La comunicación debe acercar el conocimiento científico y tecnológico a diversos estratos sociales.
Recientemente observé una infografía del proceso que sufren los avances científicos en la ruta de las noticias. Resulta que mientras los científicos dedican todo su esfuerzo a la investigación y, con suerte, al descubrimiento de algo relevante o innovador, sus hallazgos son francamente distorsionados por los distintos medios de comunicación. A tal grado, que la situación muchas veces termina por alejar a los desarrolladores de la ciencia de la divulgación de esta.
Por ejemplo, algún investigador llega a ciertas conclusiones sobre “resultados de un suero experimental para el tratamiento de fiebres hemorrágicas como el ébola”, y poco a poco esta información se deforma hasta llegar a los medios y portales de periodismo de manera deficiente, con el titular “Hallan cura para el ébola”. De tal suerte que los científicos involucrados en esta investigación no encuentran un medio adecuado y objetivo para dar a conocer sus descubrimientos, y si existe probablemente sea en un medio aislado y conocido solo por los especialistas. Esto termina por limitar la eficiente difusión de la ciencia entre el público general.
También existe la otra cara de la moneda, que desde luego está relacionada con esta deficiencia periodística: el público no suele alimentarse de información científica.
Es cierto que en la sociedad mexicana existe una carencia evidente de educación que aviva en los jóvenes el interés científico. Y si bien como periodistas no podemos influir directamente en la educación formal de las masas, sí podemos reformar los paradigmas periodísticos para adaptar, y me atrevería a decir que aprovechar de cierta forma, este déficit social. Surge entonces la siguiente cuestión: si para llegar a una sociedad del conocimiento la comunicación de la ciencia es vital, ¿vale la pena continuar haciendo periodismo científico que no atraiga el interés popular?
Precisamente esta fue una de las cuestiones más discutidas durante el “Segundo seminario iberoamericano de periodismo de ciencia, tecnología e innovación”, organizado por el CONACYT y el CIDE, con gran asistencia de divulgadores y periodistas de ciencia de distintos países de habla hispana. Newsweek en Español estuvo presente en la mesa de diálogo “¿Qué requieren los directivos de medios para abrir espacios para periodismo de ciencia?”.
El argumento principal fue si los periodistas científicos estaban obligados a cambiar sus “reglas” para hacer de su trabajo algo más atractivo y hasta entretenido para la audiencia que no está habituada a consumir este tipo de noticias. A lo cual me parece que hay una respuesta clara: no solo todos los involucrados en el ciclo noticioso se beneficiarán si se modifican estas llamadas “reglas”, sino que como periodistas tenemos la obligación de adaptarnos a las necesidades que exige el público de cada época y lugar. ¿De qué serviría ser un periodista al que nadie lee? La profesión exige que cambiemos los formatos, los medios y hasta el lenguaje, si esto ayudará a acercar a las masas una muy necesitada dosis de conocimiento científico.
Al respecto, la solución consiste en entablar mejores relaciones entre los periodistas y los desarrolladores de la ciencia, para llevar sus hallazgos a la mayor cantidad de personas posible. Y este reto implica también el “empaquetar” la información científica de formas atractivas y adecuadas a la era de la comunicación digital. Una afirmación que se hizo durante el seminario quizás fue la más elocuente con respecto a esto: el periodismo de ciencia no tiene por qué estar peleado con lo agradable y hasta con lo entretenido.
Claro, esto no implica que la información sea distorsionada o deje de ser objetiva, pero solo así podemos dar el primer paso hacia un nuevo rumbo de periodismo de ciencia; uno que lleve el interés científico hasta donde la averiada educación nacional no ha podido ni incidir.