Bulgaria, octubre de 2003: John Connolly, el escritor irlandés con más de veinticinco libros publicados, el hombre que busca la redención según muchas de las entrevistas que ha ofrecido por el mundo, creador de Charlie Parker, protagonista de trece de sus libros, llega a Bulgaria donde lo esperan multitudes, con un trato casi de rockstar. Unos días después sería invitado en el Show de Slavi–Slavi Trifonov’s Show– el programa nocturno de entrevistas y espectáculos más popular en el país. Connolly apareció a cuadro bajando unas escaleras entre fuegos artificiales, acompañado por hermosísimas edecanes en ropas ligeras. Al día siguiente, luego de sentarse a responder las preguntas de un presentador cuyo programa seguía más del 20 por ciento de la población del país, sin importar a donde fuera, era ampliamente reconocido por todos y lo detenían para pedirle autógrafos. Posiblemente fue en ese momento cuando John tuvo la certeza de ser un autor best seller.
Poco más de una década después, aún no se lo ha creído. Llega al aeropuerto de la ciudad de México. Después de revisar en Wikipedia su foto para no saludar al escritor o al John equivocado, no es necesario preguntarle si es él, porque hay algo en su entusiasmo o pasión que lo delatan. Es un hombre que resulta radicalmente distinto al personaje literario que lo ha hecho famoso. Llama la atención que un tipo joven, afable, sonriente, haya creado a un personaje duro y a veces oscuro. Me acerco y, sin más, pregunta si Editorial Planeta me envió, me llama por mi nombre y me abraza a manera de saludo. Sin dejar de sonreír dice: “Estoy en México”, y describe lo ilusionado que está, tal como podría hacerlo un adolescente que viaja solo por primera vez, sin importar que él viene de una gira internacional.
El escritor que ha vendido más de diez millones de libros es un hombre sencillo. La editorial ha planeado una serie de atenciones para mimar a su autor, de las cuales, él evidentemente piensa escaparse. Así, pregunta cómo llegar al Centro Histórico desde Polanco en transporte público. Dudo, le entrego un mapa y le circulo las distancias. Insisto: “Call a cab, John. To use public transport in Mexico might not be easy”. Sonríe al punto de ser casi una carcajada. No pregunto si se ríe de mí y de mi preocupación de dejarlo perdido en la traducción del Metro. Le regreso su libertad.
A la mañana siguiente, puntual, dispuesto, vestido con su camisa de rayitas y chaleco negro, previos al hipsterismo de la colonia Condesa y que recuerdan sus comienzos como periodista, da inicio a sus entrevistas para la promoción de su más reciente novela de la saga de Charlie Parker: La ira de los ángeles,editada por Tusquets.
Le pregunto cómo le fue en su visita al Templo Mayor. Feliz me responde que su afición al rugby le ayudó mucho a viajar en el Metro de la ciudad de México y que propondría como estrategas de este deporte a algunas de las mujeres mayores cargando bolsas con las que se encontró. De ahí pasamos a hablar de las marchas con las que coincidió en avenida Reforma, en los días de su visita. “Estuve con mi distintivo de 43” —señala—. Le recordaron Irlanda cuando miles de personas, comandadas por mujeres, salieron a las calles a exigir el “No más”. Ahí inició el proceso de paz y los cambios en su país. Ahora no hay muertos por política. Descubro que entonces hay esperanza.
Para los que no forman parte del club de seguidores, las historias de Connolly se desenvuelven en escenarios donde la lucha entre los límites del bien y el mal son protagonistas: un detective lleno de dolor y rabia por el asesinato de su familia busca venganza y evitar que otros sufran de manera similar, persiguiendo a “las fuerzas del mal y la oscuridad”, incluso si para ello debe de utilizar la violencia.
“La mayoría de la gente
no es mala, es egoísta”
Durante las entrevistas no son pocos los periodistas que traslapan el horror narrado en las novelas a la realidad que se vive en México. Le preguntan a Connolly si la violencia se justifica moralmente en pos de un bien superior, si es válido utilizarla contra “los malos”, intentan explicarle a John cómo los escenarios del narcotráfico mexicano han superado los pasajes más sórdidos de las novelas más negras. El escritor les recuerda que él escribe ficción y tiene cuidado de no herir sensibilidades con sus opiniones de extranjero; utiliza su argumento probado sobre la redención —en el que plantea cómo la posibilidad de trascender a través del sacrificio por los demás, de resarcir el mal para escapar del dolor y en el que está implícita la búsqueda de la justicia como un mecanismo para apaciguar los recuerdos del pasado—, aunque es un concepto que suele usar, por su formación católica y la carga espiritual que le representa esta palabra, él mismo se ríe al decirlo y guiña un ojo mientras continúa con su entrevista telefónica. Al final dice que esa afirmación lo hace parecer que se toma demasiado en serio, pero que la literatura no tiene la obligación de ser real, porque en la vida real “hay gente mala que se sale con la suya”, y por eso prefiere la literatura.
Se pone serio y contesta respetuosamente a las preguntas sobre cómo ve la situación de violencia que se vive en nuestro país. Reconoce que desde fuera se sigue con atención lo que pasa en México, Ayotzinapa, Juárez, Michoacán, el número de desaparecidos, las fosas clandestinas. Connolly recuerda a los mexicanos que los ojos del mundo están puestos en la violencia que sucede en las calles de nuestro país.
Otra de las preguntas recurrentes es si Charlie Parker, su personaje estrella, morirá pronto. Al escritor le sorprende cómo todos le cuestionan sobre el final, confiesa no desear darle muerte todavía y asegura que sus seguidores se enojarían. Seduce a los periodistas diciéndoles (como si fuera el único al que se lo ha dicho): “Podría decirte el final, pero tendría que matarte, y no puedo darme el lujo de perder lectores”.
Un par de horas más tarde, camino a la tienda de vinos y licores para comprar un mezcal de regalo, “con gusano para que sepa que es de a de veras”, se ríe y comenta: “Cómo creen que voy a matar a Charlie Parker si mis hijos tienen que ir a la universidad…”
Se refiere a sus hijos de veintitrés y dieciséis años, a quienes intentaremos comprar una artesanía de calavera al día siguiente. Con el orgullo y la exasperación con la que hablamos todos los padres amorosos, cuenta anécdotas de su vida personal con su familia, a la que adora: lo que estudian los chicos, lo que les gusta, describe a sus otros “tres hijos” —sus perros— y cómo conoció a su pareja, Jennifer Ridyard, con quien escribió la trilogía para público juvenil Crónicas de los invasores.
“La mayoría de la gente viaja y compra un souvenir. Yo fui a Sudáfrica de promoción editorial y me traje una esposa.” Sin perder el humor, habla del reto y el placer de trabajar con la pareja y llegar a acuerdos: “Todas las discusiones sobre hacia dónde irá la historia se vuelven personales”.
Conocedor de la industria editorial, habla de la importancia de vender libros y de que al editor también le vaya bien con un título. Considera incompatible el oficio de escribir, la soledad y la distancia que requieren con la inmediatez de la internet; no obstante, la velocidad con la que escribe entre entrevistas, en un rato libre, en un café de Polanco, doscientas palabras de un cuento para entregar al día siguiente, pone en duda su afirmación. Lo indudable es que escribe con pasión y que eso siempre es lo que quiso hacer. Trabajando como periodista, sin amar su trabajo, arruinado, con las tarjetas de crédito llenas por haber viajado a Estados Unidos para hacer investigación y con una novela a la mitad, envió los avances a editoriales y agentes literarios en Londres. Solo uno respondió y le aconsejó que terminara el libro. Pasaron cinco años e innumerables rechazos para ver su primera novela publicada. Y así comenzó la historia.
Connolly conoce a su público y comparte la fascinación que pueden sentir los adolescentes por los cuentos de horror. Pocas cosas le dan miedo, pero le divierte contar historias de terror a sus lectores. El gusto de los jóvenes por estas historias considera que tiene lugar porque les permiten dar forma y nombre a sus miedos y explorarlos, pero también porque “todos los adolescentes son raros cuando están creciendo, se ‘deforman’ sus cuerpos, y esto los puede inclinar inconscientemente a identificarse con los monstruos”. Al menos esa fue su experiencia y le fascina el proceso por el que pasan los jóvenes para llegar a ser la persona en la que se convertirán de adultos.
Cuando llegan sus lectores a la charla y firma de autógrafos, es fácil identificar de lo que está hablando; sin duda, John Connolly, con la creación de sus mundos fantásticos, de personajes sobrenaturales que se enfrentan, con su interpretación del bien y el mal, donde al final, después de recorrer tinieblas profundas y aterradoras, siempre gana el bien, es un autor al que podría leer apasionadamente Sheldon Cooper. Pero, sobre todo, es un hombre dulce que mantiene en cada historia una luz de esperanza para sus lectores, pese a todas las oscuridades que haya que pasar.