras personales, el internet, el navegador de mosaico, y las
ligas de hipertexto que hicieron posible la red informática mundial. Los
primeros motores de búsqueda, como Alta Vista, estaban basados en una idea
anterior más similar a las búsquedas documentales en las bibliotecas, y no
funcionaban muy bien. Larry Page y Sergey Brin empezaron a experimentar con
maneras de usar las ligas de hipertexto para clasificar los resultados y hallar
mejores coincidencias. En esencia, la pareja remezcló las tecnologías existentes
de una manera inteligente e hizo algo mejor.
Por lo menos otros dos tuvieron casi la
misma idea al mismo tiempo, según Steven Levy en la biografía de Google, In the
Plex. Uno de ellos fue Jon Kleinberg, por entonces con una beca en el centro de
investigación de IBM en Almaden, California. El otro fue Yanhong Li, del Dow
Jones. Si alguna de estas compañías hubiera desarrollado y ejecutado la
invención, tal vez estaríamos IBMeando o Doweando la información. Pero Page y
Brin acabaron lo que empezaron, crearon Google y definieron y dominaron la
búsqueda. La ejecución fue más importante que la idea.
Esta dinámica se ha desarrollado a lo largo
de la historia, descrita por allá de 1922 en un artículo a menudo citado de
William F. Ogburn y Dorothy Thomas, Are Inventions Inevitable? Por ejemplo, en
1831, un profesor estadounidense, Joseph Henry, construyó el que probablemente
fue el primer telégrafo. Casi al mismo tiempo, aparecieron versiones en
Inglaterra y Alemania. Trece años después, Samuel Morse desarrolló su teléfono
y un sistema que lo hizo útil. Morse ejecutó. Los otros desaparecieron de la
historia.
Los autos, los aviones, los trenes, el
teléfono, la TV, las computadoras, el correo electrónico y las redes sociales,
casi cualquier cosa que usted pueda nombrar tuvieron múltiples inventores casi
al mismo tiempo. Pregúntele a cualquier capitalista de riesgo en Silicon Valley
y él o ella le dirá que de repente empieza a ver múltiples empresarios llenos
de granos coincidiendo para venderle la misma idea. Los mejores capitalistas de
riesgo les apuestan a compañías que pueden llevarla a cabo. En la mayoría de
los casos, un actor tardío —Henry Ford, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos— diseña una
versión mejor, hace la tarea de la ejecución difícil y define y domina un espacio
por años.
Philippe Kahn, quien en 1997 inventó y
patentó la cámara para teléfono celular, discutió conmigo a través de correos
electrónicos sobre la invención, la cual él afirma que impulsa la economía de
EE UU. “¿Queremos que todo se reduzca a: cuán barato es fabricar con fuerzas
laborales explotadas en el extranjero?”, escribió Kahn. “¿No son la innovación
y la invención y su debida protección más importante que las ganancias
trimestrales? ¿Qué tipo de economía queremos?”
Kahn ensambló la primera cámara para
teléfono a partir de otras tecnologías por entonces nuevas —el teléfono
celular, la cámara digital, la red móvil— porque él quería compartir fotos de
su hija recién nacida. Su empleador, Motorola, dejó pasar la idea. Kahn formó
una compañía, LightSurf, para construir y vender lo que él llamó PictureMail.
Pero hoy no usamos PictureMail para tomarnos esa selfie desnudos. Usamos un
iPhone y Snapchat. LightSurf, a la larga, aceleró el proceso. Pero no lo
ejecutó de manera que alterase la sociedad como Apple.
Es como la historia del Pulsar, que todavía
existe como una marca de relojes que no es digital ni inteligente. Los
inventores ven las conexiones primero y nos dan un empujón, un paso adelante
hacia el futuro. Pero el mundo en realidad es cambiado por quienes son
inspirados por un “Bo-Weevil Blues” y luego producen un “Single Ladies”.