Por años, un programa de 12 pasos dispuesto en alrededor de 200 palabras ha tenido prácticamente el monopolio del tratamiento del alcoholismo. Alcohólicos Anónimos (AA) es famoso, infame, mundial y tremendamente influyente, y se basa en renunciar por completo al trago.
Para la mayoría de la gente que busca ayuda con el alcoholismo, la abstinencia es la única opción. Esa visión “es heroica y peligrosa, y no hace nada”, dijo recientemente Wim van den Brink, un animoso psiquiatra holandés de cabello cano rebelde y gafas, a un público de investigadores en Vancouver, Columbia Británica. Incluso en la ciudad que alberga el único sitio supervisado de inyección segura para adictos a la heroína en Norteamérica, la propuesta de Van den Brink representa una divergencia radical: él quiere ayudar a que los alcohólicos sigan bebiendo, sin todos los problemas.
La clave, dice Van den Brink, quien cofundó el Instituto Ámsterdam para la Investigación de las Adicciones, es una píldora para contener el beber. El medicamento, nalmefene, actúa como un antagonista del alcohol; se une a los receptores de opioides en el cerebro y reduce la sensación de placer asociada con el alcohol. (También ha sido probado, con menos éxito, para tratar la compulsión del juego.) En una prueba de doble ciego y controlada por placebo, patrocinada por Lundbeck A/S, una compañía farmacéutica danesa que fabrica el nalmefene, Van den Brink y sus colegas estudiaron a 604 personas que tomaron el medicamento.
“Les decimos: ‘Sólo tomen el medicamento en caso de que vayan a beber’,” dice él. “’En realidad, incluso lo pueden tomar en el momento que empiecen la primera bebida’. Esto le regresa algo de responsabilidad a la persona”.
En el transcurso de seis meses, ellos descubrieron que quienes tomaban el medicamento redujeron la cantidad de días que bebían mucho de 19 a ocho por mes, y en general redujeron efectivamente el consumo en dos tercios. Van den Brink admite que también hubo una reducción considerable en el consumo en el grupo con placebo, que casi redujo la bebida a la mitad; pero los efectos fueron amplificados con la tableta de nalmefene, al equivalente de beber una copa grande vino en vez de toda la botella. Dos estudios posteriores, publicados en European Neuropsychopharmacology y Journal of Psychopharmacology, tuvieron resultados similares.
El medicamento, vendido como Selincro, está disponible en Europa. En agosto, una prueba clínica empezó a reclutar pacientes para un estudio en EE UU. De ser exitoso, podría tener un impacto enorme en la salud pública. El alcohol es una de las drogas más peligrosas del mundo —algunos podrían argumentar que encabeza la lista— pero la información muestra una brecha enorme en el tratamiento en lo que se refiere al alcoholismo. Se calcula que 17 millones de estadounidenses tienen un trastorno de consumo de alcohol; casi 4 millones tienen dependencia, pero sólo 1 millón está en tratamiento. Cuando más, 300,000 toman medicamentos.
Hay muchas razones persuasivas para aumentar los índices de tratamiento: el consumo inmoderado contribuye a un aumento en el riesgo de enfermedades, cáncer e inflamación crónica del hígado. Un informe de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, publicado previamente este año, declara: “El consumo excesivo de alcohol es la cuarta principal causa prevenible de muerte en los Estados Unidos y cuesta US$223,500 millones, o alrededor de US$1.90 por bebida, en 2006”. Otros estudios que miden el daño califican al alcohol como más peligroso que la cannabis, la cocaína y la heroína.
AA por lo general desaprueba el uso de medicamentos con receta porque estos “amenazan el éxito y mantenimiento de la sobriedad”. El programa sí funciona para algunos, pero, a pesar de su papel prominente en la cultura y su uso prevalente en la rehabilitación ordenada por las cortes, no es para todos. De hecho, la gran mayoría de la gente que se inscribe en programa AA falla en su seguimiento. En 2006, una reseña de estudios sobre el tratamiento del alcoholismo de la Biblioteca Cochrane concluyó: “Ningún estudio experimental demostró inequívocamente la efectividad de AA o los enfoques [de asesoramiento en 12 pasos] para reducir la dependencia o los problemas del alcohol”. En The Sober Truth, un libro publicado en 2014, el Dr. Lance Dodes y su hijo Zachary Dodes revisaron la literatura y concluyeron que la tasa general de éxito de AA era de sólo 5 a 8 por ciento.
Can der Brink cree ampliamente que reducir la bebida es una meta de tratamiento viable para los trastornos en el consumo del alcohol. Si los adictos que toman 100 tragos a la semana pueden reducirlos a 25, dice él, ellos podrían recuperar el control de sus vidas. Hay algunos precedentes: por ejemplo, las políticas públicas de salud pública para reducir daños, las cuales se enfocan en disminuir en lugar de eliminar las consecuencias dañinas de ciertos comportamientos, han demostrado ser efectivas en el tratamiento de adictos a la heroína.
Todd Nease, de 38 años y oriundo de Davis, California, dice que ha entrado y salido de AA por 18 años y, a veces, dejó el programa bebiendo mucho más que antes de asistir a las reuniones. Su médico lo impulsó a considerar la abstinencia total. Con el tiempo, halló un grupo de apoyo en reducción de daños llamado HAMS y redujo su consumo a una vez a la semana. “Prefiero beber cuando puedo controlarlo”, dijo él. “No soy fanático de los medicamentos, pero si fuera de uso temporal, no veo por qué no”.
Un tratamiento que reduzca el consumo les ofrece otra opción a quienes sienten que no pueden o no quieren abstenerse. Robert Swift, profesor de psiquiatría en la Universidad Brown, cree que la abstinencia es por lo general la mejor opción para tratar el alcoholismo, pero dijo: “No es algo aplicable para todos. Así, puede haber gente que en verdad no puede beber una sola copa, y también hay personas que pueden volver a ser bebedores sociales”.
Por ejemplo, Swift trató con regularidad a un paciente que tenía problemas para mantenerse sobrio entre el Día de Acción de Gracias y Año Nuevo con disulfiram (un medicamento anterior, vendido con el nombre Antabuse, el cual provoca una reacción poco placentera al consumir alcohol). “Él viene a tomar su medicamento sólo en esos tres meses”, dijo él. “Ese es el enfoque buscado. El resto del año él está bien, pero simplemente hay demasiado alcohol alrededor durante las festividades”.
El nalmefene es parte de un número pequeño pero creciente de opciones farmacéuticas. Por ejemplo, un artículo de revisión publicado en The Journal of the American Medical Association publicado previamente este año por Daniel E. Jonas, investigador de la Universidad de Carolina del Norte, enfatizó la efectividad de las intervenciones medicadas. Otros dos antagonistas de opioides, la naltrexona (ReVia) y el acamprosato (Campral), han sido aprobados desde 2006. Estos medicamentos tienden a ser infrautilizados, y cuando se los usa, es para mantener la abstinencia o prevenir recaídas de consumo inmoderado.
El nalmefene (Selincro) es el primer medicamento aprobado en forma para reducir el consumo de alcohol. También se toma “conforme se necesite”, de modo que le regresa el control al paciente. No obstante, dice Jonas, tales medicamentos todavía enfrentan un escepticismo de toda la vida; los médicos familiares pueden ser renuentes a recetarlos, ya sea porque no tienen conocimiento de los medicamentos, no se sienten cómodos recetándolos o se les ha enseñado a canalizar a los pacientes con especialistas (que no están disponibles en muchas áreas de EE UU).
Los críticos sostienen que la última investigación sobre el nalmefene halló que sólo daba disminuciones modestas y graduales en los días de mucho consumo, y que hay maneras mucho mejores de acabar con los problemas con la bebida. En un reciente artículo de opinión publicado en The BMJ, el Dr. Des Spence, un médico general de Escocia, argumentó que los medicamentos son poco más que una aventura comercial que distraen de las acciones para limitar la disponibilidad del alcohol.
Sin embargo, para quienes buscan ayuda, un medicamento que no crea hábito podría ser un paso hacia la moderación, incluso si no funciona para todos. Alan Surratt participó recientemente en un estudio piloto a través de la Universidad de Washington (que fue publicado en la revista Substance Abuse) para tratar a los desposeídos con inyecciones de naltrexona (Vivitrol). Su problema, dice él, había sido el beber mucho en poco tiempo.
“Podía estar seco por tres semanas o más y luego agarrar una borrachera hasta que se acababa el dinero. Esa sería la única razón por la que paraba”, dice él. Añade que “la gran cosa de AA es que sería un milagro que un alcohólico beba como una persona normal. Con el medicamento, descubrí que bebía con normalidad. No tenía el deseo de ponerme hasta las chanclas o perder el sentido”.
Surratt dice que se siente como una persona normal de nuevo.