China y Rusia se preparan para gobernar los mares
Pocas personas en China sabían la verdad hace dos años, cuando el entonces presidente Hu Jintao viajó a una base naval en la ciudad de Dalian, al noreste de China, para marcar un hito en el crecimiento del poderío chino: la inauguración del Liaoning, el primer portaaviones encargado por la marina de Beijing.
Más de una antes, un empobrecido gobierno de Ucrania había vendido el viejo navío a un precio de liquidación a una compañía china que prometía convertirlo en un casino flotante. Cuando fue remolcado desde el puerto de Nikolayevsk en 2001, todo el mundo creyó que iba en camino al paraíso del juego en Macao. En realidad, estaba destinado a convertirse no sólo en el símbolo de la ambición china de dominar los mares que rodean a ese país, sino también en una proyección de poder a miles de millas de sus costas.
Asentado en Moscú, el presidente ruso Vladimir Putin ruso sabía la verdad, y ésta no era muy agradable: Ese era otro símbolo tangible de la decadencia de la que había sido la segunda marina más poderosa del mundo, la de la antigua Unión Soviética. Él estaba decidido a revertir esa tendencia. Y así lo ha hecho, más recientemente, apoderándose de lo que quedaba de la marina ucraniana en Sebastopol.
China y Rusia, los dos mayores rivales estratégicos de Estados Unidos, han dejado claro que planean desafiar el monopolio del poderío naval de EE UU. En Beijing, el gasto en la marina (conocido como PLAN (Marina del Ejército de Liberación Popular, por sus siglas en inglés) se ha disparado.
Beijing ha estado poniendo en marcha tres submarinos cada año; actualmente tiene 28 submarinos nucleares activos y 51 submarinos en general. El PLAN ha encargado 80 embarcaciones de superficie desde 2000, en comparación con aproximadamente 48 naves encargadas en la década de 1990. Para 2020, Beijing planea contar con tres grupos de combate dirigidos por submarinos, lo que significa que actualmente hay dos portaaviones en producción.
Las ambiciones de China van más lejos que este aumento en su equipo naval. Los líderes chinos ahora se refieren comúnmente a la “tierra nacional azul”, es decir, los océanos que se extienden fuera de su litoral, que demarcan más allá de las 200 millas marinas que son su “zona económica exclusiva” de acuerdo con la Ley del Tratado del Mar de NU. Beijing incluso ha publicado un mapa, conocido como “la línea de nueve puntos” que pretende mostrar que las aguas de China llegan hasta las Filipinas y Vietnam. “China”, escriben Toshi Yoshihara y James Holmes, de la Universidad Naval de Guerra de Estados Unidos, “está al borde de reclamar los mares con características chinas.”
Hasta la fecha, esas “características chinas” constan principalmente de una capacidad cada vez mayor de alejar a Estados Unidos de las aguas territoriales de Beijing. La estrategia tiene como objetivo crear una zona de seguridad para evitar que algún enemigo se acerque. El eje es la flota de submarinos, pero el plan también incluye naves de ataque rápido, equipadas con los misiles antibuques, lo cual incomoda a los planificadores de guerra de la marina de los Estados Unidos.
De acuerdo con Christian Le Miere, analista del Instituto Internacional para Estudios Estratégicos en Londres, hasta ahora, China ha desplegado entre 65 y 85 de estas naves, “lo cual sugiere que la estrategia detrás de su uso es desplegarse rápidamente, quizás en flotillas pequeñas, para hostigar a las naves más grandes con misiles difíciles de interceptar.”
El crecimiento naval de China refleja diversos objetivos geopolíticos. Como escribe Robert Kaplan en Asia’s Cauldron: The South China Sea and the End of a Stable Pacific (El caldero de Asia: el Mar del Sur de China y el fin de un Pacífico estable), da a Beijing lo que el analista de defensa Li Mingjiang denomina “un interior estratégico” que se extiende por más de 1,000 millas, el cual actuaría como un “factor de contención” para la séptima flota de la marina estadounidense en los océanos Pacífico e Indico.
Otra motivación son los energéticos: el Mar del Sur de China está repleto de reservas de petróleo y gas, de los que Beijing tiene un apetito voraz. Actualmente, es el mayor importador de hidrocarburos del mundo. Las tensiones fundamentales que provocan las ambiciones marítimas de Beijing se muestran plenamente ahora dentro de la zona económica exclusiva de Vietnam, donde la Empresa Petrolera Nacional del Litoral de China está perforando en busca de petróleo en una plataforma petrolera que acaba de ser desplegada en el sitio, pesar de las furiosas pero inútiles protestas de Hanoi.
“¿Cuál es la diferencia entre una plataforma petrolera y una base naval o un portaaviones? Para China, tal diferencia es, políticamente, muy poca”, señala Dean Cheng, analista de defensa en la Fundación Heritage de Washington. Beijing está aumentando su alcance, desafiando a Vietnam (o a cualquier otro país) a hacer algo al respecto, confiando en su capacidad de proyectar una fuerza naval suficiente para defender los que considera sus intereses.
Hasta la fecha, al extender su interés económico en los mares del Sur y del Este de China, ese país no ha dependido siempre de su marina per se, como lo ejemplifica el choque actual con Hanoi. En 2012, barcos pesqueros chinos viajaron al Arrecife de Scarborough, un conjunto disputado de pequeños afloramientos a 124 millas al oeste de la Bahía de Subic. Fueron sorprendidos pescando ilegalmente almejas gigantes y tiburones, y fueron detenidos por la Guardia Costera filipina. Beijing reaccionó furiosamente, desplegando sus propias embarcaciones para defender a los pescadores, y enviando buques de guerra para mantenerse amenazadoramente cerca.
Se produjo un tenso enfrentamiento de 10 semanas, hasta que Manila cometió un descuido. Actualmente, Beijing ocupa el Arrecife de Scarborough, y los funcionarios chinos se han jactado de usar el “Modelo Scarborough” como una forma de intimidar a sus vecinos regionales.
De hecho, China ha enviado barcos pesqueros cerca de las disputadas Islas Senkaku (conocidas por los chinos como Islas Diaoyu), el punto crítico del enfrentamiento de Beijing con Japón, la única potencia en el Este Asiático con un ejército capaz de plantarle cara al de China. Como ha escrito Ely Ratner, subdirector del programa de seguridad Asia- Pacífico del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense en Washington, estas disputas son una oportunidad para que Beijing muestre su poderío, gracias en gran medida a un PLAN cada vez más capaz y sofisticado.
Las ambiciones navales de Rusia están estrechamente vinculadas al crecimiento de China: después de todo, el feroz crecimiento económico de Beijing hizo que los precios mundiales de casi todos los bienes que Rusia posee de manera natural, desde el petróleo y el gas hasta la madera y el mineral de hierro, alcancen precios exorbitantes. Eso ha llenado los cofres de compañías estatales rusas y ha permitido que Moscú vuelva a financiar a su ejército, después de casi dos décadas de decadencia después de la Guerra Fría.
Putin ha prometido US$700 mil millones para impulsar al ejército de Rusia durante las próximas dos décadas; gran parte de ese dinero se empleará en adquirir equipo naval. La lista de compras del Kremlin incluye media docena de fragatas de clase Almirante Grigorovich y otros tantos portaaviones; ocho submarinos de combate de clase Yasen y una nueva generación de submarinos de proyectiles balísticos, diseñados para realizar ataques nucleares contra Estados Unidos. Estos barcos clase Borei transportan 16 misiles Bulava con cabezas nucleares, cada uno con 10 ojivas que pueden “burlar escudos occidentales de defensa contra misiles balísticos en evolución”, de acuerdo con el Capitán de corbeta Tom Spahn, de la reserva de la marina de Estados Unidos. Afirma que los nuevos barcos y misiles de Rusia son “alarmantemente sofisticados.”
La marina de Rusia se ha convertido en un símbolo importante de una Rusia renaciente. La popularidad de Putin cayó a plomo a comienzos de su gobierno con la pérdida del Kursk, un submarino de ataque de clase Oscar-2 que se hundió con toda su tripulación de 118 hombres cuando un torpedo defectuoso se quemó dentro de su tubo en el año 2000.
Rusia tiene 68,000 millas de costa, la tercera más grande después de Canadá y Estados Unidos, y más de 80 por ciento de los suministros hacia el Lejano Este de Rusia viajan por barco, principalmente a través del Océano Índico. Un tercio del arsenal nuclear de Rusia (más de 600 ojivas) es transportado en los submarinos de la marina.
Y, por supuesto, todo ello le da una muy buena imagen televisiva. “A Putin le encanta la marina… No hay nada más impresionante que un acorazado o un submarino con su personal desfilando en uniformes de gala”, señala Semyon Vlasov, un antiguo consultor del Comité de Defensa de la Duma.
Todos los grandes gobernantes rusos han dejado su marca en alta mar. “Pedro el Grande anunció que Rusia era una potencia europea al crear una marina en el báltico”, señala el historiador Andrei Grinev, quien reside en San Petersburgo. “Catalina la Grande mostró que Rusia era una potencia mundial al derrotar a la marina [turca] otomana en Cesme en 1770 y colonizar Alaska.”
Putin es extremadamente consciente de esta resonancia histórica. Ha revivido la estación naval rusa en Tartus, Siria, la única instalación militar rusa fuera de la antigua Unión Soviética. Establecida en 1971, el “Punto de Apoyo Técnico Material” es, en realidad, una diminuta franja de tierra de menos de media milla de largo y equipada con dos muelles flotantes de 100 yardas de largo, ninguno de los cuales es lo suficientemente grande para albergar ni siquiera a la más pequeña de las fragatas rusas.
En enero de 2013, Rusia evacuó a sus últimos hombres de Tartus, dejando a los contratistas sirios a cargo de un solo taller flotante de clase Amur. “Tartus existe principalmente para que los funcionarios rusos puedan hablar de él”, dice un diplomático occidental que visitó el puerto en 2010. Una visita planeada en 2009 por el único portaaviones ruso, el Almirante Kuznetsov, fue cancelada cuando siete de sus ocho turbinas fallaron y se desató un incendio a bordo. El portaaviones ha logrado sólo cuatro despliegues desde que fue encargado en 1991. (Los capitanes navales estadounidenses lo apodan “tirar del cebo”).
No obstante, Sergei Shoigu, Ministro de Defensa ruso, tiene grandes planes para Tartus, y en febrero pidió una red de bases navales rusas en Vietnam, Cuba, Venezuela, Nicaragua, las Seychelles y Singapur. “Naturalmente, Rusia está interesada en tener bases de reabastecimiento y mantenimiento para nuestra marina en diferentes estados”, confirmó en marzo Anatoly Antonov, el viceministro ruso. “Estamos llevando a cabo conversaciones sobre el asunto.”
“Rusia”, declaró a un reportero ruso Eduard Baltin, ex comandante de la flota del Mar Negro de Rusia, “Está regresando a la etapa en su poder y relaciones internacionales que él, desafortunadamente, perdió al final del último siglo. Nadie ama a los débiles.”
Putin también está desplegando a su marina para impulsar los intereses económicos de Rusia. La tecnología está haciendo que los abundantes recursos minerales que se encuentran bajo el lecho marino ártico sean accesibles por primera vez, y Moscú insiste en que varias franjas de territorio submarino se encuentran geológicamente contiguas al norte de Rusia, lo cual le da el derecho de posesión de acuerdo con el derecho internacional.
La cuestión está sido juzgada por NU, pero mientras tanto, Andrei Korablev, Almirante de la Flota Norte, ha anunciado que Rusia reabrirá una base militar en las islas de Novosibirsk, abandonada hace 20 años, y la reforzará con 10 buques de guerra y cuatro rompehielos alimentados con energía nuclear. La marina también instalará infraestructura militar en casi todas las islas y archipiélagos del Océano Ártico para crear lo que Korablev denomina “un sistema unificado para supervisar las condiciones en el aire, en la superficie y bajo la tierra.”
Su flota también será enviada a patrullar la Tierra de Francisco José, Severnaya Zemlya, el Archipiélago de Novosibirsk y la Isla de Wrangel, para respaldar el reclamo del Kremlin de las reservas de petróleo sin explotar más grandes del mundo, cuyo control es disputado actualmente por Rusia, Estados Unidos, Dinamarca, Noruega, Canadá y, más recientemente, China.
De las dos acumulaciones navales, la de China es la que, por ahora, concentra a la mayor parte de las mentes en el Pentágono. Los amplios reclamos de Beijing constituyen “una estrategia expansionista con profundas implicaciones para el poder y la seguridad regional de Estados Unidos”, dice Ratner. Al final de la Guerra Fría, Estados Unidos tenía 15 grupos de combate con portaaviones, en comparación con los 11 de la actualidad. El tiempo durante el que el gasto de Washington en poderío naval puede estar limitado depende en parte de lo que hagan Moscú y Beijing.
Y ahora, las señales van en una sola dirección. En diciembre pasado, un buque de guerra de PLAN unido al grupo de combate Liaoning se separó y navegó directamente hacia el USS Cowpens, un crucero de misiles guiados que seguía la pista del portaaviones, forzándolo a participar en un peligroso “juego de la gallina”.
Washington sigue siendo la potencia naval dominante en todo el mundo. Pero la brecha se cierra rápidamente.