La revolución del siglo XXI en Ecuador corrige errores y promueve una ideología mestiza para América Latina.
Socialismo es una palabra influyente en las ideas latinoamericanas desde hace ya varios siglos. Para muchos constituyó un proyecto alterno, la solución, el cambio, y para otros una utopía. La realidad es que son múltiples los proyectos políticos que lo han llevado como estandarte, pero ¿cuál es el legítimo? ¿Es Fidel, el Che, los sandinistas, los zapatistas, Chávez, Correa o Stalin?
El socialismo no llegó a América en el siglo XXI, ni es uno solo. Desde finales del siglo XIX ha motivado movimientos armados, grandes huelgas, sindicatos, gremios obreros, reivindicación indígena, proyectos sociales y múltiples sueños de justicia social. En Ecuador ha sido un agitador que ha dejado huellas en hechos históricos como en la masacre de trabajadores y artesanos en 1922 o el nacimiento y muerte del grupo armado Alfaro Vive Carajo. Sin embargo, nunca logró construir reales proyectos políticos que le permitieran liderar el futuro de la nación.
Al parecer los vientos han cambiado y la barca de Ecuador nada hacia una costa, aún en creación, conocida como socialismo del siglo XXI, de la mano del carismático y muy cuestionado Rafael Correa. ¿Qué ha cambiado para que hoy en día un proyecto así cuaje cuando tantos en el pasado no? Exploremos las rutas del socialismo en el Ecuador, desde el Partido Socialista Ecuatoriano a inicios del siglo pasado, al auge socialista en el siglo XXI.
De la pepa de oro y otros oros
A finales del siglo XIX, el auge cacaotero había convertido a Guayaquil en una gran urbe agroexportadora. En 1908 había arribado el ferrocarril a Quito, por primera vez Ecuador era un espacio nacional integrado. Guayaquil, el gran puerto, y Quito, latifundista de las grandes haciendas, eran los dos centros de poder. Las nuevas ciudades y el ferrocarril cambiaban la fisonomía social. En la década de 1920 se formaba en Guayaquil el “Barrio de la Industria”, y en Quito, en la zona sur, barrios marginales y obreros. A la par nacía una intelectualidad popular con tintes reivindicativos.
Guayaquil sería el puerto de entrada de las ideas socialistas, las relaciones comerciales con el exterior permitían el contacto con marinos y migrantes, muchos ligados a las organizaciones internacionales contestatarias como International Workers of the World (IWW). Se empezaron a oír ecos de la Revolución Rusa, la Revolución Mexicana, huelgas, movimientos sociales y, sobre todo, una ideología alterna que ofrecía una posibilidad de cambio. Los intelectuales latinoamericanos buscaban generar respuestas. Se crearían y difundirían publicaciones como La Hoz o El Proletariado. Además, ya desde la década de 1910 las librerías Española y Sucre distribuían textos de Bakunin, Malatesta o Kropotkinentre.
En este ambiente, para 1909 se llevó a cabo el Primer Congreso Obrero Nacional, y para 1922 ocurre una huelga obrera que termina en una masacre. Este hecho sería un detonante, sus postulados rebeldes coincidirían con expectativas de gran parte de la población y generarían una toma de conciencia sobre la necesidad de organización. Así, en 1926 se fundaba el Partido Socialista Ecuatoriano PSE. A pesar de estos avances existía un profundo vacío conceptual. El proyecto homogéneo y eurocentrista de la Internacional Comunista parecía no agrupar a los diversos actores sociales. El continente era analizado como una zona tropical atrasada y colonial, dominada por Estados Unidos. Las sociedades europeas esencialmente industriales eran distintas a la realidad agraria y multiétnica de América.
Para la década de 1960 acababa de suceder la Revolución Cubana; constituía la prueba tangible de que el socialismo era posible. En el país ya había pasado el auge bananero y se inauguraba el petrolero. Era época de huelgas y movimientos sociales, pero la izquierda seguía en debate. No definían si el país debía ser abordado como semifeudal o semicolonial, si existía necesidad de procesos armados y posturas radicales, si la revolución debía ser democrática-burguesa o si siquiera existía el espacio para una revuelta socialista.
De leones, revueltas y dólares
En la década de 1980 llega Jaime Roldós Aguilera al escenario nacional representando el retorno a la democracia luego de varias dictaduras. Él crea muchas expectativas debido a cambios como la reducción de la jornada laboral, el aumento del salario mínimo y sus planes de desarrollo. En 1981 el impulsor del proyecto reformista muere en un accidente aéreo jamás esclarecido.
Para 1984 llega a la presidencia León Febres-Cordero. Él protagonizaría una etapa polémica; además de abrir la puerta al neoliberalismo, sería quién enfrentaría al grupo subversivo Alfaro Vive. El AVC agrupó diversas tendencias políticas, muchos de sus militantes provenían de grupos de izquierda. Hablaban de justicia social, protagonizaron secuestros y robos bancarios. El gobierno (aunque muy cuestionado en tema de derechos humanos) disgregó el grupo. Muchos de sus militantes fueron encarcelados y otros murieron.
En esta época el movimiento indígena irá ganando espacios y se movilizará, se formarían grupos y organizaciones como la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie). En esta segunda parte del siglo XX el socialismo en Ecuador aún era incapaz de reconocer la pluralidad de sujetos populares, las diferencias regionales e incluso étnicas de Ecuador. Aún esperaba el momento oportuno para hacer la revolución. A inicios de la década de 1990 la caída de la URSS resultaría en la crisis mundial del socialismo: la izquierda era víctima de una profunda crisis ideológica.
Desde 1996 el país había vivido una etapa de gran inestabilidad política, muchos gobernantes en pocos años. El mandato de Jamil Mahuad iniciado en 1998 no sería la excepción. Aunque en el 2000 debía acabarse el mundo, para el Ecuador la historia apenas comenzaba, el dólar era su nueva moneda, el presidente era distinto, el país intentaba sobreponerse de un catastrófico feriado bancario y hasta las elecciones del 2007 la inestabilidad política caracterizaría la esfera nacional.
Del fin del mundo y la nueva era
El 25 de febrero del 2005, Hugo Chávez proclamaba la necesidad de inventar un nuevo socialismo: revolucionario, humanista y bolivariano, para lograr una democracia participativa y protagónica del pueblo. Empleando las ideas fundamentales de Marx y Engels, pero adaptándolas al siglo XXI. Lo suelen llamar el socialismo mestizo, indoamericano, o más conocido como socialismo del siglo XXI.
En Ecuador ya habían sido varias décadas sin un nuevo auge, pero llegaría y se llama el boom del socialismo. Desde que el polémico Rafael Correa asumió la presidencia, a principios del 2007, el país no ha vuelto a cambiar de gobernante. Su política ha estado orientada hacia el desarrollo de la revolución ciudadana.
Ciertamente con él el proyecto socialista cuajó. A diferencia de sus antecesores, no volvió al pasado en su discurso, lo adaptó a las necesidades de un pueblo con sed de esperanza y ofreció respuestas consistentes en diversidad. Propuso un plan alterno al que la gran mayoría se acogió. Se suele decir que la izquierda nunca logró esto en el pasado por aquella capacidad de la derecha de manipular a las masas. Esta es una verdad a medias, olvida la propia incapacidad de sus actores para fraguar un proyecto político unificador que reconociera la pluralidad y además sobrepasara conflictos internos.
El actual mandatario es un líder carismático, exalta la patria, la desigualdad y sustenta la revolución ciudadana. Dice romper esquemas. Hay muchos cuestionamientos sobre el respeto a la libertad de pensamiento y opinión, además de que lo caracterizan como un gobierno centralizado e inflexible. Cabe cuestionar a la realidad actual: ¿acaso la revolución ciudadana si representa legítimamente a todos los proyectos, aspiraciones y realidades nacionales?
Ecuador ha buscado en todos estos siglos una revolución, pero ha chocado contra un enorme muro donde la interrogante es si revolucionar se trata más de construir o de destruir. El pequeño país del centro del mundo no conoce muchos héroes, aunque sí discursos. Las necesidades sustanciales no han cambiado y sigue siendo cierto que las revoluciones opresoras también suelen funcionar.
Las ideologías no han acabado con la desigualdad ni creado un pueblo educado y progresista. El socialismo hoy en día se presenta como la alternativa para lograr un cambio estructural, pero la eficacia de esto está por verse. La historia lo dirá. No creo en dogmas, pero sí defiendo el librepensamiento y la necesidad de sociedades críticas y educadas. Al final la mejor revolución es la que se hace en libertad y democracia.
@BelenEF