La política monetaria actual es un duelo entre Anatoli Karpov y Gari Kasparov. Las jugadas se suceden veloces, descaradas, mezcla de realidad y falsas certidumbres. Cada contrincante debe anticipar los movimientos del otro, escudriñarle, neutralizarle. Un escaque que no admite partidas en tablas. Se gana o se pierde.
Recientemente, una decena de bancos centrales ha realizado sofisticados movimientos de torres, caballos y alfiles bajo el argumento de atajar la deflación. La realidad: está en curso una “guerra de divisas” no vista en el mundo desde la depresión de la década de 1930.
En un extremo del tablero, el Banco Central Europeo, presidido por Mario Draghi —quien en marzo activará un histórico y prolongado programa de recompra de activos públicos—, comparte estrategia con los institutos centrales de Japón, Singapur, China, Dinamarca, Suiza o Australia, que apuestan por una mezcla de inyecciones de liquidez y recortes en las tasas de interés.
Lo acepten o no, su verdadero objetivo es depreciar sus divisas.
¿Quién desea una moneda “débil”? Todos ellos. Si su táctica acierta, sus divisas perderán valor y sus productos serán más baratos en el exterior. Una “competitividad” inducida que trae consigo exportaciones, crecimiento y empleo.
En 2004, en La filosofía de la batalla, Karpov y el empresario Jean-François Phelizon aseguraban que cuando dos contrincantes se enfrentan al más alto nivel, la información que poseen y su capacidad para anticipar los movimientos del otro son muy semejantes. “Lo importante es, pues, decidir cuándo abandonar los cálculos para ahorrar tiempo y energía vital, y el ajedrez se convierte en una cuestión de intuición.”
La política monetaria no es distinta. Hace solo dos décadas las maniobras monetarias actuales —impensables— habrían supuesto para muchos países depreciación, espirales inflacionarias y erosión para el poder adquisitivo de la gente.
Hoy, al menos ocho de las diez divisas que se espera que pierdan valor en 2015
—como el yen, el euro y la corona danesa— pertenecen a países que viven procesos deflacionarios; otro flagelo económico, pero que es heraldo de las recesiones.
Los bancos centrales actúan pues con intuición, pero no son ingenuos. Ninguna “guerra de divisas” es inocua, e importantes desequilibrios comerciales podrían ser el precio de su presente osadía.
En el mismo tablero, no obstante, existe un alma solitaria con la táctica opuesta. Tras años de recortar sus tasas de interés, la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) perdió margen de maniobra y Janet Yellen, su presidenta, ha dejado claro que su economía crece con solidez (3 por ciento en 2015), el mercado laboral luce estable y el empleo avanza, por lo que las tasas de interés podrían repuntar este año.
Una decisión que atraería parvadas de capitales internacionales ansiosos por obtener rendimientos en un mundo de “tasas cero”; pero que asestaría un golpe a las deudas de las empresas y las familias, amén de revaluar un dólar que ya se ha apreciado 15 por ciento en ocho meses.
Exportadores y deudores de Estados Unidos observan de cerca los pasos de la FED. Y México hace lo propio. Por su cercanía comercial, la economía mexicana será beneficiaria de la robustez del vecino del norte y un peso débil dinamizaría las exportaciones. Pero, a diferencia de Europa o Japón —con entornos deflacionarios—, este ajuste sí traería inflación.
Paradójicamente, el principal riesgo que nos acecha viene de dentro. En México vivimos un año electoral con enfrentamientos crecientes entre el gobierno y la sociedad que minan la confianza de los inversionistas más que un tipo de cambio de 15 pesos por dólar.
Y de regreso al escaque monetario, aún no hay vencedores claros. No obstante, los protagonistas de esta “guerra de divisas” harían bien recordando el lamento de Kasparov cuando en 2003 se vio doblegado en Nueva York por el programa informático Fritz X3D:“Solo cometí un error… pero, desafortunadamente, fue el yerro que me hizo perder la partida”.