“Ya no es apreciación subjetiva, sino hecho científicamente demostrado: al mexicano no le interesan los libros (…) Es más, no solo no le gusta leer, no le gustan los libros ni siquiera en calidad de cosas, ni para no leerlos ni para nada, vamos, ni para prótesis de la cama que se rompió una pata”: Guillermo Sheridan.1
Nunca una cita fue tan certera y a la vez tan triste. Y aunque tenemos malas experiencias con las encuestas (sobre todo las que miden la tendencia del voto), en este caso son contundentes y, lo peor, todas coinciden: en México se lee poco y mal.
La Encuesta Nacional de Lectura 2012, elaborada por la Fundación Mexicana para el Fomento a la Lectura A. C. (FunLectura),2 revela que:
De las 2000 personas encuestadas, 54 por ciento aceptó que no lee libros y 35 por ciento reveló que no ha leído un solo libro en algún momento de su vida.
A la pregunta de cuántos libros han leído en los últimos seis meses, 40 por ciento dijo que ninguno; 22 por ciento afirmó que dos, y solo un 4 por ciento contestó que seis.
Esto significa que los mexicanos leen, en promedio, 2.94 libros al año. En 2006, la cifra era de 2.6 libros según los resultados de la Encuesta Nacional de Lectura del Conaculta.3
En uno de cada dos hogares mexicanos solamente se tienen de uno a 10 libros que no son textos escolares.
En el 86 por ciento no hay más de 30 libros que no sean educativos, y apenas un dos por ciento cuenta con más de 100 ejemplares en sus bibliotecas particulares.
En el estudio Hábitos de lectura, elaborado por la Unesco, Japón tiene el primer lugar mundial luego de que 91 por ciento de su población ha desarrollado esta enriquecedora costumbre, seguido por Alemania con 67, y Corea con 65 por ciento.
En contraste, de los países más atrasados en hábitos de lectura, México ocupa el penúltimo lugar (posición 107 de 108 naciones), con solo un 2 por ciento de su población lectora. De hecho, la OCDE reporta que 74 por ciento de los estudiantes mexicanos de 15 años tienen “analfabetismo funcional” en el rubro de lectura.
La agencia NOP World hizo un listado en función de las horas semanales que las personas dedican a leer. México se colocó en el lugar 24 con 5.5 horas de lectura semanales, cuando el promedio es de 6.5 horas.4
Pese a estas cifras nada alentadoras, Ricardo Cayuela Gally, director general de Publicaciones del Conaculta, advirtió que se requiere actualizar estas mediciones “desde una perspectiva más contemporánea” ya que, según su punto de vista, hay un subregistro de lo digital.
libro impreso frente/contra e-book
El funcionario anunció que este noviembre, el INEGI y el IPN iniciarían el levantamiento de una nueva encuesta que mediría el tiempo que los jóvenes mexicanos pasan en internet “sin estar conscientes de que esa es una actividad de lectura”.
Cifras de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem) revelan que en 2012 se lanzaron 137 433 títulos y se vendieron 151 millones 417 995 ejemplares, con un valor de facturación de 10 406 millones de pesos.5 Mientras, en la parte digital hubo 2739 títulos, de los cuales cerca del 50 por ciento fueron científicos, técnicos o profesionales.
La encuesta que se pretende buscaría medir precisamente los hábitos de lectura digitales para crear un Observatorio de Lectura que concentraría los indicadores del Programa Nacional de Salas de Lectura. Aunque, lo adivinaron, se tendrá que posponer hasta el fin por el paro en esa institución.
Esto nos lleva al debate sobre el libro impreso versus el digital. No sé ustedes, pero siempre disfrutaré la emoción de quitar la envoltura a los libros, oler su papel y su tinta, deslizar los dedos por sus páginas como acariciándolo, apreciar el tamaño de las letras, las ilustraciones y dejarme atrapar por sus historias.
En todo caso, lo importante es que la gente lea, como sea, pero que lea.
La tragedia de no saber leer
Hace poco tuve la oportunidad de entrevistar en mi espacio de Proyecto 40 al director general del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (Inea), Alfredo Llorente, y me dijo algo muy cierto: ser analfabeta es una tragedia.
Es como vivir a ciegas, sin posibilidades de una inserción social plena, ya que al no saber ni leer ni escribir, esas personas tampoco conocen de matemáticas, y son víctimas de engaños y fraudes.
De hecho, hay una relación directa entre el analfabetismo y la pobreza. No en balde, Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Veracruz, Michoacán y Puebla son los estados con mayor población analfabeta y mayor marginación también.
Por temor o por vergüenza, 5.4 millones de mexicanos —el 6.9 por ciento de la población menor de 15 años — permanece en esa condición. Así que, mediante la Campaña Nacional de Alfabetización se pretende beneficiar a 2.2 millones de personas y reducir el analfabetismo al 3.4 por ciento en ese sector.
David Toscana, autor de la novela The last readery colaborador de The New York Times, publicó precisamente en ese diario un texto al que tituló El país que dejó de leer y en este señala que los libros “le dan ambiciones, expectativas y un sentido de dignidad a los lectores”.
Añade que las escuelas se han convertido en “fábricas que escupen empleados (…) plantas de entrenamiento para choferes, meseros y lavaplatos”.6
Ojalá que seamos capaces de contagiar este hábito para convertirlo en una bendita epidemia que nos permita no ser más el país que dejó de leer.
Vaya este texto por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara que tendrá lugar del 29 de noviembre al 7 de diciembre y en la que, por cierto, presentaré mi primer libro: Juan Pablo II, el santo que caminó entre nosotros, de editorial Urano.