En la apoteosis de la globalización, los nacionalismos de derecha renacen y se interponen contra el proyecto global.
“El nacionalismo es el hambre de poder templada por el autoengaño”: George Orwell
Un fantasma recorre Europa, el fantasma del nacionalismo. El espectro que comenzó a dividir a Europa desde la Ilustración, el discurso de separatismo que movió masas para defender los intereses de las aristocracias financieras del siglo XIX, y el discurso que dio razones para matar y morir a 180 millones de europeos convertidos en soldados entre 1914 y 1945. El espíritu de Hitler y de Mussolini, de Franco y de Milosevic, el fantasma desempolvado por Putin para recuperar territorio soviético, el pretexto de los humanos para odiarse, el discurso de las masas para aniquilarse entre sí… el arma de los políticos para empoderarse en tiempos de crisis.
La esencia de los políticos es el conflicto, y por eso el odio nacionalista vuelve a dividir a los europeos. En tiempos de crisis la gente tiene miedo, y el miedo es la mejor forma de control, pues elimina las capacidades críticas de la sociedad. Una sociedad con miedo se entrega a cualquier tirano que ofrezca la ilusión del control, y esa ilusión se ofrece fácilmente señalando a un otro como el culpable de todas las desgracias. La crisis de 1929 fue la que terminó de aupar a Hitler al poder, y la del 2008 es la que ahora le da poder a sus hijos ideológicos.
Hace 100 años comenzó en Europa una guerra donde la principal arma no fueron los tanques o las bombas atómicas, sino las personas; y el nacionalismo fue el discurso que alentó a dichas personas a destruirse entre sí, a su mundo, a su estilo de vida. Ese nacionalismo que los exhortó a odiarse llegó a su máximo nivel con el fenómeno del nazismo, y nos es recordado a todos como el peor de los males, con las miles y miles de historias nazis que no dejan de contarnos desde entonces hasta la fecha.
Pero nada aprendemos del pasado. Cien años después de iniciada la guerra entre las naciones, 70 años después de que terminó esa guerra liberando el poder del átomo e incendiando la atmósfera, los nacionalismos renacen en esa Europa que los generó como herramienta política; una Europa que habla tanto de tolerancia que tiene que tolerar el crecimiento de los intolerantes. Una nueva generación europea que no vivió los horrores de la guerra se entrega al discurso que hace 100 años incendió el mundo.
Los hijos de Hitler
Para muchos políticos europeos se terminó la época del simulacro, de lo políticamente correcto, cuando todos tenían que fingir que Hitler fue un fenómeno aislado, que el fascismo fue la excepción y no la regla, que los europeos nunca fueron racistas, discriminadores y antisemitas, que el nazismo no fue responsabilidad de todos por usar el nacionalismo para someter a las masas. Terminó la eurosimulación y vemos políticos con esvásticas, con discursos de odio públicos, con propuestas islamófobas y antisemitas, y hasta sugiriendo que el ébola es la solución a la migración africana. La derecha extrema resurge y nos muestra el lado más oscuro de Europa.
La culpa del fenómeno la tiene la terrible educación histórica sobre Hitler, el nazismo, la guerra, y la versión metafísica del bien contra el mal que nos han vendido desde entonces. Ese cuento de hadas en que nos convierten la historia, se escribió entre otras cosas para pretender que la guerra mundial fue culpa de un loco aislado, y no la consecuencia inevitable del voraz capitalismo liberal, industrial e imperialista al que se entregaron las potencias del siglo XIX. Todos educaron el odio entre todos, todos usaron el nacionalismo como discurso, todos manipularon al proletariado para defender los intereses del burgués…, y todos se lavan las manos arrojando toda la culpa y toda la esencia del mal sobre una sola persona.
El fenómeno de las derechas radicales nunca desapareció, pero parecía contenido al radicalismo político de Austria, y a algunos políticos segundones de Francia. Desde el 2008, sin embargo, la ONU se manifestó alarmada por el crecimiento de partidos de corte neonazi en todos los países del continente. Ahora el ultranacionalismo de la nueva derecha hace su aparición en Bruselas y se apodera de la tercera parte del parlamento europeo.
El fracaso de Europa
En mayo de 2014 hubo elecciones para elegir por sufragio universal a 751 eurodiputados que representarán a los pueblos de Europa en el período de 2014 a 2019, y diferentes manifestaciones de neonazis se quedaron con un tercio de las bancas. La única explicación es la crisis económica, y el hecho de que muchos ciudadanos de a pie comienzan a percibir a la Unión Europea como aquello en lo que tristemente se convirtió: un club de unos cuantos ricos cuyos rescates son pagados por todos, otra estructura para el mismo dominio de unos sobre otros.
Y es que la Unión Europea se había presentado como el lado más luminoso y optimista de la globalización; el continente que se autodestruyó en guerra apostaba por la unidad y la igualdad, por una federación europea donde todos compartirían el mismo glorioso destino. Pero el capitalismo siempre se ha impuesto sobre la democracia, y el club europeo resultó ser el negocio de unos cuantos, en un esquema donde unos países siguen sometiendo a otros, donde pocos ganan y las masas van perdiendo todo. La élite política capitalista se queda con todo, y cuando el pueblo reacciona, les señalan a un extranjero como culpable.
Se habla de recuperación en todo el continente, pero solo se nota en Alemania, las economías en crisis fueron destrozadas por los programas de austeridad, y el maravilloso estado de bienestar construido en las últimas décadas se desmorona ante los ojos de las masas. Ante estos hechos, los políticos que han estado alejados del poder sacan el discurso radical, no solo el euroescepticismo, finalmente una opción política, sino de la xenofobia y la discriminación como respuesta. Culpar al otro, generalizar al otro, la semilla de todo discurso de odio que comienza por señalar y termina por asesinar.
Las derechas violentas y asesinas resurgen y eso solo puede interpretarse como el fracaso de Europa, de un continente que no logra unificarse ni extirpar el nacionalismo, finalmente creado y promovido por ellos mismos; la comunidad que no ha sabido generar en todos el bienestar necesario para que los radicales y fanáticos no tengan seguidores; el intento de federación que sigue usando el separatismo como arma política.
Los nuevos discursos de odio
Pocos sufrieron el ultranacionalismo alemán, conocido como nazismo, más que los franceses; aun así, uno de cada cinco franceses de hoy respalda el discurso de odio de Marine Le Pen: expulsar migrantes, cerrar aduanas y fronteras, definir racialmente al francés, volver al franco y salir de la Unión Europea. Hablamos de la hija y además heredera política de Jean Marie Le Pen, el hombre que habló del ébola como método para contener la migración. Lo alarmante es el ascenso del 6 al 25 por ciento de sus votos en los últimos cinco años.
En Alemania hay leyes muy fuertes contra el crimen de odio, pero hay 200 grupos de ultraderecha, el Partido Nacional Británico es abiertamente xenófobo e islamófobo, y su discurso de odio abarca a turcos e indios. En Austria el partido de la libertad, abiertamente neonazi, obtuvo 30 por ciento de los sufragios; en Croacia la ultraderecha es la mitad del espectro político, con un discurso contra serbios y bosnios, y en Hungría hubo un 14 por ciento de votos para el partido que propone cazar gitanos como solución a los problemas nacionales.
Los hijos de los dioses
Los nazis se decían descendientes de los arios, y los griegos de Amanecer Dorado se sienten descendientes de los mismísimos dioses olímpicos. La agrupación política abiertamente neonazi, presidida por Nikolaos Micholiajos, se convirtió en la tercera fuerza más votada en el país heleno; un partido cuyos militantes han formado grupos paramilitares ilegales y ya han asesinado a migrantes o a griegos que ellos no consideran puros, como el sonado caso de la muerte a golpes del rapero Pavlos Fyssas a manos de uno de estos grupos, tan solo por sus letras antifascistas.
Amanecer Dorado entró al parlamento griego en 2012 con un 7 por ciento de los votos, 4 por ciento de la cantidad con la que comenzaron los nazis. Su discurso es en contra de absolutamente todo y se resume en un lema con potencial genocida: para que el país se libre de la suciedad. Hablamos de un partido que usa una modificación de la cruz gamada de los nazis, que mantiene vínculos con otros grupos neonazis de Europa y América, y que propone minar sus mares y fronteras para detener a los migrantes.
Amanecer Dorado propone que toda Europa vuelva al ultranacionalismo, y la creación de estados “étnicamente puros”, pues parten de la base de que existen razas, de que unas son mejores que otras; comenzando por la griega desde luego, y de que diferentes razas no pueden compartir un mismo espacio. Así pues, hay que comenzar por expulsar migrantes, y matar a los que no se dejen expulsar.
Hablan de un panhelenismo, o reunificación de los territorios de la antigua cultura griega, lo cual implica invadir y conquistar países como Macedonia y Chipre, así como arrebatar Estambul a Turquía, por estar construida sobre las ruinas de Constantinopla, que a su vez fue erigida sobre la antigua y griega Bizancio. Lo anterior acompañado de un nacional socialismo basado en la supremacía de la raza helena como descendientes de los dioses.
Su oposición absoluta a la inmigración es porque la consideran responsable del incremento de la criminalidad y de la disolución de las virtudes de la nación griega. Por ello hay que deportar a todos los migrantes aunque se encuentren allí de forma legal, prohibir los matrimonios entre griegos y no griegos, incentivar la fertilidad de las mujeres griegas, prohibir el derecho al trabajo y la propiedad a todo aquel que no sea griego “puro”, y hermetizar las fronteras con minas antipersonales y vallas eléctricas. Grecia para los griegos.
Todas estas acciones van encaminadas a lograr el máximo objetivo del partido: fundar la tercera civilización helénica; un discurso a todas luces idéntico al hitleriano y su tercer Reich. Para Hitler hubo un Primer Reich alemán, que fue el sacro imperio germánico, de Carlomagno a Napoleón; el segundo fue el creado por Bismarck en 1871 y desaparecido en la guerra mundial, y el tercero era el que el propio Hitler pretendía fundar para que durara 1000 años, como el primero.
Con el mismo discurso de tomar el pasado como pretexto para la masacre y el genocidio, Amanecer Dorado plantea que hubo tres grandes civilizaciones helenas: la Grecia clásica, a la que Europa le debe todo lo que es, según ellos; el Imperio Bizantino, baluarte y defensor de la cristiandad contra la herejía y el islam, desde el siglo V y hasta que fue tomado por los turcos en 1453… ahora sigue una tercera civilización helena que debe durar 1000 años y dominar a Europa.
El otro lado de la globalización
Europa vive las contradicciones de la globalización, un proyecto económico del mundo occidental que consiste en una total integración planetaria, una interdependencia cada vez más marcada de todos los países entre sí, una complicidad incluso; pero todo con razones de mercado, con razón instrumental, de control, de dominio, de competencia. Los que mueven la economía necesitan mercados libres y abiertos porque así se hace mucho más negocio y se genera mucho más dinero… para ellos. Todos los demás miles de millones de humanos son los engranes necesarios para ese proyecto económico, que hoy en la sociedad del simulacro se disfraza de igualdad, democracia y derechos humanos.
Paradojas y conflictos del mundo moderno; la globalización es un proyecto económico que debe convertirse en político, pero ese proyecto global de integración se lleva a cabo desde las naciones, entes decimonónicos surgidos del nacionalismo, que es en esencia un discurso de separación y de odio. Así pues, una integración global planteada desde el separatismo nacionalista nos lleva a otra gran contradicción: que a causa de la interdependencia en la que hoy vivimos, los problemas son siempre globales, pero las soluciones aún se buscan desde una óptica nacional, peor aún, desde diversas ópticas nacionales, cada una con sus intereses y necesidades, siempre partiendo del aniquilador discurso de “ellos y nosotros”, Yo y el Otro, los que somos iguales y los que son diferentes.
Los capitalistas necesitan globalización para mover economías, los políticos necesitan esas economías fuertes para mantener en orden al Estado, pero al mismo tiempo arremeten contra el proyecto global para conseguir las simpatías del pueblo al que nada le beneficia la globalización, convertida en un monopolio de los ricos. Buscamos una globalización, por lo menos en el discurso, pero no hay nación dispuesta a tomarla con todas sus consecuencias. Globalización y nacionalismo son dos proyectos opuestos, y ahora, en la apoteosis misma de la globalización, los nacionalismos de derecha renacen y se interponen contra el proyecto global.
La globalización es un proceso natural de una civilización que progresa, pero que no debe olvidarse de que su riqueza como especie está en la diversidad. La integración global que hoy se plantea es imposible, quizás porque ha sido comandada por la civilización occidental: autoritaria, impositiva, excluyente e intolerante, quizás sea que los ciclos de la historia están por encima de la libertad humana, tal vez solo sea que no hemos aprendido lecciones importantes antes de poder integrarnos como una sola raza; la humana, y un solo planeta; la Tierra.
En tiempos de Hitler no había un referente para voltear al pasado…. ¿hoy cuál es el pretexto?