Hace unos años recibí una invitación para participar como invitado de honor en el Foro Mundial de Comercio en Peoria, Illinois. Mi labor en dicho foro “mundial” era defender el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y mostrar, desde un punto de vista internacional, algunos de los beneficios que traería. Acepté la invitación sin caer en la cuenta de que dicho evento tenía lugar en un poblado que se había visto afectado por la pérdida de empleos directamente relacionado con los muchos cambios que el TLCAN trajo consigo.
A la mañana siguiente me enfrenté a un auditorio enojado y desencantado, ya que las aperturas comerciales causaron que las grandes plantas de producción ahí establecidas emigraran a México. Aquella actitud me recordó al fantasma de Ross Perot y su desatinado comentario sobre el sucking sound (fuerte sonido succionador) que produciría el tratado, el cual a fin de cuentas no se produjo. Apoyado en datos duros logré mostrar que los efectos benéficos del TLCAN no serían inmediatos debido a que requerían de cierto equilibro trasnacional para operar. Hoy, tras dos décadas de cambios dinámicos y reacomodos internacionales, cerca de seis millones de empleos en Estados Unidos dependen del comercio con México, y otros ocho millones del comercio con Canadá.
Paralelamente, cerca del 50 por ciento del comercio de EE. UU. con Canadá y México es producto directo del tratado: la productividad de las tres economías aumentó debido a la especialización resultante del intercambio comercial entre los países miembros, y de la protección de la propiedad intelectual y las marcas registradas. El boosta las economías se logró eliminando los aranceles de los productos industriales, con la apertura del sector de servicios junto con el otorgamiento de trato nacional a los proveedores transfronterizos, y garantizando el intercambio agrícola sin restricciones. Finalmente, los derechos de los inversionistas se protegieron al prohibir la sustitución de importaciones, hecho que también protegió a los productores locales.
A 20 años de su implementación, el TLCAN se ha convertido en uno de los más exitosos en el contexto mundial debido, en gran medida, a los beneficios cuantificables a todos los países miembros. Hablando específicamente de México, recordemos que en pocos años pasó de ser un país extremadamente cerrado, donde se tenía de los niveles de aranceles más altos del mundo, a uno tan dinámico que se colocó como operación principal para empresas globales de consumo. Un claro ejemplo de esto es que el comercio entre México y EE. UU. se quintuplicó y aumentó en más del 500 por ciento desde su firma. De igual manera, creó un mercado de 19 billones de dólares con alrededor de 470 millones de consumidores.
Pese a los datos duros, la polémica en torno al TLCAN continúa, ya que después de todos estos años, detractores y defensores todavía no coinciden en los resultados principales producidos por el tratado. Para quienes lo apoyan, el TLCAN ha logrado transformar radicalmente la imagen que de México tenía el mundo, posicionándolo como un país digno de inversión extranjera y que ha sabido aprovechar perfectamente la oportunidad de incorporarse al mercado global. Por otro lado, sus detractores parecen enfocarse en la aparente falta de cambios positivos a escala social que no han ido más allá de mantener el statu quo de unos cuantos, o bien, a que los beneficios son unilaterales, ya que solo produce ganancias importantes para México. Ante tal panorama, es importante resaltar que México es el país que más exportaciones estadounidenses recibe, superando a los países BRIC y a Alemania, Francia o el Reino Unido en conjunto.
Como es de esperarse, cuando los que pensaron que cual varita mágica vendría a solucionar los problemas de todos los ciudadanos en ambas naciones, se enfrentan al grupo contrario, o bien, cuando se intenta comenzar una discusión “a fondo” sobre lo que no funcionó, inevitablemente se llega a temas que en realidad nunca fueron tocados en el Tratado. Y es que debemos pensar con perspectiva histórica: dichos temas no fueron tratados por razones políticas, o porque tal vez en ese momento nadie podía imaginar que las naciones involucradas evolucionarían en lo que hoy son.
Como pequeño paréntesis, quisiera mencionar que dicho punto es tan evidente, que los líderes de las tres naciones crearon, en administraciones anteriores, el Security and Prosperity Partnership (SPP) que añade al diálogo algunos elementos que habían quedado fuera. Sin embargo, las necesidades y las coyunturas de las regiones van evolucionando, y con ellas deben hacerlo sus tratados y demás acuerdos. Ejemplo de ello es el SSP que, debido a la recién aprobada reforma energética, debería transformarse en el SSP+E para incluir el tema energético y buscar que la región sea, a futuro, una potencia energética equiparable a la OPEP y a otras naciones productoras del oro negro.
Lo que es objetivamente cierto es que el TLCAN sí ha traído logros cuantificables para un sinnúmero de personas, y que a otros tantos los ha afectado de una u otra manera. El destino de los grandes tratados en la historia, o de los grandes cambios o revoluciones, es pasar inadvertido para generaciones venideras. Para todos aquellos que reproducen su música en dispositivos electrónicos importados, que no supieron lo difícil que era conseguir música importada en los tiempos pretratado, por dar un ejemplo, es la generación que siente los cambios, pero no los agradece ni los nota directamente: simplemente los vive, como todos vivimos los beneficios de la Revolución Industrial sin agradecerlo directamente.
México va encaminado adecuadamente en lo concerniente al comercio, algo que rara vez aplaudimos a nuestros gobernantes. Estemos de un lado u otro, debemos reconocer que el TLCAN es resultado de un largo y laborioso proceso de legislación, lobbying y aprobación que involucró a presidentes, expertos, líderes de opinión, seis cámaras legislativas, empresarios… en fin, a un sinnúmero de representantes de las tres naciones, negociando lo que sería mejor para cada país sin ceder a las opiniones de otros. Hoy, a 20 años de su firma, debemos admitir que movió el comercio trilateral a un momentum incomparable que ayudó a configurar América del Norte tal y como es actualmente.