La democracia significa más que solo organizar elecciones.
Es quizás el efecto de la resaca. Tres años después de que los levantamientos populares derrocaron a algunos de los tiranos más conocidos del mundo árabe, las inocentes expectativas de una primavera árabe realmente democrática desaparecen rápidamente.
Ciertamente, muchos árabes ejercen su derecho al voto en las elecciones de este año. Y el líder de facto en Egipto desde pasado julio, el exgeneral Abdel-Fattah el-Sissi, obtuvo recientemente una victoria aplastante en las encuestas.
Pero aunque el exjefe militar no necesitó manipular los resultados, que reflejan fielmente el estado de ánimo de los votantes egipcios, es difícil describir la rotunda victoria de el-Sissi como un ejercicio democrático.
Lo mismo se aplica en otras partes de la región. En la cercana Libia, un general que se había hartado del giro de su país hacia el Islam político, mostró su desprecio por los resultados de la democracia al atacar el edificio del Parlamento. Los parlamentarios respondieron anunciando la realización de nuevas elecciones el 25 de junio, las cuales tampoco convertirán a Libia en una democracia liberal.
De forma semejante, el primer ministro de Irak, Nouri al-Maliki, finalmente se alzó con la victoria este mes en la elección parlamentaria, realizada el 30 de abril. En Túnez también se planeam realizar elecciones a finales de este año. En Líbano, donde la política está determinada permanentemente por los vecinos más poderosos de este diminuto país, el Parlamento, tremendamente dividido, tuvo grandes problemas para elegir a un nuevo presidente maronita.
Ninguno de los eventos descritos anteriormente es de buen agüero para la democracia en la región. Y todos han decepcionado a árabes y occidentales por igual.
El ejemplo más pesimista de una elección que no representa una verdadera democracia -el que se aferra al argumento de que “una elección no produce la democracia”- es la elección presidencial en Siria, a realizarse el 3 de junio. La elección fue anunciada por el presidente Bashar Assad, aun cuando su país permanece profundamente dividido por una sangrienta guerra civil que hasta la fecha ha provocado la muerte más de 160 000 sirios.
Assad no ha escatimado esfuerzos para crear la pompa y circunstancia que sugeriría un intento sincero de democracia, incluyendo, por primera vez en varias décadas, la inclusión de adversarios reales en la papeleta. Pero Estados Unidos y sus aliados califican a la elección como la farsa que en realidad es y apoyan un consenso mundial para declarar nulo su resultado predeterminado.
A pesar de todas las pruebas en contrario de la desfalleciente Primavera Árabe, la creencia occidental de que las elecciones y la democracia son uno y lo mismo, permanece profundamente enraizada.
A diferencia de Assad, que sobrevivió a pesar de los levantamientos árabes que sacudieron a la región, Hosni Mubarak, el gobernante egipcio de la vieja guardia, fue sentenciado la semana pasada a tres años de cárcel tras ser condenado por un tribunal de El Cairo por malversar millones de dólares.
Ahora que el-Sissi asume el mando como líder recién electo de Egipto, los observadores recomiendan no ser demasiado optimistas.
“Tenemos que ver a Egipto dando por hecho que no hay ningún héroe”, señala Eric Trager, miembro del Instituto Washington de Política del Oriente Cercano. “Estamos enfrentando muchos matices de vileza”.
El levantamiento ocurrido en 2011 en la Plaza Tahrir que destituyó a Mubarak después de 30 años en el poder fue la más optimista de las revoluciones de la Primavera Árabe. En las elecciones realizadas un año después, Mohammed Morsi, miembro de los Hermanos Musulmanes, fue elegido presidente. Al no tener mucha experiencia en el gobierno, pronto perdió la confianza del público. Miles de egipcios volvieron a protestar en la Plaza Tahrir. Las manifestaciones derivaron en luchas violentas entre los adversarios de Morsi y sus partidarios. Un año después de su elección, Morsi fue derrocado por el-Sissi.
Fue un conjunto irónico de sucesos, pues el-Sissi había sido seleccionado por Morsi para dirigir al ejército en la era post-Mubarak. Siendo veterano del ejército de Egipto, que es una poderosa institución que controla muchas de las funciones principales del Estado y rige grandes partes de la economía egipcia, el-Sissi logró convencer a los islamistas de que era su aliado. Es percibido ampliamente como un musulmán devoto, y muchos creyeron al principio que, aunque no pertenecía a los rangos inferiores, simpatizaba con la creencia de los Hermanos Musulmanes de un gobierno basado estrictamente en la Sharia.
Los Hermanos Musulmanes se hicieron de algunos poderosos aliados regionales, entre ellos, Turquía y Qatar, que había apoyado a los islamistas de Egipto y continúa respaldándolos a través de Al – Jazeera, su red satelital panárabe.
Morsi también logró llamar la atención de muchas personas en Washington. En un muy publicitado discurso pronunciado el 18 de junio de 2013 en El Cairo, la entonces embajadora estadounidense en Egipto, Anne Patterson, trató de disuadir a los estudiantes de protestar contra el gobierno de Morsi. “Algunas personas dicen que las acciones callejeras darán mejores resultados que las elecciones”, dijo. “Sinceramente, mi gobierno y yo somos profundamente escépticos al respecto”.
Tres semanas después, al afirmar que cumplía los deseos del público, destituyó a Morsi, quien fue arrestado. Desde entonces, el general ha prohibido a los Hermanos Musulmanes y ha empleado métodos despiadados para reprimir el movimiento islamista con el fin de garantizar que nunca vuelva al poder.
La lucha de el-Sissi contra los islamistas comienza a extenderse a países cercanos. En Libia, Khalifa Hifter, un exgeneral del ejército que ha pasado un largo período de exilio en Estados Unidos, dirigió un ataque militar en contra del Parlamento, que en su opinión, está cada vez más influido por los Hermanos Musulmanes. En respuesta, los parlamentarios se reunieron la semana pasada y, protegidos por una milicia aliada a los islamistas, anunciaron una nueva elección.
“Hifter está siguiendo el ejemplo de el-Sissi”, afirma un diplomático árabe, añadiendo que Libia y Egipto pueden iniciar una tendencia para revertir las victorias de los Hermanos Musulmanes en la región.
Washington estaba “demasiado ansioso por creer” una serie de suposiciones erróneas sobre los Hermanos Musulmanes, señala Trager, el experto en Egipto del Instituto Washington para Política del Oriente Cercano. Diversos funcionarios estadounidenses creyeron que los islamistas representaban a una amplia franja de la población egipcia, que los Hermanos Musulmanes eran una fuerza que se volvería moderada una vez que alcanzara el poder y se aliaría a Estados Unidos, y que Morsi se mantendría en el poder durante mucho tiempo.
Pero cuando Mubarak fue convencido en 2008 por el gobierno de George W. Bush de incluir a los Hermanos Musulmanes en una elección parlamentaria, estos últimos obtuvieron 88 escaños de un total de 420. El apoyo para los Hermanos Musulmanes, a los que Trager califica como una “organización fascista antiestadounidense”, se mantiene aún con alrededor de 20 por ciento. “El gran error que cometimos en Egipto fue inmiscuirnos demasiado en la política nacional del país”, dice. “No debemos apostar a favor de ningún presidente antes de que muestre un compromiso con la reforma”.
En lugar de ello, señala Trager, Washington debe utilizar su apoyo en el ejército egipcio para garantizar que El Cairo siga estando a favor de Estados Unidos y que se protejan los intereses de este último país: una lucha continua en Egipto contra el terrorismo, un tratamiento preferente para los barcos estadounidenses en el Canal de Suez y el derecho del ejército estadounidense a volar sobre el espacio aéreo de Egipto.
Pero otras personas piensan que esto no es suficiente y que Occidente debe elegir un bando: el que está en contra de los islamistas.
“Los líderes militares egipcios participan en una lucha heroica por la separación entre la mezquita y el Estado”, afirma Yigal Carmon, presidente del Instituto de Investigación de Medios de Comunicación del Oriente Medio. “También es cierto”, añade, “que actúan para proteger sus propios intereses como una oligarquía que ha gobernado Egipto durante décadas. Pero tan sangrienta como es, también se trata de una lucha por los valores, similar a la realizada por Occidente hace los siglos a favor de la separación entre la religión y el Estado”.
Carmon afirma que la democracia “no se relaciona solo con el proceso de elección. La Declaración Universal de los Derechos Humanos está por encima de cualquier proceso electoral. Esto es lo que se les enseña a los estudiantes en cualquier universidad occidental. Las elecciones no pueden legitimar a un partido como los Hermanos Musulmanes, cuya ideología contradice esos valores”.
La guerra civil estadounidense que abolió la esclavitud, continúa, “fue una lucha heroica por valores que estaban por encima del libre albedrío de los sureños, que creían tener el derecho de continuar con la esclavitud”. Sin embargo, algunas personas en Occidente continúan apoyando a los Hermanos Musulmanes, lo cual, de acuerdo con Carmon, “equivale nada menos que a un doble estándar racista. Según esto, la separación entre la religión y el Estado es buena solamente para [los occidentales], pero no para los árabes”.