La decisión del árbitro puede llevar a un equipo a la tan ansiada victoria o la más ignominiosa derrota.
Existen eventos en los que se conjugan innumerables circunstancias y que terminan por estar rodeados de tintes épicos y connotaciones únicas. A tal punto que pueden llegar casi a paralizar todas las actividades humanas, aun las bélicas, al menos por un tiempo. Nos hacen incluso olvidar por un momento todas las preocupaciones o depresiones que a veces abruman la mente moderna o, por lo menos, en este tiempo quedan guardadas en un cajón, temporalmente olvidadas, mientras se materializa la ilusión de ver que nuestros modernos héroes levanten la Copa del Mundo, símbolo de uno de los éxitos más grandes de nuestros tiempos.
Con ello, además, nos hace sentir también héroes y partícipes de la victoria, pues el triunfo nos embriaga tanto que nos sentimos parte de este, saliendo a las calles a vitorear no el nombre propio de los actores, sino el de nuestro país, haciendo con ello que por un momento el orgullo de pertenecer a este resurja con una fuerza tan intensa que vuelve a enraizar en sentimiento nacionalista.
La victoria deportiva nos transporta al mundo antiguo y solo es comparable con las victorias de los inmensos ejércitos que llevaban a sus pueblos ese sentimiento de orgullo, similar al que hoy sienten aquellos que se yerguen con el éxito en la batalla final.
A diferencia de aquellas a veces interminables batallas, el fútbol de nuestro mundo contemporáneo está regido por unas reglas para poderse llevar a cabo y así emular con toda su fuerza a aquellas antiguas circunstancias de vida, de éxito o derrota, que marcaban en un hito sin parangón a todos y cada uno, así se hubiese estado en el propio campo de batalla o desde el hogar en espera de las noticias que marcaran para siempre sus vidas y destinos.
El fútbol es el sustituto moderno de todos y cada uno de esos momentos de interminable adrenalina que estalla en nuestra mente cuando algo inconmensurable marca nuestro rumbo. Por ello es que quienes están encargados hoy de administrar esas reglas que conducen las batallas hayan adquirido una relevancia sin precedentes y con su omnipotencia, mas no omnipresencia, pueden inclusive darle rumbo a estas.
Este poder único y absolutista de los árbitros ha hecho que en estos eventos mundialistas en donde hay tanto en juego (desde el orgullo nacionalista que es canalizado en favor incluso de los gobernantes en turno hasta el orgullo de todos y cada uno de los que habitan en el país triunfador) se pongan en gran medida los ojos en ellos casi de igual manera que en los artífices de las victorias o derrotas.
A través de la breve historia de su desarrollo, el fútbol se ha ido transformando, más que en un simple deporte, en un espectáculo-negocio que mueve miles de millones, no solo de espectadores, sino también de dinero.
Por ello es que todo esto ha transformado la labor de un solo hombre en punto de referencia para todas las miradas, incluyendo por supuesto la de aquellos que tienen sus intereses puestos en este deporte-espectáculo-negocio único capaz de mover tantas circunstancias simultáneamente.
Existe, por tanto, en Brasil 2014, un interés relevante sobre su actuación porque sus decisiones pueden llevar a esa tan ansiada victoria como a la más ignominiosa derrota o incluso a que el éxito en el campo se vuelva éxito personal de muchos que rodean a este deporte. Desde los legítimos hasta los ilegítimos que se mueven a su derredor.
La preocupación más grande ha surgido en torno de las apuestas clandestinas que también rodean al deporte; incluso alguna vez fueron motivo de declaraciones del presidente del organismo rector del balompié a nivel mundial.
Hoy este organismo está rodeado como nunca de señalamientos que apuntan a la posible corrupción en la elección de los países que serán sede de un mundial en un futuro muy próximo. Por ello, durante este evento los ojos del mundo estarán pendientes de la actuación de todos los actores dentro del campo y fuera de él, pero también en los que ostentan el poder de decisión en la cancha.
Las federaciones, en forma particular, han contribuido en los últimos años con el advenimiento de la profesionalización, un resquicio por donde penetrar al otrora inexpugnable mundo arbitral para ellos. Siempre habían deseado tener injerencia directa sobre ellos por ese poder inmenso que tiene un solo hombre sobre el rumbo de cada juego.
Al contratarlos se abrió de manera mágica la puerta para su control y el dirigente en turno al frente de la silla de mando de las federaciones comprendió que entonces podía acotar ese poder o incluso darle rumbo. Lo primero que sucedió fue quitarle la indecencia y con esto lograr el control. Lo segundo fue disminuir su personalidad a través de hacerles ver que se habían vuelto empleados y, con ello, dependientes económicos de los patrones. Ergo ahora las decisiones ya no son tan libres en los campos de juego, sino que están supeditada a la anuencia y beneplácito de los patrones en turno.
¡Qué grave error!
Hoy ya nadie puede estar absolutamente tranquilo, ni siquiera siendo el patrón temporal. Hoy los árbitros, especialmente en algunos países, no pueden o no tienen tiempo para dedicarse a otras actividades que les den esa independencia económica que es tan indispensable en su profesión.
Los directivos se han vuelto víctimas de su propia invención. En el mundial de Brasil será observado con detenimiento cada movimiento en el campo de juego, y si bien también se pondrá en marcha, por primera vez, el uso de la tecnología al servicio del control de juego, un balón (cargado de chips electrónicos) podrá decirle a los árbitros en tiempo real cuando haya traspasado totalmente la línea del gol y así otorgarlo de manera que no deje lugar a dudas o quede librado a la fortuna de que los ojos pudieran captar tal momento con precisión.
Tal vez esta pueda ser la solución a futuro de otras posibles decisiones que superen el imperfecto sentido humano de la vista que es fácil de engañar por la velocidad del juego moderno. Probablemente no en todas las decisiones, sino en aquellas de posición que son siempre controversiales.
Lo cierto es que todo esto ha causado enormes polémicas en los últimos eventos, por ello es tiempo de un cambio profundo para que no se vea empañado el desempeño arbitral y dé certeza a todo el evento con decisiones justas en acuerdo a lo que acontece en la cancha y no en lo que acontece en la mente del juez de campo.
El fútbol moderno y la especialización físico-atlética de los héroes épicos de los pueblos han superado por su velocidad el control que los árbitros en su casi absoluta soledad pueden llegar a resolver.
El entorno debe de seguir cambiando para darles a todos y cada uno la certeza de la mejor capacitación posible (que debe ser impartida por aquellos que tienen los conocimientos y experiencia para poder hacerlo), hacerlo en todo el orbe y que de esa manera se recupere la independencia arbitral que hoy es más necesaria que nunca para darle certeza y rumbo al deporte favorito del mundo entero.
No existe, a pesar de lo que algunos todavía creen, más satisfacción que la victoria auténtica de los únicos héroes modernos o que aún en este mundo tan convulso siguen existiendo en el corazón de todos y cada uno de los amantes del deporte eje. Ese deporte sigue moviendo al mundo pero, paradójicamente, lo inmoviliza durante todo un mes.
Edgardo Codesal Méndez es médico ginecoobstetra. Árbitro internacional mexicano que pitó la final del mundo de Italia 90. Expresidente de la Comisión de Árbitros y exsecretario general de la Federación Mexicana de Futbol. Expresidente de la Comisión de Árbitros de la Concacaf y exmiembro de la Comisión de Árbitros de la FIFA. Columnista del periódico Esto y Mediotiempo.com. Analista de TDN y docente universitario y de la maestría del Real Madrid en México.