A poco más de un kilómetro de la frontera
mexicana, en un terreno de maleza donde el desierto de Chihuahua se une a las
bajas montañas de Nuevo México, yace una inversión del gobierno estadounidense
de 104 millones de dólares constituida por 78 fosos de concreto.
En enero, Mike Méndez, científico de 52 años
con cabello peinado a raya, aficionado a las botas vaqueras y los chalecos
tejidos, alquiló un auto y condujo dos horas desde el Aeropuerto Internacional
de El Paso hasta ese árido rincón del suroeste, pues había pasado cinco años de
su vida pensando en aquellos fosos que jamás había visto personalmente.
Localizados a 15 kilómetros de Columbus,
Nuevo México, que cuenta una población de 1628 habitantes, los fosos y la
circundante maquinaria de alta tecnología fueron construidos por Sapphire
Energy, compañía que Méndez cofundó en 2007. Toda la operación fue producto de
un fondo de 85 millones de dólares aportado por ricos inversores como Bill
Gates, amén de 50 millones del Departamento de Energía y 54 millones del
Departamento de Agricultura junto con la experiencia técnica de algunas de las
mentes más brillantes de la industria biotecnológica. El principio que impulsó
aquel esfuerzo era radical: utilizar la biología sintética –una tecnología
prometedora y novedosa que permite a los científicos modificar la genética de
organismos vivos– para competir con la industria de los combustibles fósiles y
trabajar con limo de los estanques.
La compañía pasó años desentrañando las vías
genéticas y manipulando el ADN de diversos tipos de algas y, a la larga,
consiguió modificar un puñado de especímenes que producían biocombustibles
listos para introducirse directamente en nuestros tanques de gasolina. Sapphire
llamó al producto “crudo verde” y demostró que servía en toda clase de
vehículos, desde aviones Boeing 747 hasta autos Prius. Construyeron entonces
los fosos –o “estanques”, en jerga industrial–para albergar cantidades
colosales de esas súper algas productoras de biocombustible y generar un millón
de galones de combustible limpio: la cantidad necesaria para demostrar al mundo
que el combustible de Sapphire era una alternativa viable y escalable al crudo
convencional, cuyo uso estaba calentando rápidamente el planeta y elevando el
nivel del mar.
“No puedo creer la cantidad de dinero y
esfuerzo que invertimos en esto”, se maravilló Méndez al detenerse en la Green
Crude Farm (Granja Crudo Verde) y bajar del auto. Fue un esfuerzo emocionante y
mucha gente creyó en el sueño.
Businessweek describió a Sapphire como una
de las startups más candentes de 2008, y lo mismo hizo The Wall Street Journal
dos años después. Aparecieron otras compañías de biología sintética
(denominadas “synbios”) con proyectos de biocombustibles parecidos y los
inversionistas volcaron centenares de millones de dólares en el campo.
Entrevistado por The New York Times, Craig Venter, uno de los padres de la
moderna biología sintética, proclamó: “Diseñar y construir células sintéticas
será el fundamento de una nueva revolución industrial. El objetivo es
reemplazar completamente a la industria petroquímica”. Sapphire anunció que,
para 2018, produciría 100 millones de galones de combustible en sus colosales
estanques desérticos y, para 2025, su producción se elevaría a mil millones.
“Fundé Sapphire hace mucho tiempo con la
visión de un gigantesco campo de algas que podría verse desde el espacio”, dijo
Méndez después del viaje. “Es la primera vez que visito el lugar y me siento
muy impresionado. Pero luego veo todas esas plantas rodadoras”.
OMG 2.0
Durante la Gran Recesión, el mercado
energético se desplomó arrastrando consigo gran parte de la emergente industria
de biocombustibles synbio. Competir contra un barril de crudo de 140 dólares
era una cosa, pero contra 50 dólares era imposible. “El combustible era el
producto más barato del planeta”, recuerda Jamie Bacher, ex empleado de
Sapphire que terminó administrando una empresa conjunta de Amyris –una de las
synbios más grandes de hoy– y Total, el gigante petrolero francés. “Cualquiera
diría, ‘Ay, el crudo es muy caro en la actualidad’. Pero incluso a 100 dólares
el barril, es más barato que el agua embotellada”.
Petroleras y gaseras ganan centavos por
barril, así que sus utilidades provienen de producir miles de millones de
galones. Como otros gigantes de la época dorada de las synbios, Sapphire tuvo
dificultades para escalar a un nivel en el que pudiera reducir sus costos para
competir con los nuevos precios bajos del petróleo y el gas natural. Así que,
en vez de ello, muchas synbios intentaron promover sus productos más costosos
como artículos suntuarios en un mercado dispuesto a pagar un poco más como
parte de un esfuerzo para salvar al mundo del cambio climático. Los críticos
afirman que ese modelo empresarial estaba destinado al fracaso. “El idealismo
jamás es bueno para los negocios”, sentencia Mark Bünger, director de
investigaciones en Lux Research, especializado en biología sintética y
combustibles limpios. “Si no puedes transformar el idealismo en un principio
económico sustentable, no eres más que una organización de caridad y tienes que
buscar otras fuentes de financiación”.
“Creo que todos se habían embriagado con el
dinero que llegaba, y con el sueño”, reconoce Méndez, quien dejó Sapphire en
2012 y solo visitó las instalaciones de Nuevo México, en enero, para aconsejar
a los ejecutivos sobre el siguiente paso, antes que se agotaran los fondos.
Pero Sapphire no es la única empresa en dificultades. LS9, una de las compañías
de biocombustible de la era synbio –asociada con Chevron y con más de 80
millones en fondos– fue vendida por apenas 40 millones de dólares en febrero
2014. El valor de las acciones de Amyris, que provocó un febril interés en la
biología sintética cuando creó un fármaco contra la malaria y luego incursionó
en los biocombustibles, cayó por debajo de 2 dólares en febrero, respecto de un
máximo de 33 dólares alcanzado cuatro años atrás. Y la muy publicitada
inversión de Exxon Mobil, por un total de 600 millones de dólares en una synbio
de San Diego cofundada por Craig Venter, terminó en un rotundo fracaso, con
despidos y una declaración en la que el propio Venter afirmaba que los
biocombustibles “están simplemente muertos”.
Sin embargo, no se trata nada más de otra
burbuja tecnológica que estalla; las posibilidades synbio, desde novedosas
aplicaciones médicas hasta mayores rendimientos agrícolas y recuperación de
seres extintos, son infinitas y apasionantes. Y si las primeras grandes
compañías de biología sintética fracasan, podría haber grandes implicaciones
para todo el campo y la energía limpia. “Toda la tecnología, toda el potencial
y la posibilidad de disponer, algún día, de combustibles sin carbono”,
desaparecerán, lamenta Jay Keasling, fundador de LS9 y Amyris, y director del
Joint BioEnergy Institute, un centro de investigación del Departamento de
Energía.
Por fortuna, “hay otros productos con los
que se puede ganar dinero, además de los combustibles”, afirma James Levine,
nuevo CEO de Sapphire. A partir de las plataformas tecnológicas existentes para
la producción de combustibles, los gigantes del negocio synbio están explotando
productos que se venden por mucho más de 2.49 dólares por galón. Evolva,
compañía suiza con operaciones en el área de la Bahía de San Francisco y
dedicada a producir antibióticos y anticancerosos exclusivos, está produciendo
vainillina (extracto de vainilla), stevia y azafrán; Amyris, la compañía que
creó el revolucionario antimalárico y luego probó suerte con los combustibles,
está fabricando lociones y fragancias para perfumes; y Sapphire, con sus
avanzadas algas y enormes estanques, contempla desarrollar suplementos omega-3.
Si ha de sobrevivir el sueño de producir
cantidades masivas de combustible limpio, los proponentes insisten en que el
negocio synbio necesita “victorias” –incluso cuando la “victoria” sea algo como
el azafrán synbio: un producto creado en el laboratorio por organismos modificados
genéticamente (OMG), que termine en nuestra comida, sin etiqueta alguna y
enfureciendo a los grupos ambientalistas. Esos grupos que ya se preparan para
una contienda muy pública sobre lo que denominan “OMG 2.0” (o GMO 2.0, por sus
siglas en inglés).
En otras palabras, el destino de una de las
tecnologías más prometedores del siglo XXI podría reducirse a una paella.
Un punto de humo más alto
En el sur de San Francisco, las paredes de
la sala de recepción de Solazyme, una de las compañías de biocombustible más
grandes del boom synbio, están tapizadas con fotos de barcos de la Armada que
navegan en mar abierto impulsadas con el diesel de algas marinas de la empresa.
Junto a un destructor especialmente impresionante, hay una foto del ex
gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, quien parece algo distraído
mientras mordisquea unas galletitas hechas con ingredientes derivados de algas.
En una sala de conferencias del piso
superior, Walter Rakitsky, vicepresidente senior de negocios emergentes, me dice
que en 2008, mientras la compañía seguía dedicada a crear combustibles con
algas, alguien decidió cocinar un pastel con aceite de algas y Rakitsky y otros
vieron el potencial inmediatamente. El proceso de producir aceite de cocina no
es distinto de la producción de diesel y con su tecnología podían fabricar
aceites comestibles con menos grasa saturada que el aceite de oliva o un punto
de humo más alto. Asimismo, podían crear algo muy semejante al aceite de palma
que, según ellos, es una excelente alternativa al producto original, a menudo
cultivado y refinado en condiciones muy difíciles. En un piso inferior, en una
reluciente cocina de pruebas, chefs de blancos uniformes me ofrecen un helado
desconcertantemente sabroso, así como galletas dulces y saladas hechas con
derivados de algas.
Solazyme ya no se describe como una empresa
de biología sintética; ahora prefiere llamarse una “compañía de aceite del
siglo XXI”. Y eso es revelador por varias razones. Primera, no hay una
definición aceptada de biología sintética (al preguntar a Drew Endy, respetado
evangelista synbio de Stanford, respondió en broma: “Lo sabré cuando lo vea”).
Sin embargo, la definición de Keasling es bastante simple: “Es modificar la
biología para que haga cosas útiles para nosotros”, dice.
La práctica es más o menos así: los
científicos van al laboratorio y analizan las vías genéticas de algas,
levaduras y otros organismos que pueden forzar a producir algún derivado. A
través de millones de años, las algas crean aceites naturales y, por supuesto,
las levaduras producen cosas como cerveza con relativa facilidad. Cuando los
investigadores encuentran un derrotero genético prometedor, modifican el ADN
del organismo para acelerar el proceso.
Con esa tecnología, las empresas synbio
pueden desarrollar productos a la medida para las industrias química y
alimentaria, extasiadas con la posibilidad de sabores y productos baratos a
través de una cadena de suministros confiable y de buena disponibilidad. Evolva
se dedicó al desarrollo terapéutico hasta 2009, cuando comprendió que había más
dinero en los alimentos y en diciembre adquirió Allylix, synbio de San Diego
especializada en biocombustibles y saborizantes. En la actualidad, Evolva
produce versiones synbio de stevia, popular sustituto del azúcar; vainillina,
extracto que endulza casi 99 por ciento de los alimentos “sabor vainilla” que
consumimos; y azafrán, la especia más costosa del mundo. Neil Goldsmith, CEO y
fundador de la compañía, educado en Oxford, no tiene empacho en confesar el
porqué Evolva decidió producir azafrán sintético. “Porque es realmente costoso
y porque la cadena de suministros es muy corrupta”, responde. En otras
palabras, porque hay mucho dinero en juego.
¿Synbio para crear aditivos alimentarios?
No cabe duda de que habrá dificultades. El
año pasado, ambientalistas y agricultores se reunieron en Berkeley, California,
para un evento llamado “GMO 2.0: Biología Sintética, alimentos y agricultores”.
En apariencia, era un panel de debate, pero de hecho pretendían sonar la alarma
sobre los riesgos de los alimentos derivados de la biología sintética.
“Necesitamos tomar conciencia de un nuevo
ingrediente sintético; un nuevo producto que sale directamente de una caja de
Petri”, anunció Dana Perls, miembro del grupo ambientalista Amigos de la
Tierra. “Una forma extrema de ingeniería genética”, advirtió al público.
Las inquietudes de los grupos ambientalistas
respecto de los alimentos synbio no se limitan al consumo de productos
producidos por organismos modificados genéticamente. El panel informó al
embelesado público de estudiantes y encanecidos lugareños que la nueva
tecnología desposeería de sus derechos a individuos de todo el mundo en
desarrollo. Con la producción de vainillina sintética, por ejemplo, las
compañías synbio dejarían sin negocios a los productores mexicanos. “Esos
productos amenazan el sustento de los pequeños agricultores y la gente que
practica la agricultura sostenible en todo el planeta”, dijo Perls (Evolva
disputa su afirmación y asegura que la vainilla sintética competirá con el
extracto de vainilla, no contra la vainilla natural). Además, agregaron los
panelistas, no hay obligación de etiquetar los ingredientes producidos con
biología sintética en los productos alimentarios que los incluyen, pues como
los producen seres vivos –levaduras o algas– pueden considerarse “naturales”.
La siguiente semana, en el otro extremo de
la Bahía de San Francisco, se celebró un tipo muy distinto de encuentro synbio
en una bodega de ladrillo y madera, desde donde se podían admirar hermosas
vistas del mar. En esa ocasión, ejecutivos y miembros del sector de biología
sintética se dieron cita para hablar de las posibles meteduras de pata de
relaciones públicas que podrían afectar a la industria conforme se introduzca
en el mercado alimentario. Los participantes citaron el fantasma de las
prolongada batalla pública entre Monsanto y los activistas anti-OMG; el error
de Olestra, el aditivo no graso utilizado en las frituras durante la década de
1990; y la estupidez del término clave utilizado para referirse a su industria.
“Synbio es una expresión genial para la
comunidad académica y de investigación”, dijo un orador (a fin de garantizar
que todos expresaran sus opiniones libremente, la sesión se llevó a cabo bajo
la “Regla Chatham House”: todo lo dicho quedaría asentado para futura
publicación, mas los participantes permanecerían anónimos). “Sin embargo,
dentro del sector alimentario, no hay peor término que synbio… basta decir
‘sintético’ para que la gente piense en artificial, falso”.
La profunda animadversión de los
ambientalistas hacia synbio y los alimentos genéticamente modificados fue
también analizada con gran detalle. “Necesitamos entender que es una suerte de
religión para los opositores”, dijo una asistente. “Es algo tan profundo como
la religión o el patriotismo. Es muy difícil de despojarse de algo así”. El
problema fue confirmado en 2013 y 2014, en una investigación de Todd Kuiken,
importante asociado del programa del Centro Wilson en Washington, D.C. En
sesiones de enfoque, los participantes se manifestaron a favor de la biología
sintética para atacar problemas médicos y desarrollar biocombustibles limpios,
pero tratándose de alimentos, 61 por ciento expresó respuestas negativas al uso
de synbio para crear aditivos alimentarios. De hecho, Amigos de la Tierra ya ha
explotado esta inquietud. Junto con otros ambientalistas, logró presionar a
Häagen-Dazs para que no utilice vainillina synbio en su helado; y Ecover,
propietario de la línea Method de productos verdes de limpieza, fue tan
duramente criticado por utilizar tecnología synbio para producir su detergente
“natural” que ahora garantiza que no hay etapas synbio en sus procesos de
producción.
“¿Cómo explicamos las motivaciones de los
científicos?”, cuestionó un participante. “La mayoría no somos genios
perversos”.
“No hemos tenido un iPod en tecnología
alimentaria; algo que realmente atrape a los consumidores”, lamentó otro.
Insisten en cambiar al mundo
Hace año y medio, Mike Méndez, junto con
Jamie Bacher y otros científicos fundó la compañía synbio Pareto Biology.
Aunque tiene oficinas en San Francisco, Méndez trabaja en un pequeño
laboratorio al norte de San Diego, en el Instituto Salk, famoso centro de
investigaciones con el tipo de vista marina que los millonarios compiten entre
sí por tener.
El objetivo de Pareto son las moléculas de
alto valor. Méndez y Bacher no dicen cuáles, mas la lista incluye sabores y
otras cosas que comeremos. Su modelo de negocios es opuesto al antiguo modelo
de las grandes empresas synbio: enfocarse en las cosas caras en vez de cambiar
el mundo. Muchas compañías acuden a ellos y por una cantidad, Méndez manipula
células en sus laboratorios, optimiza una molécula o crea una nueva según sus
necesidades. “Ya no soñamos en grande”, dice, riendo. “Hemos aprendido la
lección”.
Pero ninguno de los dos ha renunciado a lo
que les condujo a ese campo de la ciencia. “La biología sintética necesita
victorias y considero que, como industria, ya estamos listos para alcanzarlas.
Estoy confiado de que va a suceder”, dice Bacher. “La interrogantes es: ¿adónde
conducirá?”. Pregunto si se refiere a los combustibles limpios; sobre realizar
un nuevo intento de revolucionar la industria energética. “El combustible es
parte de un sueño a largo plazo”, responde, cauteloso y enfatiza las palabras
“largo plazo”. Pero Méndez es más franco al hablar de sus esfuerzos.
“Quería cambiar el mundo, cambiar el sector
energético”, dice. “Y ahora usamos la plataforma para producir omega-3. ¿Qué
cambiará con eso? Fue un golpe tremendo para el científico-soñador que hay en
mí. Para el administrador de empresas, no hubo vergüenza, porque ganaremos
dinero. Y acepto la situación porque veo el largo plazo. Porque si podemos
generar dinero, seguiremos vivos y habrá oportunidad de estar presentes cuando
hagamos falta. Así que, me siento tentado. Es como una droga. Tal vez necesito
otra dosis”.