Cuando Xiao Jun pensó en su novio, sufrió un choque eléctrico. Ahora está demandando.
Para Xiao Jun, un hombre de 30 años que trabaja para una compañía de capacitación empresarial en Pekín, ya era suficiente. Él se mudó el año pasado de su ciudad natal de Guangzhou, en la provincia de Guangdong, en el sudeste de la capital china, y como es costumbre en China durante la celebración del año nuevo lunar, el solícito hijo regresó a casa en enero para estar con la familia y los amigos durante la fiesta más importante del calendario chino.
Pero no estaba preparado para lo que lo recibió. Sus parientes “tenían muchas ganas” de conectarlo con muchachas, dado que Xiao seguía sin casarse, y la larga vacación estuvo llena de reuniones con mujeres solteras que conocían sus parientes. El único problema: Xiao es gay, y sus padres lo sabían. Algunos meses antes, él publicó información sobre un evento gay en Pekín en su cuenta de WeChat —la aplicación de medios sociales más popular en China— en la que él había añadido a sus padres como contactos. Poco después, su madre lo llamó y le preguntó si era gay. “No pude hallar una manera de decírselo, así que le dije la verdad”. Ella se quedó callada por un largo tiempo, dice él. “Luego me colgó”.
Tan pronto como terminaron los incómodos encuentros sociales junto con el final de la vacación, Xiao se enfrentó a sus padres. ¿Por qué permitieron que sus parientes lo metieran en citas a ciegas sin sentido? Ellos respondieron que cualquier hombre que no se casa “será motivo de burla”. Él respondió que “ninguna muchacha se casaría conmigo, soy gay”. Ellos le dijeron entonces que habían “descubierto en internet” que “la homosexualidad era curable”.
Lo que Xiao dice después es lo que hace a su historia —y el atrevido giro que ha tomado— específicamente (si no necesariamente exclusiva) china: “No pude convencerlos de nada, así que tuve que mostrarle mi respeto a mis mayores”. En nombre de la “piedad filial”, dice él, él aceptó buscar una terapia para “curar” lo que sus padres veían como “su enfermedad”.
Por supuesto, la presión de ajustarse a las expectativas sociales no es exclusiva de la comunidad china lésbico, gay, bisexual y transexual (LGBT). Pero hay una diferencia importante. En China, una sociedad culturalmente conservadora y confucionista, la presión que la familia puede ejercer en los hijos —sobre todo los hijos varones, de quienes se espera que continúen el nombre de la familia al procrear un nieto— es “muchas veces mayor que la de Occidente”, dice Ah Qiang, presidente de Padres y Amigos de Lesbianas y Gays—China (PFLAG, por sus siglas en inglés), un grupo nacional de apoyo.
Esa presión se intensifica con la controversial política del país de un solo hijo, en vigor desde 1979. Aunque ha sido modificada desde entonces, la política todavía se aplica a aproximadamente 40 por ciento de las familias chinas y ha llevado a enormes distorsiones en la población nacional, incluida una proporción asimétrica de hombres y mujeres nacidos desde que la política entró en vigor.
Esa presión es la razón por la cual la gran mayoría de los hombres gays y bisexuales en China todavía oculten su sexualidad. Según el primer Sondeo de la Comunidad LGBT en China, realizada recientemente por Community and Marketing Insights, un grupo de investigación domiciliado en San Francisco, solo tres por ciento de los hombres gays están “por completo afuera” (del “clóset”). Para muchas familias chinas, si el único hijo que tienen resulta ser gay, “lo ven como un gran problema”, dice Xiao. “Esa es simplemente la realidad”.
Es esa realidad la que llevó a Xiao a abordar un avión el 10 de febrero de este año a Chongqing, una enorme ciudad de rápido crecimiento en el centro de China. Después de buscar en internet, halló una clínica “especializada” en “curar la homosexualidad”. Tales clínicas no son precisamente abundantes ni comunes en las ciudades más grandes de China.
La primera de muchas sorpresas fue el precio: una sesión de una hora cuesta el equivalente de US$80. El tratamiento completo, le dijo un consultor —el cual incluye “hipnosis, terapia de electrólisis y terapia de distracción emocional”—, cuesta casi US$5000. (Xiao confiesa que pensó: “Guau, a todos nos debe ir realmente bien financieramente.) OK”, dijo él, “quiero empezar con el primer tratamiento, y ya veremos cómo marcha la cosa”.
Lo acompañaron a una sala con un entrenador, quien le pidió que se quitara los zapatos, se recostara “y relájase”. Empezarían con la “terapia de electrólisis”. Le sujetaron un electrodo a su brazo izquierdo, y el consultor le dio la instrucción de que “imaginara que tenía sexo con mi novio. Y luego, cuando lo estuviera imaginando, que moviese mi dedo izquierdo”.
Xiao así lo hizo, y al instante sintió un agudo y doloroso choque en su brazo izquierdo. Pasmado, le preguntó al técnico qué estaba pasando. La respuesta: “Ellos querían que tuviera una sensación de horror cada vez que tuviera sentimientos por otro hombre”.
Él decidió rápidamente que había terminado con el “tratamiento”. “Que me den choques así no me convertirá en una persona heterosexual”, dice Xiao, “me convertirá en un psicópata”. A la mañana siguiente, voló de regreso a Pekín, se reunió con un grupo de sus amigos y describió la dura experiencia. Ellos se “calentaron mucho, se enojaron mucho”, dice Xiao.
“Es totalmente un fraude”, le gritó un amigo a Xiao, recuerda él. “Deberíamos parar esto. Muchos padres obligarán a sus hijos a pasar por este tipo de cosas. Si un médico así lo dice, los padres lo creerán. Debemos evitar que la gente caiga en este tipo de cosas”.
La única cuestión era cómo. Ahí fue cuando otro amigo del grupo sugirió presentar una demanda. Ello “llamaría la atención y ayudaría a ponerle un alto a tales ‘clínicas’”, aseveró el amigo. Antes de contratar un abogado, Xiao y sus amigos investigaron mucho. En especial, buscaron los antecedentes de un hombre llamado Cheng Kai, el consultor principal del centro en Chongqing. Descubrieron que él estaba certificado por el gobierno para ser un “consultor” psicológico, pero no tenía autoridad para dar un tratamiento físico del tipo infligido a Xiao.
En marzo, Xiao presentó la demanda contra Cheng y el centro por violar sus licencias profesionales, así como a Baidu —el motor de búsqueda chino— por aceptar publicidad del centro, argumentando que la compañía no tuvo la “diligencia debida”.
Una corte distrital en Pekín oyó el caso en agosto, y tal como lo esperaban Xiao y sus partidarios, recibió una amplia cobertura mediática en China. Una atmósfera circense rodeó a la corte, con artistas gays de performance entreteniendo a los medios allí reunidos. Dentro de la corte, Cheng negó que le hubiera administrado el tratamiento de choques a Xiao. Pero Xiao había grabado a escondidas toda la sesión y fue capaz de reproducir la grabación en la corte. Cuando salió de la corte, dice Xiao, “yo estaba temblando”.
Se espera un veredicto pronto. Los abogados que siguen el caso creen que la acusación contra Baidu será denegada. Ellos están divididos en cuanto a los méritos del caso contra el centro de consultoría. Sea como sea, la remuneración por daños que busca Xiao —US$1700 por cada demandado— habla de la naturaleza simbólica del caso en China. Y el presidente de PFLAG dice que el simple hecho de presentar el caso, y la publicidad que lo siguió —hubo una cantidad enorme y abrumadora de voces de apoyo en WeChat y otros foros de medios sociales dominados por los jóvenes en China— significa que Xiao ya ganó: “Estos son los primeros días aquí [en el impulso a los derechos LGBT]. No se puede comparar lo que está pasando aquí con lo que está pasando en Estados Unidos o Europa. Pero esto, esto fue un paso adelante”.