Como hicierasu madre y como hacen sus nietas, Dibaabish Jaboo amasa la pálida y carnosa pulpa del ensete (Ensete ventricosum). Cuando termine, mezclará especias y otros elementos con el grueso tallo que acaba de machacar, y lo envolverá todo en las hojas de más de tres metros de largo para ponerlo a fermentar durante algunas semanas. Una vez listo, almacenará el bulto bajo tierra o triturará el contenido para hacer harina para pan o potaje.
En el sur de Etiopía, el ensete crece fácilmente en granjas que parecen bosques, entre cafetos, cañaverales, gigantescos calabazos, maizales, ñames y otros cultivos, donde sus perdurables raíces protegen el suelo de la erosión manteniendo firme la tierra en épocas de sequía o inundación. Durante milenios, los etíopes han cultivado esa planta perenne –pariente del banano- convirtiendo sus tallos, raíces y hojas en comida, medicina, artículos decorativos y mucho más. El ensete ha resistido siglos de sequías almacenando agua en sus bulbosos tallos, como hacen los camellos en sus jorobas. En 1640, cuando un sacerdote portugués llegó a Etiopía, describió la planta como “un árbol contra el hambre” debido a su resistencia y a la larga duración de sus alimentos fermentados. Aun cuando fracasan otros cultivos, el ensete suele persistir.
Tadesse Kippie, agroecologista de la Universidad de Dilla, me convidó de la planta procesada, cocinada como un pan circular y compacto llamado kocho, servido con condimentados trozos de res. Kippie fue criado a base de ensete –“Después dela leche materna, ensete fue mi primer alimento”, recuerda- y es uno de los muchos entusiastas de la planta en Etiopía, país donde experimenta una suerte de renacimiento entre los agroecologistas. Investigadores han explorado el contenido nutrimental de los productos fermentados demostrando, por ejemplo, que las mujeres gestantes que consumen una dieta de ensete presentan niveles de vitamina B-12 y cinc –elementos que protegen contra algunas complicaciones del embarazo- más elevados que las madres cuya dieta se basa en el maíz. Señalan, además, que el ensete puede almacenarse sin refrigeración durante un año o más y que los cafetos se desarrollan mejor si crecen a la sombra de esas plantas.
Por experiencia de generaciones, agricultores de subsistencia como Jaboo saben que deben sembrar ensete junto a gran variedad de cultivos para proporcionar diferentes nutrientes y que, a veces, pueden venderse en el mercado, y que la tierra es más rica cuando se ha mezclado con ensete o legumbres. Pero lo más importante es que esa diversidad de cultivos reduce el riesgo de hambruna porque, si fracasa un cultivo, tienen otro del cual echar mano. Los agricultores de subsistencia africanos no pueden cometer errores porque no disponen de dinero adicional para comprar alimentos, de modo que si no cultivan, no comen.
Pese a todos sus méritos, es poco probable que los resistentes cultivos indígenas, como ensete –y las pequeñas y variadas granjas- saquen de la pobreza a los agricultores de subsistencia, pues su situación está plagada de dificultades. “Ensete es un cultivo estupendo si el agricultor depende de su propia producción de alimento; pero en última instancia, lo deseable es que las personas generen ingresos propios y eso significa que deben producir algo que puedan vender”, explica Paul Dorosh, del Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias, grupo estratégico de Washington, D.C. dedicado a desarrollar soluciones para el hambre y la pobreza. “Un futuro consistente en sobrevivir día a día con un terreno de una hectárea, es nada prometedor.”
Peor aún, se avecinan tiempos difíciles para los pequeños agricultores de África subsahariana: climatólogos predicen que las sequías e inundaciones se harán mas frecuentes y graves, sobre todo en las naciones tropicales y subtropicales. Aciago pronóstico para 80 por ciento de los granjeros subsaharianos, quienes dependen de terrenos de apenas un par de hectáreas (dos campos de béisbol) y viven con menos de dos dólares diarios. Si no se detiene el cambio climático y la tasa poblacional sigue creciendo, para 2050 habrá 355 millones de personas desnutridas en África subsahariana.
En los años sesenta, India respondió a la escasez alimentaria incrementando la producción agrícola a través de la industrialización. En vez de concentrar esfuerzos en pequeñas parcelas variopintas, el gobierno y los agricultores lanzaron una “Revolución Verde” que transformó las tierras en grandes extensiones de cultivos comerciales únicos y de alto rendimiento. Esos monocultivos fueron sostenidos con irrigación, fertilizantes sintéticos, plaguicidas, algunos tractores y contadas piezas de maquinaria. Pero, en términos generales, África subsahariana aún no se beneficia de esas tecnologías, razón por la que el agricultor africano promedio produce, por hectárea, apenas la mitad del cereal que genera el granjero indio, menos de la cuarta parte que el agricultor chino y menos de la quinta parte que el cultivador estadounidense. No obstante, la estrategia propuesta por el gobierno etíope y las organizaciones y gobiernos asociados es alimentar a las masas en peligro de hambruna incrementando la productividad de las granjas africanas.
Por ejemplo, en 2012, el presidente Barack Obama lanzó la Nueva Alianza G-8 para Seguridad Alimentaria, sociedad de gobiernos africanos con agencias estadounidenses y europeas, así como compañías agrícolas locales e internacionales para fomentar inversiones conducentes a la distribución de cultivos de soya, maíz, garbanzo, banano y café dealto rendimiento. Una división de dicha Nueva Alianza, dirigida a pequeños agricultores, es el programa Alimentar el Futuro mediante el cual, en años recientes, quince mil granjeros etíopes adoptaron variedades de maíz “generadoras de ingresos” que les permitieron incrementar su producción promedio. El año pasado esos agricultores vendieron más de 30 mil toneladas de maíz al Programa Mundial de Alimentos de la ONU, que recurre a diversosprogramas para redistribuir el grano entre los más necesitados.
Muchos aseguran que las típicas estrategias de Revolución Verde para incrementar la productividad con monocultivos de alto rendimiento son la mejor opción para la seguridad alimentaria, pero agroecologistas como Kippie de inmediato apuntan a los resultados menos que favorables de la revolución, como pérdida de biodiversidad, erosión del suelo y el incremento en el consumo de combustibles fósiles para operar maquinaria, lo cual agrava el cambio climático que hoy amenaza a los pequeños agricultores africanos. Así mismo, los monocultivos ya han causado estragos en otros países. Por ejemplo, en la década de 1970, una sola plaga, el tizón sureño de las hojas de maíz, arrasó con 50 por ciento de la producción comercial estadounidense valuada en casi mil millones de dólares (más de 6 mil millones actuales). Debido a que el maíz comercial era genéticamente uniforme, su susceptibilidad a la enfermedad resultó calamitosa. Solo fue posible evitar la catástrofe cuando se descubrió que la variedad de maíz africano era resistente a la plaga y se introdujo en los cultivos comerciales, creando mayor diversidad genética en la producción.
Así que, tampoco es garantía que la transición a monocultivos de alto rendimiento saque de la pobreza a los agricultores de subsistencia, pues si ocurriera otra plaga como la antes descrita, quienes siguieran sobreviviendo al día carecerían de recursos financieros para superar el desastre y no tendrían cultivos de respaldo para sostenerse; y en el caso de los cultivadores de ensete del sur de Etiopía, ya no dispondrían de la milenaria planta almacenada bajo tierra. Por ello, Kippie y otros argumentan que los agricultores de subsistencia resultarían más beneficiados con mejoras paulatinas en su estilo de vida tradicional. “Esas personas deben ser autosuficientes, porque no podemos tener la seguridad de que la modernización del país tomará en cuenta sus intereses”, previene.
Si la diversidad es crítica para la supervivencia de los pequeños agricultores, la interrogante es cómo hacer que su estilo de vida tradicional resulte económicamente viable. Investigadores sugieren que la solución es integrar cultivos nativos en el mercado, para que puedan obtener una ganancia además de alimentar a sus familias. Esa estrategia ha tenido cierto éxito con otro cultivo etíope, tef (Eragrostis tef), un grano utilizado para preparar injera, delgado panqueque amargo, servido con guisos en restaurantes etíopes de todo el mundo. El grano ya se exporta a Europa como una alternativa de pan sin gluten, de modo que si las ventas de ensete aumentaran, lo mismo sucedería con la producción.
Otra investigación está dirigida a mejorar el rendimiento y la resistencia de los cultivos nativos. En 2009, el investigador etíope Gebisa Ejeta recibió el Premio Mundial de Alimentación por desarrollar variedades híbridas de sorgo que resisten sequías y actualmente, científicos del Instituto Internacional de Agricultura Tropical –organización investigadora dedicada a combatir el hambre y la pobreza- evalúan variedades de ensete, naturales y genéticamente modificadas, que podrían resistir una plaga llamada marchitez bacteriana, que también afecta al plátano.
Entre tanto, Kippie propone soluciones no tecnológicas: mayor acceso a cultivos indígenas. Ha solicitado al gobierno el arriendo de tierras para cultivar ensete y vender plantas jóvenes a pequeños agricultores, a muy bajo costo. Por lo pronto, facilita la donación de cientos de pequeñas plantas de ensete a viudas como Jaboo utilizando capital del Fondo Christensen, fundación sita en San Francisco que ofrece becas para apoyar a comunidades indígenas.
Si Etiopía logra preservar su biodiversidad nativa e incrementa su producto interno bruto, podría servir de ejemplo a otras naciones africanas. Aunque es una de las economías de crecimiento más acelerado en ese continente, en este periodo de transición sería absurdo que desechara una planta que tal vez evitó el colapso de antiguas civilizaciones.
“[Ensete] no salvará al mundo, pero es importante tenerlo en cuenta”, dice Steven Brandt, antropólogo de la Universidad de California en Gainesville y autor de un libro sobre dicha planta, titulado Tree Against Hunger. “Si fallara todo lo demás, sería algo en qué apoyarnos”.